Cómo alimentar el alma
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Última versión de 12:04 15 abr 2014
Por Jon Bloom sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Micaela Ozores
Cuando el alma está conturbada, se vuelve difícil ver con claridad. El miedo, el enojo, la angustia y la desesperación pueden distorsionar nuestra percepción de la realidad. No es sencillo seguir viendo la situación en perspectiva, ya que estos sentimientos magnifican los problemas.
Muchas veces, cuando nos sentimos abrumados, lo que necesitamos es que alguien nos tome por los hombros, nos mire directo a los ojos y nos diga algo que nos haga entrar en razón. A veces, esa persona es uno mismo.
Eso es lo que enseña la Biblia. Preste atención a lo que el salmista se dice a sí mismo: "¿Por qué te abates, alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios, pues he de alabarle otra vez. ¡Él es la salvación de mi ser y mi Dios!" (Salmo 43:5).
Este hombre estaba en problemas. Se sentía amenazado y sobrecogido. En la primera parte del salmo, acierta al hacer precisamente lo que es correcto: derramar su alma en oración ante Dios. No obstante, luego deja de orar y se dirige a su propia alma.
Hay una intención detrás de cada palabra que Dios incluye en la Biblia. Por lo tanto, si las Escrituras registran esta suerte de diálogo con el alma en el himnario inspirado que pasaría a la posteridad, es de suponer que nos detengamos a observar su significancia. Sin lugar a dudas, Dios quiere que hablemos a nuestra alma y es por ello que necesitamos entender la importancia de este pasaje.
Pensemos, ¿qué buscan los salmitas cuando se hablan a sí mismos? En cada instancia, ya sea en medio de la desesperación o de la celebración, se recuerdan a sí mismos que su esperanza está puesta en Dios. ¿Por qué lo hacen? Porque saben que, en un mundo de tribulaciones (Juan 16:33) en el que la esperanza desfallece poco a poco, es crucial alimentar el alma.
La esperanza es al alma lo que la energía es al cuerpo; es la energía espiritual que genera el alma cuando creemos que lo que el futuro nos depara es bueno, más allá de que en el presente estemos pasando un mal momento. El alma necesita esperanza para seguir adelante del mismo modo que el cuerpo necesita energía para seguir en funcionamiento.
Solo tenemos esperanza respecto del futuro, sea que este futuro se halle a diez minutos o a diez milenios de distancia. No es posible tener esperanza respecto del pasado. Podemos sentirnos agradecidos por el pasado y el pasado puede inspirarnos con miras a lo porvenir o incluso garantizarnos un futuro promisorio. Pero ninguna experiencia del pasado, por maravillosa que sea, puede darnos esperanza si el futuro se ve sombrío. Necesitamos tener esperanzas respecto del futuro para salir adelante.
La esperanza nos permite afrontar las cuantiosas adversidades del presente. Meditemos en las palabras de David: "Testigos falsos se han levantado contra mí, y los que respiran violencia. Hubiera y desmayado, si no hubiera creído que había de ver la bondad del Señor en la tierra de los vivientes" (Salmo 27:12-13). Por el contrario, cuanto más desalentados nos hallamos, más nos urge el deseo de escondernos o escapar. Lo vemos en David cuando escribe: "Terror y temblor me invaden, y horror me ha cubierto... ¡Quien me diera alas como de paloma! Volaría y hallaría reposo" (Salmo 55:5-6).
Cuando el cuerpo necesita energía, le damos comida; pero cuando el alma necesita esperanza, ¿cómo la alimentamos? Con promesas: las promesas que Dios hace de darnos "un futuro y una esperanza" (Jeremías 29:11). Las promesas son el verdadero alimento del alma.
Es por eso mismo que la Biblia es el libro de las "preciosas y maravillosas promesas" (2 Pedro 1:4) que nos hace un Dios bondadoso, quien pone de manifiesto que cumple con Sus pactos. El hombre no fue creado para vivir solo de pan, "sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mateo 4:4). Por ello es que Dios nos dio la Biblia: en ella depositó alimento nutritivo para el alma de Sus santos.
Si las promesas son alimento y la esperanza energía para el alma, entonces la fe es el medio del que el alma se vale para comer y digerir. La fe consiste en creer que las promesas de Dios son dignas de confianza: es "la certeza de lo que se espera" (Hebreos 11:1). Por ese motivo es que "el justo por la fe vivirá" (Romanos 1:17). Debemos alimentarnos para vivir. La fe mastica y digiere las promesas de Dios, lo que a su vez produce esperanza.
Por consiguiente, cuando el escritor del Salmo 43 exhorta a su alma que "[espere] en Dios", es como si se estuviera tomando a sí mismo por los hombros, por así decirlo, y declarara: “Escucha, alma mía. ¿A qué temes? ¿Has olvidado el futuro glorioso que Dios te ha prometido? ¿O acaso crees que las circunstancias adversas te rodean son más fuertes que Dios? Aparta la mirada de tus problemas y recuerda cuál es la verdadera Fuente de tu esperanza. Aliméntate, alma mía. Aliméntate de las promesas de Dios".
Lo mismo debemos hacer usted y yo. Cuando las dificultades aparecen y nuestra alma está turbada, Dios no quiere que adoptemos una actitud pasiva. Debemos orar, eso es cierto. Sin embargo, en ocasiones necesitamos frenar nuestras oraciones, dejar de oírnos recitar nuestros temores y predicar a nuestra alma. El miedo indica que el alma está hambrienta y anhela hallar esperanza; el único alimento que en verdad podrá nutrirnos el alma son las promesas de Dios.
"Todas las promesas de Dios son en [Jesús] Sí, y en él Amén" (2 Corintios 1:20 RVR60). La gracia que es manifiesta en Su muerte y Su resurrección nos garantiza un torrente inagotable de gracia futura que se extiende hacia la eternidad.
Por eso, alimentémonos de la gloria de Dios y que "el Dios de la esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en la esperanza por el poder del Espíritu Santo" (Romanos 15:13).
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