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Las sombras oscuras caen sobre las páginas de cierre del Evangelio de Juan. Para nuestro mismísimo Señor, hay una sombra de la cruz; para los discípulos, la sombra de su salida inminente.  
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Sombras oscuras cubren las últimas páginas del Evangelio de Juan. Para nuestro mismísimo Señor, hay sombras en la cruz; para los discípulos, hay sombras en su partida inminente.  
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Les está dejando regresar hacia el Padre, y están bastante distraídos. Es hacia esta aflicción que Jesús dirigió las palabras de Juan en 16:7: “Es para su ventaja que me voy, porque si no me marcho, el Siervo no vendrá con ustedes. Pero si voy, lo enviaré con ustedes.
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Él los está dejando para regresar al Padre y ellos están profundamente consternados. Jesús se refería a esta aflicción cuando dijo las palabras de Juan 16:7: “Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré”.  
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Las palabras hacen dos puntos notables. Primero, a menos que él se marche, “el Siervo” no vendrá. Esta es una petición divina en la palabra de la redención, y en términos de esa petición no puede haber Pentecostés antes del Calvario. No es simplemente que sin la cruz ni los discípulos ni el Siervo tendría algún testigo que soportar. Hay una razón más profunda: Sólo cuando Cristo nos ha redimido de la maldición de la ley para que podamos recibir el prometido Espíritu (Gálatas 3:14).  
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Estas palabras nos dejan ver dos puntos dignos de mención. Primero, que a menos que él se marche, “el Consolador” no vendrá. Hay una orden divina en la obra de la redención y, según los términos de esa orden, no puede haber Pentecostés antes del Calvario. No se trata simplemente de que sin la cruz ni los discípulos ni el Consolador tendrían de qué dar testimonio. Hay una razón más profunda: sólo cuando Cristo nos ha redimido de la maldición de la ley podemos recibir el Espíritu prometido (Gálatas 3:14).  
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Antes que pueda haber una comunión, debe haber una reconciliación. Pero lo opuesto también es verdad. Donde sea que Cristo rescate, el Espíritu surte. Esta es la razón por la que la salvación nunca puede ser solamente una acusación externa de la rectitud de Cristo. También es profundamente interna. Donde sea que la sangre sea derramada, el Espíritu transforma.  
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Antes de que pueda haber una comunión, debe haber una reconciliación. Pero lo opuesto también es verdad. Donde sea que Cristo redima, el Espíritu ministra. Esta es la razón por la que la salvación nunca puede ser solamente una imputación externa de la justicia de Cristo. También es profundamente interna. Donde sea que la sangre sea derramada, el Espíritu transforma.  
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==== Para su ventaja ====
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==== Nos conviene ====
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Pero luego Jesús añade una segunda palabra notable: “Es para su ventaja que me voy.Esto era lo último que los discípulos deseaban oír. ¿Que pudo haber querido decir?  
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Sin embargo, hay uuna segunda frase notable en las palabras de Jesús: “Os conviene que yo me vaya”. Esto era lo último que los discípulos deseaban oír. ¿Qué pudo haber querido decir?  
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Todos conocemos el sentimiento, “¡si sólo pudiéramos haber estado con él cuando caminó las colinas de Galilea y caminó a grandes pasos las calles de Jerusalén!” ¿Pero qué tal si, cuando caminó aquellas colinas, resultó que estábamos en Jericó, o en Brasil? El Señor encarnado no podía estar en dos lugares a la vez. Pero ésto es exactamente lo que hace que la venida del Siervo sea posible. Donde sea que estemos, él está con nosotros.  
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Todos conocemos el sentimiento: “¡si tan sólo pudiéramos haber estado con él cuando caminó por las colinas de Galilea y recorrió a grandes pasos las calles de Jerusalén!”. Pero ¿qué tal si, mientras él caminaba por aquellas colinas, nosotros hubiéramos estado en Jericó o en Brasil? El Señor encarnado no podía estar en dos lugares a la vez. Pero eso es exactamente lo que la venida del Consolador hace posible. Donde sea que estemos, él está con nosotros.  
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La palabra “Siervo” (del griego ''parakletos'') quiere decir, literalmente, el llamado a estar al lado de nosotros, pero Jesús también habló de él como está con nosotros e incluso de su estar en nosotros. Estas palabras dieron inicio a una intimidad notable entre los creyentes y el Espíritu Santo. Es verdad, no vemos más a Jesús. Pero en lugar de esa presencia externa, ahora tenemos una presencia interna. Nunca caminamos solos. Ya sea en los estupendos viajes misioneros, o anhelando en las celdas de una prisión, o luchando nuestras propias batallas personales, el Siervo está siempre al lado de nosotros, siempre con nosotros, y siempre en nosotros.  
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La palabra “Consolador” o “Ayudador” (del griego ''parakletos'') quiere decir, literalmente, aquel que es llamado a estar al lado nuestro, pero Jesús también habló de que él estaría con nosotros e incluso estaría dentro de nosotros. Estas palabras denotan que hay una intimidad notable entre los creyentes y el Espíritu Santo. Es verdad, no vemos más a Jesús. Pero en lugar de esa presencia externa, ahora tenemos una presencia interna. Nunca caminamos solos. Ya sea que estemos en un estupendo viaje misionero, o languideciendo en una celda de prisión, o luchando nuestras propias batallas personales, el Consolador está siempre al lado nuestro, siempre con nosotros, y siempre en nosotros.  
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Pero no como un reemplazo para Cristo, ya sea si se va cuando el Espíritu viene. Recuerden las palabras de Juan 14:18: “No los dejaré huérfanos; volveré con ustedes”. Esto no puede significar sólo que los discípulos lo verían de nuevo en sus apariciones de la resurrección. Si eso fuera todo, entonces los Cristianos ciertamente estarían “huérfanos” por el período completo entre la ascensión de Jesús y su retorno. La verdad, seguramente, es que en el Siervo, Jesús mismo vuelve.  
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Pero no como un reemplazo para Cristo, como si él se fuera cuando el Espíritu viene. Recuerden las palabras de Juan 14:18: “No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros”. Esto no puede significar sólo que los discípulos lo verían de nuevo en sus apariciones luego de la resurrección. Si eso fuera todo, entonces los cristianos ciertamente quedarían “huérfanos” por el período completo entre la ascensión de Jesús y su segunda venida. La verdad es que, en el Consolador, Jesús mismo vuelve.  
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==== Está con Ustedes Siempre ====
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==== Él está con nosotros siempre ====
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Esto es lo que la iglesia posteriormente expresó en la doctrina llamada pericóresis: Las tres personas de la Trinidad moran dentro y se estrechan tanto que donde está Una, están las Tres (una doctrina basada en las propias palabras de Jesús en Juan 14:10, “Estoy en el Padre y el Padre está en mí”). El Espíritu es el Espíritu de su Hijo; donde su Espíritu está, él está; y es así que Jesús cumple su promesa de estar presente con su iglesia todos los días hasta el fin de los tiempos (Mateo 28:20).  
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Esto es lo que la iglesia posteriormente expresó en la doctrina llamada pericóresis: las tres personas de la Trinidad moran la una dentro de la otra y se abrazan de una forma tan estrecha que donde está Uno están los Tres (la doctrina está basada en las propias palabras de Jesús en Juan 14:10: “Yo estoy en el Padre, y el Padre en mí”). El Espíritu es el Espíritu de su Hijo; donde su Espíritu está, él está; y es así como Jesús cumple su promesa de estar presente con su iglesia todos los días hasta el fin de los tiempos (Mateo 28:20).  
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Ni siquiera esto es todo. El Padre, también, está con nosotros. Aquí nuevamente la intimidad es notable: “Si alguien me ama”, declaró Jesús, “mi Padre lo amará, e iremos hacia él y haremos nuestro hogar con él” (Juan 14:23). El nosotros nos deja sin aliento. El Padre, el Hijo y el Espíritu ahora viven en el corazón de cada creyente. Cristo nunca más está visiblemente presente con nosotros, pero a través de la morada del Espíritu del Dios tres en uno está con nosotros en cada paso del camino.  
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Y esto no es todo. El Padre también está con nosotros. Aquí nuevamente la intimidad es notable: “Si alguno me ama”, declaró Jesús, “mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos con él morada” (Juan 14:23). El plural nos deja sin aliento. El Padre, el Hijo y el Espíritu ahora viven en el corazón de cada creyente. Cristo ya no se hace presente de forma visible entre nosotros, pero a través de la morada del Espíritu del Dios trino él está con nosotros en cada paso de nuestro camino.  
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==== Él Es una Persona ====
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==== Él es una persona ====
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¿Qué tal del mismo Siervo? Él es claramente distinto de Jesús, y aún así su obra es una continuación de la obra de Jesús. Esta es la razón por la que el Señor lo llama como el “otro Siervo”, y del por qué Juan posteriormente puede llamar al mismo Jesús un Siervo (1 Juan 2:1). Esto subraya el hecho que el Espíritu, no menos que Jesús, es una persona, no alguna fuerza abstracta o un mero combustible espiritual; y ya que él es una persona, nuestra relación con él también debe ser personal.  
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¿Qué hay del Consolador mismo? Él es claramente distinto de Jesús, y aun así su obra es una continuación de la obra de Jesús. Esta es la razón por la que el Señor lo llama el “otro Consolador”, y por la que Juan posteriormente puede llamar al mismo Jesús “Abogado” o ''parakletos'' (1 Juan 2:1). Esto subraya el hecho de que el Espíritu no es menos personal que Jesús; es una persona y no alguna fuerza abstracta o un mero combustible espiritual; y puesto que es una persona, nuestra relación con él también debe ser personal.  
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Él no nos posee, como los demonios poseyeron a demoniacos, o nos abruman, despojándonos del uso de nuestras propias mentes y voluntades. Ni tampoco estamos absorbidos dentro de él, como en algún grandioso océano místico. Ni tampoco él es un intoxicante (Efesios 5:18), destruyendo nuestro autocontrol y dándonos subidas como las de la droga. Él guía, enseña, presencia, aboga, ayuda, motiva, fortalece, intercede y afirma. Y él espera que escuchemos, obedezcamos, sigamos y, por encima de todo, mantengamos el paso (Gálatas 5:25).  
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Él no nos posee, como los demonios poseyeron a los endemoniados, ni nos abruma, despojándonos del uso de nuestra propia mente y voluntad. Tampoco estamos absortos dentro de él, como en algún grandioso océano místico. Y él tampoco es un estupefaciente (Efesios 5:18) que destruye nuestro autocontrol y nos da euforias momentáneas como las de las drogas. Él guía, enseña, da testimonio, aboga, ayuda, motiva, fortalece, intercede y afirma. Él espera que lo escuchemos, obedezcamos, sigamos y, por encima de todo, que nos mantengamos en su camino (Gálatas 5:25).  
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==== Él es Su Defensor ====
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==== Él es nuestro defensor ====
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La palabra ''parakletos'' generalmente significa un abogado defensor, y esto aplica al Espíritu Santo en dos formas distintas.  
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La palabra ''parakletos'' generalmente significa abogado defensor, y esto aplica al Espíritu Santo de dos formas distintas.  
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Primero, él es el defensor de Cristo en el mundo (Juan 16:8-11). A los discípulos (y la iglesia) les fue dada una comisión desalentadora: la evangelización del mundo. ¿Pero cómo podemos convencer al mundo de su necesidad de salvación? ¿Cómo podemos convencerlo que aquél que murió una muerte deshonrosa es su mencionado Salvador? Y, ¿cómo podemos convencerlo que todo hombre algún día se parará ante su asiento de juicio?  
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Primero, él es el abogado de Cristo en el mundo (Juan 16:8-11). A los discípulos (y la iglesia) les fue dada una comisión de proporciones abrumadoras: la evangelización del mundo. Pero ¿cómo podemos convencer al mundo de su necesidad de salvación? ¿Cómo podemos convencerlo de que aquel que sufrió una muerte deshonrosa fue designado su Salvador? ¿Cómo podemos convencerlo de que todo hombre algún día deberá presentarse ante él en el juicio final?  
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La respuesta corta es que no podemos. El alivio es que el Espíritu Santo puede. Él puede convencer al mundo. Él se puede levantar ante Cristo y sus testigos, y luego nuestras pobres, zazosas y tartamudeantes lenguas se volverán palabras de vida y poder.  
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La respuesta corta es que no podemos. Es un alivio que el Espíritu Santo sí pueda. Él puede convencer al mundo. Él se puede levantar en defensa de Cristo y sus testigos, y entonces nuestras pobres, zazosas y tartamudeantes lenguas pronunciarán palabras de vida y poder.  
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Segundo, él es el defensor de Cristo en nuestros corazones. Él me glorificará, dice Jesús (Juan 16:14), al compartir con nosotros su propia visión de la belleza del Salvador. El Espíritu ve a Cristo a través de los ojos del Padre (Juan 16:13). Un creyente lo ve a través de los ojos del Espíritu.  
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Segundo, él es el abogado de Cristo en nuestros corazones. “Él me glorificará”, dice Jesús (Juan 16:14); lo hará al compartir con nosotros su propia visión de la belleza del Salvador. El Espíritu ve a Cristo a través de los ojos del Padre (Juan 16:13). El creyente lo ve a través de los ojos del Espíritu.  
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==== Él es Su Siervo ====
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==== Él es nuestro Consolador ====
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Aún así, hay una calidez en la promesa de Jesús la cual la palabra “abogado defensor” no puede transmitir. Recuerden que sus palabras fueron dirigidas hacia el temor de los discípulos de ser dejados sin amigos y sin ayuda. La comodidad es que cuando él se vaya, él enviará a otro que se estará al servicio de ellos y saldrá en defensa de ellos, justo como él lo ha hecho. Lejos de estar huérfanos, ellos tienen a un Padre en el cielo, y a través de su Espíritu les suministrará como sólo un Padre celestial puede hacerlo.  
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Aun así, hay una calidez en la promesa de Jesús que la palabra “abogado” no puede transmitir. Recuerden que sus palabras eran la respuesta al temor de los discípulos de quedarse sin amigos y sin ayuda. El consuelo es que cuando él se fuera, enviaría a otro que los acompañaría y saldría en defensa de ellos, tal como él lo había hecho. Lejos de quedar huérfanos, ellos tenían un Padre en el cielo, y a través de su Espíritu él proveería para ellos como sólo un Padre celestial puede hacerlo.  
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No obstante, la misión del Siervo no significa que no haya más lugar para la esperanza, como si ya disfrutamos todo lo que Dios pretende para sus hijos. Todavía duraremos para verlo (1 Juan 3:2). Y la plenitud no viene con la Pentecostés, o con el Bautismo con el espíritu, sino sólo en la gloria de la resurrección.  
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No obstante, la misión del Consolador no implica que no haya más lugar para la esperanza, como si ya disfrutáramos de todo lo que Dios tiene pensado para sus hijos. Todavía anhelamos verlo (1 Juan 3:2); la plenitud no viene con el Pentecostés, o con el bautismo del Espíritu, sino sólo en la gloria de la resurrección.  
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Revisión de 02:24 16 feb 2016

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Sobre esta Traducción
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Por Donald Macleod sobre Espíritu Santo

Traducción por Carlos Diaz


Sombras oscuras cubren las últimas páginas del Evangelio de Juan. Para nuestro mismísimo Señor, hay sombras en la cruz; para los discípulos, hay sombras en su partida inminente.

Él los está dejando para regresar al Padre y ellos están profundamente consternados. Jesús se refería a esta aflicción cuando dijo las palabras de Juan 16:7: “Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré”.

Estas palabras nos dejan ver dos puntos dignos de mención. Primero, que a menos que él se marche, “el Consolador” no vendrá. Hay una orden divina en la obra de la redención y, según los términos de esa orden, no puede haber Pentecostés antes del Calvario. No se trata simplemente de que sin la cruz ni los discípulos ni el Consolador tendrían de qué dar testimonio. Hay una razón más profunda: sólo cuando Cristo nos ha redimido de la maldición de la ley podemos recibir el Espíritu prometido (Gálatas 3:14).

Antes de que pueda haber una comunión, debe haber una reconciliación. Pero lo opuesto también es verdad. Donde sea que Cristo redima, el Espíritu ministra. Esta es la razón por la que la salvación nunca puede ser solamente una imputación externa de la justicia de Cristo. También es profundamente interna. Donde sea que la sangre sea derramada, el Espíritu transforma.

Contenido

Nos conviene

Sin embargo, hay uuna segunda frase notable en las palabras de Jesús: “Os conviene que yo me vaya”. Esto era lo último que los discípulos deseaban oír. ¿Qué pudo haber querido decir?

Todos conocemos el sentimiento: “¡si tan sólo pudiéramos haber estado con él cuando caminó por las colinas de Galilea y recorrió a grandes pasos las calles de Jerusalén!”. Pero ¿qué tal si, mientras él caminaba por aquellas colinas, nosotros hubiéramos estado en Jericó o en Brasil? El Señor encarnado no podía estar en dos lugares a la vez. Pero eso es exactamente lo que la venida del Consolador hace posible. Donde sea que estemos, él está con nosotros.

La palabra “Consolador” o “Ayudador” (del griego parakletos) quiere decir, literalmente, aquel que es llamado a estar al lado nuestro, pero Jesús también habló de que él estaría con nosotros e incluso estaría dentro de nosotros. Estas palabras denotan que hay una intimidad notable entre los creyentes y el Espíritu Santo. Es verdad, no vemos más a Jesús. Pero en lugar de esa presencia externa, ahora tenemos una presencia interna. Nunca caminamos solos. Ya sea que estemos en un estupendo viaje misionero, o languideciendo en una celda de prisión, o luchando nuestras propias batallas personales, el Consolador está siempre al lado nuestro, siempre con nosotros, y siempre en nosotros.

Pero no como un reemplazo para Cristo, como si él se fuera cuando el Espíritu viene. Recuerden las palabras de Juan 14:18: “No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros”. Esto no puede significar sólo que los discípulos lo verían de nuevo en sus apariciones luego de la resurrección. Si eso fuera todo, entonces los cristianos ciertamente quedarían “huérfanos” por el período completo entre la ascensión de Jesús y su segunda venida. La verdad es que, en el Consolador, Jesús mismo vuelve.

Él está con nosotros siempre

Esto es lo que la iglesia posteriormente expresó en la doctrina llamada pericóresis: las tres personas de la Trinidad moran la una dentro de la otra y se abrazan de una forma tan estrecha que donde está Uno están los Tres (la doctrina está basada en las propias palabras de Jesús en Juan 14:10: “Yo estoy en el Padre, y el Padre en mí”). El Espíritu es el Espíritu de su Hijo; donde su Espíritu está, él está; y es así como Jesús cumple su promesa de estar presente con su iglesia todos los días hasta el fin de los tiempos (Mateo 28:20).

Y esto no es todo. El Padre también está con nosotros. Aquí nuevamente la intimidad es notable: “Si alguno me ama”, declaró Jesús, “mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos con él morada” (Juan 14:23). El plural nos deja sin aliento. El Padre, el Hijo y el Espíritu ahora viven en el corazón de cada creyente. Cristo ya no se hace presente de forma visible entre nosotros, pero a través de la morada del Espíritu del Dios trino él está con nosotros en cada paso de nuestro camino.

Él es una persona

¿Qué hay del Consolador mismo? Él es claramente distinto de Jesús, y aun así su obra es una continuación de la obra de Jesús. Esta es la razón por la que el Señor lo llama el “otro Consolador”, y por la que Juan posteriormente puede llamar al mismo Jesús “Abogado” o parakletos (1 Juan 2:1). Esto subraya el hecho de que el Espíritu no es menos personal que Jesús; es una persona y no alguna fuerza abstracta o un mero combustible espiritual; y puesto que es una persona, nuestra relación con él también debe ser personal.

Él no nos posee, como los demonios poseyeron a los endemoniados, ni nos abruma, despojándonos del uso de nuestra propia mente y voluntad. Tampoco estamos absortos dentro de él, como en algún grandioso océano místico. Y él tampoco es un estupefaciente (Efesios 5:18) que destruye nuestro autocontrol y nos da euforias momentáneas como las de las drogas. Él guía, enseña, da testimonio, aboga, ayuda, motiva, fortalece, intercede y afirma. Él espera que lo escuchemos, obedezcamos, sigamos y, por encima de todo, que nos mantengamos en su camino (Gálatas 5:25).

Él es nuestro defensor

La palabra parakletos generalmente significa abogado defensor, y esto aplica al Espíritu Santo de dos formas distintas.

Primero, él es el abogado de Cristo en el mundo (Juan 16:8-11). A los discípulos (y la iglesia) les fue dada una comisión de proporciones abrumadoras: la evangelización del mundo. Pero ¿cómo podemos convencer al mundo de su necesidad de salvación? ¿Cómo podemos convencerlo de que aquel que sufrió una muerte deshonrosa fue designado su Salvador? ¿Cómo podemos convencerlo de que todo hombre algún día deberá presentarse ante él en el juicio final?

La respuesta corta es que no podemos. Es un alivio que el Espíritu Santo sí pueda. Él puede convencer al mundo. Él se puede levantar en defensa de Cristo y sus testigos, y entonces nuestras pobres, zazosas y tartamudeantes lenguas pronunciarán palabras de vida y poder.

Segundo, él es el abogado de Cristo en nuestros corazones. “Él me glorificará”, dice Jesús (Juan 16:14); lo hará al compartir con nosotros su propia visión de la belleza del Salvador. El Espíritu ve a Cristo a través de los ojos del Padre (Juan 16:13). El creyente lo ve a través de los ojos del Espíritu.

Él es nuestro Consolador

Aun así, hay una calidez en la promesa de Jesús que la palabra “abogado” no puede transmitir. Recuerden que sus palabras eran la respuesta al temor de los discípulos de quedarse sin amigos y sin ayuda. El consuelo es que cuando él se fuera, enviaría a otro que los acompañaría y saldría en defensa de ellos, tal como él lo había hecho. Lejos de quedar huérfanos, ellos tenían un Padre en el cielo, y a través de su Espíritu él proveería para ellos como sólo un Padre celestial puede hacerlo.

No obstante, la misión del Consolador no implica que no haya más lugar para la esperanza, como si ya disfrutáramos de todo lo que Dios tiene pensado para sus hijos. Todavía anhelamos verlo (1 Juan 3:2); la plenitud no viene con el Pentecostés, o con el bautismo del Espíritu, sino sólo en la gloria de la resurrección.



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