Pero si no
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Revisión de 20:07 28 jun 2018
Por Greg Morse sobre Sufrimiento
Traducción por E. G.
«No te preocupes, amigo», me dijo. «Si Dios hace lo que hemos hablado, confío en que Él sacará de esto algo maravilloso».
No te preocupes. La ironía no podía ser más evidente. Fue él, no yo, el que se dirigió a casa a un país hostil. Fue él, no yo, el que ya había recibido amenazas de muerte de antiguos amigos musulmanes que le esperaban allí. Y fue él, no yo, quien buscó confortar a otros en las horas previas a su partida.
Si Dios hace lo que hemos hablado —que era una forma de resumirlo—. Después de cuarenta minutos, compartió historia tras historia de lo que su gobierno, amigos, y familia había hecho a aquellos incluso acusados de seguir a Jesús. A algunos los llevaron para ser «interrogados» y nunca se les volvió a ver. Algunos fueron ejecutados públicamente como ejemplos para disuadir a otros, como mi amigo, de llamar a Jesús Señor. La excomunión de la familia parece ser el más misericordioso de los posibles resultados.
Él se iba a casa a hablarles sobre el Señor. Él podría haber ido a su muerte. Habíamos estudiado textos como 1 Pedro y Romanos 8 juntos, preparándonos para el buen sufrimiento. Oramos y se fue, confiando en que Dios podría protegerle de todo daño si así lo deseaba, y en que si Dios no lo hacía, es que iba a realizar algo mejor a partir de eso.
Dios de la posibilidad
Sea o no así, Dios ciertamente nos puede liberar de cualquier aflicción que enfrentamos.
Él puede liberarnos de la opresión. Él puede liberar a su pueblo de la persecución. Jesús nos enseña a orar, «líbranos del mal», porque Dios puede. Pero, por supuesto, todo esto es fácil de decir cuando no estamos sufriendo o nos sentimos amenazados. Es difícil anunciar: «Dios es soberano sobre mi cáncer». Más aún: «Dios es soberano sobre cáncer de mi esposa». Y todavía más: «Dios controla la enfermedad terminal de mi hija». La gloriosa verdad de la soberanía de Dios puede ser difícil de ver en esas épocas.
Pero la pregunta que todos debemos responder en este breve instante comparado con la eternidad es la siguiente: Si Dios no hace lo que nosotros sabemos que puede hacer —curar, redimir, reparar—, ¿vamos a confiar en él? Si se niega a contestar a nuestras súplicas de la manera que nosotros esperamos, ¿lo amaremos, lo obedeceremos y aguantaremos en la fe hasta el final?
¿Diremos desafiantes, después de rezarle acerca de nuestras penas más profundas y los golpes más dolorosos, después de experimentar cargas tan pesadas que amenazan diariamente nuestra voluntad de seguir adelante, diremos después de sufrir un dolor tan paralizante que incluso no nos deje llorar, diremos junto a mi amigo, y los tres jóvenes judíos enfrentados al horno de fuego ardiente, «Y si no...»?
Y si no
Negándose a someterse —incluso para evitar ser quemados vivos—, se levantaron ante el rey de Babilonia y la enorme estatua de oro de sí mismo. Nabucodonosor pensaba que él era un dios. Exigió su propio culto. Pero tres jóvenes doblaron sus rodillas solo ante el verdadero Dios, y así lo declararon cuando se les convocó para arrodillarse,
- «No es necesario que te respondamos sobre este asunto. Nuestro Dios, a quien servimos, puede librarnos del horno de fuego ardiente; y de tus manos, rey, nos librará. Y si no, has de saber, oh rey, que no serviremos a tus dioses ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado». (Daniel 3:16-18)
Otros israelitas yacieron postrados alrededor de ellos. Ellos solos hicieron que se escuchara la proclamación de la fe disponible para nosotros hoy: «Mi Dios quiere liberarme, Y si no, incluso así voy a confiar en él. El Señor es lo suficientemente fuerte como para rescatarme si Él lo elige. Y si no, no voy a ceder al pecado. Mi Dios es capaz de sanarme si decide que es lo mejor. Y si no, no voy a abandonar mi confesión de fe. Mi Dios puede deshacer esta discapacidad si solo habla la palabra. «Y si no, confiaré en el Dios que me hará resucitar de la muerte».
Podemos unirnos a los fieles y decir «Toma a mi Isaac, toma mi familia y sirvientes, toma mi salud, y yo voy a cantar, ‘mi alma está en paz’. Me enfrentaré, ‘Todo lo puedo en Cristo que me fortalece’. Razonaré: «Considero que los sufrimientos actuales como luz y un instante transitorio en comparación con lo que me espera». Resolveré: «A pesar de los terremotos y aunque las montañas sean arrastradas al mar, ni tendré miedo ni me moveré».
No voy a correr. No voy a esconderme. Me jactaré de mi debilidad. Les diré a quienes se ríen de mí: «Aunque me mata, ¡voy a confiar en él!». Lo digo claramente: «¡Yo sé que mi Redentor vive!».
Y yo rogaré, oh, rogaré: «Señor, líbrame del mal». Rezaré: «Padre, que pase desde mí este cáliz». Rezaré: «Oh, Dios mío, no permitas que me avergüencen; no dejes que mis enemigos exulten sobre mí». Y también oraré, «Pero no se hará mi voluntad sino la tuya».
Y cuando me desespero de la propia vida, imploro a mi Salvador, «Satisfáceme en la mañana con tu misericordia inquebrantable». Y cuando la duda me tiente, oraré: «¡Señor, yo creo; ayuda a mi incredulidad!». Y mi enemigo debería prevalecer por encima de mí en esta vida, deberían cubrirme de rocas, enviándome a la roca de los tiempos, rezaré: «Señor Jesús, ten misericordia en ellos». Y, «Padre, ¡en tus manos encomiendo mi espíritu!».
De pie en las llamas
¿Siente como si se estuviera deslizando y cayera al horno? ¿Siente que ya está en pie, en las llamas que arden siete veces más de lo normal (Daniel 3:19)? ¿Siente que simplemente no puede seguir adelante? ¿Ve usted que la cuarta persona permanece en pie, en las llamas con usted (Daniel 3:25)?
¿Le ve simpatizar con usted? ¿Le ve sufrir por usted? Cuando todo lo demás falla, ¿es suficiente para usted? ¿Cree en su promesa de que pronto no sufrirá más? ¿Lo ve con usted? ¿Sabe cuál es la profundidad de su amor por usted? ¿Sabe que Él le está fortaleciendo, incluso en esto, incluso ahora? ¿Están sosteniendo sus manos asustadas los murmullos de gloria que llegarán?
¿O ha robado el estafador su valentía? ¿Ha estado sembrando la duda en su corazón? ¿Está a punto de morir y no porque las llamas rocen su cuerpo, sino porque han empezado a chamuscar su fe? ¿La esperanza diferida ha hecho enfermar su corazón?
No se canse de hacer el bien. No se rinda en la lucha de la fe. Considere a aquel que sufrió tal hostilidad contra sí mismo, para que no se canse. No puede liberarse de su horno, pero resucitará de él a un lugar donde no puede seguir la agonía. En la gracia que Dios suministra, resista y diga: «Mi Dios puede liberarme de esta pesadilla si así lo elige. Y si no, yo bendeciré su nombre sagrado y despertaré para ver su rostro en la gloria».
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