¿Qué le diría Dios a tu ansiedad?
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Última versión de 01:28 18 abr 2017
Por Dave Radford sobre Miedo y Ansiedad
Traducción por Carlos Diaz
Todos conocemos muy bien la ansiedad.
Viene con la mayoría de las pruebas y angustias. Surge cuando las oportunidades caen. Habla cuando estoy sin palabras para consolar a mi esposa, o cuando esa factura insospechada produce un sonido en mi buzón de entrada, o cuando pongo las noticias para ser testigo de otra triste historia de injusticia. Es fácil estar paralizado ante mi actual “feed de noticias” de realidad, y olvidar todo lo que sé que es verdadero.
Cuando la ansiedad golpea, a menudo recurrimos a mirarnos el ombligo — el acto de ser “autoindulgentes o de tener una contemplación excesiva de uno mismo, de un problema en particular, a expensas de una visión más amplia”. En vez de confiar en la promesa de Dios de proveer olas de gracia que siempre llegan, estoy propenso a cubrirme a mí mismo en una nube de preocupación innecesaria. Y esa ansiedad me ciega a la realidad. Cambio la “visión más amplia” de la fidelidad de Dios por las promesas vacías ofrecidas por la auto-aflicción, la preocupación, y la duda.
Afortunadamente, la Biblia tiene algo que decir a los corazones ansiosos. Como hijos de Dios, tenemos un pasado impresionante, un futuro infinitamente atrayente, y una realidad sólida como una roca en la que apoyarnos sin temor o preocupación en cualquier circunstancia.
Miremos tras nosotros
Cuando se trata de esperanza en medio de los problemas, Dios nos llama a que seamos personas que recuerdan. Si gastamos tan solo quince segundos contemplando nuestro propio pasado, éste comenzará a destellar con diez mil misericordias que brillan en las olas de esos recuerdos (Lamentaciones 3:22). El mar de gracia del pasado habita en ellos, y nos da la bienvenida a que vengamos y bebamos, y recordemos tan a menudo como lo necesitemos. Podríamos pasar fácilmente una semana avivando y recordando ls muchas y especiales provisiones de Dios que llegaron más tarde de lo que queríamos, pero en el momento justo.
Miremos más allá de las olas y veamos los pilares inamovibles de nuestra esperanza en Cristo. Veamos a Emmanuel, la luz que brilló y se acercó al desalentado mundo (Mateo 1:23). Consideremos su vida, perfectamente vivida, derramada como sacrificio vivo por nosotros. Veamos el pináculo de la gloria de Dios y de nuestra gran esperanza en la cruz (Hebreos 1:1–3). Observemos y creamos de nuevo en la resurrección. Miremos la ascensión, y el reino inaugural de Cristo, cuando se sentó a la derecha de Dios Padre.
Miremos aún más allá y veamos la fidelidad de Dios hacia su pueblo a lo largo de cada generación “de dura cerviz” y “rebelde” de la historia. Veámoslo liderar con una nube de día y, en la noche, con un pilar de fuego (Éxodo 13:21–22) — firme y fiel. Contemplemos los límites más alejados y veamos nuestro nombre siendo escrito en el libro de la vida, sellado por toda la eternidad (Apocalipsis 13:8). Cada uno de sus días fue escrito por Dios antes de la fundación del mundo.
¿Cuánto menos nos preocuparíamos si bebiésemos estas aguas diariamente, construyendo en nuestros corazones un almacén de defensas listas en contra de los ataques de ansiedad y escepticismo?
Miremos delante de nosotros
“Ahora bien, la fe es la certeza de lo que se espera” (Hebreos 11:1, LBLA). Aunque solo podamos verlo “veladamente en un espejo” (1 Corintios 13:12), nuestro futuro es, por decirlo suavemente, alucinante. Puede que no tengamos cada detalle, pero tenemos más que suficiente en ello para atraer gozo y confianza para hoy.
El gran día vendrá cuando Jesús aparezca en el cielo sobre un caballo blanco (Apocalipsis 6:2). Liderará los ejércitos de Dios en una victoria final ante Satanás, el pecado, y la muerte (Apocalipsis 19:20). Seremos testigos de los nuevos cielos siendo acomodados sobre una tierra nueva (Apocalipsis 21:2). Dios morará con el hombre. Nuestra herencia será Dios mismo (Apocalipsis 21:3).
En la cena de bodas del Cordero, todos nos uniremos para una eternidad de festejo (Apocalipsis 19:7–8). Tendremos el shalom final, el gozo sin fin y en aumento por toda la eternidad. Ningún momento volverá a ser aburrido o poco interesante. Volverán a reunirse con sus hermanos y hermanas más cercanos. Las corrientes de un río de vida alegrarán la ciudad de Dios (Salmos 46:4).
El pueblo de Dios resplandecerá como el sol (Mateo 13:43). Toda la creación se levantará en asombro de la revelación de los hijos de Dios (Romanos 8:19). Veremos a Jesús cara a cara. Estas solo son las cosas que conocemos. Dios incluso tiene más en reserva: “Cosas que ojo no vio, ni oido oyo, Ni han entrado al corazon del hombre, son las cosas que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Corintios 2:9).
Miremos de nueva hacia abajo
Ahora volvamos la mirada hacia nuestra vida. Veamos el conjunto de nuestros problemas actuales a través de los lentes del pasado y del futuro, y añadamos estas otras promesas a la combinación. Esto es lo que las Escrituras dicen que es verdad acerca de nosotros en este momento.
Dentro de nosotros hay una fuente de agua que brota para vida eterna (Juan 4:14). El poder que levantó a Cristo de la muerte obra dentro de nosotros (Efesios 1:19–20). Tenemos los frutos del Espíritu (Gálatas 5:22–23). No podemos perder nuestra posición ante Dios. Somos hijos o hijas adoptados del Rey (Gálatas 4:5–6). La gracia abundante de Dios ha sido medida para nosotros de acuerdo con la sabiduría infinita de Dios, en la proporción justa y programada perfectamente para cumplir nuestras exactas necesidades, cualquiera que puedan ser (Mateo 6:33–34). Dios está tejiendo todo junto por nuestro mayor bien, y equipándonos con todo lo que necesitamos para cumplir su voluntad (Romanos 8:28; Filipenses 4:19).
Esto es lo que mi corazón ansioso, y que tiende a mirarse el ombligo, necesita. Con los ojos de la fe, puedo ver que tengo todos los motivos para esperar que Dios está infinitamente por mí en cada momento de cada día. Si están en Cristo, la misma verdad se aplica a ustedes. Él los ama, y desea que vivan hoy en las fuerzas que Él les brinda en la gracia venidera. (1 Pedro 4:11).
Sus promesas no son retórica abstracta, o ideas meramente buenas. Son reales y confiables — lo mismo para ayer, hoy, y por siempre.
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