Quejas en el paraíso

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English: Grumbling in Paradise

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Por Scott Hubbard sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Pamela Amaranti


Contenido

Cómo superar el descontento

El 14 de junio de 2010 se quedó grabado en mi memoria. Durante los dos años anteriores, había recorrido un desierto espiritual de descontento, duda y malsana introspección.

Pero ese día de verano, Dios renovó mi reseco y agrietado corazón. Acababa de pasar la tarde leyendo un capítulo del libro Los deleites de Dios [The Pleasures of God] de John Piper sobre el gozo de Dios en su creación. A medida que salía de la luz tenue y del aire acondicionado del café hacia el calor abrazador de una tarde de verano, las palabras se hicieron reales: el deleite de Dios resonó en el gorjeo de los pájaros, el susurro de las hojas, el ritmo vertiginoso de las motas de polvo, el vaivén de los juncos. El cielo y la tierra retumbaron en un coro de alabanza al Dios de gloria, y por primera vez en mucho tiempo, oí la melodía.

El gozo inundó mis pulmones y escapó en una risa espontánea. Mi mirada puesta en mi mismo dio un vuelco explosivo y encontró un universo de maravillas. Mi descontento desapareció como ladrón al amanecer. En otras palabas, descubrí un arma olvidada en la lucha por la felicidad y el gozo: el asombro.

Quejas en el paraíso

El asombro es esa total conciencia de la creación que nos deja sin palabras, nos hace olvidarnos de nosotros mismos y rebosar de gratitud. Donde reina el asombro, el gozo florece; donde el asombro es destronado, el descontento hecha raíz. Veamos el primer ejemplo: el jardín del Edén.

Este es el contexto. Adán y Eva viven en un jardín de deleites, donde Dios “hizo brotar de la tierra todo árbol agradable a la vista y bueno para comer” y dijo: “De todo árbol del huerto podrás comer” excepto de uno (Génesis 2:9, 16, LBLA). La primera pareja nada en un paraíso de dicha espiritual, intimidad matrimonial y esplendor creado.

Pero luego un mentiroso entra deslizándose y abre su boca. En unas pocas líneas, el mundo de Adán y Eva se reduce de un universo lleno de deleite a un estrecho patio trasero. El Creador de las galaxias entra al jardín. Las aves y bestias entonan su alabanza. Un mundo de éxtasis espera ser descubierto. Adán y Eva se quejan.

Del mismo modo sucede con nosotros. Cada mañana, el sol entra a su púlpito en el cielo para proclamar la gloria de Dios (Salmos 19:1) –y nos quejamos del estado del tiempo. Cada atardecer, Dios esparce las estrellas como joyas en una tela oscura (Salmos 147:4) --y nosotros murmuramos mientras lavamos los platos. Cada momento, la eterna melodía entre Padre, Hijo y Espíritu Santo suena en sonido envolvente a través de los altavoces en sus criaturas (Salmos 104:24, 31) –y nosotros suspiramos a causa del tránsito.

Nos hemos convertido en lo que Agustín apodó incurvatus in se –encorvados en nosotros mismos. Nuestros ojos solían empaparse de Dios y de todos sus dones; ahora estamos demasiado ocupados mirándonos introspectivamente para siquiera notarlo. Somos hijos de Adán y Eva, vamos a tropezones por un mundo de maravillas con quejas en nuestra boca.

Ríete de la serpiente

Si la caída oscureció nuestros corazones al resplandor del mundo de Dios, el nuevo nacimiento enciende las luces otra vez. Cuando Dios salva a un pecador –encorvado en sí mismo, ciego a la magnificencia de la creación—él abre sus ojos para que vea la belleza divina, primero en “el resplandor del evangelio de la gloria de Cristo” (2 Corintios 4:4, LBLA), y luego en cualquier otro lugar también.

Bajo la feliz influencia del Espíritu Santo, comenzamos a reconocer junto al poeta Gerard Manley Hopkins que “el mundo está lleno de la grandeza de Dios” –en las grandes cosas como los varios montes Everest y los Atlánticos, y en cosas pequeñas como las ardillas y las tazas de té. Alegremente aprendemos a confesar que Dios “nos da abundantemente todas las cosas para que las disfrutemos” (1 Timoteo 6:17, LBLA). En lugar de rezongar por todo los que Dios no nos ha dado a conocer, llegamos a maravillarnos por la abundancia que nos ha dado. Y el asombro aumenta nuestro gozo como levadura en la masa.

En un maravilloso revés a lo sucedido en el Edén, el Espíritu de Dios les enseña a los cristianos la manera de reírse de la serpiente. Cuando el engañador sisea: “Tu Dios es egoísta –te oculta cosas”, el cristiano con sus ojos de asombro responde: “¡Ja!”¿Egoísta mi Dios? Debes estar bromeando. Ni siquiera eximió a su propio Hijo por mí (Romanos 8:32, LBLA), y ha llenado el mundo con muestras de su amor. ¡Abre tus ojos! Realmente qué placer es estar vivo en el mundo de mi Padre”.

Una terrible conmoción

Considera, por ejemplo, cómo respondió G.K. Chesterton a la queja generalizada frente a la monogamia en su época:

Nunca pude mezclarme en el murmullo común contra la monogamia de esa naciente generación, porque ninguna restricción al sexo me parecía tan extraña e inesperada como el sexo mismo… Guardarse para una mujer es un precio pequeño por lo mucho que significa ver a una mujer. Quejarme porque solo pude casarme una vez era como quejarme por haber nacido solo una vez. Era desproporcionado frente a la terrible conmoción de la cual se estaba hablando. Mostraba no una exagerada sensibilidad hacia el sexo, sino una curiosa insensibilidad a él. Es un tonto el hombre que se queja de no poder entrar al Edén por cinco puertas al mismo tiempo. (Ortodoxia [Orthodoxy])

Un hombre que ambiciona los placeres extramaritales no ha visto realmente a su esposa, mucho menos la maravilla de la intimidad con ella. Podemos extender ese principio: los glotones no han saboreado realmente lo maravillosa que es la comida; si lo hubiesen hecho, dejarían a un lado sus tenedores con temblor. Asimismo, los ambiciosos no han sentido realmente el deleite de Dios al moverse vertiginosamente en una tormenta de nieve; si no, se reirían de lo mucho que ya rebosan sus copas.

Agudiza tus sentidos como nacido de nuevo

Por supuesto, nadie puede lograr este tipo de asombro con una simple receta. Pero podemos establecer pautas para la mente y el corazón que agudicen nuestros sentidos como nacidos de nuevo; también podemos orar para que el Dios de maravillas las haga fructificar.

Primero, podemos meditar en la gloria de Cristo. Las maravillas de la creación no son actuaciones independientes; son escenas en la historia que el Dios trino está contando. Así que no captaremos su espectacular significado a menos que recordemos que “todo ha sido creado por medio de Él y para Él” (Colosenses 1:16, LBLA). Llena tu mente con la belleza de Cristo, y comenzarás a ver su reflejo en todo lo que merece elogio (Filipenses 4:8, LBLA).

Segundo, podemos leer a autores que tengan ojos para ver. Junto a escritores que te lleven a profundizar en las Escrituras, al menos lee a algunos escritores que te lleven más hacia tu patio trasero para mostrarte todo lo que te has perdido. Para mí, esto significa pasar tiempo habitualmente con autores como George Herbert, G.K. Chesterton, C.S. Lewis, y N.D. Wilson.

Tercero, podemos salir. Memoriza uno de los salmos sobre la creación (Salmos 8, 19, 104), y luego continúa con el canto tú mismo. Tal vez únete a Clyde Kilby en la primera de sus diez resoluciones para tener salud mental: “Al menos una vez al día, miraré ininterrumpidamente al cielo y recordaré que yo, una conciencia con conciencia, estoy en este planeta viajando en el espacio con cosas maravillosamente inexplicables sobre y alrededor mío”

Finalmente, podemos dar gracias. Pablo nos dice: “dando siempre gracias por todo” (Efesios 5:20, LBLA). “Todo” incluye el perdón de pecados, así como sábanas de franela, la esperanza del cielo y también una segunda porción de comida. Cuando ores, deja un tiempo para agradecerle a Dios por sus dones en la creación y por cómo te hablan a ti de Él. Agradécele porque te provee tan ricamente con todo para disfrutar.

Y entonces, cuando la serpiente te susurre descontento en el oído, solo ríete.



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