¿A dónde te llevarán tus años veinte?
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Última versión de 17:59 19 oct 2020
Por Marshall Segal sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Mariana Ramirez
Seis lecciones para un buen comienzo
Quienes somos en nuestros veintes, para bien o para mal, le da forma a lo que nos convertimos, para bien o para mal.
Si actualmente estás en tus veinte, rastrearás hilos de tu historia - alegría y dolor, éxito y fracaso, gratitud y arrepentimiento - hasta a los caminos que elegiste en esta salvaje e incierta intersección en tu vida. Reflexionaras sobre las amistades que hiciste y mantuviste (o perdiste), dónde gastas tu tiempo y dinero, con quién saliste (y tal vez te casaste), dónde y cómo trabajaste y, sobre todo, qué tipo de relación tuviste con Jesús (o no).
Nuestros veinte no tienen por qué decidir cómo será el resto de nuestra vida, pero a pesar de como muchos tratan esos años, realmente importan. En la paciencia, misericordia y poder de Dios, cualquiera de nosotros puede arrepentirse repentinamente y cambiar dramáticamente en el camino - a los 35, 45, incluso a los 75. Independientemente de las decisiones que hemos tomado hasta el momento, el Espíritu Santo nos dice a cada uno de nosotros, “Sí oís hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones” (Hebreos 3:7-8 LBLA). El mejor día para finalmente terminar con el pecado, dejar de lado la complacencia y procrastinación, y cambiar la trayectoria de nuestro futuro siempre será hoy.
Sin embargo, qué misericordia y bondad cuando Dios ablanda nuestros corazones siendo jóvenes, para que podamos sentar una base más firme, más segura y más satisfactoria en Cristo en las próximas décadas.
Cuando los cimientos fallan
Muchos de nosotros ni siquiera nos damos cuenta de que en nuestros años veinte estamos sentando cimientos. Asumimos que sentaremos cabeza y nos pondremos serios en algunos años. Nos gustaría alquilar vida por un tiempo.
Sin embargo, nuestras vidas no son apartamentos para entrar y salir cada vez que nos sentimos listos para un cambio. Siempre nos estamos convirtiendo en quien seremos (Romanos 6:19; Proverbios 4:18-19), incluso cuando somos jóvenes. Tal vez especialmente cuando somos jóvenes, porque los cambios en la vida solo se vuelven más difíciles. Lo que hacemos hoy solidifica los cimientos debajo de nosotros o los fragmenta y debilita. Como casi todo dueño de casa te podría decir, los cimientos son notablemente difíciles de reparar (una lección que muchos aprenden muy tarde).
Jesús nos advierte sobre los peligros de no construir buenos cimientos. Nos cuenta de dos casas, una construida sobre algo más fuerte que la casa misma, la otra construida sobre algo tan ligero y suave como es la arena. Ambas construidas ladrillo por ladrillo, día por día, decisión por decisión. Ambas seguro fueron construidas con confianza. Ambas construidas con la anticipación de los años por venir. Y luego vienen las lluvias.
¿Qué le pasó a la vida construida sobre cimientos débiles y descuidados? “Y todo el que oye estas palabras mías y no las pone en práctica, será semejante a un hombre insensato que edificó su casa sobre la arena; y cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y azotaron aquella casa; y cayó, y grande fue su destrucción” (Mateo 7:26-27). Hay más maneras de destruir nuestra vida a los veinte que formas de establecerla y fortalecerla. El camino que lleva a la destrucción es amplio.
Con esta advertencia, Jesús le hace una promesa a los fieles: “cualquiera que oye estas palabras mías y las pone en práctica, será semejante a un hombre sabio que edificó su casa sobre la roca; y cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y azotaron aquella casa; pero no se cayó, porque había sido fundada sobre la roca” (Mateo 7:24-25). Nadie se gloría en una buen cimiento (o ni siquiera piensa en él), hasta que el viento y la lluvia vienen a derribar su casa. Para los que construyeron bien en sus veinte, los vientos de adversidad, lluvias de decepción y truenos de realidad aún vendrán, pero nuestra esperanza en Dios no se derrumbará.
Seis lecciones para tus veintes
Entonces, ¿Cómo construimos un buen cimiento en nuestros veintes? Después de años de buenos consejos, y experiencias personales que me humillaron para luego caminar con y guiar a otros, he intentado aislar algunas valiosas y fructíferas lecciones (entre muchas).
1. Asegura tu base con devoción
Asegura tu devoción indivisa a Cristo. Muchos de nosotros nos casamos y comenzamos a tener hijos en nuestros veintes, y cuando lo hacemos, nos convertimos en hombres y mujeres divididos. El apóstol Pablo dice:
“El soltero se preocupa por las cosas del Señor, cómo puede agradar al Señor; pero el casado se preocupa por las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer, y sus intereses están divididos” (1 Corintios 7:32–34).
Puede que Dios te llame pronto a cuidar de tu cónyuge e hijos en formas que inevitablemente dividirán tu corazón, tiempo y devoción. Por eso, Pablo anima a los creyentes a aprovechar la oportunidad que hay en la soltería para la “constante devoción al Señor” (1 Corintios 7:35). La soltería tiene sus penas y desafíos únicos. No es fácil para muchos (para mí no lo era). Pero no dejes que las dificultades de la soltería te roben las oportunidades que tiene para la concentración, el ministerio, disfrutar de Jesús y sentar bases.
Si no podemos dedicarnos a Cristo cuando estamos solteros, ¿Qué nos hace pensar que lo haremos cuando nuestra vida sea más complicada y nuestras responsabilidades se multipliquen? Ahora es el momento de anclar nuestros corazones, nuestras prioridades y nuestros planes en el propósito para el cual hemos sido hechos y salvados: para glorificar a Dios disfrutándolo hoy, mañana y siempre. Muchos pierden trágicamente de vista este llamado en sus veinte, y nunca lo recuperan por completo.
2. Aprende cómo leer la Biblia
Puedes haber pensado que aprendiste a leer en el bachillerato o la universidad, pero leer la palabra de Dios es diferente a cualquier otra lectura que hacemos. Muchos de nosotros no aprendimos realmente a leer en primer lugar. Muchas clases nos enseñaron a leer rápido y a poder recitar algún dato para un examen. Sin embargo, escuchar al Dios del cielo es un tipo de lectura completamente diferente. Por lo tanto, no es de extrañar que muchos de nosotros intentemos leer la Biblia en nuestros veintes, y se nos haga difícil, confuso y poco gratificante. Muchos nos damos por vencidos y terminamos confiando en lo que otros nos dicen que Dios dice.
Dios dice, “Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia,a fin de que el hombre [o mujer] de Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra” (2 Timothy 3:16–17). Para que puedas estar completo para toda buena obra, preparado para lo que sea que enfrentes en tus veintes, treintas y más allá. Cuando te confundas, desanimes, o te abrumes, recuerda que Pablo prometió: “Considera lo que digo, pues el Señor te dará entendimiento en todo” (2 Timoteo 2:7).
Si te entregas a este libro, día tras día durante muchos años, orando y pidiendo ayuda, verás a Dios abrirse paso una y otra vez con entendimiento.
Una de las mejores formar de aprender a leer la Biblia por ti mismo es comenzar a leer en voz alta con alguien más, especialmente si puedes encontrar a alguien que ya haya leído y disfrutado la Biblia por años. Pero incluso si se trata esencialmente de alguien que está en tu mismo punto, leer la Biblia constantemente a través de los ojos de alguien más, abrirá los tuyos. Ya seas tu solo o con un amigo, puedes empezar con un capítulo por día, tal vez comenzando con el Evangelio de Juan, luego Efesios y finalmente todo el Nuevo Testamento de principio a fin. A partir de ahí, yo personalmente disfruto de un plan que incluye lecturas del Nuevo y Antiguo Testamento (con varios días cada mes para ponerse al corriente o para memorizar).
3. Ponte cómodo en tus rodillas
La oración, como cualquier otro aspecto de la vida cristiana, no es fácil para ninguno de nosotros. Por todos los jóvenes que he conocido a los que les cuesta leer la Biblia, he conocido el doble a los que les cuesta la oración - especialmente solos, pero también en grupos.
Si Dios no es real y Cristo no se levantó de entre los muertos, entonces la oración es algo tan extraño, incluso lamentable, como cualquier otra cosa que podamos hacer (1 Corintios 15:19 LBLA). Pero si Dios es real, si realmente escucha, entonces la oración es la actividad más importante y productiva que podemos hacer todos los días. Él quiere que oremos persistentemente y con seguridad, no de vez en cuando y con vacilación. “Por lo tanto, acerquémonos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna” (Hebreos 4:16). No es un trono para los perfectos, los merecedores, los que hablan bien y los ricos. Un Padre se sienta en este trono, lleno de paciencia, misericordia y gracia para aquellos que confían en Él lo suficiente como para orar.
Necesitamos a Dios en y a través de la oración más de lo que necesitamos cualquier otra cosa. No haremos nada de valor real y duradero sin Dios (Juan 15:5), lo que significa que no haremos nada de valor real y duradero sin oración. Entonces, pregúntale a Jesús como orar (Lucas 11:1-4), práctica algunas oraciones simples en la Biblia, asigna suficiente tiempo para esperar, experimentar y sigue presionando. Nos sentimos más cómodos sobre nuestras rodillas pasando más tiempo allí.
4. Perfecciona tu guerra contra con el pecado
Si bien puede haber cientos de formas de arruinar nuestra vida a los veinte años, todas pueden atribuirse a un gran enemigo: nuestro propio pecado. Seguramente Satanás nos tentará, amenazará y atacará, otros pecarán contra nosotros, y el sufrimiento interrumpirá o incluso descarrilará nuestros planes, pero el pecado puede deshacernos.
Pablo escribe, “porque si vivís conforme a la carne, habréis de morir; pero si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (Romanos 8:13). Muchos aprenden a pelear y unirse a esa guerra en los veinte. Muchos otros evitan la batalla y pagan por su complacencia más tarde. Los sabios aprenden a discernir el pecado, se apresuran a confesar o confrontar el pecado, descansar en el poder purificador y perdonador de Cristo, y luego hacer todo lo que pueden para ir y no pecar más.
Una de las primeras cosas por aprender sobre esta guerra es que nadie debería de pelear solo. A medida que asumimos el pecado obstinado y peligroso que aún está en nuestro corazón, necesitamos que otros luchen con y por nosotros. Hebreos 3:12-13 dice, “ Tened cuidado, hermanos, no sea que en alguno de vosotros haya un corazón malo de incredulidad, para apartarse del Dios vivo. Antes exhortaos los unos a los otros cada día, mientras todavía se dice: Hoy; no sea que alguno de vosotros sea endurecido por el engaño del pecado”. El pecado apunta a nuestra debilidades con las mentiras que somos más susceptibles de creer, por lo tanto necesitamos a alguien sin nuestras mismas debilidades y batallas para que nos recuerde constantemente lo que es verdad.
5. Compromete tu vida con la iglesia local
Si me viera obligado a elegir solo una lección de esta lista, podría ser sorprendente: únete a una iglesia local saludable y construye tu vida en y alrededor de ese cuerpo. Encuentra una iglesia que exalte a Cristo, que crea en la Biblia, que predique el Evangelio, que desprecie el pecado, que practique la disciplina y discipulado de la iglesia, y tratala como tu familia. (Mateo 12:50). La iglesia es una ocurrencia tardía para muchos cristianos, tal vez incluso más los que están en los veinte, cuando a menudo estamos menos asentados y comprometidos. No esperes a comprometerte a la iglesia hasta que estés más establecido. En lugar de eso, establécete en el contexto de las personas que aman a Jesús y te inspiran a amarlo, obedecerlo y disfrutarlo.
El Señor de los cielos y la tierra ama lo suficiente a la iglesia para escogerla antes de la fundación del mundo, sufrir tortura y muerte por ella, edificarla y liderarla por su propio Espíritu y luego pasar la eternidad con ella. Sin embargo, con qué facilidad los necios e inmaduros entre nosotros desprecian, menosprecian y descuidan a la iglesia. Algunos están molestos o incómodos por su necesidad y cansados de su debilidad. Se ofenden fácilmente por sus errores e imperfecciones y guardan rencor. Esperan que los emocione, los satisfaga y los consuele, sin embargo se resisten a sacrificar mucho para servirla. Nuestros veinte son una oportunidad para aprender a amar a la iglesia como Cristo lo hace - atesorar a la novia por la que murió.
No dejes que tu iglesia se siente en el rincón del domingo por la mañana, sumérgete en sus historias, sus dones, necesidades y vidas. No pretendas sobrevivir sin la iglesia (1 Corintios 12:21), y no asumas que la gente de la iglesia no te necesita. Compromete tu vida, ahora y por el resto de tu vida a la iglesia local.
6. Prepárate para sufrir bien
¿Por que tantos cristianos profesantes se alejan de la fe en sus años veinte y treinta? Tal vez nunca entendieron el verdadero evangelio, tal vez las preocupaciones del mundo y los placeres del pecado capturaron sus corazones. Muchos, sin embargo, a pesar de todo lo que Jesús ha dicho, simplemente no estaban preparados para sufrir. Esperaban que el cristianismo hiciera sus vidas más fáciles, más cómodas, menos dolorosas. Y luego vino su sufrimiento.
Jesús nos advierte sobre no estar preparados: “Y aquellos sobre la roca son los que, cuando oyen, reciben la palabra con gozo; pero éstos no tienen raíz profunda; creen por algún tiempo, y en el momento de la tentación sucumben” (Lucas 8:13). Sucumben porque sus raíces eran superficiales y su “fe” frágil. Ellos no escucharon, “Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús, serán perseguidos” (2 Timoteo 3:12). No aprendieron a regocijarse en las pruebas, sabiendo que “la prueba de vuestra fe produce paciencia” (Santiago 1:3-4). En cambio, el sufrimiento les hizo cuestionar a Dios, resentirse con Dios y luego dudar de su existencia.
Si queremos sufrir bien, necesitamos raíces más profundas de fe y perspectiva. Necesitamos aprender sobre las cosas buenas que hace Dios en el sufrimiento - quitar nuestra autosuficiencia, purificar nuestro orgullo, fortalecer nuestra resistencia, mostrar nuestra esperanza y gozo, entrenarnos para cuidar de otros, prepararnos para “un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación” (2 Corintios 4:17). En Cristo no solo esperamos sufrimiento, sabemos que el sufrimiento nos servirá, fortalecerá y hará que maduremos. A muchos de nosotros, nuestros veinte nos dan las primeras pruebas de sufrimiento, nuestras primeras oportunidades de acercarnos a Dios en el fuego o de alejarnos lentamente.
Haz de la fidelidad tu fundamento
Un hilo de estas lecciones puede ser simplemente este: aprende la fidelidad a los veinte años - fidelidad a Cristo, fidelidad a su palabra, fidelidad en donde sea que te coloque. Jesús le dijo a sus discípulos, “El que es fiel en lo muy poco, es fiel también en lo mucho” (Lucas 16:10). El secreto de la fidelidad y fecundidad futuras en gran parte es la fidelidad pequeña, a menudo olvidada, en lo que somos llamados hoy. La manera comprobada de arruinar la fidelidad y fecundidad de mañana es el descuido y la complacencia de hoy.
Busca a Dios por lo que Él te ha llamado a hacer con tu vida, y como esos llamados promoverán lo que Él está haciendo en el mundo, luego pídele que te haga fiel. Vive estos años y las décadas venideras, para escucharlo decir, “Bien, siervo bueno y fiel; en lo poco fuiste fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor” (Mateo 25:21).
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