Toda buena mamá muere

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English: Every Good Mom Dies

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Por Liz Wann sobre Crianza de los Hijos

Traducción por Susana Belvedere

Estoy esperando tener pronto mi tercer bebé. Y se siente como comenzar de nuevo. Después de dos varones tendremos una niña. Es divertido reunir una nueva colección de ropa y la decoración infantil. Disfruto escuchar a mis hijos hablar de la llegada de su hermanita. Y me entusiasmo imaginándome cómo será tener una hija.

Pero hay una gran diferencia entre esperar el primero y el tercero. Ya he muerto. A pesar de que la maternidad involucra morir a diario muchas veces, tener a mi primogénito fue un golpe decisivo.

Embarazo con expectativa

La mayoría de las historias del nacimiento de un niño suenan mágicas. “El bebé nace y el amor instantáneo que sientes es asombroso”, me decían. “No es comparable con nada en el mundo”. Las lágrimas de felicidad, lo cálido de la emoción, y el lazo instantáneo de amor que parecía normal en otras historias de nacimiento, elevaron mis expectativas.

Pero cuando tuve mi primer hijo, no experimenté ninguna de esas cosas. Después de estar en proceso de parto durante veinticuatro horas, las únicas lágrimas que derramé fueron de dolor y frustración. Traté de empujar para sacar a mi hijo durante hora y media. Mi mente terminó en blanco. No recuerdo mucho más, algunas palabras e imágenes se nublan en mi cerebro. Cuando mi hijo salió y mi doctor me dijo lo que había durado, quedé impactada. Mi mente había perdido toda noción del tiempo, y mi cuerpo había tomado el control.

No sentí la cálida conexión inicial entre mamá y bebé. Tuve mi hijo por unos segundos en mis brazos y luego lo llevaron a la incubadora para poder monitorearle algunos problemas en sus pulmones. Recuerdo haberme sentido aliviada porque se lo habían llevado por un rato. Pero la mayoría de mis sentimientos estaban anestesiados; mi cuerpo y cerebro estaban en estado de shock.

Muerte y resurrección

Cuando llegamos a casa, el bebé lloró toda la noche, y yo también. Al llegar la noche, temía las horas por venir. Mi propio cuerpo se volvía en contra mío también. A medida que los cambios hormonales rugían en mi interior, me sentía sola todo el tiempo y lloraba mucho sin ningún motivo. Se suponía que tenía que ser un tiempo feliz de dar vida y cuidado, pero me sentía morir.

Había esperado pasar esos días celebrando la nueva vida, pero en cambio estaba experimentando un sentimiento de muerte. Esto me sorprendío, pero no debería haber estado sorprendida. Como sucede a menudo, la muerte precede a la vida. Es un patrón que Dios entreteje en nuestras vidas. Es el ejemplo que Jesús también dejó para nosotros. Su vida nos muestra que debemos morir para experimentar la nueva vida en nuestros corazones. Pablo dice en Filipenses 3:10 (LBLA), “y conocerle a Él, el poder de su resurrección y la participación en sus padecimientos, llegando a ser como Él en su muerte”.

Debemos llegar a ser como Él en su muerte para conocer el poder de su resurrección. Esto se cumple para los mártires que fueron quemados en la hoguera, y para las nuevas mamás que se enfrentan a noches sin dormir. Es cierto al final de nuestras vidas y a lo largo de nuestros días sobre la tierra. Hemos de enterrarnos como un grano de trigo para que nuestra muerte produzca fruto (Juan 12:24).

Abrazar la muerte

La muerte es una parte única de la maternidad. Como mujeres experimentamos un cambio drástico integral con el nacimiento de nuestro primer hijo. Tomamos una nueva identidad, nuestro cuerpo es usado de nuevas maneras, nuestra mente está ocupada con muchas cosas al tiempo que nunca fueron consideradas antes, y nuestro corazón encuentra un nuevo lugar al que llamar hogar. Nuestra vida de golpe gira alrededor de un niño pequeño y exigente, nos guste o no.

Tan pronto como el bebé llega a este mundo, llora por su madre. Esto requiere de nosotras muchas presiones y quebrantamiento. Nuestra independencia es aniquilada durante todo el día, a medida que morimos a nuestra antigua forma de hacer las cosas para asumir un nuevo papel.

Pero a través de esa muerte, la belleza nace. Dios usa la maldición de la muerte para traer una nueva vida. Y es el único camino hacia el gozo de la verdadera vida. Como dice Pablo “porque ya que la muerte entró por un hombre, también por un hombre vino la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados (1 Corintios 15:21-22) Gracias al segundo hombre tenemos resurrección en nuestras almas porque “nuestro hombre interior se renueva día a día” (2 Corintios 4:16).

Pero primero tenemos que ser crucificados junto con Cristo (Gálatas 2:20). Dios utiliza la muerte que encierra nuestra maternidad para llevarnos a la vida. A pesar de que se siente morir a lo largo del día, él nos renueva interiormente. Cuando abrazamos la muerte diaria que enfrentamos como madres, podemos entregarle humildemente nuestra batalla a Dios. Él nos encontrará en nuestra depresión, ansiedad, estrés, carencia de sueño, enojo, frustración, y falta de paciencia. Estamos exactamente donde Él nos quiere. Esta humilde aceptación de la muerte es tierra fértil para una nueva y más profunda vida.

Entrando por la puerta de la maternidad

Mi momento de resurrección fue cuando vi lo que Dios hacia morir en mí: mi autosuficiencia. La maternidad me ha mostrado que no soy suficientemente fuerte ni buena. No hay nada en mí, nada propio, que pueda hacerme suficiente.

La maternidad me ha hecho humilde. Me ha demostrado lo débil y necesitada que estoy. Es una buena muerte, y la muero diariamente. Cada día recuerdo mi debilidad y mi gran necesidad de que Cristo obre en mí y en mis hijos.

Cuando admitimos que somos madres débiles, tenemos una conciencia más plena de lo fuerte que es el Dios al cual servimos. Este es el lugar para morir en el que Dios desciende como una ráfaga y nos muestra su poder de resurrección (2da Corintios 12:9-10). En él somos suficientemente fuertes para todas las muertes diarias de nuestra maternidad, y podemos mirarlo a Él para traer el fruto de la nueva vida a nuestras almas.

Cuando fui madre por primera vez no esperaba la muerte. Quedé sorprendida por la terrible lucha. Pero ahora, estando embarazada de mi tercer hijo, estoy más preparada para aceptarla. La muerte que sentí con mi primogénito se ha tornado en anticipación con mi tercero. Sé que todavía habrá batallas por delante, pero me siento más confianza en la gracia de Dios hacia mí, estoy más dispuesta a aceptar mi debilidad, y más preparada para ser desgastada y quebrantada por causa de Él y por mi bebita. Dios ha hecho nacer vida de mi muerte, haciéndome por tanto más como Cristo. He podido experimentar la muerte y resurrección de Jesús caminando a través de la puerta de la maternidad.


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