El Fruto Feroz de Autocontrol

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English: The Fierce Fruit of Self-Control

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Por John Piper sobre Santificación y Crecimiento
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Traducción por Laura Coloma


"Así como a los hebreos les fue prometida la tierra, pero tuvieron que tomarla por la fuerza, un pueblo a la vez, así se nos prometió el regalo del autocontrol, pero también debemos tomarlo por la fuerza.” [1]

El concepto de “autocontrol” implica una batalla entre un yo dividido. Implica que nuestro “yo” produce deseos que no debemos satisfacer, sino “controlar.” Debemos “negarnos a nosotros mismos” y “tomar nuestra cruz cada día,” decía Jesús y síganlo (Lucas 9:23). Diariamente nuestro “yo” produce deseos que debemos “negar” o “controlar.”

Ese camino que lleva al cielo es estrecho y está cubierto de tentaciones suicidas para abandonar el trayecto. Por lo tanto, Jesús dice, “esforzaos por entrar por la puerta estrecha” (Lucas 13:24). La palabra griega para “esfuerzo” es agonizesthe, en la cual escuchan correctamente la palabra “agonizar” en castellano.

Experimentamos lo que significa a través de Mateo 5:29, “Y si tu ojo derecho te es ocasión de pecar, arráncalo y échalo de ti.” Esta es la fuerza del autocontrol. Esto es lo que está detrás de las palabras de Jesús en Mateo 11:12, “el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo conquistan por la fuerza.” ¿Se están aferrando ferozmente al reino?

Pablo dice que los cristianos practican autocontrol como los atletas griegos, sólo que nuestra meta es eterna, no temporal. “Y todo el que compite en los juegos se abstiene de todo. Ellos lo hacen para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible” (1 Corintios 9:25). Así que él dice, “golpeo mi cuerpo y lo hago mi esclavo” (1 Corintios 9:27). Autocontrol es decir no a los deseos pecaminosos, aun cuando duela.

Pero la forma cristiana de autocontrol NO es ¡simplemente decir no! El problema está en la palabra “simplemente.” No dicen simplemente no. Dicen no de una manera específica: dicen no por la fe en el poder y el placer superiores de Cristo. Es así de despiadado. Y tal vez así de doloroso. Pero la diferencia entre autocontrol mundano y divino es crucial. ¿Quién recibirá la gloria por la victor ia? Ese es el punto. ¿Nosotros recibiremos la gloria? ¿O Cristo recibirá la gloria? Si practicamos autocontrol por la fe en el poder y el placer superiores de Cristo, Cristo recibirá la gloria.

Lo importante para la visión cristiana de autocontrol es que es un regalo. Es el fruto del Espíritu Santo: “Mas el fruto del Espíritu Santo amor, gozo, paz…autocontrol” (Gálatas 5:22) ¿Cómo “nos esforzamos” frente a nuestros deseos fatales? Pablo responde: “Y con este fin también trabajo, esforzándome (agonizomenos) según su poder que obra poderosamente en mí” (Colosenses 1:29). El “agoniza” por el poder de Cristo no el propio. Igualmente nos dice, “Si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (Romanos 8:13). “No por el poder ni por la fuerza, sino por mi Espíritu - dice el SEÑOR de los ejércitos” (Zacarías 4:6). ¡Debemos ser feroces! Sí. Pero no a través de nuestro poder. “Se prepara el caballo para el día de la batalla, pero la victoria es del SEÑOR” (Proverbios 21:31).

¿Y cómo el Espíritu produce en nosotros el fruto de autocontrol? Instruyéndonos en la preciosidad superior de la gracia y permitiéndonos ver y saborear (eso es, “confiar”) todo lo que Dios es para nosotros en Jesús. “Porque la gracia de Dios se ha manifestado…enseñándonos a negar…deseos mundanos…en la actualidad” (Tito 2:11). Cuando vemos y creemos realmente lo que Dios es para nosotros por la gracia a través de Jesucristo, el poder de los deseos equivocados se rompe. Por lo tanto, la lucha por autocontrol es una lucha de fe. “Pelea la buena batalla de la fe; echa mano de la vida eterna a la cual fuiste llamado” (1 Timoteo 6:12).

Su camarada en la lucha feroz por autocontrol,

Pastor John

  1. Edward Welch, "Self-Control: The Battle Against 'One More.'" (“Autocontrol: La Batalla Contra ´Uno Más´”). En The Journal of Biblical Counseling (Publicación de Consejos Bíblicos), Vol. 19, No. 2, invierno, 2001, p. 30.


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