Emociones y verdad
De Libros y Sermones BÃblicos
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Revisión de 13:01 16 jun 2014
Por Edgar R. Aponte sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por 9Marks
Desde los primeros años de la Iglesia, los apóstoles se vieron en la necesidad de confrontar distorsiones que amenazaban la verdad del evangelio. Vemos ejemplo de esto en la carta de Pablo a los gálatas y en la primera carta de Juan. En el primer caso, varias personas se apartaron del evangelio siguiendo falsas enseñanzas (Gál. 1:6-8). En primera de Juan vemos como el apóstol defiende la verdad confrontando el docetismo y otras ideas gnósticas que habían infectado las iglesias (2:18-27; 4:1-6). Estudiando nuestra Biblia y la historia de la Iglesia nos podemos dar cuenta de que casi siempre las falsas enseñanzas están ligadas a algunas verdades. Y es que el que trata de vender hierro por oro, quiere que el hierro parezca oro. El que quiere vender cristal por diamante, tratará de hacer una buena imitación.
La verdad es preciosa. Cristo es la verdad (Jn. 14:6), y en Él están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento (Col. 2:3). La Iglesia está llamada a defender y cuidar la verdad del evangelio revelada en la perfecta e inerrante Palabra de Dios. Pero en los últimos siglos, impulsada por la filosofía de la Ilustración y luego por el romanticismo liberal de algunos teólogos, la verdad ha pasado a un segundo plano siendo sustituida por el subjetivismo y el emocionalismo.
En ese contexto, muchas iglesias en América Latina han presentado las doctrinas bíblicas como innecesarias y divisionistas. La realidad es que las doctrinas no pueden ser evitadas a menos que no hablemos o vivamos. Recuerdo hace unos años estar conversando con un pastor sobre la cruz y la doctrina de la propiciación de Cristo, a lo que él me respondió: “yo tengo 15 años como pastor, y he aprendido que las doctrinas no son importantes. Lo importante es ayudar a otros a vivir mejor”. Esto último lo pueden hacer gobiernos y organizaciones como la Cruz Roja, pero solo la Iglesia de Cristo, a través de la enseñanza de la Biblia, y en el poder del Espíritu Santo, puede ayudar a otros a adorar al Padre en espíritu y en verdad (Jn. 4:23).
El fundamento de un creyente está en Dios. El creyente se deleita en Cristo. El creyente se goza conociendo y entendiendo las doctrinas que hablan del carácter y la obra de Dios. Se deleita en exaltar a Dios, en contemplar su santidad y pureza. Se regocija meditando en la dulzura de las palabras que en un momento fueron amargas; y en las verdades del evangelio que antes rechazaba. Reflexionar en la gracia que le salvó lo hace humilde y agradecido.
Pero cuando la iglesia no enseña la Biblia, las personas tienden a vivir y descansar en sus experiencias y, en vez de poner sus ojos en la gloria y la excelencia de Cristo, ponen sus ojos en hombres. Se entretienen observando sus propios logros o algún momento de éxtasis en sus vidas. Jonathan Edwards decía en el siglo XVIII que las vidas de esos profesantes que descansan en sus experiencias, y no en Cristo, son más abominables ante Dios que los inmorales que no pretenden ser religiosos.
La realidad es que cuando nuestras emociones y experiencias no están enraizadas en verdades bíblicas, serán en vano. Igual de vanas como la de aquellos que dentro de la multitud clamaron con gran fervor: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas! (Mt. 21:9), pero que después gritaron con gran fuerza: ¡Sea crucificado! ¡Sea crucificado! (Mt. 27:22-23).
Las personas pueden expresar múltiples afecciones y no necesariamente tener un corazón regenerado. En 1746, Jonathan Edwards escribió un excelente libro discutiendo este fenómeno. Nosotros podemos ver ejemplos de esto en el Antiguo Testamento también. Los hijos de Israel, al ver las obras y las maravillas de Dios en el Éxodo (ej. en el Mar Rojo), expresaron diversos tipos de emociones. Tristemente, sabemos cómo terminó esa generación del Éxodo.
En el otro extremo, en Latinoamérica hemos visto cómo otras iglesias, tras haber observado el abuso del emocionalismo y el subjetivismo, han tratado de suprimir cualquier tipo de expresión de emoción y adoración (ej. levantar las manos), hablando de verdad y doctrina, pero con frialdad y sin amor. Debemos defender la verdad pero no a expensas de la afección y las emociones.
Necesitamos entender que la buena doctrina produce emociones. Contemplar la gloria, la belleza, y la majestuosidad de Dios debe producir en nosotros afectos hacía Él y su obra. Una buena teología es una teología afectiva. La sana doctrina produce un corazón contrito, no un corazón orgulloso. Una sana doctrina produce adoración sana. Un conocimiento verdadero de Dios provoca un deseo de conocer más al trino Dios que nos llamó a vivir una vida de adoración por Él y para Él.
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