¿Te ejercitas como un no creyente?
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Última versión de 00:24 14 mar 2017
Por David Mathis sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Soldados de Jesucristo
Dios nos hizo para movernos, y para hacerlo vigorosamente. Y Dios programó nuestro cerebro para producir “endorfinas” que premian y estimulan nuestro cuerpo al ejercitarnos. El ejercicio hace que los seres humanos sean más felices.
La actividad física regular en el ser humano ha sido asumida a lo largo de la historia, pero las innovaciones y el progreso aparente de la modernidad han creado un estilo de vida sedentario considerado más que nunca antes como algo normal. Jamás hemos tenido que decir lo obvio sobre el ejercicio tanto como lo hacemos hoy.
Una cantidad incontable de no creyentes experimenta y disfruta conscientemente del don del ejercicio, pero no adoran a Jesús ni tienen el Espíritu Santo. ¿Debe haber algo distinto acerca de cómo un cristiano se ejercita? ¿Cómo experimentamos el don natural de Dios de ejercitarnos de tal manera que nos beneficiemos espiritualmente?
Recibe el ejercicio con acción de gracias
El encargo de Pablo en 1 Timoteo 4:4-5 estalla con implicaciones para la vida cristiana auténtica en el maravilloso mundo físico de Dios. Aquí las relaciones sexuales matrimoniales y las comidas cotidianas están en una visión explícita, pero el ejercicio es visiblemente relevante.
“Porque todo lo creado por Dios es bueno y nada se debe rechazar si se recibe con acción de gracias; porque es santificado mediante la palabra de Dios y la oración”. (1 Timoteo 4: 4-5)
Recibir el ejercicio y su gozo con acción de gracias, comienza reconociéndolo como un don divino y recibiéndolo con gratitud. Y la gratitud está dirigida hacia un Dador.
Es demasiado fácil para algunos de nosotros que todavía estamos relativamente intactos en lo físico y disfrutamos en alguna medida de buena salud, el fallar en maravillarnos de que podemos caminar durante media hora o incluso correr varias millas. En esta creación caída y maldita, muchos grandes santos están terminalmente alejados de los placeres de Dios en el ejercicio. Las discapacidades abundan en estos tiempos.
Pero la gracia de Dios es suficiente para nuestras espinas (2 Corintios 12:9), y Él tiene sus alternativas para comunicar los placeres naturales a las personas inhibidas. Un hermano querido que conozco, compensa cada milla que no corre con una monstruosa carcajada, el tipo de risa sólo conocido por los que han sufrido mucho.
El primer paso para hacer nuestro ejercicio santo es recibirlo como el regalo que es, no tomar el movimiento corporal y el esfuerzo físico por sentado, sino que explícitamente agradezcamos a Dios por ellos. Decimos: “Padre, gracias porque mis piernas y pulmones funcionan de la forma que lo hacen; gracias por los brazos que se balancean y levantan; gracias por el equilibrio y que no tengo una dolencia u otra condición que me limite a estar en cama.”
En el mundo gimiente en el que vivimos (Romanos 8:22), es algo extraordinario tener un cuerpo que funcione adecuadamente para el ejercicio serio. Ninguno de nosotros agradece a Dios lo suficiente por tal misericordia.
Haz que el ejercicio sea santo
Recibir la capacidad de ejercitarse con acción de gracias es un punto de partida vital, pero hay más que decir que simplemente eso. “Porque es santificado mediante la palabra de Dios y la oración” (1 Timoteo 4:5). ¿Qué significa hacer que la actividad física y los beneficios de la endorfina, sean “santos por la palabra de Dios y la oración”?
“La palabra de Dios” es lo que Dios ha dicho, lo que ha espirado en las Escrituras acerca de nuestros cuerpos físicos. Nuestro ejercicio y esfuerzo no serán santos si pensamos en nuestros cuerpos de formas que no son verdaderas, en mentiras sutiles y evidentes que no están de acuerdo con lo que Dios ha revelado (y hoy nuestra sociedad está repleta de ellas).
“La oración” entonces, es nuestra respuesta a Dios a la luz de lo que Él ha dicho.
Lo que Dios dice sobre nuestros cuerpos
Primera de Corintios 6 puede ser el primer lugar al cual dirigirse. El versículo 12 nos desafía a huir de los hábitos de esclavitud (“Yo no me dejaré dominar por ninguna”, 1 Corintios 6:12), mientras que los versículos 19-20 hacen esta poderosa declaración sobre nuestros cuerpos:
“¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Pues por precio habéis sido comprados; por tanto, glorificad a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, lo cuales son de Dios”. (1 Corintios 6:19-20)
1. Tu cuerpo pertenece a Dios
Contrario a lo que constantemente vemos en los medios, tu cuerpo no es tuyo, sino que pertenece doblemente a Dios. Él hizo ambas cosas: te creó y luego te compró para traerte de regreso al precio infinito de Su propio Hijo. Así que Dios enfáticamente nos manda a honrarlo haciendo uso de los cuerpos que Él nos ha dado (en la medida de nuestras capacidades), y a no dejarlos innecesariamente inactivos.
2. Dios ordena el esfuerzo físico
Dios claramente ordena el ejercicio de nuestros cuerpos a través de un trabajo esforzado (Efesios 4:28; 2 Tesalonicenses 3:10), incluso trabajo duro (2 Timoteo 2:6); que no seamos ociosos, sino “ocupados en el trabajo” (2 Tesalonicenses 3:11). La pereza es pecado, así como un peligro físico y espiritual (Proverbios 21:25). Y en particular, 1 Timoteo 4:8 afirma el valor del entrenamiento corporal.
3. La salud espiritual es fundamental; la salud física no
El mandato de la Escritura sobre el ejercicio físico siempre apunta a subyugarlo con disciplina a un segundo plano. Al apropiarnos de lo que Dios ha dicho acerca de nuestros cuerpos y de su entrenamiento, es esencial que observemos el equilibrio que provee 1 Timoteo 4:8 (NVI): “pues aunque el ejercicio físico trae algún provecho, la piedad es útil para todo, ya que incluye una promesa no sola para la vida presente, sino también para la venidera”.
El reconocimiento de que “el ejercicio físico trae algún provecho” es un arma de doble filo: para aquellos que son voluntariamente sedentarios necesitan oír que Dios realmente valora el esfuerzo de nuestros cuerpos, y para aquellos que están propensos a hacer del ejercicio un ídolo, necesitan escuchar que este es sólo de “algún provecho”, en relación a la búsqueda de la piedad que “es útil para todo” (1 Timoteo 4: 8 NVI).
Como orar por nuestro ejercicio
Finalmente, entonces de acuerdo a 1 Timoteo 4:4-5, no es suficiente sólo con agradecer a Dios por el ejercicio físico y verlo a la luz de lo que Él dice. Hacerlo santo también implica oración, pidiendo ayuda a Dios. Pero ¿qué pediremos? Aquí hay algunas sugerencias para empezar mientras estableces tus propias peticiones:
- Padre, por favor, dame la voluntad de superar la pereza mañana en la mañana, de atar mis los zapatos y de dar el primer paso; y luego trabaja esa disciplina en la lucha contra el pecado a lo largo de mi vida.
- Padre, dame la fortaleza para empujar mi cuerpo más allá de lo que es meramente cómodo, “golpear mi cuerpo y dominarlo” (1 Corintios 9:27 NVI); y trabaja en mí, por tu Espíritu, para que el entrenamiento físico sirva para la maduración del fruto espiritual del dominio propio (Gálatas 5:23).
- Padre, que no me aferre a mi propio rendimiento, resultados y objetivos personales; que mi ejercicio no sea en última instancia sobre mí, sino sobre mi mayor disfrute de Jesús.
- Padre, guárdame de valorar el entrenamiento corporal más que la piedad. Más bien, haz que estos esfuerzos sean santos, a través de mi actuar en fe, de modo que este ejercicio sirva a mi santidad, en lugar de competir con ella.
- Padre, concédeme que te conozca y te disfrute más a través de empujar mi cuerpo de esta manera. Déjame sentir Tu placer por medio de este regalo natural, de modo que esté suficientemente satisfecho espiritualmente hablando, para sacrificar mis propias preferencias y rutinas personales, a fin de satisfacer las necesidades de los demás.
Como cristianos, nuestro objetivo final en el esfuerzo del ejercicio no es la pérdida de peso o maximizar la salud a largo plazo, y definitivamente no la mera apariencia física. Más bien, buscamos una mayor alegría en Dios y un mayor amor al prójimo.
Lo que hace que el ejercicio sea santo y amoroso, es la oración de que nuestro consumo de energía nos llevará a nuestra creciente disposición de dedicarnos sacrificialmente por los demás.
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