La Espera Es la Parte más Difícil
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Última versión de 21:49 29 feb 2016
Por David Mathis sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Carlos Diaz
Tom Petty tiene un talento natural para las letras atemporales con impacto universal.
Unos treinta años después de su salida en 1981, su canción “The Waiting” (La Espera) arrastra a sus oyentes de forma más poderosa que nunca. Ya sea que esté esperando en una fila, esperando en el tráfico, esperando un servicio de comida o esperando para casarse, esperar es más contracultural que nunca. Y proclamarlo “la parte más difícil” hace que nos identifiquemos profundamente. Hemos sido condicionados a que las cosas se hagan a nuestra manera, de inmediato. Primero fue la comida rápida y el café instantáneo; luego fue también todo lo demás.
Pero nuestro desdén por esperar no es solamente el producto de las tendencias sociales y los cambios generacionales; es una expresión de algo profundamente humano.
Nuestros niños mellizos de cuatro años ya pueden identificarse con ello. Escucharon el estribillo de Petty, y este atinó a un nervio — y lo recordaron más que cualquier otra cosa de su álbum de grandes éxitos. Ahora lo cantan para calmarse a sí mismos cuando sienten la quemazón de la espera.
Y los dolores de esperar parecen incluso más pronunciados en mamá y el papá. Desde la gestación, el cuidado de los hijos ha puesto a prueba nuestra paciencia, y expuso la falta de la misma con una frecuencia y profundidad bochornosa.
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El cristianismo está esperando
Nuestra perspectiva respecto a esperar es quizás una de las formas más fuertes en las que nuestra sociedad está fuera de línea con la cosmovisión bíblica. No es que esperar fuese fácil para nuestros ancestros, sino que estaban más en paz con ello, y más listos para ver su beneficio y potencial.
En el Antiguo Testamento, el salmista celebra el esperar pacientemente al Señor (Salmos 40:1), e Isaías promete que aquellos “que esperan en el Señor renovarán sus fuerzas; se remontarán con alas como las águilas, correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán” (Isaías 40:31, LBLA).
Esperar en Dios es un refrán común en la vida de la fe. Es una expresión del deseo de un corazón saludable: “oh Señor, te hemos esperado; tu nombre y tu memoria son el anhelo del alma” (Isaías 26:8). Y es un eco del poder y gracia sin paralelo de Dios, “que obra a favor del que espera en Él” (Isaías 64:4).
Con todos esos siglos de espera por el Mesías, podrías pensar que la espera acabaría una vez que Jesús hubiese venido. Pero ahora en la era de la iglesia, esperamos tanto como nunca, llamados a vivir en la sombra de su regreso. Nosotros “Esperamos ansiosamente la revelación de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios 1:7); somos personas “aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Cristo Jesucristo” (Tito 2:13). La iglesia es esa comunidad que se ha “convertido de los ídolos a Dios para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo” (1 Tesalonicenses 1:9–10), sabiendo que cuando él aparezca, viene “para salvación de los que ansiosamente le esperan” (Hebreos 9:28).
La iglesia ha soportado dos milenios de extensa espera. Nosotros “gemimos en nuestro interior, aguardando ansiosamente la adopción como hijos, la redención de nuestro cuerpo” (Romanos 8:23), e intentamos vivir en “santa conducta y en piedad, esperando y apresurando la venida del día de Dios . . . esperando nuevos cielos y nueva tierra, en los cuales mora la justicia” (2 Pedro 3:11–13). Y mientras damos nuestro tiempo en esto, nos “conservamos en el amor de Dios” mediante el “esperar ansiosamente la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna” (Judas 21).
La paciencia es la virtud
La virtud elusiva, entonces, que corresponde a esta temida condición es la paciencia. Es lo primero que Pablo celebra sobre el amor en 1 Corintios 13 — “el amor es paciente” (1 Corintios 13:4) — y una de las más repetidas exhortaciones a los líderes de la iglesia (1 Tesalonicenses 5:14; 2 Timoteo 2:24; 4:2). La vida eterna es la posesión de “los que por la perseverancia en hacer el bien buscan gloria, honor e inmortalidad” (Romanos 2:7). Y la paciencia es una virtud tan rara, y de tal obra divina, que Pablo bosqueja dos veces sobre su ejercicio como una defensa de su apostolado (2 Corintios 6:4–6; 12:12).
La paciencia es compañera de la humildad y enemiga del orgullo. “Mejor es la paciencia de espíritu que la altivez de espíritu” (Eclesiastés 7:8). Es la postura apropiada de la criatura que es lo bastante iluminada como para decir, “Dios es soberano, y yo no lo soy”. Y no es nuestra propia producción, sino “el fruto del Espíritu” (Gálatas 5:22; 5:5).
Tres caminos para cultivar la paciencia
En la práctica de la paciencia es uno de los momentos en que más sentimos la quemazón de la santificación y los gemidos internos del Espíritu (Romanos 8:23). Hay veces que puede parecer que estamos siendo conformados a Jesús casi sin esfuerzo; con los vientos del Espíritu en nuestras velas, a medida que recibimos el alimento del auto-olvido. Pero parte de la espera es la adversidad consciente. Saboreamos la píldora amarga de la paciencia y la sentimos serpentear lentamente en nuestra garganta. No es paciencia cuando somos gloriosamente ignorantes de la espera. Y por eso, cuando sentimos la quemazón, necesitamos tener almacenadas promesas divinas y un plan de ataque. He aquí tres formas bíblicas de cultivar la paciencia cuando esperamos.
1) Renovar la fe y la esperanza
Cuando sienta la primera resistencia, permita que sea un recordatorio para acudir a Dios. Recalibre el enfoque de su fe. Mueva el peso de su confianza lejos de sí mismo, donde se mantiene gravitando de vuelta, y reoriéntelo conscientemente hacia Dios. Ya sean simplemente ratos libres o días aparentemente interminables, esperar no es una pérdida en la economía de Dios. Es en los retrasos y las pausas, y en darnos cuenta de nuestra falta de paciencia, que Él obra para salvarnos de la autoconfianza y revitalizar nuestra fe y esperanza en él.
La paciencia viene con la fe (2 Timoteo 3:10; Hebreos 6:12) — fe para el momento, y esperanza hacia el futuro. La fe alimenta la esperanza, y cuando “esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos” (Romanos 8:25).
2) Orar y dar las gracias
Segundo, deje que la espera le incite a orar. Los llamamientos a “ser pacientes en la tribulación” continúan con el recordatorio a “dedicarse a la oración” (Romanos 12:12). Una vida saludable de oración no necesita horas cada día en el cuarto, sino ojos para ver las oportunidades, y un corazón al cual aferrarse, en los momentos inesperados y temporadas de espera.
Y hay un rol notable para la acción de gracias al culrivar “la paciencia con gozo”. Pablo ora para que los cristianos sean “fortalecidos con todo poder según la potencia de su gloria, para obtener toda perseverancia y paciencia, con gozo den gracias al Padre que nos ha capacitado para compartir la herencia de los santos en luz”. (Colosenses 1:11–12).
¿Cómo nos “revestimos . . . de paciencia” (Colosenses 3:12)? El apóstol nos apunta a una acción de gracias no una o dos veces, sino tres veces:
- Sed agradecidos. Que la palabra de Cristo habite en abundancia en vosotros, con toda sabiduría enseñándoos y amonestándoos unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales, cantando a Dios con acción de gracias en vuestros corazones. Y todo lo que hacéis, de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por medio de Él a Dios el Padre. (Colosenses 3:15–17)
Pocas cosas ayudarán a pasar el tiempo tan efectiva y ricamente como contar nuestras bendiciones y nombrarlas a Dios.
3) Recordar la paciencia de Dios
Finalmente, el dolor de esperar puede apuntar nuestros corazones a la paciencia salvadora de Dios. Debemos nuestro todo a su bondad y paciencia con nosotros. “¿O tienes en poco las riquezas de su bondad, tolerancia y paciencia, ignorando que la bondad de Dios te guía al arrepentimiento?” (Romanos 2:4).
Él fue paciente cuando el primer hombre y la primera mujer pecaron. Su “paciencia esperó en los días de Noé” (1 Pedro 3:20). Él fue paciente con Abraham y paciente con Israel. Él mostró su paciencia a través de sus profetas (Santiago 5:10). Y si Él es paciente incluso con “los vasos de ira preparados para la destrucción”, ¿cuánto más él ha mostrado su paciencia con nosotros en darnos a conocer “las riquezas de su gloria sobre los vasos de misericordia, que de antemano Él preparó para gloria” (Romanos 9:22–23)?
Jesús mismo es la demostración máxima de la paciencia perfecta de Dios hacia los pecadores (1 Timoteo 1:16). Él es “paciente para con vosotros, no queriendo que nadie perezca, sino que todos vengan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9). “Consideramos la paciencia de nuestro Señor como salvación” (2 Pedro 3:15) y confiamos en su promesa, en toda nuestra espera, para “confirmarnos hasta el fin” (1 Corintios 1:8).
Quizá Tom Petty ha dado con algo mejor de lo que él mismo sabe cuando canta sobre esperar, “You take it on faith, you take it to the heart” (“La tomas con fe, la tomas hasta el corazón”). Las intrusiones no bienvenidas de la espera dentro de nuestras vidas, ya sea que sean pesadas o aparentemente trilladas, son oportunidades poderosas para darle la bienvenida a Dios dentro de cada momento y mantener nuestros corazones renovados en él.
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