Dios obra en aquellos que esperan
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Última versión de 14:43 6 oct 2016
Por David Mathis sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Carlos Diaz
Vivimos en la era de la impaciencia. Ya sea que estemos esperando en línea, esperando en medio del tráfico, esperando por un servicio de comida, o esperando el matrimonio, dedicar a algo nuestro tiempo es más contracultural que nunca. Estamos condicionados a hacerlo todo a nuestra manera y cuanto antes. Primero fue con la comida rápida y el café instantáneo, luego también con todo lo demás.
En una época como la nuestra, tenemos más razones para maravillarnos en la paciencia perfecta de Jesús. No sólo vemos el ejemplo de los salmistas del Antiguo Testamento —quienes esperaron pacientemente en el Señor (Salmos 40:1) y motivaron a sus lectores a hacer lo mismo (Salmos 37:7)—; también encontramos a Abraham (quien “habiendo esperado con paciencia, obtuvo la promesa”, tal como dice Hebreos 6:15) entre todos aquellos “que mediante la fe y la paciencia heredan las promesas” (Hebreos 6:12). Además, tenemos algo mucho más importante: al mismo Dios-hombre como ejemplo de la “paciencia perfecta” (1 Timoteo 1:16).
Cuando Jesús muestra su paciencia, no sólo nos muestra la mismísima paciencia de su Padre, sino que lo hace siendo completamente humano. Él nos muestra la clase de vida divina que puede expresarse en nuestra propia carne humana. Por lo tanto, la Biblia está llena de llamados a tener la paciencia de Cristo. El Nuevo Testamento nos brinda al menos cinco situaciones específicas en las cuales Dios nos da poder para esperar con paciencia. Considérenlas indicadores que nos impulsan a orar y oportunidades específicas para buscar una paciencia mayor en la fortaleza que él nos da (1 Pedro 4:11).
1. Paciencia con las personas
Podemos ser propensos a pensar la paciencia primeramente en relación con las cosas, ya sea el servicio de comida o la velocidad de la conexión de internet. No obstante, detrás de las cosas hay personas. Vivimos en un universo personal, creado por un Dios personal, y nuestras circunstancias diarias, incluso cuando sentimos que están aisladas de todos los demás, inevitablemente están determinadas por otras personas. Si lo que queremos es ser personas cada vez más pacientes, nuestra vida tendrá que estar relacionada con personas reales.
Cuando el apóstol nos alienta a “caminar de una forma digna” de nuestro llamado en Cristo, él desarrola su argumento exclusivamente en términos de nuestra relación con los demás: “con toda humildad y mansedumbre, con paciencia, soportándonos unos a otros en amor, esforzándonos por preservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Efesios 4:1-3). La paciencia está orientada hacia las demás personas.
De forma similar, somos llamados a cultivar “tierna compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia, soportándonos unos a otros y perdonándonos unos a otros, si alguno tiene queja contra otro” (Colosenses 3:12-13). Paciencia es soportar a las demás personas cuando no comparten nuestro ritmo de vida, prácticas, prioridades y percepción del tiempo. “Les rogamos, hermanos, que les llamen la atención a los ociosos, que animen a los de poco ánimo, que apoyen a los débiles, y que sean pacientes con todos” (1 Tesalonicenses 5:14).
2. Paciencia para hacer el bien
Siendo aun más específicos, una manera en que la paciencia se orienta a los demás es al perseverar para hacerles bien. Las buenas obras de los cristianos son personales: son por el bien de los demás. Cuando Jesús cuenta la parábola del sembrador, él caracteriza el suelo fértil como aquellos “que han oído la palabra con corazón recto y bueno, y la retienen, y dan fruto con su perseverancia [o su paciencia]” (Lucas 8:15). La paciencia no sólo es un fruto que produce el mismo Espíritu Santo, sino que también nos ayuda a dar fruto por el bien de los demás.
No hay manera de dar fruto de forma significativa y a largo plazo en este mundo caído sin obstáculos ni resistencia. Servir a los demás de una forma significativa implica tener roces con ellos al poco tiempo. Por lo tanto, la paciencia es la virtud del alma que nos ayuda a perseverar en hacer el bien, y a no huir despavoridos de las causas valiosas cuando se presentan la oposición, el trabajo arduo y la fatiga.
3. Paciencia en el liderazgo
Una de las verdades más llamativas acerca de la paciencia en la Biblia es su emparejamiento con el liderazgo. Todos los cristianos pueden (y deberían) crecer en la paciencia, pero no es un requisito previo para ser cristiano. Sin embargo, la paciencia es necesaria para ocupar un cargo en la iglesia.
Pablo dice: “un siervo del Señor [...] debe ser bueno con todos. Debe ser apto para enseñar; debe tener paciencia y corregir con corazón humilde a los rebeldes” (2 Timoteo 2:24-25). Aquel que “predica la palabra” debe hacerlo “con mucha paciencia” (2 Timoteo 4:2). Observen qué lugar ocupa la paciencia en el elogio que Pablo hace de su discípulo Timoteo: “Tú has seguido mi enseñanza, conducta, propósito, fe, paciencia, amor, perseverancia” (2 Timoteo 3:10). La paciencia incluso juega un rol central en la defensa que Pablo hace de su apostolado (2 Corintios 6:4-6; 12:12).
En el núcleo del liderazgo formal de la iglesia cristiana, encontramos la necesidad de ser un modelo para el rebaño (1 Pedro 5:3). Jesús quería que su iglesia no sólo tuviera su ejemplo de “paciencia perfecta”, sino que también viera la paciencia en la forma de vida de la comunidad cristiana mediante los líderes reconocidos y debidamente designados, por muy imperfectos que fueran.
4. Paciencia en el sufrimiento
El aspecto de la paciencia que quizás sea más difícil de cultivar es la paciencia en el sufrimiento. Es mucho más fácil soportar a una persona molesta cuando tu propio cuerpo no siente dolor, pero ¿cómo aguantar en medio del dolor y el sufrimiento? ¿Tendremos los medios, en medio de las pruebas, para ser pacientes con Dios a medida que él despliega su cronometraje perfecto, que generalmente no se corresponde con nuestras preferencias? ¿Podremos mostrar “paciencia en el sufrimiento” (Romanos 12:12), acudiendo a los profetas como “ejemplo de sufrimiento y paciencia” (Santiago 5:10)?
Dios tiene un bálsamo especial para darle a sus hijos en medio del sufrimiento. Como dijo Samuel Rutherford, él guarda su mejor vino en las bodegas de la aflicción. Además, él duplica nuestro gozo al permitirnos servir como instrumentos de su consuelo a otros que están sufriendo. Es así, pues, como nuestra paciencia en el sufrimiento ayuda a los demás a soportar con paciencia. “Si sufrimos, es para que ustedes tengan consuelo y salvación; y si somos consolados, es para que ustedes tengan el consuelo que los ayude a soportar con paciencia los mismos sufrimientos que nosotros padecemos” (2 Corintios 1:6).
Cinco veces en los primeros tres capítulos de Apocalipsis, el apóstol Juan menciona la perseverancia. Escribe como “hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la perseverancia en Jesús” (Apocalipsis 1:9), y luego demuestra que esta perseverancia emanada de Cristo se multiplica en la medida en que hace eco en la vida de los seguidores de Cristo (Apocalipsis 2:2-3, 19; 3:10).
5. Paciencia en la espera de la Segunda Venida
Por último, esperamos el regreso de Cristo. Como cristianos, nuestro mayor gozo aguarda por algo que aún no tenemos. Anhelamos ver a Jesús cara a cara. “Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos” (Romanos 8:25). Santiago deja esta relación incluso más clara:
- Por tanto hermanos, sed pacientes hasta la venida del Señor. Mirad cómo el labrador espera el fruto precioso de la tierra, siendo paciente en ello hasta que recibe la lluvia temprana y la tardía. Sed también vosotros pacientes; fortaleced vuestros corazones, porque la venida del Señor está cerca. (Santiago 5:7–8)
Esperar pacientemente la venida de Jesús es el punto culminante de la paciencia para el cristiano; y observen bien, no es una “paciencia” que equivale a ser apáticos respecto de su venida. La verdadera paciencia presupone un anhelo agudo y un dolor intenso. No podemos ser pacientes respecto de su segunda venida si primero no la añoramos. Mirar a nuestro alrededor, a nuestro mundo quebrado y enfermo por el pecado y decir “¿Hasta cuándo, Señor?” no es traicionar la paciencia, sino que es darle a la paciencia su máxima expresión.
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