Toda buena mamá muere
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Revisión de 15:06 2 nov 2017
Por Liz Wann sobre Crianza de los Hijos
Traducción por Susana Belvedere
Estoy esperando en bebe número tres pronto. Y se siente como comenzar de nuevo. Después de dos varones tendremos una nena. Es divertido seleccionar una nueva colección de ropa y decorar el cuarto de la beba. Disfruto escuchar a mis hijos hablar de la llegada de su hermanita. Y me entusiasmo imaginándome cómo será tener una hija.
Pero hay una gran diferencia en esperar el primero que el tercero. Ya he muerto. A pesar de que la maternidad involucra muchas muertes a diario, teniendo el primogénito fue un golpe decisivo.
Embarazo con expectativa
La mayoría de las historias del nacimiento de un niño suenan mágicas. “El bebé nació y el amor instantáneo que sientes es asombroso”, la gente me ha dicho: “no se compara con nada en el mundo”. Las lágrimas de felicidad, la cálida de la emoción, y el lazo de amor que parece normal comparado con otras historias de nacimiento suben mis expectativas.
Cuando tuve mi primer hijo, no experimenté ninguna de esas cosas. Luego de estar en el proceso de parto por veinticuatro horas, las únicas lágrimas que tuve fueron de dolor y frustración. Traté de pujar mi hijo por una hora y media. Mi mente terminó en blanco. No recuerdo más, algunas palabras e imágenes se nublan en mi cerebro.
Cuando mi hijo salió y mi doctor me dijo por cuánto tiempo había estado en trabajo de parto, quedé impactada. Mi mente había perdido toda noción del tiempo, y mi cuerpo pudo sostenerlo.
No sentí la cálida conexión de mamá y bebé inicial. Tuve mi hijo por unos segundos en mis brazos y luego lo llevaron a la incubadora para poder monitorearle algunos problemas en sus pulmones. Me acuerdo sintiéndome aliviada porque se lo habían llevado por un rato. Pero la mayoría de mis sentimientos estaban anestesiados; mi cuerpo y cerebro estaban bajo un impacto.
Muerte y resurrección
Cuando llegamos a casa, el bebé lloró toda la noche, y yo también. Al llegar la noche, temía las horas por venir. Mi propio cuerpo se volvía en contra mío también. A medida que las hormonas cambiantes se levantaban en mi interior, me sentía sola todo el tiempo y lloraba mucho sin razón. Esto se suponía que tenía que ser un tiempo feliz de dar cuidado, pero me sentía morir.
Había tenido la expectativa de pasar esos días celebrando mi vida, pero en cambio me encontraba experimentando un sentimiento de muerte, pero no debería haber estado sorprendida. A menudo es así la situación, la muerte precede la vida. Es un patrón que Dios entreteje en nuestras vidas. Es el ejemplo de Jesús también, desamparado por nosotros. Su vida nos muestra que debemos morir para experimentar la nueva vida en nuestros corazones. Pablo dice en Filipenses 3:10, “y conocerle a Él, el poder de su resurrección y la participación en sus padecimientos, llegando a ser como Él en su muerte”.
Debemos llegar a ser como él en su muerte para conocer el poder de su resurrección. Esto es verdad para los mártires que fueron quemados en una estaca y para las nuevas mamás que se enfrentan a las noches sin dormir. Es verdad al final de nuestras vidas y a lo largo de nuestros días en la tierra. Debemos enterrarnos como un grano de trigo para que nuestra muerte produzca fruto (Juan 12:24).
Abrazar la muerte
La muerte es una parte única de la maternidad. Como mujeres experimentamos un cambio drástico integral con el nacimiento de nuestro primer hijo. Tomamos una nueva identidad, nuestro cuerpo es usado de nuevas maneras, nuestra mente está ocupada con tantas cosas al mismo tiempo que nunca fueron consideradas antes, y nuestro corazón encuentra un nuevo lugar llamado hogar. Nuestra vida de golpe gira alrededor de un niño demandante nos guste o no.
Tan pronto como el bebé llega a este mundo, llora por su mamá. Esto requiere doblarnos y quebrarnos. Nuestra independencia es aniquilada durante todo el día a medida que morimos a nuestras viejas maneras para asumir un nuevo papel.
Pero a través de esa muerte, la belleza nace. Dios usa la maldición de la muerte para traer una nueva vida. Y es la única manera de gozar la verdadera vida. Como dice Pablo “porque ya que la muerte entró por un hombre, también por un hombre vino la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados (1 Corintios 15:21-22) Gracias al segundo hombre tenemos resurrección en nuestras almas porque “nuestro hombre interior se renueva día a día” (2 Corintios 4:16).
Pero primero tenemos que ser crucificados junto con Cristo (Gálatas 2:20). Dios utiliza la muerte que encierra nuestra maternidad para llevarnos a vida. A pesar de que se siente morir a lo largo del día, él nos renueva interiormente. Cuando abrazamos la muerte diaria que enfrentamos como madres, podemos entregarle humildemente nuestra batalla a Dios. Él nos encontrará en nuestra depresión, ansiedad, estrés, falta de sueño, enojo, frustración, y falta de paciencia. Esto es exactamente donde él nos quiere. Este humilde abrazo es tierra fértil para una nueva y profunda vida.
Entrando por la puerta de la maternidad
Mi momento de resurrección fue cuando vi lo que Dios hacia morir en mí: mi autosuficiencia. La maternidad me ha mostrado que no soy suficientemente fuerte ni buena. No hay nada en mí, dentro o en mí que pueda hacerme suficiente.
La maternidad me ha hecho humilde. Me ha demostrado lo débil y necesitada que estoy. Esta es una buena muerte para morir y morir diariamente. Cada día me recuerdo de mi debilidad y de mi gran necesidad de que Cristo obre en mí y en mis hijos.
Cuando admitimos que somos madres débiles, nos damos cuenta completamente de lo fuerte del Dios al cual servimos. Este es el lugar para morir donde Dios desciende como una ráfaga y muestra su poder de resurrección en nosotros (2da Corintios 12:9-10). En él somos suficientemente fuerte para todas las muertes de nuestra maternidad, y podemos mirarlo a él para traer el fruto de la nueva vida en nuestra alma.
Cuando fui madre por primera vez no esperaba muerte. Estaba sorprendida por la terrible lucha. Pero ahora estando embarazada de mi tercer hijo, estoy mejor equipada para aceptarla. La muerte que sentí con mi primogénito se ha tornado en anticipación con mi tercero. Sé que todavía habrá batallas por delante, pero me siento con más confianza en la gracia de Dios sobre mí, más dispuesta a aceptar mi debilidad, y más preparada para ser desgastada y quebrantada por causa de él y por mi bebita. Dios ha hecho nacer vida de mi muerte, por lo tanto me ha hecho más como Cristo. He podido experimentar la muerte y resurrección de Jesús caminando a las puertas de la maternidad.
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