Para tu próxima visita al hospital
De Libros y Sermones BÃblicos
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Revisión de 19:35 5 may 2016
Por Joni Eareckson Tada sobre Sufrimiento
Traducción por Susana Belvedere
Conozco los hospitales. Desearía no haberlos conocido, pero a lo largo de los años han sido todos demasiado familiares con sus pasillos impregnados de olor y congeladas salas de operaciones.
Comenzó en el año 1967 cuando una zambullida imprudente en aguas no profundas quebró mi cuello, dejándome en el hospital cuadripléjica. Cuando me llevaron de urgencia al hospital en un caluroso verano de julio, y no tenía ni idea que recién podría salir en abril de 1969.
Una mañana estaba acostada en sobre una camilla de madera en el pasillo afuera de la clínica de urología. Después de esperar por dos horas contando los azulejos del techo, un trabajador del laboratorio apareció por las puertas para anunciar que sería “la primera después del almuerzo”. Gemí. Mis hombros ya me estaban doliendo de estar acostada tan derecha por tanto tiempo.
Mientras los urólogos marchaban para la cafetería, mi cabeza se hundía. Tanto casi al punto de asfixiarme en el suelo por temor y claustrofobia.
Empecé a llorar. No había nadie alrededor para secar mis lágrimas. Entonces decidí calmar mi alma con un himno, con un susurro nomas, canté mi favorito del coro de la iglesia:
“Apacíguate, alma mía: el Señor está a tu lado.
Soporta paciente la cruz de sufrimientos o dolor.
Deja a tu Dios disponer y proveer.
En toda circunstancia, Él permanecerá fiel
Apacíguate, alma mía: tu mejor, tu celestial amigo
Atravesando senderos tortuoso, ¡te guía a un gozoso fin!”
Solo tenía diecisiete años, quizás dieciocho, pero ese momento definió como enfrentaría la vida en el hospital. Mi estadía no sería una sentencia en la cárcel. Así viniera infierno e inundación, determiné que ese hospital seria, o sea, un gimnasio para mi alma, un campo de prueba para mi fe, un campo misionero para Dios.
¿Suena improbable para un adolescente? Si lo es. Y ahora mirando hacia atrás, lo era. Aun así era suficiente cristiana para saber que podía aferrarme a la esperanza bíblica sino me volvería loca. Sí, todavía estaba luchando contra la depresión, todavía estaba luchando como iba a sobrevivir sin mis manos y piernas, aun después de salir del hospital en 1969.
Pero no me permitiría hundirme en desesperación. Ese pequeño acto de resolución hizo toda la diferencia, no solo en ese momento sino también en los siguientes años cuando luché contra un cáncer etapa 3 y dolor crónico.
Aprendiendo en el hospital
Por eso me gusta el nuevo librito de John Piper “Lecciones desde una cama de hospital”. Podrías pensar que los capítulos son demasiado cortos para llevar cualquier peso real, pero son perfectamente concisos: sabiduría disparada a través de una pistola de juguete.
John no necesita calificarse como un navegante experto en hospitales (así como un buen obstetra ginecólogo nunca tiene que asistir un parto). Sus credenciales vienen de su habilidad dada por el Espíritu de transmitir lo que es prudente, lo que es correcto hacer con todas las horas de estar acostado languideciendo en una cama de hospital.
Por eso, por favor no dejen el librito a un costado demasiado rápido. Lean sus lecciones en oración y pongan por obra sus consejos intencionalmente. Junto con su Biblia, este librito es su mejor guía para asegurarle que su estadía en el hospital produce genuinamente algo bueno para su alma.
Como John dice a menudo: « No desperdicies tu sufrimiento». Y amigo, yo confío que sus Lecciones desde una cama de hospital le ayudarán justamente a no hacer eso durante su estadía en el hospital. No es una cárcel, es un gimnasio. Por lo tanto léalo cuidadosamente. Y que las manos sanadoras de la gracia de Dios reposen sobre usted durante su enfermedad, ya sea que usted ya está allí o preparándose ahora para su visita al hospital, lo cual eventualmente llegará.
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