¿Permitirías a un Desconocido Vivir Contigo?

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English: Would You Let a Stranger Live with You?

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Por Lisa Chan sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Javier Matus


Contenido

Dejando a un lado el miedo a la hospitalidad

“¡Nunca podría tener a desconocidos viviendo con nosotros!”

No puedo decirte cuántas veces la gente ha dicho eso a mi esposo y a mí. Me siento incómoda cuando escucho ese sentimiento porque sé muy bien que podrían tener a desconocidos viviendo con ellos. Lo sé porque yo soy tan egoísta, temerosa o tan particular como vienen. No me gustan los residuos de pasta de dientes en mi lavabo, esperar usar la lavadora o compartir el espacio de la cocina con un cocinero descuidado tanto como cualquiera.

Pero la hospitalidad cambió de forma única la vida de mi esposo cuando él era un adolescente, y entonces llegué a darme cuenta de que soy mucho más capaz de superar mis objeciones egoístas de lo que pensaba.

Cuando mi esposo tenía dieciocho años, un joven matrimonio de su iglesia lo invitó a vivir con ellos y su hija bebé. Por primera vez en su vida, fue testigo de un hogar y una familia que estaban centrados en Cristo. Cuando nos casamos, queríamos brindar la misma oportunidad a los demás. Así que, un par de meses después de nuestra boda, abrimos nuestro hogar a la primera de muchas personas preciosas. (Y mantengámoslo real —algunas no tan preciosas también.)

¿Con o sin fe?

Para mí, la hospitalidad solía evocar visiones de una mesa del comedor decorada con Pottery Barn [un decorador de interiores] —con todos mis amigos más queridos reunidos para una deliciosa comida. Pero Dios arruinó eso —de la manera más bella.

Podemos ser chistosos en lo que respecta a la hospitalidad. Por defecto, asumimos que abrir nuestras casas tiene que ser algo seguro. Queremos tomar decisiones lógicas con un análisis de costo-beneficio adecuado. Pero la Escritura dice:

Sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que Le buscan. (Hebreos 11:6)

Como todo lo que hacemos por Cristo, la verdadera hospitalidad involucra la fe. Muchas veces hemos dado la bienvenida a personas y hemos visto resultados hermosos y tangibles. Han crecido y cambiado y cumplieron sus metas. Pero puedo decirte que también ha habido muchas veces cuando hemos visto poco o ningún crecimiento —tiempos de rechazo que han sido profundamente dolorosos.

Pero Dios no desperdicia nada. Podemos comenzar tratando de aconsejar, animar y ayudar a otros, pero Dios termina aconsejando y animando y ayudando a nosotros los anfitriones. ¡Creo que a menudo olvidamos que Dios se preocupa por nuestros corazones! “Pues la voluntad de Dios es vuestra santificación” (1 Tesalonicenses 4:3). ¿No es ese el versículo más bellamente simple? Sin embargo, olvidamos esta simple pero profunda verdad. El objetivo de la hospitalidad no es dejarnos sintiéndonos bonitos y satisfechos por dentro, sino dejarnos pareciéndonos cada vez más como Jesús. ¿Recuerdas Su ejemplo?

Tristemente, parece que muchos en nuestra comunidad cristiana no querrían que Jesús se quedara en su casa con los pecadores y parias que trajo consigo. A menudo Se defendía contra la gente “religiosa” que no quería nada que ver con esa multitud. “Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores”, dijo (Marcos 2:17). Pues entonces invitamos a entrar a los pecadores.

“Será vuestro galardón grande”

Justo la otra noche, mi esposo y yo estábamos hablando con nuestros hijos sobre una decisión difícil de hospitalidad que nos afectaría a todos. Les recordamos que debemos comenzar con la pregunta: “¿Es esto algo que Dios nos llama a hacer como familia?” Porque si la respuesta es sí, realmente no importa si al principio tenemos ganas de hacerlo o no.

Algunos dirían que estamos pidiendo a nuestros hijos que renuncien a más de lo que deberían —que se supone que debemos poner sus necesidades por encima de las de los demás. Sé cuán profundo puede ser el deseo de atender a nuestros hijos y estremecernos al pensar en su incomodidad. He tenido que luchar contra la tentación de protegerlos del sufrimiento. La verdadera hospitalidad a menudo requiere sacrificio, inconveniencia y entrega. Y Dios no requiere menos de ellos. Soy testigo de que puedes tomar decisiones con espíritu de oración mientras sigues adelante en fe.

Las palabras de Jesús en Lucas 6:33-36 siempre me han impresionado:

“Si hacéis bien a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores hacen lo mismo. Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores prestan a los pecadores, para recibir otro tanto. Amad, pues, a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y será vuestro galardón grande, y seréis hijos del Altísimo; porque Él es benigno para con los ingratos y malos. Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso”.

Al igual que con todo en nuestras vidas, tenemos la oportunidad de usar nuestras casas de una manera que no tiene sentido para el mundo. Si todo lo bueno que haces en tu hogar es para tus amigos y familia, ¿cómo es eso diferente de cualquier otra persona en tu calle? No hay ningún beneficio —para ti o para tus hijos, pero tampoco para un mundo que desesperadamente necesita vernos haciendo las cosas de manera diferente.

Más bendecido dar

Hagámonos algunas preguntas: ¿por qué empezamos con temor en vez de fe? ¿Por qué nuestros primeros pensamientos giran en torno a nosotros en vez de otros? ¿Por qué escuchamos las voces que nos rodean en vez de acercarnos para escuchar la voz de Dios, guiándonos en Su Palabra y por Su Espíritu?

“No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles” (Hebreos 13:2). Desde la perspectiva de la eternidad, ¿a quién le importa si nuestros sofás se arruinan, o si el hijo de esa madre soltera dibuja en nuestras paredes perfectamente pintadas? ¿Puedo contarte un secreto de la familia Chan? Compra cosas usadas y acepta objetos usados, porque la libertad de no preocuparte por tus posesiones es increíblemente vivificante.

Y si te encuentras parado cerca del lado profundo (por así decirlo) de la hospitalidad, tratando de sacar el valor para saltar, déjame decirte esto: cuando hemos abierto nuestros corazones y nuestro hogar a los demás, lo que hemos recibido supera con creces el sacrificio y la entrega.



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