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Por Gary Millar sobre Oración

Traducción por Adriana Blasi


Contenido

Las cuatro razones por las que oramos menos

Orar siempre ha sido difícil para los cristianos. Alguna vez escuché a John Stott decir que la oración era su mayor lucha en la vida cristiana, y en esto sospecho que no estaba solo. También estoy convencido que ahora mismo en el mundo evangélico oramos menos de lo que solíamos hacer. ¿Cuál es la razón?

A lo largo de mi vida (tengo 52 años) se ha producido un cambio en la manera en que los evangélicos oran. Cuando era estudiante, tanto en Irlanda como en el Reino Unido, una de las características claves de University Christian Unions eran las reuniones de oración. Los estudiantes evangélicos tenían dos reuniones semanales —una enfocada en las enseñanzas de la Biblia y la otra dedicada enteramente a la oración. Reunirse a orar juntos era una muestra de la madurez espiritual y del compromiso del grupo en prácticamente en todo.

Este esquema se replicaba, para la mayoría de los estudiantes, en todas sus iglesias locales, donde las enseñanzas del domingo eran acompañadas por algún encuentro de oración durante la semana. La efervecencia puede haber variado, pero el compromiso con la oración estaba en el centro de la vida de la iglesia. Ya no es más así. Pocas iglesias que conozco tienen una reunión dedicada a la oración.

La oración llevada a la periferia

Richard Lovelace, en su libro Dinámica para una vida espiritual, escribe los siguiente:

Pregúntale a un evangelista cuál es la condición fundamental para un avivamiento, y con seguridad, dirá que es la oración. No obstante, en gran parte de la vida de la iglesia del siglo XX, tanto los círculos evangélicos como no evangélicos, el lugar de la oración se ha vuelto limitado y prácticamente vestigial. Proporcionalmente, la parte de la comunicación horizontal que se lleva a cabo en una iglesia (en la planificación, la discusión y la exposición) es abrumadoramente mayor que la que es vertical (en la adoración, la acción de gracias, la confesión y la intercesión). Las reuniones de comité de importancia crítica se inician y terminan con oraciones preestablecidas, que son obligaciones rituales y no una expresión genuina de dependencia; cuando surgen problemas y discusiones, pocas veces se resuelven con más oraciones, sino que se disputan en el campo de batalla del debate humano. (153)

Esto lo escribió Lovelace en 1979. Si nuestros hábitos de oració han cambiado en los últimos cuarenta años, ha sido para peor y no para mejor. Colectivamente, la oración ha descendido aún más en la agenda. De manera individual, sospecho que la oración es el gran secreto de culpabilidad de la iglesia evangélica. La pregunta importante es, ¿por qué?

¿Estamos orando menos?

No creo que haya una sola razón por la cual la oración se haya deslizado de nuestras agendas, pero si hay algunos factores significativos que hace que sea más difícil orar hoy que en épocas pasadas.

1. El auge de los grupos de estudio bíblico

En prácticamente todas las iglesias que conozco, la reunión central entre semana que involucraba al menos cierto tiempo dedicado a la oración ha sido reemplazada por una serie de grupos caseros de estudio bíblico. Por favor no me mal interpretes, creo que este cambio ha sido positivo de muchas maneras. Pero a pesar de las intenciones, esta movida no ha llevado a más oración. El patrón típico es que el estudio supera lo previsto y la oración queda desplaza. ¿Y los pedidos de oración? Con demasiada frecuencia, solo llegamos a orar por los enfermos o por algún pedido aleatorio que ha sido solicitado a los miembros de los grupos para otras personas.

2. La creciente comodidad de la vida

Para muchas personas en los países de habla inglesa la vida es mejor de lo que solía ser. Estamos más prósperos y más seguros que antes. El terrorismo global es aterrador, pero comparado con el temor de la Guerra Fría, por ejemplo, no tiene el mismo efecto de impulsar a las personas a orar.

3. El dominio del pragmatismo

En los últimos treinta años hemos logrado una impresionante variedad de avances tecnológicos. Yo ahora llevo cientos de veces más potencia informática en mi bolsillo del que había en mi escritorio cuando estaba haciendo mi doctorado. Tenemos acceso instantáneo a todo el archivo del conocimiento humano. Podemos hacer cosas. Sumado a los cambios en la vida de la iglesia, en muchas iglesias evangélicas, la prédica es mejor, la música es mejor, los asientos son más cómodos y la estrategia es más sólida. Entonces, ¿por qué habríamos de orar?

4. La accesibilidad a una buena enseñanza

Un efecto secundario extraño de la asombrosa variedad de excelente material educativo en línea ha sido disminuir nuestra percepción de que necesitamos orar por nuestro predicador. En los viejos tiempo, los cristianos dependían básicamente de su pastor para la enseñanza. (Suena extraño, lo sé, pero era así). Eso motivó a la gente a orar, en muchos casos, a orar fervientemente. Conocíamos las debilidades de nuestro pastor, su agotamiento, los tres funerales que había realizado recientemente, sus hijos enfermos —así que orábamos.

Pero ahora, si estamos frente a una pantalla mirando o escuchando la prédica de un tipo que no conocemos, en un lugar que nunca hemos ido, con personas que nunca hemos conocido, ya no es lo mismo. En pocas palabras, no nos importa si Dios se presentó y dirigidó a su gente a través de su palabra ese día. No importa realmente lo que estaba pasando en esa iglesia o en la vida del predicador. Lo único que importa es que él ofrece un resultado. Y eso es lo que esperamos que haga. Entonces, no necesitamos orar, solo tenemos que hacer clic en el botón de reproducción. La conexión entre nuestras oraciones y la prédica está rota, y cuando esto sucede, no se soluciona fácilmente.

No podemos argumentar en contra de la afirmación de que estamos orando menos. Entonces, ¿qué hacemos? Estoy convencido que una vez que, comprendemos que la Biblia realmente nos enseña a orar, esto produce una diferencia enorme en la manera en que pensamos al respecto —y comenzamos a hacerlo.

Aprendiendo nuevamente a orar

Cuando damos un paso al costado de los factores culturales que han hecho que la oración sea más difícil, y regresar a lo que la Biblia indica con respecto a la oración, cambiaremos tanto la manera en que oramos como lo que oramos. Primero tomemos en cuenta cómo la Escritura moldea cómo nos acercamos a Dios en oración.

Reconoce tus mayores necesidades

Cuando nos damos cuenta de que la agenda de Dios para nosotros no es otra que la transformación a la imagen de Jesús (Romanos 8:29) —una vez que nos damos cuenta del hecho de que Dios está apasionadamente interesado en capacitarnos para vivir de todo corazón para él todo el día, todos los días, para el resto de nuestras vidas (Mateo 22:37), entonces nuestra necesidad de orar se vuelve bastante obvia.

Si nos invitan a dar una charla, enseñar en la escuela dominical, liderar un grupo, reunirnos para orar con otro, o visitar a alguien que está enfermo, ¿podemos hace estas cosas? Si, podemos. Podemos diseñar el trabajo, preparar la lección, leer el pasaje, preparar café y subir al automóvil para ir al hospital. Todas estas cosas las hacemos de manera competente sin entrar en pánico. Pero ¿podemos hacer la labor de Dios en nuestras vidas o en la vida de otra persona? ¡Debes estar bromeando! Podemos atravesar todas las formas externas de estas actividades, pero aparte de Jesús nada podemos hacer que tenga valor espiritual duradero (Juan 15:5).

Paul Miller dice a manera de ayuda que “la desesperación aprendida está en el corazón de una vida de oración” —A Praying Life, 98 (Una vida de oración). Y esa desesperación surge cuando vemos el alcance masivo de los planes de Dios para nosotros y nuestro mundo. Cuando vemos nuestra incapacidad de hacer algo que marque una diferencia para nosotros y para nuestro mundo. Cuando vemos más allá de lo que pasa ahora, hoy, mañana, con respecto a lo que Dios ha estado haciendo en nosotros y nuestro mundo, y lo que Dios hará en nosotros y en nuestro mundo. Cuando vemos cuánto necesitamos que Dios nos cambie a través de su Espíritu, y cambiar a otros por su Espíritu. Cuando vemos estas cosas, entonces comenzaremos a orar —y seguiremos orando.

Sé consciente que la oración siempre será un trabajo duro

Hay un mito comúnmente aceptado que si oramos correctamente (si estamos entre los que son realmente espirituales), entonces la oración será una verdadera brisa fresca. Esta no es una idea nueva, ha exisistido siempre. ¡El problema es que está mal! Pablo le dice a los Colosenses que Epafras, quien se lo considera una modelo de lo que significa seguir a Jesús, está “siempre rogando encarecidamente por ustedes en sus oraciones” (Colosenses 4:12). ¡La oración es un trabajo duro! Un simple vistazo a la oración de Jesús en el jardín de Getsemaní muestra sin dudas que la oración no es siempre un paseo por el parque (Mateo 26:36).

Asegurémonos de no pensar que, si la oración es difícil, eso es un problema, se supone que debe ser así. La oración es difícil porque vivimos en un mundo caído. También es difícil porque está instrínsecamente ligado al trabajo de toda la vida de Dios de transformar nuestras vidas. ¿Te resulta difícil orar? Bien, estás en el buen camino. La oración está diseñada para ser el factor clave en el trabajo de toda la vida de Dios de transformarnos en el medio de un mundo caído.

Orar con paciencia y buscar respuestas pequeñas

Es posible que no veamos las respuestas a todas nuestras oraciones como respuesta del trabajo de Dios en nuestras vidas. No nos vamos a despertar una mañana para descubrir, para nuestro asombro, que ahora somos realmente como el Señor Jesús. No nos daremos cuenta, una noche al rescostarnos, que ahora sabemos todo lo que hay que saber sobre Dios. No veremos todas las repuestas a muchas de nuestras oraciones. En diferentes momentos, Dios en su amabilidad nos da una mirada llena de gracias de lo que ha hecho en nosotros. No obstante, más de una vez tendremos que aguardar. Entonces, ¿cómo podemos permanecer pacientes y perseverantes orando por las mismas cosas?

¿Sabes cómo cuando cambias tu automóvil, de repente te das cuenta de que, en realidad, hay muchos más Toyotas rojos en la carretera de los que te imaginaste? Tenemos que pasar por la misma clase de experiencia cuando se trata de la oración. Necesitamos aprender a ver lo que en realidad ya existe.

Oro regularmente por mis hijas para que crezcan en su amor a Jesús, pero a veces no veo qué va a pasar a continuación como respuesta a la oración. La pregunta que surge, al observar a una de ellas leyendo la Biblia en su habitación, la acción desinteresada que solo puede ser producto de la amabilidad en el trabajo, el compromiso inquebrantable de ir a la iglesia esta semana, la cantidad de horas que pasan hablando entre sí en su habitación, la oportunidad de compartir el evangelio a sus amigos son las repuestas a las oraciones que muchas veces paso por alto. Reconocer estas “pequeñas” cosas nos permite seguir adelante, orando con paciencia, persistencia y a través de oraciones que se apoyan en evangelio.

Reaprendiendo cómo orar

Cómo debemos orar está determinado por el evangelio. Una y otra vez en la Biblia Dios nos dice que le pidamos cosas porque le encanta dar. No es casualidad que todas las palabras en la Biblia relacionadas con la oración significan básicamente lo mismo. No significan que se “medite con una mirada piadosa en nuestro rostro” o “comulgar” o cualquiera otra cosa que no sea simplemente pedir.

Eso concuerda perfectamente con el evangelio, ¿no es así? El corazón del evangelio es que no tenemos nada, no contribuimos con nada, no aportamos nada a Dios; somo rescatados solo por la gracia a través de la fe (¡pidiendo!). No debería sorprendernos que la oración, que solo es posible por el evangelio y formada por el mismo, funcione exactamente de la misma manera. El evangelio nos dice que es Dios que da, no que nosotros le damos a Dios. Así que debemos preguntar. Dios nos ha hablado, nosotros le hablamos a él, y, básicamente, ¡eso significa preguntar! Pedimos ayuda para entender lo que Dios ha hecho por nosotros, para vivir en la luz de lo que ha hecho por nosotros, para aferrarnos a lo que ha hecho por nosotros y para mostrar a otras personas lo que ha hecho por nosotros.

Continúa preguntando

Ahora bien, en cierto sentido, no hay que preocuparse demasiado por esto. En un pasaje maravilloso en Lucas 11:19-13, Jesús aclara que somos libes de pedir cosas a nuestro Padre, sabiendo que no nos lo dará si es malo para nosotros o malo para su reino (¡o que es simplemente algo estúpido!). Entonces, ¿qué hacemos? Continúa preguntando

El enfoque de nuestras oraciones

Pero “preguntar cualquier cosa” no es el mensaje de la Biblia cuando se trata de la oración. La Biblia es en realidad muy clara al decirnos por qué cosas debemos orara, o al menos, cuál debería ser el enfoque de nuestras oraciones. Eso es porque hay muchas oraciones que Dios ha dicho que él siempre responderá. Y diría que las oraciones que Dios ha dicho que siempre responderá positivamente son las oraciones que explícitamente le piden que cumpla con las promesas de su nuevo pacto.

Para decirlo de forma más amplia, Dios siempre responderá cuando le pidamos que haga su trabajo a través de su palabra. De manera que debemos orar para que Dios cumpla su pacto a través del evangelio.

Convertirse en un preguntador experto

Así que, ¿quieres convertirte en un orador avanzado? Entonces no necesitas un cronómetro. No necesitas aprender nuevos métodos de meditación. No es necesario que realices ejercicios para la rodilla. Pero sí necesitas convertirte en un experto en preguntar. Esta es la oración guiada por el evangelio. Tienes que darte cuenta de que, sin que Dios te ayude en cada paso del día, convertirías tu vida y la de los demás en un naufragio. Debes darte cuenta de que el evangelio nos predica. “Eres débil, pecador y defectuoso, pero él es fuerte, misericordioso y bueno”.

Y tienes que pedirle que haga lo que siempre ha prometido hacer, especialmente para la propagación del evangelio. Dios va a responder porque así es como muestra su bondad y gloria en nuestro mundo quebrado. Continúa de esta manera hasta el día en el que no tendremos que orar, porque veremos a nuestro Dios y Rey cara a cara.


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