El júbilo vendrá
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Última versión de 20:17 30 ago 2017
Por Christina Fox sobre Fe
Traducción por Patricia Alvarado
Recientemente, recibí noticias inesperadas. El tipo de noticia que hizo me doliera el corazón y las lágrimas ardieran en mis ojos. Sentí la presión de su peso en todo mi ser. Las palabras de David en el Salmo 6 reflejaron los sentimientos de mi corazón, “Cansado estoy de mis gemidos; todas las noches inundo de llanto mi lecho, con mis lágrimas riego mi cama” (Salmo 6:6, LBLA).
¿Alguna vez han recurrido a los Salmos en momentos de tristeza, miedo o incertidumbre? Aunque escritos en un tiempo distinto y a partir de experiencias un tanto diferentes, las palabras de los Salmos parecen dar voz a nuestras emociones. Como Juan Calvino dijo, los Salmos son una anatomía de todas las partes del alma.
Contenido |
Viaje con el salmista
En particular, los salmos de lamentación se hacen eco de nuestras propias dificultades al lidiar con pérdidas y desánimos. Pero la verdad es que estos salmos van más allá de sólo descargar aflicciones. El salmista sigue una trayectoria. Está en medio de un viaje que podemos seguir también.
Las lamentaciones siguen una estructura de tres partes. Comienzan con la expresión de sentimientos. El salmista se pone frente a Dios y desahoga sus incómodas y pesadas emociones. Él es honesto con Dios al revelar el grado y lo profundo de su dolor. “Me he hundido en cieno profundo, y no hay donde hacer pie; he llegado a lo profundo de las aguas, y la corriente me anega. Cansado estoy de llorar; reseca está mi garganta; mis ojos desfallecen mientras espero a mi Dios” (Salmo 69:2–3).
Conforme el salmista sigue avanzando en su travesía, cambia de expresar sus sentimientos a pedir ayuda. Él sabe que sólo Dios puede salvarlo, redimirlo y restaurarlo. Pide lo que necesita, ya sea salvación, misericordia o justicia. “Vuélvete Señor, rescata mi alma; sálvame por tu misericordia” (Salmo 6:4) “Escucha, oh Señor, mi voz cuando clamo; ten piedad de mí, y respóndeme” (Salmo 27:7).
Seguir el curso
Continuando en su viaje, la fe del salmista es fortalecida conforme se acuerda de quien es Dios, ya que ve la mano de Dios trabajando en su vida y mientras reflexiona acerca de la gracia de Dios en el pasado. El salmista entonces llega al final de su viaje. Responde con una afirmación de confianza en Dios. Ofrece un sacrificio de adoración y alabanza. “Están sobre mí, oh Dios, los votos que te hice; ofrendas de acción de gracias te ofreceré” (Salmo 56:12). “Mas yo en tu misericordia he confiado; mi corazón se regocijará en tu salvación. Cantaré al Señor; porque me ha colmado de bienes” (Salmo 13:5–6).
Esta travesía de tres etapas a través de las emociones no es algo que ocurra de un momento a otro. El salmista pasó por estos pasos durante un transcurso de tiempo. Pero perseveró. Siguió el camino que avanzaba. Se mantuvo en la batalla.
Con frecuencia me he quedado en el primer paso. He hecho partícipe a Dios de todo el dolor en mi vida y luego me he quedado ahí. Como si sólo el darle voz a mis emociones fuera el final de todo. Pero no es el final. El sacarlo todo puede darnos un alivio temporal, pero no es la meta final. Necesitamos avanzar, trabajar con nuestras emociones camino a nuestro último destino; confianza y adoración.
Jesús soportó la cruz
Este viaje se hace posible solo a través de Jesús, el Varón de Dolores, y experimentado en aflicción (Isaías 53:3). Fue Jesús quien abrió el camino para nosotros mientras siguió su propio viaje de lamentos. En esa noche fatídica en el Huerto de Getsemaní, el dio voz a su dolor: “Mi alma está muy afligida hasta el punto de la muerte” (Marcos 14:34). Suplicó ayuda a Dios diciendo: “Abba, Padre, para ti todas las cosas son posibles; aparta de mí esta copa, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que tú quieras” (13:36).
Confiando en la voluntad de Su Padre, el libro de los Hebreos nos dice: “por el gozo puesto delante de Él soportó la cruz, menospreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios (12:2). Jesús clamó el lamento del salmista como suyo cuando gritó en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Salmo 22:1).
Jesús personificó el clamor de su pueblo en la cruz. Él se convirtió en el cumplimiento de todos nuestros lamentos. Y nos invita a poner en Él todas nuestras cargas. Gracias a Jesús y el evangelio, podemos: “acercarnos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna” (Hebreos 4:16). Podemos acercarnos a Jesús con todas nuestras emociones y preocupaciones y saber que Él nos escucha, se preocupa por nosotros, que está obrando en nosotros.
Sigamos adelante
Es lo que hacemos cuando seguimos la estructura de las lamentaciones. Ponemos toda nuestra carga en nuestro Salvador. Imploramos Su ayuda. Él nos fortalece a través de su Espíritu y su palabra, reparándonos y renovando nuestra fe en Él. Y cuando respondemos con una afirmación agradecida de confianza y veneración. Las aflicciones de la vida tratan de alejarnos de Él; pero el viaje de los lamentos nos atrae hacia Él.
Quizás hayan recibido sus propias noticias inesperadas. Tal vez se encuentran tristes, con miedo o incertidumbre. Si pueden identificarse con los lamentos del salmista, pueden viajar a través de sus propios lamentos. Sigan la estructura de tres partes. Avancen hacia la oscura noche de sus emociones, sabiendo que la luz del Hijo brillará en ustedes. Ya que: “el llanto puede durar toda la noche, pero a la mañana vendrá el grito de júbilo” (Salmos 30:5).
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