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====Transcripción de audio====

“En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios” (Juan 1:1, LBLA). “Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14).

Y Jesús dijo: “Abraham se regocijó esperando ver mi día; y lo vio y se alegró”. Por esto los judíos le dijeron: “Aún no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abraham? Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo: antes que Abraham naciera, yo soy” (Juan 8:56-58).

Tomás le dijo: “Señor, si no sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino?” Jesús le dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí.. . . . Felipe le dijo: “Señor, muéstranos al Padre” . . . Jesús le dijo: “¿Tanto tiempo he estado con vosotros, y todavía no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:5–6, 8–9).

Y Jesús exclamó: “El que me ve, ve al que me ha enviado” (Juan 12:45). Porque Jesús “Es la imagen del Dios invisible” (Colosenses 1:15). “Toda la plenitud de la Deidad reside corporalmente en Él” (Colosenses 2:9). “Él es el resplandor de su gloria y la expresión exacta de su naturaleza” (Hebreos 1:3).

“Porque en Él fueron creadas todas las cosas, tanto en los cielos como en la tierra, visibles e invisibles; ya sean tronos o dominios o poderes o autoridades; todo ha sido creado por medio de Él y para Él” (Colosenses 1:16). “Sostiene todas las cosas por la palabra de su poder” (Hebreos 1:3), y “en Él todas las cosas permanecen” (Colosenses 1:17).

Y, sin embargo, “aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2: 6–8). “No cometió pecado [¡ninguno!], Ni engaño alguno se halló en su boca” (1 Pedro 2:22).

Y así sucedió que “por la obediencia de uno los muchos serán constituidos justos” (Romanos 5:19). Porque Dios “le hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios” (2 Corintios 5:21). “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, habiéndose hecho maldición por nosotros” (Gálatas 3:13). “Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre la cruz” (1 Pedro 2:24). “Mientras aún éramos débiles, a su tiempo Cristo murió por los impíos” (Romanos 5:6).

Y cuando se acercó ese momento, dijo: “[Mi vida] nadie me la quita, sino que yo la doy de mi propia voluntad. Tengo autoridad para darla, y tengo autoridad para tomarla de nuevo” (Juan 10:18). Entonces, “Después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (Hebreos 1:3).

“Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le confirió el nombre que es sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:9–11).

“Toda autoridad le ha sido dada en el cielo y en la tierra” (Mateo 28:18). “El Padre ama al Hijo y ha entregado todas las cosas en su mano” (Juan 3:35).

“Dios ha puesto todo en sujeción” a él (1 Corintios 15:27), todos los “ángeles, autoridades y poderes” (1 Pedro 3:22). Él es ahora “la cabeza del cuerpo que es la iglesia”. . . . el primogénito de entre los muertos, a fin de que El tenga en todo la primacía” (Colosenses 1:18). Él tiene autoridad para perdonar los pecados (Lucas 7:49). Él habla, y “el viento y el mar le obedecen” (Marcos 4:41). Él manda a los espíritus inmundos, ¡y salen (Lucas 4:36)! Él reprende las fiebres, y se van (Lucas 4:39). Hace que los ciegos vean, y los sordos oigan, y los cojos anden, y los leprosos se limpien (Lucas 7:22). Él ordena a los muertos y viven (Juan 11:43–44).

Él permite a los niños pequeños que vengan a Él (Mateo 19:14), pero “esparce a los soberbios en el pensamiento de sus corazones y quita a los poderosos de sus tronos” (Lucas 1:51–52). Él “no quiebra la caña cascada, ni apaga la mecha que humea, hasta que lleva a la victoria la justicia” (Mateo 12:20). En él “están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Colosenses 2: 3).

“¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre habla!” (Juan 7:46). Conocerlo es conocer “las riquezas inescrutables de Cristo” (Efesios 3:8). Y volverá sobre las nubes, tal como lo vieron irse, pero esta vez con los santos ángeles y con poder y gran gloria (Marcos 8:38; 13:26). Él nos librará de la ira venidera (1 Tesalonicenses 1:10).

Él “transformará el cuerpo de nuestro estado de humillación en conformidad al cuerpo de su gloria, por el ejercicio del poder que tiene aun para sujetar todas las cosas a sí mismo” (Filipenses 3:21). En ese día, “se ceñirá para servir, y los sentará a la mesa, y acercándose, les servirá” (Lucas 12:37). Porque aún será “manso y humilde de corazón” (Mateo 11:29).

Y, sin embargo, “sus ojos serán como llama de fuego; sus pies semejantes al bronce bruñido cuando se le ha hecho refulgir en el horno, y su voz como el ruido de muchas aguas. . . . y de su boca saldrá una aguda espada de dos filos; su rostro será como el sol cuando brilla con toda su fuerza” (Apocalipsis 1:14–16). Y así estaremos con el Señor siempre (1 Tesalonicenses 4:17).

Y ya no veremos a través de un espejo veladamente, sino cara a cara (1 Corintios 13:12). El “gozarnos en la esperanza” (Romanos 5:2; 12:12) dará paso al gozo de la vista (2 Corintios 5:7). Los placeres de todo lo que probamos y nos unió Cristo en este mundo (1 Pedro 2:3) estallarán en los deleites del banquete celestial (Mateo 25:10). Y sabremos, finalmente, no en parte, sino perfectamente, que en su presencia “hay plenitud de gozo“ y en su “diestra deleites para siempre” (Salmo 16:11).</rev>
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          <rev xml:space="preserve">{{info|The Recipe for a Successful Pastor}}&lt;br&gt; 

Estoy convencido de que muchos de los problemas que aparecen en la cultura pastoral vienen de la confusión creada a partir de una definición anti bíblica sobre los ingredientes necesarios para desarrollar un ministerio con éxito. Por supuesto, en el perfil de los candidatos se espera que aparezca que “camina en sintonía con el Señor”, pero estas palabras muchas veces pierden su significado, porque en la entrevista no se ahonda sobre la veracidad de esta afirmación y se dan muchas cosas por sentado. Nos interesa que tenga conocimiento (buena ortodoxia teológica), poder de convicción (buen predicador), un plan sólido para el ministerio (de forma que pueda fortalecer a la congregación) y experiencia (no va a utilizar a este ministerio como campo de aprendizaje). He escuchado a líderes de la iglesia decir muchas veces en momentos de crisis pastoral: “realmente no conocíamos al hombre que contratamos”. 

¿Qué implica conocer a un hombre? Significa que conocemos la verdadera condición de su corazón –tanto como sea posible. ¿Qué es lo que realmente le encanta y qué es lo que le importa poco?¿Cuáles son sus esperanzas, sus sueños y sus temores?¿Cuáles son los íntimos deseos que motivan y dirigen su forma de ejercer el ministerio?¿Qué ansiedades son capaces de desestabilizarle o paralizarle?¿Cómo de exacta es la imagen que tiene de sí mismo?¿Es capaz de soportar la oposición, las críticas y los elogios?¿Cómo de comprometido está con su propia santificación? 

¿Cómo de abierto es sobre sus propias tentaciones, debilidades y fallos?¿Cómo de dispuesto está a escuchar y aceptar los consejos de otros?¿Considera que el ministerio pastoral es un proyecto comunitario?¿Tiene un corazón tierno y acogedor?¿Es cálido y hospitalario, capaz de convertirse en el pastor y héroe de los que sufren?¿Cuáles son las características que su mujer e hijos utilizarían para describirle?¿Es consecuente con lo que predica?¿Se siente compungido en su corazón y dolorido en su conciencia regularmente al examinarse ante el espejo de la Palabra?¿Cómo de comprometida, firme, gozosa y cercana a Dios es su vida devocional? 

¿Su ministerio hacia los demás surge de la cercanía de su comunión diaria con el Señor?¿Aspira a mantener un alto nivel en todo lo que hace o se conforma con ser mediocre?¿Es sensible a las experiencias y las necesidades de los que ministran juntamente con él?¿Es capaz de personificar el amor y la gracia del Redentor?¿Es capaz de pasar por alto pequeñas ofensas?¿Está dispuesto a perdonar?¿Es una persona que juzga y critica a los demás?¿Qué diferencias hay entre el pastor que todos ven y hombre que ven su esposa e hijos?¿Se cuida físicamente?¿Está expuesto a demasiada televisión o medios de comunicación que entorpecen su entendimiento?¿Qué es lo que escribiría en el espacio en blanco siguiente: “Si tuviera___”? ¿Qué resultados ha tenido en el pastoreo de la congregación que constituye su propia familia? 

==== La condición real del corazón del pastor  ====

El ministerio del pastor nunca puede estar marcado solamente por la experiencia, el conocimiento, o la habilidad. De hecho, si su corazón no está en el lugar correcto, el conocimiento y la habilidad pueden hacer de él un peligro. 

Los pastores a menudo tienen dificultad en encontrar tiempo para tener una comunión viva con Cristo, celebrándola en adoración y meditación en humilde dependencia de él. Parece como si Jesús se hubiera marchado del edificio. Ciertamente el conocimiento y la habilidad en el ministerio están ahí, pero parece que son totalmente ajenos a una vida en continua comunión con Cristo. Toda esta actividad, conocimiento y habilidad parece que están impulsados por algo distinto. El ministerio se convierte en algo demasiado impersonal; lo único que cuenta es el contenido teológico, la exactitud en la exégesis, las obligaciones contraídas con la iglesia y el progreso de la institución eclesiástica. Solamente importa prepararse para el siguiente sermón, organizar la agenda de la siguiente reunión y satisfacer los requerimientos que aparecen en el liderazgo. Se trata de gestionar los presupuestos, los planes estratégicos y los colaboradores del ministerio. 

Nada de todo esto es malo en sí e incluso muchas de estas tareas son esenciales, pero no pueden ser un fin en sí mismas. Nunca pueden ser el motor que mueve la máquina. Todas deben ser muestra de algo más profundo en el corazón del pastor. 

El pastor tiene que estar entusiasmado con, anonadado por y enamorado de su Redentor de forma que todo lo que piensa, desea, elige, decide y dice está impulsado por el amor que tiene a Cristo y la seguridad que nace del descanso de saberse amado por Él. El pastor debe exponerse regularmente a la presencia del Redentor para descansar con humildad en la certeza de su gracia. Su corazón necesita enternecerse día tras día por la comunión con Cristo de forma que esta comunión le haga convertirse en un líder servicial, amoroso, paciente, generoso y presto para perdonar. Su meditación en Cristo, su presencia, sus promesas y sus dones no deben ser ofuscados por el tiempo que dedique a planificar la mejor forma de que su ministerio funcione.

==== Protección contra el amor a otras cosas  ====

Solo el amor a Cristo puede proteger el corazón del pastor contra todos los otros amores que tienen el poder de ahogar su ministerio. Solamente la adoración a Cristo es capaz de protegerle de todos los atractivos ídolos del ministerio que seguramente van a susurrarle al oído. Solo la gloria del Cristo resucitado le guardará del peligro de la vanagloria que nos tienta a todos y ha destruido el ministerio de tantos. 

Solamente Cristo puede cambiar a alguien capaz de “comerse el mundo” recién salido del seminario en un paciente y humilde administrador de la gracia. Solamente una profunda gratitud por el sufrimiento del Salvador puede hacer que un hombre esté dispuesto a sufrir por el ministerio. Solamente el quebrantamiento causado por el propio pecado puede hacerle responder con gracia ante aquellos que también se han rebelado contra Dios y a quienes Él le ha llamado a servir. Solamente cuando su identidad está firmemente enraizada en Cristo es que será libre de tener que buscar su identidad a través de su ministerio. 

Tenemos que tener cuidado en cómo definimos lo que constituye disposición para el ministerio y madurez espiritual. Existe el peligro de pensar que un graduado del seminario que está bien preparado y educado está listo para el servicio. Tampoco hay que confundir conocimiento intelectual, diligencia y habilidad con madurez espiritual personal. La madurez es un asunto vertical que seguramente se manifestará horizontalmente de diversas formas. La madurez es una cuestión de relación con Dios que conlleva una forma de vida sabia y humilde. La madurez del amor hacia Cristo se expresa en el amor hacia los otros. 

La gratitud hacia la obra redentora de Cristo se expresa manifestando gracia hacia los demás. La gratitud por la paciencia y el perdón de Cristo te permite ser paciente y perdonar a otros. La experiencia diaria de la salvación por el evangelio te hace apasionarte con aquellos que están experimentando el mismo tipo de rescate. Este es el tipo de terreno en el que el verdadero éxito del ministerio puede crecer. 

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