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Última versión de 20:10 14 jun 2018

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English: There Shall Be a Fountain Opened

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Por John Piper sobre La Biblia
Una parte de la serie The Minor Prophets

Traducción por Karla Alvarado


Zacarías

Tres de los mensajes proféticos de Zacarías tienen fecha (1:1, 1:7; 7:1), por lo que sabemos que Zacarías fue un contemporáneo de Ageo. Ambos profetas hablaron a los judíos en Jerusalén quienes recién habían regresado del exilio en Babilonia, y ambos animaron al pueblo a reconstruir el templo a pesar del desaliento y la oposición (Esdras 5:1, 2). El punto principal de Zacarías tal vez se expresa mejor en el versículo 8:13-15,

Y sucederá que como fuisteis maldición entre las naciones, casa de Judá y casa de Israel, así os salvaré para que seáis bendición. No temáis, mas sean fuertes vuestras manos.

Porque así dice el Señor de los ejércitos: “Tal como me propuse haceros mal cuando vuestros padres me hicieron enojar” —dice el Señor de los ejércitos— “y no me he arrepentido, así me he propuesto en estos días volver a hacer bien a Jerusalén y a la casa de Judá. ¡No temáis!

El punto principal es: No temáis, porque me he propuesto volver a hacerles bien, dice el Señor. Todo el libro está compuesto de visiones y profecías de cómo Dios va a salvar a Israel y hacerla de bendición para los demás. Y estas promesas están destinadas a llenar a los judíos de esperanza en Dios y hacerlos valientes y fuertes.

Contenido

¿Cómo pueden lo gentiles beneficiarse de las promesas hechas a Israel?

Uno de los problemas para los cristianos gentiles como nosotros es cómo un libro lleno de promesas para Jerusalén y Judá puede ayudarnos hoy. Permítanme tratar de esbozar muy brevemente los principios que guían mi interpretación de profecías como ésta. Primero, creo que estas profecías están dirigidas sobre todo al pueblo étnico de Israel. Eran la audiencia, y cuando oyeron que Zacarías se refería a “la casa de Judá y la casa de Israel”, ciertamente entendieron pueblo judío y no la iglesia de cristianos gentiles. Estas profecías están dirigidas al pueblo étnico de Israel.

Segundo, creo que aún hay un futuro glorioso para Israel, cuando se arrepienta. Es muy simple decir que desde los tiempos de Cristo la iglesia ha reemplazado a Israel con el pueblo elegido de Dios, aunque esto sea cierto de alguna manera. La razón por la cual es muy sencillo es que en Romanos 11 Pablo enseña que Dios no ha terminado con la Israel étnica. En el versículo 1 dice: “Digo entonces: ¿Acaso ha desechado Dios a su pueblo? ¡De ningún modo! Porque yo también soy israelita, descendiente de Abraham, de la tribu de Benjamín”. Pablo insiste en que Dios no ha terminado con los judíos, primeramente, porque él es judío (de la tribu de Benjamín). Pablo admite que los judíos son temporalmente rechazados por su incredulidad, pero esto es para beneficio nuestro, los gentiles. Cuando se complete el número de gentiles, los judíos restantes también se arrepentirán y serán salvos. Romanos 11:12, 15: “Y si su (de los judíos) transgresión es riqueza para el mundo, y su fracaso es riqueza para los gentiles, ¡cuánto más será su plenitud! … Porque si el excluirlos a ellos (los judíos) es la reconciliación del mundo, ¿qué será su admisión, sino vida de entre los muertos?” En este caso, Israel es diferente de los gentiles convertidos y se le promete un futuro glorioso. Unos versículos más adelante, en los versículos 25, 26, Pablo dice: “…que a Israel le ha acontecido un endurecimiento parcial hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles; y así, todo Israel será salvo…” En el contexto de Romanos 11:12, 15, es injustificado interpretar que “todo Israel” signifique algo distinto al Israel étnico colectivo. Así que uno de mis principios básicos al leer la profecía del Antiguo Testamento acerca de Israel es que hay un futuro glorioso por delante, cuando Israel se arrepentirá, se volverá a Cristo y será salvo.

Tercero, por la fe en Cristo los creyentes gentiles se convierten en socios plenos de las promesas hechas a Israel en el Antiguo Testamento. Los dos textos fundamentales para apoyar este principio son Gálatas 3:29, “Y si sois de Cristo, entonces sois descendencia de Abraham, herederos según la promesa”, y Efesios 2:19 y 3: 6, “Así pues, ya no sois (gentiles) extraños ni extranjeros, sino que sois conciudadanos de los santos y sois de la familia de Dios… (Ustedes son) coherederos y miembros del mismo cuerpo, participando igualmente de la promesa en Cristo Jesús mediante el evangelio”. Así pues, por la fe en Cristo, los creyentes gentiles ya no somos “excluidos de la ciudadanía de Israel” sino que somos socios plenos en los “pactos de la promesa” (Efesios 2:12).

Cuarto, (estos tres primeros principios implican que) las profecías del Antiguo Testamento a Israel no son tan que literales (como si no se refirieran al Israel étnico), sino más que literales, pues acogen no solo al Israel étnico sino también a los hijos gentiles de Abraham por la fe (Romanos 4:11), quienes no serán ciudadanos inferiores en el reino postrero.

Quinto, y finalmente, muchos de los beneficios prometidos al pueblo de Israel se cumplen por etapas. Esto es cierto especialmente porque la venida del Mesías ha ocurrido en etapas. Cristo vino la primera vez (como dice Hebreos 9:26) “para destruir el pecado por el sacrificio de sí mismo”. Y él “aparecerá por segunda vez sin relación con el pecado, para salvación de los que ansiosamente le esperan”. En su mayor parte, la profecía del Antiguo Testamento no hace distinción entre estas dos venidas. Por lo tanto, muy a menudo algunos aspectos de las promesas del Antiguo Testamento ya se han cumplido en Cristo, pero la consumación final aguarda al último día.

Así que estos son mis principios básicos cuando busco aplicar Zacarías a nuestras vidas hoy en día: 1) está dirigido principalmente al Israel étnico; 2) aún hay un futuro glorioso para el Israel étnico cuando se arrepienta; 3) por la fe en Cristo, nosotros los creyentes gentiles nos convertimos en coherederos plenos de las promesas hechas a Israel; 4) por lo tanto, las profecías del Antiguo Testamento acerca de Israel no son tan literales sino más que literales: acogen no sólo al Israel étnico sino también a nosotros los creyentes gentiles; 5) muchos de los beneficios prometidos al pueblo de Israel se cumplen en etapas, en especial porque el propio Mesías prometido viene en dos etapas (Navidad y la segunda venida).

La implicación práctica de todo esto es que cada vez que leemos un “¡No temáis!” en el Antiguo Testamento, podemos tomarlo para nosotros mismos como herederos si somos cristianos. Las razones dadas en el Antiguo Testamento de por qué no debemos temer casi siempre se relacionan con Israel primero, pero también se relacionan indirectamente con nosotros como judíos espirituales (Romanos 2:29) y como hijos de Abraham (Gálatas 3:29).

La promesa más importante en Zacarías

Comenzamos sugiriendo que el punto principal de la profecía de Zacarías es: “No temáis, pues los propósitos de Dios es haceros bien”. Una manera muy provechosa de leer este libro es marcar cada versículo donde Dios dice que él va a hacer algo bueno por Jerusalén. Marqué más de 50 versículos. Pero como no podemos repasarlos todos, enfoquémonos en el más importante de todos: versículo 13:1. Lo considero el más importante porque todos los demás beneficios prometidos a Israel (y a nosotros) dependen de éste.

“Aquel día habrá una fuente abierta para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, para lavar el pecado y la impureza”. Zacarías promete al pueblo que en algún momento se abrirá una fuente que lavará su pecado y culpa. Creo que esta es la base de todas las demás bendiciones prometidas porque la única manera en que los pecadores pueden esperar heredar las riquezas de Dios es si sus pecados son perdonados. La fuente de purificación es el primer punto de control en el camino al cielo.

Para entender esta promesa de Adviento en el contexto de Zacarías, quiero intentar responder a tres preguntas al respecto: primero, ¿por qué debe abrirse una fuente? Segundo, ¿cómo trae perdón esta fuente? Tercero, ¿a quién purifica esta fuente?

¿Por qué debe abrirse otra fuente?

Primeramente, ¿por qué debía abrirse una fuente? ¿Puede usted ver lo que una promesa como ésta debió haber significado para un judío discernidor? Debió significar que toda la provisión para la purificación en el antiguo sistema de sacrificio era inadecuada para tratar con el pecado. Hebreos 10:2-4 insiste en esto mismo:

ya que los adoradores (en el Antiguo Testamento), una vez purificados, no tendrían ya más conciencia de pecado. Pero en esos sacrificios hay un recordatorio de pecados año tras año. Porque es imposible que la sangre de toros y de machos cabríos quite los pecados.

¿Por qué los sacrificios de animales no eran adecuados? Porque la pérdida sufrida por un animal no se compara con la herida que nuestro pecado trae sobre la gloria de Dios. El mal principal del pecado no es la ruina que trae sobre la vida humana, sino el desdén que trae sobre la gloria de Dios. Si pudiéramos comprender lo terrible que es que los seres humanos desconfíen y desobedezcan a su Creador glorioso, no tropezaríamos con la justicia del mal ni nos sorprendería que el único sacrificio puede expiar nuestra maldad, es decir, el sacrificio del Hijo único de Dios. Nuestra desobediencia a un Dios infinitamente digno es una desobediencia infinitamente censurable, merecedora de un tormento eterno (Mateo 25:46). Por lo tanto, ningún sacrificio finito de animales o incluso de humanos podría reparar nuestro pecado. Sólo una humillación infinita por respeto a Dios podría restaurar el daño con el que hemos atacado la gloria del Todopoderoso con nuestra desconfianza y desobediencia. La fuente que tenía que abrirse no era del cuello de un animal, sino del costado traspasado del Hijo de Dios. Zacarías no pudo ver toda la historia, pero Dios le mostró al menos esto: si alguien va a ser salvo del pecado, se debe abrir una fuente nueva.

¿De qué manera purifica esta fuente?

Segundo, ¿de qué manera purifica esta fuente? En el versículo 3:8, 9 Zacarías muestra que el perdón del pecado está conectado al Mesías venidero, a quien él llama el Renuevo (Jeremías 25:3; 35:15; Isaías 11:1). Al final del versículo 8 Dios dice: “pues he aquí, voy a traer a mi siervo, el Renuevo”. Luego, al final del versículo 9: “Y quitaré la iniquidad de esta tierra en un solo día”. Hay dos cosas importantes aquí: primero, hay una estrecha conexión entre la venida del Renuevo (Mesías) y la eliminación de la iniquidad; y segundo, la iniquidad será eliminada en un solo día. Esto encaja perfectamente con la muerte de Cristo. Él era el Mesías profetizado por Zacarías (ver versículo 9:9 con Mateo 21:5), y su sacrificio no tiene que repetirse; él se ocupó de todo el pecado en un solo acto de expiación de una vez por todas (Hebreos 9:24- 26).

Pero para que la fuente de la sangre de Cristo quite el pecado, los pecadores deben arrepentirse y pedir misericordia. Los seres humanos, por su naturaleza, no lamentan la forma en que desprecian a Dios al desconfiar de él y desobedecerlo. Para que un espíritu que lamenta el pecado llegue a ser un pecador, Dios tiene que actuar. El Espíritu Santo debe condenar el pecado. Zacarías 12:10, 11 profetiza que esto es lo que va a suceder en Israel: “Y derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén, el Espíritu de gracia y de súplica, y me mirarán a mí, a quien han traspasado. Y se lamentarán por El, como quien se lamenta por un hijo único, y llorarán por El, como se llora por un primogénito”. La única razón por la que se lamenta por un hijo único y llora amargamente por un primogénito es porque ha muerto. Por lo tanto, Zacarías querrá decir que el pueblo ha traspasado y matado a alguien y ahora están profundamente afligidos y arrepentidos por su pecado. En este misterioso pasaje se predicen tres cosas. Primero, los habitantes de Jerusalén van a traspasar y matar a alguien de gran importancia. Esto lo hicieron en la crucifixión de Jesús, cuyas manos, pies y costado fueron traspasados (lo que abrió una ¡fuente de purificación!). Segundo, Dios va a condenar la casa de David y a los moradores de Jerusalén por su pecado. Tercero, se llenarán de dolor por su pecado y clamarán a Dios en súplicas de misericordia. (Que comenzó a cumplirse en la respuesta de los judíos al sermón Pentecostés de Pedro.)

Cuando esto sucede, la fuente del perdón de Dios fluye libremente y quita la culpa de Jerusalén. Así Zacarías puede decir en el versículo 14:11, “Y habitarán en ella y no habrá más maldición; y Jerusalén habitará en seguridad”. Y en el versículo 2:5, “Y yo seré para ella” -declara el Señor- “una muralla de fuego en derredor, gloria seré en medio de ella”. En el versículo 2:10 dice, “Canta de júbilo y alégrate, oh hija de Sion; porque he aquí vengo, y habitaré en medio de ti -declara el Señor”. Y en el versículo 8:8 dice, “y los traeré y habitarán en medio de Jerusalén; y ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios en verdad y en justicia”. Todas las promesas hechas a Israel en el libro de Zacarías (de hecho, en toda la Biblia) dependen de la fuente abierta de la sangre de Cristo y del arrepentimiento del pueblo de Dios. Así que, para responder a nuestra segunda pregunta, ¿de qué manera purifica la fuente abierta?, hemos visto tres cosas. 1) El Mesías (llamado el Renuevo) viene, y al momento en que su propio pueblo lo mata, elimina la iniquidad en un solo acto de expiación. 2) Dios hará que Israel sea condenada por su pecado. 3) Israel llorará y pedirá perdón a Dios. El resultado de estas tres cosas será que levantará su maldición y la gloria de Dios morará en medio de ella.

¿A quién purificará esta fuente?

Finalmente nos preguntamos, ¿a quién purifica esta fuente abierta? ¿Quién puede leer el libro de Zacarías y encontrar esperanza en él? La respuesta más obvia es el pueblo judío. A pesar de que han desagradado a Dios (1 Tesalonicenses 2:15) al rechazar a su Hijo, su Mesías, hasta el día de hoy, Dios todavía promete misericordia. Un día El levantará el velo de su entendimiento (2 Corintios 3:14), quitará el endurecimiento de su corazón (Romanos 11:25), y derramará sobre ellos un espíritu de gracia y súplica, y ellos se volverán a Jesús y lo confesarán como Señor y Cristo. Incluso podemos ver los inicios de esto último en el movimiento judío mesiánico contemporáneo. Y debemos orar por todos nuestros amigos y asociados judíos, y hablarles con valentía acerca de Cristo.

Pero el mensaje de Zacarías es también una palabra de esperanza para nosotros gentiles cristianos. Si entendemos lo que Cristo ha hecho por nosotros al abrir la fuente de su sangre, entonces sabremos que estamos incluidos en las promesas de Zacarías.

Cuando oímos a Dios decir en Zacarías 2:10, “Canta de júbilo y alégrate, oh hija de Sion; porque he aquí vengo, y habitaré en medio de ti -declara el Señor”, no podemos evitar escuchar también las palabras de Hebreos 12:22 que nos dicen: “Vosotros, en cambio, os habéis acercado al monte Sion y a la ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celestial”. Y así recordamos que en Cristo ya no estamos “excluidos de la ciudadanía de Israel, extraños a los pactos de la promesa” (Efesios 2:12). La esperanza, el gozo y la gloria de Zacarías es nuestra esperanza, nuestro gozo y nuestra gloria, como hijos de Abraham y ciudadanos de la nueva Jerusalén.

Y Dios ha sido lo suficientemente bueno como para confirmarnos esto incluso desde el libro de Zacarías. Por ejemplo, justo después de esa gran promesa en el versículo 2:10 nos dice: “Y se unirán muchas naciones al Señor aquel día, y serán mi pueblo. Entonces habitaré en medio de ti, y sabrás que el Señor de los ejércitos me ha enviado a ti” (véanse también los versículos 9:7, 8:13, 20-23, 14:16). “¡Y se unirán muchas naciones al Señor !” Esos somos usted y yo. La fuente del perdón se ha abierto a usted. Y si te purificas por medio de la fe en esa fuente, todas las promesas posteriores hechas al pueblo de Dios son suyas. “Así me he propuesto en estos días volver a hacer bien a Jerusalén y a la casa de Judá. No temáis, mas sean fuertes vuestras manos” (versículos 8:15, 13b).



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