Las Tradiciones de Hombres
De Libros y Sermones BÃblicos
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- | En toda sociedad existen reglas que definen cuáles son las conductas aceptables | + | En toda sociedad existen reglas que definen cuáles son las conductas aceptables e inaceptables de sus miembros. Es posible que una empresa o un colegio tengan un código de vestimenta. Las competencias de atletismo están gobernadas por reglas. Todas las instituciones del Estado poseen regulaciones. Las familias bien organizadas tienen reglas propias de la casa que son transmitidas verbalmente de padres a hijos. Incluso Dios tiene reglas para su pueblo, que nos son dadas a través de la Biblia. En el salmo 119, estas reglas son nombradas de distintas maneras, por ejemplo, como “leyes”, “estatutos”, “preceptos” y “mandamientos”.<br><br>Si las reglas son tan comunes y abarcan todas las estructuras de la sociedad, ¿por qué es, el tema de las leyes, abordado con tanta emotividad y causante de tantas divisiones entre los cristianos? ¿Por qué nos ponemos tan nerviosos acerca de las reglas de la casa cuando se trata de la familia de Dios? Una de las razones es que agregamos nuestras reglas, a las de Dios. Como los fariseos en el tiempo de Jesús, tratamos de ayudar a Dios añadiendo normas establecidas por los hombres, a sus mandamientos.<br><br>No obstante, Jesús reprendió severamente a los fariseos porque enseñaban preceptos de hombres como doctrinas, es decir, como parte de la ley autoritativa de Dios (Marcos 7:5-8). Su reprobación también es válida para nosotros, ya que muchas veces nos vemos tentados a elevar nuestros preceptos al nivel de las Escrituras. Cuando lo hacemos, somos culpables de atar conciencias en asuntos sobre los cuales Dios no habló. Podemos referirnos a esta situación con el nombre de legalismo práctico.<br><br>¿De dónde provienen estas reglas hechas por hombres? Muchas de ellas surgieron de lo que alguien llamó “cercos”. Un cerco es una restricción bienintencionada que tiene por objetivo ayudarnos a evitar los verdaderos pecados. Una noche, cuando estaba solo en una habitación de hotel, recorrí todos los canales de la televisión buscando algún entretenimiento inocente. Obviamente, esto no era un pecado. Sin embargo, me detuve en una película que resultó ser sexualmente estimuladora. Ese programa estimuló mi naturaleza pecaminosa. Como resultado de ese incidente, construí un “cerco” personal. Hice un compromiso conmigo mismo de no encender la televisión cuando estoy solo, a menos que tenga un programa específico para ver.<br><br>Sospecho que la mayoría de los cristianos han establecido sus propios cercos en distintas áreas de la vida. Los cercos personales no son malos en sí mismos. Pueden ayudarnos a evitar auténticos pecados. Sin embargo, nos pueden conducir hacia legalismos, cuando los elevamos al nivel de las leyes de Dios; es decir, cuando intentamos que nuestras restricciones personales sean aplicadas por todas las demás personas.<br><br>Por ejemplo, con respecto a las bebidas alcohólicas, creo que la Biblia nos enseña sobre la moderación más que sobre la abstinencia. No obstante, debido al extendido abuso del alcohol en nuestra sociedad, muchos de nosotros hemos decido practicar la abstinencia. Ese es un cerco que hemos definido, y es totalmente legítimo siempre y cuando, sólo lo apliquemos a nosotros mismos. Pero cuando juzgamos a otros cristianos que eligen la moderación en lugar de la abstinencia, hemos elevado nuestras convicciones personales al nivel de las leyes de Dios. Estamos ejerciendo el legalismo.<br>En sus días, el apóstol Pablo se enfrentó con otra cuestión de legalismo práctico, a lo que él se refirió como "problemas de conciencia" (Rom. 14:1, LBLA). Aparentemente, había dos asuntos: el comer carne y la práctica de ciertos días especiales (Rom. 14:2-5). La respuesta de Pablo tenía dos partes. Primero, debemos darnos cuenta de que Dios nos dio libertad para tener diferentes opiniones sobre temas no tratados en las Escrituras. Segundo, nosotros no debemos juzgar o menospreciar a aquellos cuyas opiniones difieren de las nuestras.<br><br>Abstenerse de juzgar a quienes mantienen prácticas diferentes a las nuestras, es una de las cosas más difíciles que tenemos que hacer. Nos cuesta creer que una práctica que consideramos como un pecado para nosotros mismos, no lo es para otros. Pablo escribió, “Cada cual esté plenamente convencido según su propio sentir” (Rom. 14:5).<br><br>Actualmente es común que la gente use prendas de vestir informales para ir a la iglesia. Pero yo crecí en una época en que la gente usaba su mejor "vestido de domingo" para adorar. Como resultado, por un largo tiempo, mantuve una actitud de crítica hacia aquellos que venían a la iglesia con ropa casual. Lo consideraba como una falta de reverencia hacia Dios. Sin embargo, finalmente llegué a la conclusión de que ese es un asunto no abordado en las Escrituras y por lo tanto, debo permitirles a otros la libertad que Dios les permite a ellos. De lo contrario, caería en legalismo.<br><br>Algunas diferencias de opinión, como por ejemplo aquellas sobre la vestimenta, suelen ser generacionales. Otras son geográficas. En la iglesia donde me crié, a los adolescentes, hombres y mujeres, no se les permitía nadar juntos. Por otro lado, era perfectamente aceptado que las mujeres usaran cosméticos. Luego, como joven adulto, asistí a una iglesia en la costa oeste, que era tan conservadora como la iglesia donde había crecido. Ahí, la gente joven, iba regularmente a la playa, mujeres y hombres todos juntos, lo que formaba parte de sus actividades juveniles. Pero las mujeres que usaban cosméticos eran consideradas "mundanas". Estoy seguro de que cuando los líderes de ambas iglesias impusieron estas restricciones, creían que tenían buenas razones para hacerlo. Pero, en realidad, habían igualado sus reglas a los preceptos de Dios.<br><br>Supongo que los líderes de esas iglesias, que decidieron que era un pecado que los adolescentes de distinto sexo nadaran juntos, estaban preocupados por el peligro de las miradas lujuriosas. De hecho, este es un pecado sobre el que Jesús nos advirtió específicamente en Mateo 5:27-28. Sin embargo, la regla sobre los adolescentes nadando juntos no tenía aplicación sobre la práctica mucho más peligrosa de los adolescentes que se sientan solos en un auto estacionado, besándose y acariciándose.<br><br>Esto nos señala otro problema de las reglas hechas por los hombres. Además de atar nuestras conciencias en áreas sobre las que Dios no hizo referencia, a menudo no abordan el asunto real. Las reglas simplemente no pueden cubrir cada situación. Los hombres jóvenes pueden encontrar una docena de lugares distintos a la piscina de natación donde consentir sus miradas lujuriosas, sin mencionar el problema del auto estacionado. Entonces, en lugar de establecer una norma sobre nadar con una persona del sexo opuesto, debemos ayudar a la gente joven a desarrollar las convicciones de la Biblia sobre la pureza sexual. Podemos indicarles pasajes de las Escrituras como, por ejemplo, 2 Timoteo 2:22 (“Huye, pues, de las pasiones juveniles”) y ayudarlos a identificar las situaciones de las cuales deben huir. Cuando hacemos esto, los estamos ayudando a identificar y distanciarse de cualquier situación en que su deseo sexual pueda ser estimulado.<br><br>La solución para todo el legalismo práctico de las reglas hechas por los hombres, es desarrollar y enseñar convicciones en base a la Biblia. Si la Biblia no prohíbe una actividad, entonces tampoco deberíamos hacerlo nosotros. Al mismo tiempo, deberíamos concentrarnos en lo que la Biblia sí enseña. Por ejemplo, la Biblia enfatiza la importancia del auto-control. Nos enseña que cualquier cosa que comamos o bebamos, lo hagamos para la gloria de Dios (1 Cor. 10:31). La persona que bebe una copa de vino debería hacerlo para la gloria de Dios, y el hombre que come carne, debería hacerlo para la gloria de Dios.<br><br>Entonces, ya sea que estemos viendo un programa en la televisión, nadando con personas del sexo opuesto, o usando cosméticos, siempre podemos aplicar esta regla bíblica: ¿puedo hacer esto para la gloria de Dios? Luego tenemos que aceptar el hecho de que, según Pablo en Romanos 14, la respuesta a esa pregunta puede ser diferente para distintas personas. Esta es la manera como podemos evitar el legalismo práctico de las reglas hechas por los hombres.<br> |
Revisión de 15:56 21 oct 2009
Por Jerry Bridges
sobre Santificación y Crecimiento
Una parte de la serie Tabletalk
Traducción por Adriana Troche
En toda sociedad existen reglas que definen cuáles son las conductas aceptables e inaceptables de sus miembros. Es posible que una empresa o un colegio tengan un código de vestimenta. Las competencias de atletismo están gobernadas por reglas. Todas las instituciones del Estado poseen regulaciones. Las familias bien organizadas tienen reglas propias de la casa que son transmitidas verbalmente de padres a hijos. Incluso Dios tiene reglas para su pueblo, que nos son dadas a través de la Biblia. En el salmo 119, estas reglas son nombradas de distintas maneras, por ejemplo, como “leyes”, “estatutos”, “preceptos” y “mandamientos”.
Si las reglas son tan comunes y abarcan todas las estructuras de la sociedad, ¿por qué es, el tema de las leyes, abordado con tanta emotividad y causante de tantas divisiones entre los cristianos? ¿Por qué nos ponemos tan nerviosos acerca de las reglas de la casa cuando se trata de la familia de Dios? Una de las razones es que agregamos nuestras reglas, a las de Dios. Como los fariseos en el tiempo de Jesús, tratamos de ayudar a Dios añadiendo normas establecidas por los hombres, a sus mandamientos.
No obstante, Jesús reprendió severamente a los fariseos porque enseñaban preceptos de hombres como doctrinas, es decir, como parte de la ley autoritativa de Dios (Marcos 7:5-8). Su reprobación también es válida para nosotros, ya que muchas veces nos vemos tentados a elevar nuestros preceptos al nivel de las Escrituras. Cuando lo hacemos, somos culpables de atar conciencias en asuntos sobre los cuales Dios no habló. Podemos referirnos a esta situación con el nombre de legalismo práctico.
¿De dónde provienen estas reglas hechas por hombres? Muchas de ellas surgieron de lo que alguien llamó “cercos”. Un cerco es una restricción bienintencionada que tiene por objetivo ayudarnos a evitar los verdaderos pecados. Una noche, cuando estaba solo en una habitación de hotel, recorrí todos los canales de la televisión buscando algún entretenimiento inocente. Obviamente, esto no era un pecado. Sin embargo, me detuve en una película que resultó ser sexualmente estimuladora. Ese programa estimuló mi naturaleza pecaminosa. Como resultado de ese incidente, construí un “cerco” personal. Hice un compromiso conmigo mismo de no encender la televisión cuando estoy solo, a menos que tenga un programa específico para ver.
Sospecho que la mayoría de los cristianos han establecido sus propios cercos en distintas áreas de la vida. Los cercos personales no son malos en sí mismos. Pueden ayudarnos a evitar auténticos pecados. Sin embargo, nos pueden conducir hacia legalismos, cuando los elevamos al nivel de las leyes de Dios; es decir, cuando intentamos que nuestras restricciones personales sean aplicadas por todas las demás personas.
Por ejemplo, con respecto a las bebidas alcohólicas, creo que la Biblia nos enseña sobre la moderación más que sobre la abstinencia. No obstante, debido al extendido abuso del alcohol en nuestra sociedad, muchos de nosotros hemos decido practicar la abstinencia. Ese es un cerco que hemos definido, y es totalmente legítimo siempre y cuando, sólo lo apliquemos a nosotros mismos. Pero cuando juzgamos a otros cristianos que eligen la moderación en lugar de la abstinencia, hemos elevado nuestras convicciones personales al nivel de las leyes de Dios. Estamos ejerciendo el legalismo.
En sus días, el apóstol Pablo se enfrentó con otra cuestión de legalismo práctico, a lo que él se refirió como "problemas de conciencia" (Rom. 14:1, LBLA). Aparentemente, había dos asuntos: el comer carne y la práctica de ciertos días especiales (Rom. 14:2-5). La respuesta de Pablo tenía dos partes. Primero, debemos darnos cuenta de que Dios nos dio libertad para tener diferentes opiniones sobre temas no tratados en las Escrituras. Segundo, nosotros no debemos juzgar o menospreciar a aquellos cuyas opiniones difieren de las nuestras.
Abstenerse de juzgar a quienes mantienen prácticas diferentes a las nuestras, es una de las cosas más difíciles que tenemos que hacer. Nos cuesta creer que una práctica que consideramos como un pecado para nosotros mismos, no lo es para otros. Pablo escribió, “Cada cual esté plenamente convencido según su propio sentir” (Rom. 14:5).
Actualmente es común que la gente use prendas de vestir informales para ir a la iglesia. Pero yo crecí en una época en que la gente usaba su mejor "vestido de domingo" para adorar. Como resultado, por un largo tiempo, mantuve una actitud de crítica hacia aquellos que venían a la iglesia con ropa casual. Lo consideraba como una falta de reverencia hacia Dios. Sin embargo, finalmente llegué a la conclusión de que ese es un asunto no abordado en las Escrituras y por lo tanto, debo permitirles a otros la libertad que Dios les permite a ellos. De lo contrario, caería en legalismo.
Algunas diferencias de opinión, como por ejemplo aquellas sobre la vestimenta, suelen ser generacionales. Otras son geográficas. En la iglesia donde me crié, a los adolescentes, hombres y mujeres, no se les permitía nadar juntos. Por otro lado, era perfectamente aceptado que las mujeres usaran cosméticos. Luego, como joven adulto, asistí a una iglesia en la costa oeste, que era tan conservadora como la iglesia donde había crecido. Ahí, la gente joven, iba regularmente a la playa, mujeres y hombres todos juntos, lo que formaba parte de sus actividades juveniles. Pero las mujeres que usaban cosméticos eran consideradas "mundanas". Estoy seguro de que cuando los líderes de ambas iglesias impusieron estas restricciones, creían que tenían buenas razones para hacerlo. Pero, en realidad, habían igualado sus reglas a los preceptos de Dios.
Supongo que los líderes de esas iglesias, que decidieron que era un pecado que los adolescentes de distinto sexo nadaran juntos, estaban preocupados por el peligro de las miradas lujuriosas. De hecho, este es un pecado sobre el que Jesús nos advirtió específicamente en Mateo 5:27-28. Sin embargo, la regla sobre los adolescentes nadando juntos no tenía aplicación sobre la práctica mucho más peligrosa de los adolescentes que se sientan solos en un auto estacionado, besándose y acariciándose.
Esto nos señala otro problema de las reglas hechas por los hombres. Además de atar nuestras conciencias en áreas sobre las que Dios no hizo referencia, a menudo no abordan el asunto real. Las reglas simplemente no pueden cubrir cada situación. Los hombres jóvenes pueden encontrar una docena de lugares distintos a la piscina de natación donde consentir sus miradas lujuriosas, sin mencionar el problema del auto estacionado. Entonces, en lugar de establecer una norma sobre nadar con una persona del sexo opuesto, debemos ayudar a la gente joven a desarrollar las convicciones de la Biblia sobre la pureza sexual. Podemos indicarles pasajes de las Escrituras como, por ejemplo, 2 Timoteo 2:22 (“Huye, pues, de las pasiones juveniles”) y ayudarlos a identificar las situaciones de las cuales deben huir. Cuando hacemos esto, los estamos ayudando a identificar y distanciarse de cualquier situación en que su deseo sexual pueda ser estimulado.
La solución para todo el legalismo práctico de las reglas hechas por los hombres, es desarrollar y enseñar convicciones en base a la Biblia. Si la Biblia no prohíbe una actividad, entonces tampoco deberíamos hacerlo nosotros. Al mismo tiempo, deberíamos concentrarnos en lo que la Biblia sí enseña. Por ejemplo, la Biblia enfatiza la importancia del auto-control. Nos enseña que cualquier cosa que comamos o bebamos, lo hagamos para la gloria de Dios (1 Cor. 10:31). La persona que bebe una copa de vino debería hacerlo para la gloria de Dios, y el hombre que come carne, debería hacerlo para la gloria de Dios.
Entonces, ya sea que estemos viendo un programa en la televisión, nadando con personas del sexo opuesto, o usando cosméticos, siempre podemos aplicar esta regla bíblica: ¿puedo hacer esto para la gloria de Dios? Luego tenemos que aceptar el hecho de que, según Pablo en Romanos 14, la respuesta a esa pregunta puede ser diferente para distintas personas. Esta es la manera como podemos evitar el legalismo práctico de las reglas hechas por los hombres.
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