Alguien necesita tu segundo idioma
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Revisión de 20:33 25 jun 2018
Por Nick Whitehead sobre Misiones
Traducción por Carlos Diaz
Luego que terminé de enseñarle a un grupo de jóvenes en Costa Rica, mi papá (un hispanohablante fluido) me resaltó graciosamente la razón por la que dos jovencitos habían estado riéndose nerviosamente a lo largo de mi charla. Justo había gastado la pasada hora repitiendo una palabra que, aunque técnicamente correcta en su traducción, tuvo connotaciones inapropiadas (el tipo del que los jóvenes no pueden evitar reírse).
Aunque he hablado un poco de español toda mi vida, aún no lo domino. Hay días que voy a casa, me doy una palmada en la espalda, y me digo a mí mismo, “Ahora en verdad le has agarrado el truco a esto”. Pero esos días son raros y y lejos entre ellos. La mayoría del tiempo, entro por la puerta sintiéndome ligeramente derrotado a medida que recuerdo mis metidas de pata.
Pero los estudiantes de idiomas no reflejan por tanto tiempo sus errores, recordando que Dios obra en nosotros — incluyendo nuestras debilidades y traspiés — para desear y obrar por su placer (Filipenses 2:13). Nuestra motivación para continuar aprendiendo descansa no en cómo rápidamente aprendemos, o incluso en cómo nos comunicamos en forma efectiva. Si este fuera el caso, me habría dado por vencido hace tiempo. En vez de eso, luego de más de veinte años de destrozar el idioma español, mi motivación viene de Dios, quien tiene el poder de usar mi habla imperfecta para difundir las noticia de su amor por nosotros en Cristo a más personas hispanohablantes.
Si las personas elegidas por Dios van a escuchar y recibir el evangelio, muchos de nosotros tendremos que aprender un segundo idioma. A través de mis estudios y problemas, he tropezado con cinco formas en las que Dios es glorificado en el proceso de aprender idiomas para alcanzar la pérdida de toda tribu, nación y lengua.
Contenido |
1. Dios es soberano en su segundo idioma.
Al aprender una nueva lengua, aprendemos a reconocer y a confiar en la soberanía de Dios sobre el idioma.
Dios es la fuente de palabras y del habla (Génesis 1:3). Es mediante su palabra que él crea (Génesis 1:1), se relaciona (Génesis 1:26) y manda (Génesis 1:28). Como el Creador y sustentador del idioma humano, Dios tiene el derecho y el poder para confundir la comunicación o permitir el entendimiento. Porque el idioma está en sus manos, no debo perder el sueño pensando acerca de la conversación de 20 minutos que tuve en la cual me referí a Francisco como la actual papa católica romana. A pesar de estos tipos de pasos en falso repetitivos y algunas veces avergonzantes, puedo confiar en que Dios usará soberanamente mi segundo idioma (lentamente) adquirido por amor a su nombre.
Su soberanía nunca debería ser una excusa para la flojera de aprender, pero en vez de eso debe ser una razón para la confianza jubilosa en su gracia a medida que nos concede la capacidad de comunicarnos con los demás a pesar de nuestros errores y debilidades.
2. Aprender un idioma conquista las consecuencias del pecado.
A medida que adquirimos un idioma, comenzamos a cruzar los límites de Babel, batallando los efectos del pecado en el habla. Desde el comienzo de la historia del pecado sobre la tierra fue influenciado, y fue conducido por, el idioma. Satanás lo usó para tentar (Génesis 3:1), Adán y Eva lo usaron para culpar (Génesis 3:12–13), y Dios lo usó para condenar (Génesis 3:14–19). Luego, en Génesis 11, los planes pecadores de los hombres en Babel provocaron que Dios distorsionara y confundiera su idioma.
A menudo me he preguntado por qué Dios, luego de confundir intencionalmente nuestra capacidad de comunicarnos, nos daría la tarea difícil de lograr lo perdido de toda lengua. Dios confundió el idioma porque los hombres procuraron robar su gloria. Aprendemos idiomas, con la ayuda de Dios, para darle la gloria que merece hasta que sea alabado en todo idioma.
3. La misión de la iglesia depende del aprendizaje del idioma.
La diversidad de idiomas puede ser un escollo para la proclamación de la palabra de Dios (1 Corintios 14:9–11; Ezequiel 3:5–6), pero también es evidente que Dios ha diseñado el idioma como una parte necesaria de su historia de redención (Romanos 10:17). Nuestra adquisición del idioma debería ser motivada por la necesidad de romper las barreras que impiden la proclamación del evangelio.
En Hechos 2, se les permitió a los creyentes judíos mediante el Espíritu Santo declarar “las maravillas de Dios” (Hechos 2:11) en idiomas muy diferentes a los hombres de todo el mundo romano del siglo I. Y las personas presentes en Pentecostés estaban asombradas (Hechos 2:12). Tenemos la misma meta en fluidez: dejar a los hombres y mujeres perplejos y anodadados porque el evangelio sea proclamado en su propio idioma.
La tarea de la Gran Comisión no puede ser completada a menos que los fieles discípulos se esfuercen por la fluidez en segundos idiomas.
4. Aprender un idioma siempre nos empequeñece.
El aprendizaje de idiomas eleva nuestra visión de Dios al empequeñecernos. Todo estudiante serio de idiomas entiende los poderes destructores de orgullo de la adquisición del idioma. Todavía tengo recuerdos del tiempo que intenté hacer alarde de mis habilidades en el idioma a una profesora femenina de español y abrí la conversación refiriéndome a ella con el pronombre masculino. Sin importar qué tan avergonzante, debemos aprender a canalizar la humildad de estas experiencias hacia una mayor dependencia en Dios en todas las cosas.
La humillación de este proceso nunca termina, incluso cuando logramos una mayor fluidez. Imitamos la humillación y sufrimiento de Cristo por nosotros empequeñeciéndonos nosotros mismos y trabajando duro para aprender un idioma. Fomentamos relaciones duraderas con la pérdida a través de una comunicación clara, de modo que pudieran ser transformadas por el evangelio para la gloria de Dios.
5. Los idiomas permiten que Dios sea alabado en todo lugar.
Finalmente, el aprendizaje de idiomas nos ayuda a reconocer la intencionalidad de la diversidad de los idiomas terrenales. Aunque Dios confundió el idioma debido al pecado, la variedad de idiomas siempre ha sido una parte del plan de Dios.
Cumpliremos la tarea de seguir adelante el aprendizaje de idiomas cuando entendamos que el reino, dominio, y gloria de Dios siempre tuvieron la intención de extenderse a todos los pueblos, naciones, e idiomas (Daniel 7:14). Los momentos más jubilosos de alabanza en feligresía en que he participado no ha sido en mi idioma principal. De hecho, la adoración y participación con los creyentes en mi segundo idioma me ha provisto de visiones esperanzadoras del Apocalípsis 7:9–10, “ Después de esto miré, y he aquí una gran multitud... de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero... y clamaban a gran voz, diciendo: ‘La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero.’”
Dios salvará todas las lenguas para su exaltación, y nosotros, por la eternidad, cantaremos alabanzas con una voz unificada al glorioso Dios del idioma.
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