El problema silencioso de no tener hijos
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Revisión de 19:48 28 ago 2018
Por Chelsea Patterson Sobolik sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Carlos Diaz
“Su cuerpo no tendrá un bebé”.
Seis palabras del doctor que cambiaron mi vida. Seis palabras que rompieron mi corazón. Seis palabras que, a medida que pasaban los años, me enseñaron a anhelar a Cristo más de lo que anhelaba tener un bebé.
La falta de tener un bebé ha afligido a muchos incluso desde que el pecado llegó al mundo. Incontables números de hombres y mujeres han experimentado el anhelo de ser padre. Algunos han enfrentado la infertilidad, teniendo problemas mes tras mes para salir embarazados. Otros han perdido a pequeños preciosos mediante una pérdida. Otros todavía siguen solteros y desean ser padres, pero el matrimonio los esquiva. Y algunos han experimentado el dolor de un aborto. Mientras la carencia de hijos toma muchas formas distintas, una amenaza común es que es fortalecida y llevada en silencio.
Mi viaje con este problema silencioso comenzó como una joven mujer de 19 años de edad, cuando el doctor susurró esas seis palabras en mi historia. En ese frío día de Noviembre, aprendí que nací con una rara condición médica que haría que tener un bebé de forma biológica era casi imposible.
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El no tener bebés es una pena íntima. Nuestra fertilidad, o la carencia de ella, está estrechamente ligada a nuestra identidad que compartir nuestros problemas en esta área con la familia, amigos, o nuestras comunidades eclesiásticas pueda hacernos sentir incluso más vulnerables. Cuando nuestra capacidad para reproducirnos está comprometida, puede causar una pena inmensa encima de la tristeza porque el no tener bebés contradice lo que sabemos acerca de la forma en que las cosas se supone que sean - la forma que se supone seamos. Quizás lo peor de todo, es que a menudo es un problema silencioso y solitario. Nadie sabe que están experimentando el no tener bebés a menos que les cuenten. El peso está sobre el que tiene el dolor.
Luego de caminar a la oficina del doctor, mi corazón estaba embarazado con mil emociones diferentes. La vergüenza era una de las más fuertes. Estaba avergonzada porque fui creada en forma distinta que a la mayoría de las mujeres. La cultura cristiana en la que estaba sumergida parecía promover la idea de que el designio más alto de una mujer era el ser madre. Mi cuerpo era diferente, y pensaba que si las personas sabían mi secreto, me verían de forma distinta ... que sería etiquetada como “menos que” otras mujeres.
El enemigo amaría nada más que la vergüenza nos mantenga callados, intentando evitar la mirada de Dios y de los demás. Pero la voz de Dios hacia nosotros, la visión de Dios para nosotros, y su presencia con nosotros es más profunda y más verdadera que cualquier pena que pudiéramos experimentar en medio de nuestra infertilidad.
Dios está presente en la falta de hijos
La falta de tener hijos era mi primer encuentro real con el sufrimiento. Había crecido en un hogar cristiano, e incluso aunque nuestra familia pasó algunas temporadas desafiantes, mis padres sirvieron como un impulsor. Como la chica mayor en una familia de ocho, solía ser la “chica buena”, y nunca quería que mis acciones sacudan el barco.
Mi buen comportamiento me mantuvo alejada de los problemas y facilitó mi vida relativamente - hasta esa visita del doctor. En la etapa de pena que prosigió, no sólo aprendí cómo involucrarme con Dios; comencé a aprender realmente es. Una de las lecciones más dulces porque mi alma estaba aprendiendo que mis oraciones nunca molestaban a Dios. Es su alegría, no su deber, estar presente con nosotros. Está emocionado cuando sus niños vienen a Él, confían en Él, soportar sus almas a Él, presionarle a Él, y crecen más como Él.
Dios nos invita a todos a que pongamos nuestros corazones atormentados y afligidos a Él en oración. Charles Spurgeon dice que “nuestros problemas deberían ser corceles con los que cabalgamos hacia Dios; vientos embravecidos que apresuran nuestra corteza dentro del refugio de toda oración. La amargura de espíritu puede ser un índice de nuestra necesidad de oración, y un incentivo para ese ejercicio santo”.
Nuestros problemas y penas respecto a la falta de tener hijos puede convertirse en un corcel en el cual cabalgamos hacia Dios en oración.
Un padre para las penas ocultas
Si tenemos penas ocultas, no deberíamos tardarnos en involucrarnos con nuestro Padre en oración. Y cuando no sabemos cómo o qué orar, Dios nos da palabras, especialmente en los Salmos.
Cuando comencé a compartir con los demás que no podía tener hijos, algunas personas me fustigaron, diciendo que necesitaba orar con más fuerza y tener más fe. Si lo hacía, quizás entonces Dios me bendeciría con hijos. La difícil realidad es, Dios no promete que cada uno de nosotros dará a luz hijos. Qué tan a menudo extraviamos nuestra esperanza en una cosa buena, cuando solo Dios promete darnos lo mejor: Él mismo. Cavé en las escrituras para descubrir las promesas que puedo proclamar:
- Él promete nunca dejarnos (Mateo 28:20; Hebreos 13:5).
- Él promete amarnos siempre (Salmos 103:17).
- Él nos promete que su gracia siempre será suficiente para nosotros (2 Corintios 9:8).
- Él promete siempre sostenernos (Salmos 55:22; 1 Corintios 1:8).
- Él nos promete su ayuda (Salmos 54:4; Hebreos 13:6).
- Él promete ser siempre fiel con nosotros (Salmos 117:2).
- Él promete proveer todas nuestras necesidades (Filipenses 4:19).
Invita a otros en tu aflicción
Lentamente comencé vulnerablemente a compartir mi pena con los demás. Sabía que esta carga era muy pesada para que la llevara sola, y que la comunidad cristiana es uno de los regalos que Dios da a sus hijos. Resultó que el compartir no era tan aterrador como pensaba que iba a ser. Al permitir a mis amigos entrar en mi pena, me sentí como si un peso se hubiera quitado de mi alma. Estaban allí para ayudar a amarme y motivarme en mis días más oscuros.
Las amistades profundas pueden forjarse mediante experiencias comunes, incluso las más dolorosas. Aunque la falta de tener hijos es una experiencia muy dolorosa, las amistades pueden encontrarse y ser formadas, como hermanos y hermanas caminando senderos juntos. Como C.S. Lewis dijo, “La amistad nace en el momento cuando una persona le dice a otra: ‘¡Qué! ¿Tú también? Creía que era el(la) único(a).’”
Al abrir y compartir algo de esta dificultad y personal puede sentirse desafiante, pero les garantizo que no es tan agotador como caminar a través de solo la pena. La carga de la falta de hijos es demasiado grande para soportarla solo. Permita que su comunidad le rodee con amor, apoyo, motivación, y un hombro en el cual llorar. Considere sentarse con su pastor o un cristiano mayor en su iglesia y compartir sus penas. El cuerpo de Cristo está destinado para “regocijarse con aquellos que se regocijan, [y] llorar con aquellos que lloran” (Romanos 12:15). Tener voluntad para permitir a los demás llorar con ustedes.
No permitan que la falta de hijos permanezca en un problema silencioso. Aprenda cómo tomar su espíritu problemático a Dios en oración, y cómo invitar a los demás dentro de su pena de modo que puedan ayudarte a apuntar hacia Dios.
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