La muerte fue aplastada por la debilidad
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Última versión de 13:29 11 feb 2020
Por Marshall Segal sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Javier Matus
El maravilloso poder de la cruz
Y cuando estabais muertos en vuestros delitos y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con Él, habiéndonos perdonado todos los delitos, habiendo cancelado el documento de deuda que consistía en decretos contra nosotros y que nos era adverso, y lo ha quitado de en medio, clavándolo en la cruz. (Colosenses 2:13–14, LBLA).
Nada podría ser más débil que colgar de la cruz. Sus manos y pies cosidos a la agonía con clavos. Su cuerpo desnudo y quebrantado exhibido para que todos lo vieran. Sus pulmones lenta, inevitablemente colapsando —cada respiración insoportable. Sus enemigos se ríen, deleitándose en el proceso de su muerte. Sus amigos se van en retirada y se esconden. Murió entre dos delincuentes hostiles: aflicción y humillación.
La manera en que los gobernantes y las autoridades torturaron a Jesús tenía la intención de magnificar y degradar Su debilidad. “Los principales sacerdotes, junto con los escribas y los ancianos, burlándose de Él, decían: A otros salvó; a sí mismo no puede salvarse... En la misma forma le injuriaban también los ladrones que habían sido crucificados con Él” (Mateo 27:41–44). Podrían haberlo matado en silencio, pero querían que todo el mundo viera lo que Él no podía hacer. Querían que todos vieran cuán débil era realmente.
Lo que parecía debilidad, sin embargo, no podría haber sido más fuerte. Al intentar hacer presa de un hombre aparentemente indefenso, sus asesinos desataron toda la intensidad y el resplandor del poder divino. En el momento más débil imaginable, Jesús derrotó a los dos enemigos más intimidantes que jamás hayas conocido: tu pecado y los ejércitos de Satanás contra ti.
La debilidad cargó con tu condenación
El apóstol Pablo escribe: “Cuando estabais muertos en vuestros delitos y en la incircuncisión de vuestra carne…” (Colosenses 2:13). No apreciaremos el poder de Cristo si no reconocemos cuán indefensos estábamos (y estamos) sin Él. Estábamos muertos en nuestro pecado —no enfermos, quebrantados, descarriados o defectuosos, sino muertos. Desde el día en que nacimos, yacimos en una tumba hecha por nosotros mismos, con corazones espiritual y emocionalmente incapaces de amar a Jesús. El pecado se tragó cada gramo de nuestra esperanza, y aún así amamos nuestro pecado (Juan 3:19).
Pero Dios no dejó nuestras almas sin vida en la tumba. Pablo continúa: “Cuando estabais muertos en vuestros delitos y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con Él, habiéndonos perdonado todos los delitos” (Colosenses 2:13). Dios envió a Su Hijo, quien se tragó cada gramo de nuestro pecado, cargándolo en la cruz, absorbiendo la ira que merecíamos y cancelando una deuda que nunca podríamos pagar. En la riqueza de su misericordia, Dios nos amó con un gran amor (Efesios 2:4), incluso cuando nos habíamos burlado de y rechazado ese amor.
Al reflexionar sobre esta misericordia, Pablo ora para que podamos conocer “la eficacia de la fuerza de su poder, el cual obró en Cristo cuando le resucitó de entre los muertos y le sentó a su diestra en los lugares celestiales” (Efesios 1:19–20). Si realmente conociéramos la clase de poder que Dios usó para revivir nuestros corazones antes muertos, no daríamos por sentada nuestra fe o Su poder. Nunca confundiríamos la cruz con la debilidad.
La debilidad ganó la guerra contra ti
Pero Dios no solo derrotó nuestro pecado en la cruz. Con esos mismos clavos, ganó Su larga guerra contra el mal, una guerra que comenzó antes de que naciera el primer niño. “Habiendo despojado a los poderes y autoridades, hizo de ellos un espectáculo público, triunfando sobre ellos por medio de Él” (Colosenses 2:15). En el momento más débil de Cristo, Él desarmó las fuerzas del mal más poderosas que el mundo haya conocido. No solo las desarmó, sino que triunfó sobre ellas. Y no solo triunfó sobre ellas, sino que las humilló.
Tenemos poca idea de qué poder yace debajo de la superficie de lo que podemos ver —los principados y las potestades de la oscuridad que acechan, tientan, engañan y corrompen. El pecado agazapado a tu puerta es solo una pequeña parte de un motín hostil y global contra el Creador del cielo y la tierra. ¿Vives consciente de las masivas fuerzas espirituales que se alinean, todos los días, contra tu fe en Jesús?
“Nuestra lucha no es contra sangre y carne”, escribe Pablo, “sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales” (Efesios 6:12). Por ahora, luchamos contra fuerzas mucho mayores que nosotros. Pero luchamos sabiendo que nuestro Salvador las desarmó con los clavos en Sus manos y las derrotó con Su último aliento. Luchamos sabiendo que “mayor es el que está en [nosotros], que el que está en el mundo” (1 Juan 4:4).
Incluso mientras esperamos que nuestro Rey regrese y acabe con el mal de una vez por todas, sabemos que tenemos la victoria final en Cristo. Su fuerza, en debilidad, ha cargado con todo lo que una vez nos condenó. El poder de Su cruz ha aplastado todo lo que podría amenazarnos.
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