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Por Michele Morin sobre Crianza de los Hijos

Traducción por María Veiga


Contenido

Cómo la crianza revela nuestra necesidad de fe

Ya sea preparando la comida, cambiando pañales o llevando a los niños a la práctica de béisbol, los padres somos personas activas. Siempre en modo protector, aplicamos protector solar y curitas según sea necesario, y cuando nos topamos con una necesidad que no podemos satisfacer nosotros mismos, consultamos con los expertos.

Mucho antes de que los padres pudieran buscar consejo médico en Google o WebMD, el angustiado padre de Marcos 9 llevó la necesidad de su hijo día y noche, hasta el día en que la llevó con esperanza a Jesús. Con la decepción claramente escrita en su rostro, salió de la multitud y se encontró con la mirada fija de Jesús. Un brazo rodeó los hombros de su hijo con un gesto protector, pero cualquier parecido familiar quedó eclipsado por las cicatrices de quemaduras que lo desfiguraban, el cabello irregular y la falta de cejas. El amor y la angustia oprimieron la voz del hombre mientras le explicaba su dilema a Jesús.

Fui a tus discípulos, pero no pudieron ayudarme. Un demonio le ha robado la voz a mi hijo y lo arroja al suelo, al agua y al fuego. Por favor. Si pueden ayudarnos... (ver Marcos 9:17-18, 22).

Antes de que pudiera terminar la historia y expresar plenamente su frustración y necesidad, su hijo cayó al suelo ante la mirada compasiva de Jesús.

Solo Marcos, de los cuatro evangelistas, registra la ansiosa respuesta del padre ante la certeza de Jesús de que "todo es posible" (Marcos 9:23): "Creo", dice. "¡Ayuda mi incredulidad!" (Marcos 9:24). Con el objetivo de retratar la humanidad y las reacciones emocionales de Cristo, Marcos se apartó de su habitual estilo narrativo, sencillo y directo, para documentar la expresión de fe de un padre, diluida por la duda, pero envalentonada por la desesperación. En su arrebato, escuchamos el horror persistente de los casi ahogamientos, el agotamiento repentino de la vigilancia continua.

Lo que Jesús puede hacer

Ser madre me permite eso. Como ninguna otra cosa en mi vida, la maternidad me ha llevado al límite de lo que sé con certeza sobre Dios y cómo seguirlo bien. Ser madre me ha revelado continuamente la necesidad de una fe más fuerte. Incluso en la experiencia relativamente tranquila de criar a cuatro hijos sanos, plagada solo por aflicciones pasajeras y alguna que otra gripe eterna, me he visto empujada al abismo entre la creencia y la incredulidad con bastante frecuencia. ¿Creo que Jesús puede rescatar a mis hijos? ¿Confío en que obrará redentoramente en sus corazones?

Quiero hacerlo.

Al igual que este padre del Nuevo Testamento, he cometido el error de llevar a mis hijos a lugares donde las ofertas parecían buenas, pero el resultado fue decepcionante. He escuchado a los expertos en crianza, leído libros, he colaborado con mis amigas madres y he hablado hasta altas horas de la noche con mi esposo sobre las necesidades de nuestros hijos. Con Jesús plenamente presente en cada habitación, lo he buscado como último recurso, o no lo he abordado en absoluto. Con la desesperación parental a flor de piel, el declive del padre de Marcos 9 hacia la desesperación se detuvo al descubrir que Jesús podía hacer por su hijo lo que nadie más podía hacer. Seguimos su ejemplo cuando hacemos lo que nos corresponde, a la vez que dejamos espacio en nuestra crianza para que Jesús muestre su poder y su amor por nuestros hijos. ¿Cómo se refleja esto en la práctica?

1. Priorizar la relación por encima de las reglas.

Dado que "las fuentes de la vida" brotan del corazón, la motivación interna para la obediencia es clave (Proverbios 4:23). Comenzamos el proceso dejando de lado el comportamiento como padres y enfocándonos en la relación. Ciertamente, queremos que nuestros hijos se lleven bien con los demás, obedezcan las reglas de la casa y sean amables con sus hermanos, pero a menos que su buen comportamiento surja del deseo de agradar a Dios y vivir en una relación correcta con él, solo estamos produciendo una generación de seguidores de las reglas.

Esta mentalidad requiere una mentalidad de maratón, ya que no nos dedicamos simplemente a eliminar comportamientos molestos o inconvenientes. Más bien, el objetivo es modelar una base sólida de disciplinas espirituales (oración, lectura de las Escrituras, servicio, generosidad, adoración) que nuestros hijos adopten como parte de una relación creciente con Dios. Cuanto antes dejemos de ser intermediarios en el crecimiento espiritual de nuestros hijos, mejor.

2. Hagan la labor de embajadores.

La crianza es una misión cuyo objetivo es conectar a nuestros hijos con Jesús. Paul Tripp se refiere a la crianza como «una labor de embajadores de principio a fin... La crianza no se trata primero de lo que queremos para nuestros hijos ni de nuestros hijos, sino de lo que Dios, en su gracia, ha planeado hacer a través de nosotros en nuestros hijos» (Parenting, 14). Por eso, rendimos mejor cuando aprovechamos intencionalmente cada oportunidad para dirigir sus pensamientos (y los nuestros) hacia Él.

Kristen Welch, fundadora de Mercy House Global, se ha resistido a una narrativa de crianza con el objetivo de "niños felices", inspirando en cambio a su familia a una preocupación compasiva por los demás. En su libro "Criando Cambiadores del Mundo en un Mundo Cambiante", recuerda a los padres: "Fuimos creados para ser satisfechos por Dios, no por este mundo, por lo que toda nuestra búsqueda de la felicidad solo nos llevará a la infelicidad". (127). Al aprovechar las oportunidades para reforzar esta verdad, oportunidades que inevitablemente acompañan las decepciones de la vida, fortalecemos la conexión de nuestros hijos con Jesús como Proveedor, Guía y Fuente de contentamiento.

Dios desea el crecimiento espiritual de nuestros hijos aún más que nosotros. Está comprometido con la obra continua de salvación y santificación, porque “el que comenzó en vosotros [y en vuestros hijos] la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6). Oswald Chambers advierte a los creyentes sobre convertirse en una “providencia amateur” para los demás, abalanzándose como si pudiéramos hacer la obra de Dios en sus vidas. Esta es una tentación real y presente para los padres amorosos, pero cuando nos apresuramos a satisfacer cada necesidad y resolver cada problema, podemos estar evadiendo la obra que Dios quiere hacer y obstaculizando el camino del Espíritu.

3. Considere el discipulado como un hábito diario.

Jesús se vuelve central incluso en los aspectos más mundanos de la vida cuando los padres cultivan un Deuteronomio 6. Cultura familiar. Shelly Wildman, autora de First Ask Why, cree firmemente que “los padres son y deben ser la principal influencia en la vida de sus hijos” (21). Al igual que la familia Wildman, también tenemos una historia familiar de devocionales e historias bíblicas a la hora de comer. Las tradiciones y los recuerdos compartidos son lazos sólidos que fortalecen los lazos familiares y refuerzan el sentido de pertenencia.

Sin embargo, el discipulado que se queda en la mesa del comedor y nunca encuentra su camino hacia la aplicación práctica no se ajusta a los principios de Deuteronomio 6:4-9, que describen un discipulado que dura todo el día: un aprendizaje que se desarrolla sentado, caminando, levantándose y acostándose, y que adquiere formas únicas en cada familia.

Si nuestro objetivo es desarrollar una fe resiliente, todo lo que hacemos debe guiar a nuestros hijos hacia una relación significativa y viva con Cristo. Al hacerlo, les ayudamos a cumplir su propósito final: glorificar a Dios y disfrutar de él para siempre. Comunicamos esto en la forma en que nos levantamos por la mañana, en la forma en que nos sentamos en el tráfico e incluso en el... La forma en que discrepamos unos con otros.

Acercar a nuestros hijos a Jesús implica ofrecernos como una ofrenda “santa y aceptable” a Dios (Romanos 12:1). Tish Harrison Warren llama a esto la Liturgia de lo Ordinario, pues aunque la forma en que “pasamos nuestros días se parece mucho a la de nuestros vecinos incrédulos” (29), con sándwiches de mantequilla de cacahuete preparados en la encimera de la cocina y practicando el piano después de la cena, la enorme diferencia radica en una mentalidad en la que los creyentes vivimos con “los ojos abiertos a la presencia de Dios en este día ordinario” (36). Tratamos nuestros cuerpos con respeto porque son un regalo de Dios. Hacemos la cama, comemos las sobras y buscamos nuestras llaves perdidas con esperanza porque creemos que Dios está presente en todas nuestras rutinas y momentos cotidianos.

Ora a tu manera en la crianza de los hijos

Cuando la multitud en Marcos 9 se dispersó y Jesús tuvo un momento privado con sus discípulos, estos lo interrogaron con entusiasmo sobre su fallido intento de exorcismo. Después de todo, habían sido Se les comisionó y se les dio autoridad sobre los “espíritus inmundos” (Marcos 6:7), y tres de ellos acababan de experimentar la emocionante transfiguración de Jesús.

La respuesta de Jesús desvía la atención de los discípulos y de su propio poder personal: “Este género no puede ser expulsado con nada, sino con oración” (Marcos 9:29). ¿Es posible que su fracaso estuviera relacionado con la idea errónea de que podrían haber marcado la diferencia por sí mismos? En ese momento revelador, los discípulos debieron comprender con asombro que podrían haber llevado al padre desesperado y a su hijo directamente a Jesús mediante el poder de la oración. De la misma manera, ya sea que esté desesperado con un adolescente discutidor o despierto en la almohada preocupado por las perspectivas laborales de un hijo adulto, mi respuesta correcta como padre es entregar a mi hijo a Jesús, no como último recurso, sino como disciplina diaria, un camino bien trillado.

Tras mis propios fracasos sin fe, es a la vez redentor y humillante escuchar a Jesús decir: “No hay "Si" entre los creyentes. "Todo puede suceder" (Marcos 9:23 MSG). Cuando, como padres y madres, llevamos a nuestros hijos a Jesús, reconocemos su papel en el crecimiento, el aprendizaje y la liberación del camino de la crianza. Solo él puede librarnos de nuestros esfuerzos débiles y fallidos, y es la fuente de poder que nos permite hacer realidad nuestra visión de la crianza.


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