A salvo, cómodo, e infeliz

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English: Safe, Comfortable, and Unhappy

© Desiring God

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Por Jen Oshman sobre Santificación y Crecimiento
Una parte de la serie none

Traducción por Romina Mendoza


Contenido

Encuentra tu vida superando el miedo

La cobardía nos produce rechazo. En la condición humana es esencial el impulso a homenajear a los héroes y a despreciar a los cobardes. Como un cuerpo humano, exaltamos a los que viven con valentía y honor, y juntos condenamos a los que tienen el poder de rescatar a otros pero no lo hacen.

Respondemos con un menosprecio unánime cuando vemos

Cuando se abandona una misión de salvamento por la supervivencia de uno mismo, retrocedemos y gritamos: «¡Cómo han podido hacerlo!» El agente de policía, el capitán y el bombero, todos son profesionales sumamente cualificados y preparados para ese cometido. Por lo que cuando se quedan sin participar buscando su propia seguridad, identificamos y condenamos legítimamente el mal de la cobardía.

Al estadounidense promedio con un trabajo cotidiano normal la cobardía podría parecerle algo distante y particularmente irrelevante, pero nosotros, seguidores de Cristo, debemos preguntarnos, ¿El miedo ha hecho que yo abandone mi misión? ¿Estoy sentado en el banquillo, preocupándome más de la imagen de mí mismo y de mi seguridad que de los que están pereciendo? Si dispongo de los medios y me han llamado, entonces ¿por qué no estoy dispuesto a ir?

¿Te asusta obedecer?

Vivimos en una época y en un lugar donde la seguridad y la comodidad tienen prioridad en todos los ámbitos. Y no son valores malos. A menos que tengan preferencia sobre los mandamientos de Dios. Si nos descuidamos, el miedo impide que los cristianos actuemos cristianamente- sin cumplir la misma misión de rescate a la que hemos sido llamados.

Jesús nos mandó, «Id y haced discípulos a todas las naciones» (Mateo 28:19), para cuidar de los hermanos y hermanas más pequeños (Mateo 25:40), para negarnos a nosotros mismos y cargar nuestras cruces diariamente (Lucas 9:23).

Sus llamados a cada uno de nosotros son únicos al igual que lo somos nosotros. Algunos se dirigen a los vecinos y a familiares, otros traspasan las ciudades llegando a países extranjeros. Algunas misiones de rescate requieren un pasaporte y un idioma extranjero. Otras requieren un paseo vivaz por el pasillo donde hacen un descanso en la oficina y una invitación a un almuerzo con un compañero de trabajo. De la misma manera en que somos diferentes, también lo son nuestras misiones de rescate.

Mientras que las misiones específicas pueden parecer diferentes, el llamado a cada uno de nosotros es el mismo: todos los seguidores de Cristo son llamados a proclamar las excelencias de aquel que nos ha llamado desde las tinieblas (1 Pedro 2:9). Y esto inevitablemente precisa valentía y sacrificio. No nos permiten sentarnos a salvo y cuidadosamente bajo la luz, sino más bien se nos manda a proclamar al que nos ha salvado para aquellos que están en las tinieblas.

¿Te asusta divertirte?

La parálisis causada por el miedo impide que experimentemos la alegría intensa y profunda que Dios ha destinado para nosotros. La contradictoria realidad de la vida cristiana es que la felicidad se halla cuando sufrimos al hacer lo que Dios nos hecho y pedido que hagamos. Pedro, perseguido por anunciar a Cristo, dijo, «pero aún si sufres por causa de la justicia, bienaventurado serás» (1 Pedro 3:14).

Y el ejemplo de Jesús es supremo: «por el gozo puesto delante [él] aguantó la cruz» (Hebreos 12:2). La misión de rescate que Dios Padre encomendó a su Hijo fue la de la cruz, cargar con los pecados del mundo. Jesús estaba dispuesto a sufrir, pues sabía que hallaría gozo al obedecer a su padre y estar «sentado a la derecha del trono de Dios» (Hebreos 12:2).

Pablo, también, dijo, «Sí, y yo me regocijaré» (Filipenses 1:18). Aunque — o quizás porque — él ha sobrellevado arduas tareas, palizas, encarcelamientos, naufragios, hambres (2 Corintios 11:23–29), Dios le ha infundido a él gozo. A pesar de— o a causa de — su enorme sufrimiento, Pablo estaba resuelto a “regocijarse en el Señor siempre; otra vez digo, «regocíjate» (Filipenses 4:4).

Nuestro Dios infunde gozo en el rescate. Nos infunde gozo en nuestro sacrificio. Recibimos un gozo profundo y perdurable cuando entregamos nuestras vidas- una felicidad que no puede alcanzarse en la seguridad y la comodidad de nuestra autosuficiencia. Una felicidad que se alcanza cuando nos entregamos a él que es capaz, por su nombre y por el auxilio a otras personas.

Superar el miedo a marchar

Si permanecemos al margen y nos negamos a salir corriendo en busca de aquellas personas necesitadas, dejaremos escapar una oportunidad. Nunca encontraremos la provisión y el sustento de Dios tan sólo en medio de la misión. Es más, Jesús dijo, «quien salve su vida la perderá, pero aquel que la pierda por mi causa la salvará» (Lucas 9:24). Si nos negamos a marchar, en realidad perderemos las mismas vidas a las que nos estamos aferrando.

Nos hemos entrenado perfectamente en el salvamento. Poseemos la preparación teológica para acometer este trabajo –sabemos lo que necesitamos hacer. Y el Espíritu Santo mismo nos provee con «la grandeza inconmensurable de su poder hacia nosotros que creemos, de acuerdo con la hipótesis de su gran poder, que él realizó en Cristo cuando lo resucitó de entre los muertos» (Efesios 1:19–20).

Qué lástima sería encontrarnos actuando cobardemente –como el agente de policía, el capitán o el bombero que salieron corriendo cuando más se les necesitaba. Dejemos a un lado nuestras propias comodidades, pongamos en práctica nuestros medios y salgamos al encuentro de aquellos que están en peligro –independientemente de si están al otro lado de la calle o del océano. No retrocedamos, tengamos confianza en Cristo, que está con nosotros y existe para nosotros, y adelante.



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