Debemos mover montañas
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Última versión de 03:19 20 oct 2017
En el Monte de la Transfiguración, Jesús le reveló su gloria divina a Pedro, Santiago, y Juan. Al volver a reunirse los cuatro con el resto de los discípulos y la siempre presente, bulliciosa, curiosa y menesterosa muchedumbre, un padre desesperado se arrojó ante Jesús y le rogaba,
“Señor, ten misericordia de mi hijo, porque es epiléptico y sufre terriblemente, porque muchas veces cae en el fuego y muchas en el agua. Y lo traje a tus discípulos y ellos no pudieron curarlo” (Mateo 17:15–16, LBLA)
La respuesta de Jesús seguramente sorprendió a todos:
“¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo os tendré que soportar? Traédmelo acá” (Mateo 17:17)
¡Que palabras tan intensas! Casi podemos ver a los impotentes y reprendidos discípulos mirándose humillados los unos a los otros. Trajeron al niño afligido a Jesús y sus omnipotentes palabras rápidamente eliminaron tanto el demonio como la enfermedad.
La santa exasperación de un Dios sufriente
¿A quién llamaba Jesús incrédulo y perverso? Estas palabras iban dirigidas a los discípulos, al pueblo, a Israel, al mundo, y a nosotros. La palabra griega geneá (generación) abarca todo esto: un grupo, una nación, o una época entera.
En esta exclamación de Jesús atisbamos la profunda angustia y sufrimiento con que vivía durante su estancia en la tierra. Estas palabras no fueron simplemente una descarga impaciente de un hombre cansado. Fue una revelación premeditada, calculada, y en todo caso altamente refrenada de la exasperación que el Santísimo experimenta al tener que soportar a gente mala (Lucas 11:13) que ni siquiera se da cuenta de lo mala que es (Juan 2:24-25)
Qué doloroso tuvo que haber sido para Jesús, que creó y amó de manera única a cada una de estas personas, que por su propia perversidad no le conociesen, ni le creyesen, ni le recibiesen. (Juan1:3, 10–11) Claro, a muchos les encantaba que Él pudiera sanar, alimentar, y emocionarles con milagros. Sin embargo, como Creador-a quien tendrían que dar cuenta de sus pecados (Juan 5:22; Romanos 14:12)- fue despreciado y desechado por ellos (Isaías 53:3). Eran incrédulos y perversos, y Jesús que era fiel y justo (Apocalipsis 3:14), moraba entre ellos. Sobrellevar eso era más difícil de lo que cualquiera de ellos pudiese imaginar.
Una fe pequeña resulta en fracasos ministeriales
Los discípulos, en ese momento estaban dentro de los incrédulos y perversos. Y nosotros también podemos estarlo. La incredulidad es la peor parte de nuestra perversidad (muchas traducciones inglesas utilizan la palabra "perversa" en Mateo 17:17). Con más exactitud, la falta de fe en Dios es la raíz de toda nuestra perversidad
¿Eran los discípulos realmente incrédulos? Después de todo, sí trataron de echar fuera al demonio y la enfermedad. ¿No procedieron con fe? Tal vez. Pero sea cual fuese la cantidad de fe presente, aunque bien intencionada, no produjo resultados. No mostró la gloria ni el poder de Dios, ni proclamó la venida de Su reino, y no ayudó al niño ni a su padre. Por eso Jesús no celebró sus esfuerzos; sino reprendió su fracaso.
Después, cuando en privado los discípulos le preguntan a Jesús por qué habían fracasado, su explicación fue sucinta: “Por vuestra poca fe” (Mateo 17:20). Fue una respuesta desconcertante. Jesús no les habló de la voluntad misteriosa e inescrutable de Dios que determinó no responder en el momento que los discípulos lo pidieron. Jesús le echó la culpa directamente a ellos. Su ministerio fracasó por su poca fe.
Este relato se incluye en el canon Bíblico en parte para turbarnos y obligar a que nos hagamos la misma pregunta introspectiva que se hicieron los discípulos sobre nuestros fracasos en el ministerio: “¿Por qué no pudimos ____?”
Por supuesto que no todas las oraciones por sanidad, provisión, conversión, etc. que no son contestadas son resultado de la poca fe. Pero no hemos de exculparnos tan rápidamente al no ver nuestras oraciones contestadas, ni cuando nuestros ministerios fracasan. Ser Calvinista no significa que siempre podemos apelar a la inescrutabilidad misteriosa de Dios. Si, Dios es soberano. Y en esta narración, el Dios soberano realiza una clara afirmación: La poca fe resulta en fracasos ministeriales.
¿Qué tal si nada fuera imposible para nosotros?
Sin embargo, como todos los reproches de Jesús a sus discípulos, su reprobación no es para condenarnos, sino para exhortarnos a profundizar más. Si en este momento tenemos poca fe, es posible desarrollar más fe. Si fracasamos ayer- u hoy, no tenemos que seguir en el fracaso. “Poca fe” no es una etiqueta permanente. Jesús utiliza esta frase para impulsar nuestra transformación. Porque esto es lo que dijo a continuación:
“En verdad os digo que si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: 'Pásate de aquí allá', y se pasará; y nada os será imposible” (Mateo 17:20)
Si el reproche de Jesús por nuestra poca fe nos hace bajar la cabeza, su promesa debería dejarnos con la boca abierta: “nada os será imposible”. No son palabras vacías. Esa frase es como tener dinero en el banco.
¿Cómo viviríamos nuestras vidas si realmente creyeramos que nada iba a ser imposible para nosotros?
No permitamos que el cinismo nos haga ignorar esa pregunta. Nuestra pronta y estridente incredulidad no es encomiable. Es perversa, retorcida. Nos roba más de lo que pensamos. Al contemplar semejante pregunta, podemos caer en la tentación de inmediatamente señalar los errores del Movimiento de la Palabra-de-Fe y reafirmar que no vamos a caer en esa cuneta. Y bien, no debemos hacerlo. Pero eso no nos justifica a vivir en paz con nuestra poca fe y la impotencia en el ministerio del reino.
Se supone que hemos de mover montañas — ver suceder lo imposible a través del ejercicio de la fe en las promesas omnipotentes de nuestro soberano Señor. Si no vemos las montañas moverse, estamos viviendo por debajo de nuestros medios. Estamos viviendo como mendigos teniendo millones en nuestra cuenta bancaria celestial. Jesús no aprueba esto, sino que lo reprende.
La fe del pueblo de Dios es la vía por la que el Señor desea manifestar gran parte de su gloria, que resulta en la transformación de los incrédulos. Si tenemos poca fe, mostramos poca gloria. No debemos conformarnos con esto.
Si reconocemos que tenemos poca fe, debemos arrepentirnos hoy mismo y unir nuestro ruego al de los discípulos, “Auméntanos la fe” (Luke 17:5), y no permitir que Dios se vaya sin bendecirnos con una respuesta. Es una petición que Él se complace en conceder.
Jesús realmente pretende que movamos montañas. Quiere que vivamos en el gozo audaz de saber que nada nos será imposible.
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