Tu empleo no es en vano
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Revisión de 05:13 28 ene 2017
Por Andre Yee sobre Trabajo y Vocación
Traducción por Susana Belvedere
¿Qué hacemos cuando experimentamos un trabajo infructuoso o hasta con fracaso? ¿Cómo respondemos cuando el arduo trabajo termina con pocos resultados?
Así usted sea un fiel pastor en una iglesia con problemas, un estudiante universitario diligente con malas calificaciones, o un buen padre con un hijo prodigo, todos experimentamos la frustración de un trabajo infructuoso. Por momentos no parece muy justo, pero la realidad continúa: el trabajo esforzado no siempre nos garantiza resultados exitosos. A veces los proyectos fallan y no llegamos a las fechas de vencimiento a pesar de nuestros mejores esfuerzos.
En nuestro mundo motivado por el desempeño, la infructuosidad es a menudo una píldora muy difícil de tragar (especialmente para las personalidades más determinadas entre nosotros). Esperamos resultados inmediatos y rápidamente nos desanimamos cuando no podemos alcanzar nuestras propias expectativas.
En tiempos de infructuosidad, me veo tentado a hacerme una introspección negativa o a culpar a otros por mis fallas. En mis peores momentos, puedo dudar de la buena disposición Dios hacia mí, preguntándome por qué él no bendice mi trabajo actual (mientras que por conveniencia me olvido de todas las otras áreas en las cuales él sí me ha bendecido).
Cuatro cosas para recordar en tiempos de fracaso
En tiempos de fracaso debido a la infructuosidad, a menudo me ayuda una historia en Juan 21. Los discípulos se embarcaron en una pesca durante toda la noche y “no sacaron nada” (Juan21:3). Al amanecer, Jesús les preguntó si habían pescado algo. No, nada. Jesús les dio instrucciones de “tirar las redes por el lado derecho de la barca” (Juan 21:5-6). El resultado fue milagroso. Luego de haber fracasado totalmente toda la noche, las redes se llenaron con tantos peces que comenzaron a rasgarse.
Esta historia ofrece cuatro puntos para recordar que nos animan en tiempos infructuosos y de fracaso.
1. El trabajo infructuoso es una experiencia común
Deberíamos disculpar a los discípulos si ellos establecieron expectativas muy altas para una pesca exitosa. Después de todo, ellos pusieron toda su devoción en Jesús, dejando a sus familias, hogares y trabajos para seguirle. Algunos de ellos eran también pescadores comerciales experimentados. Ellos parecían tener las credenciales correctas: cristianos comprometidos y profesionales competentes. Y aun así sus esfuerzos fracasaron.
Podríamos no entender por qué nuestros esfuerzos diligentes fracasan, y ser tentados a exasperarnos. Pero debemos recordar que como cristianos no tenemos garantizado el éxito en nuestro trabajo. En su sabiduría, Dios “hace salir el sol sobre justos e injustos” (Mateo 5:45). Las temporadas de infructuosidad son simplemente parte y área de nuestro vivir en un mundo maldecido por los efectos de la caída. Nuestro trabajo en el mundo actual está sujeto a “espinos y cardos” que impiden el progreso y obstruyen los resultados fructíferos (Génesis 3:18).
Cuando el éxito parece elusivo es importante recordar que la infructuosidad es una experiencia común para todos. Nuestra dificultad no es evidencia de que Dios no está complacido con nosotros sino un recordatorio de que el mundo en el que vivimos está esperando por la total redención (Romanos 8:20-21).
2. Jesús nos encuentra en nuestros fracasos
Cuando nuestra labor se encuentra significativamente con pocos resultados o fracaso, Dios nos puede parecer distante. Podemos tentarnos a creer que Jesús no se preocupa por nuestra situación o por los resultados que parecen muy importantes para nosotros, ese proyecto vital que no prospera o el emprendimiento dificultoso de un negocio.
En esos momentos debemos tener cuidado de no rebajar a Jesús a un distante, insensible Salvador que no comprende ni se preocupa por nuestras necesidades presentes. Al contrario, como Hebreos 4:15 declara: “nuestro Sumo Sacerdote comprende nuestras debilidades, porque enfrentó todas y cada una de las pruebas que enfrentamos, sin embargo, él nunca pecó”. Recordemos, Jesús experimentó todas las limitaciones trabajando en un mundo caído y el comprende nuestras dificultades. Y lo más importante es que él toma cuidado.
En esta historia, el cuidado de Jesús por sus discípulos es evidente en su tierna respuesta al respecto: “¿Hijitos, pescaron algo?” (Juan 21:5). Después de una noche de infructuosa labor, Jesús se encuentra con sus discípulos en el centro de sus necesidades y debilidad.
Este es un Salvador quien se acerca hacia nosotros en tiempos perplejamente problemáticos. Se involucra con la gente común, con peces y redes, para ejecutar lo milagroso por el bien de sus hijos. Cuando nos desanimamos acerca de nuestra falta de éxito o progreso, podemos ir a Cristo con confianza que a él cuida de nuestras dificultades.
3. Dios nos ayuda en tiempos de necesidades
Muy a menudo, yo no veo la ayuda de Dios cuando enfrento obstáculos y fracasos. Al contrario, me apoyo en mis propias habilidades y me olvido de buscar a Dios. De hecho, mucho de mi desánimo con los tiempos infructuosidad tiene raíz en mi inhabilidad para tener éxito por mí mismo.
Las redes vacías de los discípulos nos recuerdan que necesitamos a Dios de maneras que van más allá de nuestras capacidades y recursos. Las experiencias y competitividad de los discípulos en sí mismas no eran suficientes para producir un resultado fructuoso. Como la situación de la alimentación de los 5000 diseñada para revelar las limitaciones del poder humano y revelar el ilimitado poder de Jesús para saciar las necesidades humanas.
Cuando nos encontramos con obstáculos más allá de nuestra fuerza y habilidades, no descartemos la capacidad de Dios de ayudar a través de, y hasta a veces milagrosa, providencia. Dios se especializa en desplegar su gloria en medio de nuestras necesidades. Recurramos a él por ayuda.
4. Jesús es el verdadero premio por nuestro trabajo
“Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se puso la túnica...se tiró al agua y se dirigió a la orilla.” (Juan 21:7)
¿No nos encanta la reacción de Pedro? Percatándose de que Jesús estaba en la orilla, se zambulló y nadó hacia él. El cansancio de haber trabajado infructuosamente toda la noche no importó, ni todo el cargamento de peces. Para Pedro nada importaba más que el hecho de que Jesús estuviera presente. El compañerismo con su Salvador resucitado era incomparablemente más reconfortante que la red repleta de peces.
¡Oh, si tuviéramos la perspectiva de Pedro aún si nuestro trabajo tiene éxito o fracasa! Que nuestra (muy legítima) aspiración por buenos resultados nunca opaquen el verdadero premio por nuestra labor: conocer y atesorar a Jesucristo. De hecho, es en nuestras dificultades, no en el éxito, donde experimentamos la presencia de nuestro Salvador que da vida.
Solo cuando nos damos cuenta de que el éxito del mundo solamente es bancarrota nos llenamos de esperanza por la “herencia que no tiene precio, una herencia que está reservada en el cielo para [nosotros]” (1 Pedro 1:4).
Solo cuando ya no damos más en nuestras fuerzas descubrimos que la “gracia de Dios es suficiente para [nosotros]” y que su “poder se perfecciona en nuestra debilidad” (2 Corintios 12:9).
Solamente después del desánimo de las malas cosechas somos capaces de recibir esta infusión de gozo en nuestra alma: “me has dado más alegría que los que tienen cosechas abundantes de grano y de vino nuevo” (Salmo 4:7).
A menudo, nuestras dificultades clarifican nuestra visión y fortalece nuestra resolución en valorar más los bienes eternos que el éxito temporario. Los problemas a menudo tienen éxito en anclar nuestra esperanza e identidad en Cristo, más que nuestros logros.
El premio por excelencia de nuestro trabajo no es el éxito que resulta de nosotros mismos sino viendo y probando a Jesús en nuestras diligentes labores. Esto es verdad tanto en el éxito como en el fracaso, en tiempos de abundancia o escasez.
Así sea que hoy las redes están vacías o repletas, si ponemos nuestra esperanza en él, nuestra labor nunca será en vano (1 Corintios 15:58).
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