¿Dónde está Dios cuando más lo necesito?
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Revisión de 03:16 8 nov 2017
Por Grace Rankin sobre Sufrimiento
Traducción por Keilah Foote
Cuando murió mi amiga querida en un accidente automovilístico este verano me quedé pasmada. Ella había sido como una segunda madre para mí; una esposa fiel, una madre y para mí, una amiga. Ella era inolvidable. Y su vida se esfumó tan abruptamente que no lo podía procesar.
De inmediato busqué al Señor. En la confusión abrumadora, bajo las terribles olas de temor, esta interrupción repentina de una existencia hermosa, clamé a Él. Y no escuché nada.
Silencio absoluto.
Ese sentimiento perturbador de abandona parecía contradecir el Salmo 46:1, “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones.” ¿Por qué fue que cuando más necesitaba su presencia sólo había una distancia dolorosa?
Como dijo C.S. Lewis tan secamente en medio de su propia pérdida, “¿Por qué es Dios un jefe tan omnipresente en nuestras etapas de prosperidad, y tan ausente como apoyo en las rachas de catástrofe?”
Dios era absolutamente soberano en la escena de choque. Esta verdad sintió más dolorosa que la consolación después del hecho. Por unos cuantos segundos o centímetros y ella podría haberse salvado. Su muerte no fue casual. Por lo menos fue permitido por Dios, si no diseñado por Él, y eso me aterrorizaba. Dios, en quien yo confiaba, escribió este sufrimiento en nuestra historia.
Entonces, cuanto te sientes tentado a dudar de un Dios que parece estar ausente, ¿qué haces?
Primero, Hui
Abrumada, fui a abrir mi corazón a mi papá. “Tengo miedo,” le dije. “Dios no sólo permitió esto, fue su voluntad. Me aterroriza Aquél que es mi ayudador. ¿Qué hago?” Mi papá me contestó con Proverbios 18:10: El nombre del Señor es una fortaleza firme; los justos corren a él y quedan a salvo.”
“Sólo tenemos dos opciones,” me aconsejó. “Podemos elegir correr hacia Dios o lejos de Él. A veces es temible correr hacia Él: es tan grande y poderoso. Pero huir de Él es aún más espantoso.” Dios me hizo entender que no podemos perder la esperanza en Él cuando las cosas se ponen difíciles. Debemos pedirle sin cansarnos, como el amigo importuno en Lucas 11.
Dios me recordó que sus caminos son más altos que los nuestros, y que sus pensamientos que nuestros pensamientos (Isaías 55:9). Y después de todo, el peor evento que jamás podría pasar — el asesinato de su hijo — se convirtió en la cosa más maravillosa para nosotros, otorgándonos la salvación y revelando la gloria suprema de Dios.
Debemos correr a Dios en gozo y en tristeza, felicidad y dolor, vida y muerte. Se tenemos esta promesa: Si nos acercamos a Dios, Él se acercará a nosotros. (Santiago 4:8).
Después, Esperé
Además de buscar a Dios persistentemente, debemos esperar fielmente su respuesta.
Pacientemente esperé a Jehová, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor. Y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso; Puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos. (Salmo 40:1–2)
John Piper observa que el Salmo 40:1 no especifica cuánto tiempo debemos esperar. El salmista simplemente dice “esperé.” El salmista tampoco dice, “Le grité fervientemente al Señor hasta que oyó mi clamor y me rescató.” El esperar implica rendición. Es casi imposible salvar a un hombre que se está ahogando cuando está manoteando en pánico tratando de salvarse. Sin embargo, cuando se relaja, puede ser rescatado.
Después de revelar que Dios es nuestro “pronto auxilio en las tribulaciones,” el Salmo 46 dice en el versículo 10, “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios.” Esta sumisión es crucial para nuestro auxilio, debemos pedirle ayuda a Dios para poder lograrlo. Debemos descansar en su amir, confiando que lo que sea que Él hace es verdaderamente para su gloria y nuestro bien.
Dios, Mi Consolador
La sanidad no sucedió de la noche a la mañana. Pasé muchos días con terror, escudriñando las Escrituras y clamando a Dios. Había incontables veces que no había otras palabras en mí excepto, “¡Ayúdame Dios!”
Cuando primero empecé a clamar a Dios a pesar de mis miedos, se sintió como si mis súplicas no llegaran más allá que el techo. ¿En verdad me podía oír Dios? Me sentía como el amigo importuno que C.S. Lewis describió como: “Con una puerta que te cierran en las narices, con un ruido de cerrojos, un cerrojazo de doble vuelta en el interior.” Pero con el paso del tiempo, con la tierna obra de Cristo en mi corazón, aumentaron mis oraciones. Las Escrituras me confortaban en maneras nuevas cuando Él enviaba personas con que me recordaban su amor y su Palabra en tiempos perfectos: eran tesoros preciosos para mi alma herida.
Algunos días tropezaba de nuevo en el “¡Dios, ayúdame!” Pero en esos tiempos Él fue paciente conmigo como lo es con todos nosotros. Suavemente, su paz llegó a guardar mi corazón y mi mente. Al principio llegó de una manera desapercibida, como la primera luz del amanecer, pero llegó para consolarme, tal y como me lo prometió. (Filipenses 4:7).
Al final, tenemos una esperanza mucho mayor que cualquier dolor que podríamos experimentar aquí en la tierra. (1 Tesalonicenses 4:13-18). Tenemos la promesa de un final feliz, la unión con Cristo y que lo que suceda aquí no durará para siempre. Cristo viene. Sólo debemos seguir corriendo hacia Él, esperando en confianza y paz.
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