Elección sobrenatural
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Última versión de 11:40 8 abr 2014
Por Carl W. Bogue
sobre Predestinación y Elección
Una parte de la serie Tabletalk
Traducción por Micaela Ozores
Cuando era un pastor joven, me enfrenté a la acusación que todo pastor reformado alguna vez ha oído: “Si Dios predestina todas las cosas y elige a algunos para vida eterna mientras que desecha a otros, entonces es un Dios arbitrario”. Con celo y convicción plena en mi respuesta, guié a la persona que me hizo este planteo al pasaje de Mateo 20, donde Jesús relata la parábola de los obreros de la viña en la que aquellos que empezaron a trabajar a la hora undécima recibieron el mismo salario que los que empezaron temprano por la mañana. Dado que quien emitió la acusación creía en la autoridad de las Escrituras, di por sentado que habría de sujetarse a la verdad de que Dios es justo en tener misericordia de quien Él tiene misericordia.
Sin embargo, mi contrincante no tomó la premisa de Jesús en un sentido axiomático, sino que coincidió con los obreros en sus protestas y afirmó que era injusto que el hacendado hiciera lo que quisiera con lo que era suyo. Incluso llegó a insinuar que si su propio empleador pagara a otros empleados más de lo establecido en su contrato, lo demandaría por no haberles dado el pago justo que les correspondía.
No obstante, sabemos que sería errado concluir que el hacendado debía pagar más a los obreros que trabajaron más horas si Jesús dijo que lo que hizo era justo. La implicación es que Dios bien puede decir, tanto a los salvos como a los condenados: "Amigo, no te hago ninguna injusticia... ¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo que es mío?" (Mateo 20:13-15a).
Dios no debe Su misericordia y Sus dones a ninguno de nosotros. Que haga a otros partícipes de Su gracia no significa que tengamos "derecho" a recibir Su gracia. ¡La gracia soberana no es un derecho!
¿Será que Dios es arbitrario al elegir salvar a algunos pero no a todos? Antes de tratar esta cuestión, debemos considerar cuál sea el punto de partida. Todos los hombres están muertos en sus pecados. Quizás el hecho de que Dios salve a algunos y deje que otros perezcan solo pueda entenderse en contraste con el contexto del pecado y la paga justa por incurrir en él. Lo que merecemos, de acuerdo con la justicia de Dios, es la condenación. Si Dios nos salva a usted y a mí, esto no habilita a un hombre que no ha sido salvo a argüir que, por consiguiente, él también debería ser librado del castigo. Dios no le debe a él la salvación solo porque a usted y a mí sí nos salvó.
En cuanto refiere al término “arbitrario”, las definiciones de diccionario no proveen una orientación adecuada. La acepción principal, que es "que se ha establecido por la voluntad o el criterio de un árbitro o juez", no conlleva ningún contrasentido; pero la segunda y la tercera acepción son, respectivamente, "hecho o establecido por la voluntad o el capricho de alguien" y "despótico". Todo creyente sabe que Dios no es ni caprichoso ni despótico en el sentido comúnmente aceptado de estos términos; pero la palabra “déspota” también tiene una acepción benévola que bien podría describir la soberanía y la gracia de Dios. Por lo tanto, una mera respuesta positiva o negativa a la pregunta acerca de la arbitrariedad de Dios sería demasiado simplista.
La Biblia nos manda no poner en duda la santidad de Dios. En Hechos 10:34, Pedro declara: "Ciertamente ahora entiendo que Dios no hace acepción de personas”. Asimismo, Pablo dice: "Porque Dios juzga imparcialmente” (Romanos 2:11, DHH). Esto no significa que Dios trata con todas las personas del mismo modo, sino tan solo que no es indulgente con algunos por ser judíos o gentiles, ricos o pobres. En Romanos 3:1-2, Pablo dice que los judíos tienen una clara "ventaja". En Mateo 11:25, Jesús agradece al Padre diciendo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a sabios e inteligentes, y las revelaste a los niños". Ambos pasajes implican que Dios ejerce cierta discriminación en la entrega de Sus dones: "Tendré misericordia del que Yo tenga misericordia" (Romanos 9:15; véase Éxodo 33:19).
¿Acaso es lo mismo que decir que Dios es arbitrario? El teólogo holandés G.C. Berkouwer se muestra muy renuente a la hora de atribuir arbitrariedad a Dios. En su libro Divine Election (que se traduce literalmente como "Elección divina"), incluye un capítulo de alrededor de 50 páginas acerca de la elección y la arbitrariedad. Aún así, reconoce que es difícil sostener su aversión personal al término “cuando intentamos distinguir la soberanía de la arbitrariedad”. De hecho, uno de los gigantes de la Iglesia que no dudó en emplear el término fue nada menos que Jonathan Edwards. “Dependemos más de la bondad de Dios ahora que bajo el Antiguo Pacto. (...) Ahora dependemos más de la soberana y arbitraria buena voluntad de Dios. (...) Todo es por gracia, simple y arbitraria” (Sermón acerca de 1 Corintios 1:29-31). Además, en el célebre sermón "Pecadores en manos de un Dios airado", Edwards dice acerca de los pecadores que están al borde de un abismo y a punto de caer: “Lo único que los sostiene a cada momento es la voluntad arbitraria de Dios y el perdón no pactado que este Dios airado no se ve obligado a conceder".
El quid de la cuestión es que los hombres no tienen derecho a juzgar a Dios por la libre dispensación de Su gracia. Los pecadores perdieron todo derecho a exigir que se les conceda misericordia. La condenación es una deuda que tenemos con Dios a causa del pecado, mientras que la gracia es libre e inmerecida. Para los pecadores, la elección es incondicional; no hay razón alguna por la que Dios habría de escoger a tal persona o a tal otra. Por lo tanto, uno podría decidir, con prudencia, no emplear el término “arbitrario” según su connotación negativa, pero sí usarlo como Edwards lo usa: para señalar la naturaleza incondicional de la gracia de Dios.
Sin embargo, afirmar que Dios no encuentra en el hombre motivos para elegirlo no es lo mismo que decir que Dios no tiene motivos para elegirlo. Dios revela cuál es Su motivación: “demostrar Su ira y hacer notorio Su poder... para dar a conocer las riquezas de Su gloria sobre los vasos de misericordia... a quienes también llamó” (Romanos 9:22-24a). No es un déspota que trata con nosotros con injusticia, sino uno deseoso de mostrar misericordia a pecadores que no la merecen.
Hay algunas enseñanzas sustanciales que nos deja esta reflexión. En cuanto a la aseveración de que Dios elige a Sus escogidos arbitrariamente, no podemos responder con un simple "sí" o "no". Una respuesta afirmativa nos lleva a correr el riesgo de que se interprete el término "arbitrario" en su acepción peyorativa. Una mera respuesta negativa puede implicar que la elección de Dios se ve condicionada en algún modo y que depende del ser humano. Tanto el "sí" como el "no" deben estar debidamente justificados. Dios de hecho tiene preferencias: Él elige soberana y libremente a quienes le complace; pero no hay rastro de injusticia en Su elección.
Además, cualquiera sea el significado del término “incondicional” (ya sea que se use o no en el mismo contexto que el término “arbitrario”), nunca debe juzgarse que se contradice con las palabras explícitas de Jesús: "para que todo aquel que cree en [Cristo] no se pierda, mas tenga vida eterna" (Juan 3:16) y "al que viene a mí, de ningún modo lo echaré fuera" (Juan 6:37). Si un pecador escucha el Evangelio y no es salvo, esto se debe a que no se acercará a Él. Los pecadores se pierden a causa del pecado. Cuando, en su pecado, rechazan la misericordia que el Evangelio ofrece, Dios declara con perfecta justicia: "el que no cree ya ha ido condenado" (Juan 3:18).
Dios no obligará a una persona a creer contra su voluntad, aunque puede, si así le place en Su gracia incondicional, darle a esa persona una nueva voluntad por medio de la cual creer. Culpar a Dios por su condenación no es una excusa para el pecador: es un agravante para su pecado. Al actuar de este modo, está pisoteando la sangre preciosa de Cristo. El hecho de que Dios por Su puro afecto incondicional elija salvar a algunos es tan solo motivo de alabanza de Su gracia incomparable. No es motivo para juzgar que la elección de Dios es arbitraria en un sentido peyorativo. Aborrecer a Dios por tan grande amor y gracia no hace más que mostrar la profunda bajeza del pecado personal. Alabemos a Dios porque, en Su misericordia y gracia, salva incluso a aquellos que alguna vez despreciaron Su misericordia llamándola “arbitraria”.
Hay una lección más que necesitamos aprender con diligencia para no caer en el error de sugerir que Dios quizá sea injustamente arbitrario al elegir salvar a algunos pero no a todos. Todo pastor que alguna vez haya acudido a un hospital o un hogar en respuesta a un accidente trágico e inesperado habrá escuchado a alguien decir: "¿Qué hizo para merecer esto?", o bien "No es justo, era tan bueno". Muchos también pensarán, a pesar de que no lo exterioricen: "¿Qué hice yo para merecer semejante castigo?". Sin lugar a dudas, esa es una de las preguntas más impías que pueden salir de boca de quien profesa ser cristiano. Cualquier persona en su sano juicio afirmaría con plena certeza: "¡No quiero recibir lo que merezco!". Si Dios me diera lo que merezco, no me quedaría esperanza de salvación. Ira, infierno, condenación, maldición y castigo eterno son las palabras que resumen lo que usted y yo merecemos.
Es peligroso decir, como quienes se muestran en desacuerdo con nosotros, que no merecemos el castigo eterno y que la gracia soberana es un derecho. Sin embargo, el ponderar esta aseveración blasfema de que Dios tiene la obligación de concedernos Su gracia y que al condenar a las personas no les está dando lo que en realidad merecen quizá sea un marco útil para meditar en la gloriosa verdad de la elección incondicional como punto central del Evangelio.
Piénselo de este modo: la salvación es exclusivamente para aquellos que reciben lo que Cristo merece. Dios no bajó Sus estándares para salvarlo; envió a un sustituto que pudiera cumplir con ellos. Si Dios lo eligió y le dio un nuevo corazón y una fe activa, Cristo es su sustituto. Si Cristo es su sustituto, alabe a Dios por haber recibido lo que Él merece mientras que Él, en la cruz, recibió lo que usted merece. El que Dios permita que todos o algunos seres humanos reciban lo que merecen, es decir, "la paga del pecado", simplemente glorifica Su justicia intachable.
Sería más razonable cuestionar la justicia de Dios al elegir incondicionalmente a algunos para vida eterna en lugar de castigarlos en el caso hipotético de que Cristo no hubiera recibido, por medio de Su sacrificio sustitutivo, lo que las personas salvas merecían. ¿Es Dios arbitrario? Jesús responde: "¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo que es mío?". ¿Prefiere alegar que Dios es injusto o, por el contrario, regocijarse en la infinita misericordia con que recibimos lo que Cristo merece?
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