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Última versión de 19:05 10 abr 2018
Por Jon Bloom sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Ana M Burger
Los cristianos deberían ser los que hablamos con más cuidado en el mundo. Deberíamos caracterizarnos por tener dos tipos de temor cuando se trata de palabras: debemos temer ante las palabras que Dios habla y debemos temer ante las palabras que hablamos.
Sabemos que debemos temer ante la palabra de Dios, porque él nos dice: "Este es a quien voy a mirar: el que es humilde y contrito en espíritu y tiembla ante mi palabra" (Isaías 66: 2)
¿Pero por qué deberíamos temer ante las palabras que hablamos?
Porque Jesús dijo: "Les digo que en el día del juicio la gente dará cuenta de cada palabra descuidada que hablen, porque por sus palabras serán justificados, y por sus palabras serán condenados" (Mateo 12: 36-37)
"Cada palabra descuidada". Eso debería detenernos en nuestro recorrido. Debería hacernos temblar, considerando cuántas palabras hablamos. Y al "hablar" me refiero a cada palabra que sale de nuestras bocas, nuestros bolígrafos y nuestros teclados. Hablamos miles de palabras todos los días, a veces decenas de miles.
Cuando experimentamos estos dos tipos de temblor, ocurren por la misma razón: amamos y tememos a Dios y no queremos profanar su santa palabra o profanar su santidad con nuestras palabras profanas. Tal temblor hace que deseemos hablar con cuidado y, a veces, no hablar en absoluto. Porque creemos,
Para todo hay una temporada y un tiempo para cada asunto bajo el cielo: . . . un tiempo para guardar silencio, y un tiempo para hablar. (Eclesiastés 3: 1, 7)
Contenido |
Un tempo para guardar silencio
Realmente hay un tiempo para callar. Y ese momento llega con más frecuencia de lo que la mayoría de nosotros estamos condicionados a pensar.
Vivimos en una era de conversaciones incesantes. Nunca en la historia humana el ruido de la comunicación humana ha sido tan constante. Incluso cuando estamos tranquilos, no guardamos silencio, mientras recibimos y distribuimos comentarios a través de nuestros medios digitales. Nuestra cultura no cree que "el necio multiplica las palabras" (Eclesiastés 10:14).
En un nivel, se cree que las palabras multiplicadas aportan conocimiento multiplicado, y que el conocimiento multiplicado aporta sabiduría multiplicada. En otro nivel, sin temor a Dios, simplemente no importa cuántas palabras fluyan. Por lo tanto, nos inundan incesantemente con información, análisis, comentarios, críticas, opiniones expertas y burlas a través de cada flujo de comunicación. No podemos evitar estar condicionados por este medio ambiente.
Y con el advenimiento de las redes sociales, casi todo el mundo ahora tiene una plataforma de transmisión desde la cual pueden sostener públicamente cualquier cuestión social, cultural, política, económica o teológica, cualquier controversia, cualquier escándalo, cualquier cosa en cualquier momento que lo deseen, independientemente de lo que ellos saben. Y aunque la democratización de la comunicación pública es un fenómeno histórico notable y ciertamente tiene algunos beneficios maravillosos, es algo peligroso, espiritualmente hablando. Es un foro inmenso y cacofónico de palabras multiplicadas, necias y descuidadas, por el cual cada participante, lo sepa o no, dará una cuenta a Dios.
El inicio de la sabiduría
Los cristianos saben que "el temor a Jehová es el principio de la sabiduría" y "el principio del conocimiento" (Salmo 111: 10; Proverbios 1: 7). Y una expresión de ese miedo es temer ante la santa palabra de Dios, y temer a nuestras palabras.
Nos enseñan que es profundamente sabio para nosotros cultivar la disciplina de hablar despacio (Santiago 1:19). Lento para hablar implica que hay un tiempo para el silencio. A veces significa que permanecemos en silencio durante un breve período de tiempo apropiado o prolongado mientras escuchamos con rapidez (escuchando atentamente), por lo que obtenemos una comprensión precisa de un problema antes de hablar con cuidado. Y a veces significa que no hablamos en absoluto. El primero es siempre una necesidad para nosotros; el último es a menudo una necesidad.
Dios nos llama a vivir en contra de nuestra cultura que se aferra a hablar rápido. En un mundo donde la información trepidante, los comentarios rápidos y contraargumentar están encendiendo continuamente los furiosos incendios forestales de palabras (Santiago 3: 5), los hijos e hijas de Dios están llamados a ser pacificadores que apaguen el fuego. (Mateo 5: 9). Y una de las formas subutilizadas de pacificación es reconocer el tiempo para guardar silencio. Menos palabras puede significar menos combustible para los incendios.
Hora para hablar
Pero los cristianos no siempre deben guardar silencio. Hay un tiempo para hablar y hay cosas que debemos decir. Nuestro Dios es un Dios que habla y sabemos que él definitivamente quiere que hablemos (Mateo 24:14; 28: 19-20).
Pero cuando Dios habla, habla muy intencionalmente y, considerando su omnisciencia, habla con tremenda moderación. Y esa es la forma en que quiere que hablemos, como sus hijos y embajadores excesivamente no-omniscientes (2 Corintios 5:20): intencionalmente y con moderación. Él quiere que aprendamos a hablar como Jesús.
Nosotros, como Job, tenemos la tendencia a hablar precipitadamente y con confianza sobre cosas que realmente no entendemos (Job 42: 3). Pero Jesús a menudo decía menos de lo que sabía porque escuchaba con oración al Padre y decía solo lo que discernía que debía decir (Juan 8:26). El hecho de que tuviera una boca y una plataforma pública no significaba que siempre debería emplearlos. Más bien, dijo, "No hago nada por mi propia cuenta, sino que hablo como el Padre me enseñó" (Juan 8:28). Él vivió perfectamente y modeló para nosotros este verso: Pon cuidado, oh Señor, sobre mi boca; ¡Vigila la puerta de mis labios! (Salmo 141: 3)
Dios utiliza a sus hijos estratégicamente en todas las esferas. Él nos da a cada uno unas asignaciones y nos da a cada uno algunas cosas para decir a fin de llevar el Evangelio a nuestras esferas limitadas. Cada uno de nosotros debe discernir en oración nuestras esferas y limitaciones. Ninguno de nosotros, como individuos, iglesias u organizaciones, está llamado a abordar cada problema actual. Y si esto es verdad para los problemas sobre los que tenemos conocimiento, es especialmente verdadero para los problemas en los que tenemos poca o ninguna experiencia personal.
Si tenemos algún tipo de liderazgo en el que estamos llamados a tratar este tema, primero debemos orar por sabiduría, entonces debemos ser honestos públicamente acerca de lo que no sabemos y no sucumbir a la presión y tratar de hablar más que nosotros sabemos Y luego, si el Señor nos guía, debemos buscar el entendimiento necesario para hablar y de esta manera ayudar más.
Y cuando discernimos la dirección de Dios para que hablemos, nosotros, como Jesús, recordamos que nuestras bocas, dedos y plataformas aún pertenecen a Dios. No somos libres de decir lo que deseamos sobre lo que sabemos. No hacemos nada bajo nuestra propia autoridad, sino que debemos decir solo lo que discernimos que Dios quiere que digamos.
¿Fuerte, tierno o silencioso?
Hablamos la verdad con amor (Efesios 4:15), pero no hablamos por el "me gusta" humano; hablamos por la aprobación de Dios. Entonces eso significa que a veces hablamos una verdad amorosa que es tierna y dulce (Proverbios 16:24), y otras veces hablamos una verdad amorosa que es graciosamente dura (Proverbios 27: 6). Esto es hablar como Jesús, que a veces dice cosas como: "Vengan a mí, todos los que están fatigados y cargados, y yo los haré descansar" (Mateo 11:28), y quien en otras ocasiones dijo cosas como: "A menos que si se arrepienten, también todos perecerán "(Lucas 13: 5).Discernir cuándo decir una verdad amorosa y tierna, cuándo decir una verdad amarga y dura, y cuándo no decir nada en absoluto es la tensión que Dios ha diseñado deliberadamente para mantenernos en oración dependiendo de él. A menudo no es evidentemente obvio. Hay momentos en que realmente queremos hablar y no deberíamos. Y a veces realmente no queremos hablar y debemos hacerlo.
Lo que más nos ayudará a discernir cuándo es el momento de guardar silencio o un tiempo para hablar es cultivar un santo temblor en la palabra de Dios y en nuestras palabras. El tipo correcto de miedo al Señor es nuestro mejor protector de nuestra boca.
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