Reflexiones acerca del discipulado de mujeres
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Revisión de 20:33 17 jun 2014
Por Jani Ortlund sobre Mujeres
Traducción por 9Marks
Muchas de nosotras tenemos hambre de verdadera comunión cristiana. Asistimos a la iglesia buscando amistad y una comunidad, pero a menudo nos vamos decepcionadas. Ser parte del cuerpo de Cristo significa crecer en una comunión más profunda de la que podemos conseguir un domingo por la mañana. Y Jesús nos dice, mediante sus palabras y su ejemplo, cómo hacer esto. Jesús dijo: "Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones [...] enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt. 28:19-20).
Contenido |
Una gran línea de discípulos
Jesús quiere que seas parte de la gran línea de sus discípulos. Él ordena esto como una forma de vida, de manera que la plenitud de tu vida en él pueda pasarse a otras personas, quienes a su vez pueden pasarla a otras hasta "el fin del mundo". Piensa en tu vida dentro de treinta años. ¿Qué edad tendrás? Yo tendré noventa y dos. Mis dos abuelas vivieron hasta los noventa años y mi madre celebra su nonagésimo cumpleaños este año. ¡Es posible que me esperen treinta años más de feliz servicio a Cristo! No obstante, no quiero ser el final de la línea. Quiero dejar detrás de mí mujeres que amen a Cristo con todo el corazón. El Salmo 78:1-7 desafía a una generación a dar a conocer a "la generación venidera las alabanzas de Jehová, y su potencia, y las maravillas que hizo". De esta forma, también traemos a Cristo a generaciones distantes: "Para que lo sepa la generación venidera, y los hijos que nacerán; y los que se levantarán lo cuenten a sus hijos, a fin de que pongan en Dios su confianza". Estamos ante una mayordormía generacional, dada a nosotras por Dios. Cuando discipulamos a mujeres, sus hijos, sus nietos y sus bisnietos recibirán las bendiciones de nuestros esfuerzos. Nuestras vidas importan, e importarán, por mucho tiempo. Un glaciar parece estar haciendo poco ahora pero deja tras de sí un Gran Cañón. Tienes que estar dispuesta a ser parte de un glaciar. Queremos dejar tras nosotras generaciones de mujeres que "ponen su esperanza en Dios".
Cómo empezar
El primer paso en el discipulado es ser una discípula. Discipular no es solo un verbo, también es un nombre. Eres, en primer lugar, discípula de Jesús. El discipulado implica "sé quien yo soy" más que "haz lo que yo te digo". Quién eres es lo que tendrá un impacto en los demás. Tengo una gran deuda con dos mujeres que han hecho una costosa inversión en mí. Mucho de lo que estoy pasando a otras mujeres hoy es lo que he aprendido de ellas. ¿En quién ves vida espiritual y la radiante belleza de Jesucristo rebosando en diferentes aspectos de su vida? ¿A quién quieres imitar (1 Co. 11:1; Fil. 3:17)? Queda con ella para tomar un té y cuéntale acerca del deseo de tu corazón. Ve si ella puede invertir tiempo en ti. La primera mujer a quien yo pregunté dijo que no podía hacerlo. Está bien, sigue intentándolo. El discipulado implica asumir riesgos en las relaciones. ¿Quién eres en Cristo? Si quieres crecer más en él, ¡perfecto! Pero toma a otras contigo. Si te sientes débil y necesitada es entonces cuando el poder de Dios es más fuerte. Incluso en tu debilidad puedes ayudar a otras mujeres a aprender qué significa confiar en Dios en la debilidad. ¿Conoces a Jesús? ¿Le amas? ¿Es tan valioso como para darle tu vida entera? Si es así, alguien necesita escucharte, estar cerca de ti y verte abrazar estas realidades. Alguien necesita verte vivir estas convicciones de cerca, y no solo los domingos por la mañana. El discipulado no consiste en que cristianas profesionales pasen sus mejores prácticas a cristianas principiantes. Ser una discípula, y aprender a discipular a otras, significa mirar a Jesús con tal intensidad y deleite que en realidad empiezas a reflejar su belleza en la vida diaria. A medida que creces en gracia, Jesús se hace más precioso, más satisfactorio, más emocionante que cualquier otra cosa. Y a medida que contemplas a Jesús, otras querrán unirse a ti y podréis empezar a mirarle juntas. La manera más importante en la que puedes discipular a otras es disfrutando a Cristo tú misma de una forma tan irresistible que tu deleite se haga contagioso.
Invitando a otras al camino de la vida
Toda persona va caminando por un camino que va a uno de dos lugares: la vida o la muerte. "En el camino de la justicia está la vida; y en sus caminos no hay muerte" (Pr. 12:28). "Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte" (Pr. 14:12; cf. 16:25). En el discipulado pedimos a otras que caminen con nosotras en el camino de la vida. ¿Deberíamos desafiarlas y exhortarlas en el camino? Sí, pero como una compañera peregrina, no como una que ya ha llegado a la meta (Fil. 3:14-15). Deberíamos ayudarlas a reconocer, admirar, estimar, responder y disfrutar a Jesús, cuyo yugo es fácil y ligera su carga (Mt. 11:30). Ama a aquellas que estás discipulando como Jesús te ama a ti (Ro. 15:7). Recuerda, no es nuestra misión mostrar a otras lo pecadoras que son, sino ¡lo hermoso que es Jesús! Así que, uníos de la mano y caminad juntas en vuestra misma necesidad de Jesús. El discipulado no siempre tiene que ser estructurado. Algunas personas no funcionan de esta manera. Pero también puede ser de ayuda establecer sistemas de intimidad y responsabilidad mutua. Aquí expongo algunas sugerencias de mis grupos de discipulado:
- Nos comprometemos en cuanto a la frecuencia y la duración de nuestras reuniones.
- Tomamos turnos para compartir nuestra propia biografía y las cosas importantes que nos han pasado.
- Pasamos tiempo adorando a Dios juntas.
- Estudiamos diferentes pasajes de la Biblia.
- Compartimos motivos de oración y oramos las unas por las otras, manteniendo peticiones confidenciales.
- Aprendemos una canción o un himno y lo cantamos juntas.
- Leemos y comentamos un libro.
- Memorizamos pasajes de las Escrituras.
- Servimos juntas.
- Intentamos conocer a nuestras respectivas familias.
Obviamente, esto requiere tiempo. ¿Qué es lo que funcionaría para ustedes? Adáptenlo a sus necesidades.
Nuestro sagrado cometido
Debemos cultivar en nuestra esfera de influencia —nuestras casas, nuestras iglesias, nuestros vecindarios, nuestros lugares de trabajo— hijas espirituales que a su vez puedan transmitir la verdad. Las mujeres más jóvenes entre nosotras son nuestro sagrado cometido encomendado por nuestro Padre celestial. Hacer discípulas no es solo una buena idea que alguien pensó: es un mandato bíblico. Todas ganamos en esta hermosa relación de discipulado. Piensa en lo que ganamos: una nueva amiga, una guerrera en la oración, una forma nueva y fresca de ver la vida, un entendimiento más profundo de una generación diferente. En nuestro dar seremos llenas, bendecidas, animadas y amadas. ¿No es Dios bueno para recompensar la obediencia con tales gozos?
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