Echa Tus Cargas Sobre Dios
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Última versión de 21:31 12 nov 2018
Por Scott Hubbard sobre La Soberanía de Dios
Traducción por Javier Matus
No había más dinero para la leche.
Las donaciones al orfanato habían disminuido durante meses. Semana tras semana, se las habían arreglado con apenas lo suficiente: un dólar aquí, algunos centavos allá, gotas en comparación con el río de provisión que una vez habían conocido.
El director se levantó de la cama y pensó en los cientos de niños que aún dormían. Pronto despertarían. Irían a la cocina esperando leche, un alimento básico de desayuno en el orfanato. Y si Dios no interviniese, se irían hambrientos.
Oró en el camino de dos minutos hasta el orfanato. Pidió que Dios mostrara compasión como un Padre a Sus hijos, que no les cargara con más de lo que podían soportar y que de alguna manera les proporcionara el dinero que necesitaban para la leche.
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Pobre y en paz
Si alguien tenía derecho a estar preocupado, George Müller lo tenía. Durante décadas, caminó a través de pruebas de fe que nos dejaría a muchos de nosotros destrozados en cuerpo y mente. Más de diez mil niños dependieron de él por alimento, ropa y refugio durante toda su vida. Sus orfanatos funcionaron durante años al borde de la pobreza. Y él se había comprometido desde el principio a nunca pedirle dinero a nadie, excepto a Dios.
Pero pocas personas caminaron con más de la paz de Dios que “sobrepasa todo entendimiento” (Filipenses 4:7). Una y otra vez en su autobiografía, o en su libro más corto, Answers to Prayer, los lectores encuentran a Müller pobre, presionado por preocupaciones y, sin embargo, en paz.
La clave para Müller era la oración. John Piper escribe: “Cuando se le preguntó a George Müller cómo podía estar tan tranquilo en medio de un día ajetreado con tantas incertidumbres en el orfanato, respondió algo así como: ‘Eché sesenta cosas al Señor esta mañana’”, The Satisfied Soul, p. 308). ¿Cómo manejó Müller las cargas de diez mil huérfanos? Las tomó, una por una, de sus propios hombros, y las puso sobre los de Dios.
En un sermón sobre Filipenses 4:6-7, Müller nos dice cómo.
1. Escucha la invitación de Dios.
Cuando traemos nuestras preocupaciones a Dios en oración, nunca nos encontraremos con un oído sordo o una mirada renuente. En cambio, encontraremos a un Padre que con mucho gusto dobla Su hombro para llevar nuestras cargas.
Los hijos de Dios, dice Müller: “están permitidos, no solo permitidos sino también invitados, no solo invitados sino también ordenados, a traer todas sus preocupaciones, tristezas, pruebas y deseos a su Padre celestial. Deben echar todas sus cargas sobre Dios”.
El mandamiento que Müller tiene en mente: “Por nada estéis afanosos” (Filipenses 4:6), es solo un ejemplo en una Biblia llena de invitaciones a echar nuestras preocupaciones sobre Dios. Cuando buscamos en las páginas de las Escrituras, vemos a un Pastor que nos lleva en Sus brazos (Isaías 40:11), un Novio que hace Suyos nuestros problemas (Efesios 5:25-27), un Rey que nos esconde Su Torre (Proverbios 18:10) y un Guerrero que pelea nuestras batallas Él Mismo (Éxodo 14:14). En casi todas las páginas, Dios nos invita a salir de los vientos aullantes de nuestras preocupaciones al calor de Su hogar.
Nuestras preocupaciones pueden sentirse cercanas a nosotros, pero en Cristo, nuestro Padre está más cerca. Escucha Su invitación, y ven.
2. Echa todas las grandes cargas
A veces, sentimos que nuestras preocupaciones son demasiado grandes incluso para que Dios las lleve. Tal vez no hospedamos el pensamiento consciente, pero en el fondo dudamos que la paz de Dios pueda proteger nuestros corazones y nuestras mentes mientras dure esta carga.
Müller lo reconoce: “Pero dices: ¿cómo puedo yo, una esposa con un esposo entregado a la bebida, no estar ansiosa?”. Podríamos mencionar otras cien preocupaciones que se sienten igual de pesadas. Pero Müller continúa diciendo: “Es la voluntad de tu Padre celestial que no estés ansioso incluso en tales circunstancias … Si Le echas la carga a Dios y Le echas toda tu preocupación, estarás libre de ansiedad incluso con respecto a esto”.
No podemos poner demasiado peso sobre los hombros de Dios. Ninguna de nuestras preocupaciones es demasiado pesada para el Dios que ya ha viajado a las profundidades de nuestra miseria, cargó nuestra maldición sobre Su espalda y luego Se libró de las cadenas de la muerte (Filipenses 2:5-11). A toda preocupación, falta o debilidad, sin importar cuán grande sea, Él dice: “Yo supliré todo lo que os falta conforme a Mis riquezas en gloria en Cristo Jesús” (ver Filipenses 4:19).
3. Echa todas las pequeñas cargas
Pero a Dios le importa más que nuestras mayores preocupaciones. Él se preocupa por las preocupaciones más pequeñas que pesan en nuestros corazones. Si ninguno de los cabellos de nuestra cabeza queda sin numerar (Mateo 10:30), si ninguna lágrima de nuestro rostro queda sin ser vista (Salmo 56:8) y si ningún llanto de nuestra boca queda sin oírse (Salmo 6:8), entonces ninguna de nuestras preocupaciones pasará desapercibida por Dios.
“No son simplemente los grandes asuntos que debemos presentar ante Dios, no son simplemente las cosas pequeñas sino ‘todo’”, escribe Müller. “Por lo tanto, todos nuestros asuntos, temporales o espirituales, traigámoslos ante Dios. Y esto por la sencilla razón de que la vida está hecha de pequeñas cosas”.
Para los cristianos más ansiosos, la preocupación no se calma cuando lo hacen las circunstancias externas. Incluso cuando todo está en calma —nuestras familias tienen salud, nuestros trabajos están seguros, nuestras amistades son constantes— la preocupación puede activarse con las cargas más pequeñas. Así que debemos tomar incluso esas, aunque parezcan insignificantes, y echarlas sobre los hombros de nuestro Padre. Como escribe Müller: “Cuando tenemos alguna pequeña carga, debemos decirle a nuestro Padre celestial: ‘No tengo fuerzas para este peso, no puedo llevar la carga’”. Y luego recuerda: “Nuestro Padre celestial está listo para hacer esto por nosotros”.
Con el tiempo, echando cada carga sobre Dios puede volverse tan reflexivo como un niño asustado que busca a su padre.
4. Sigue echando
Claro, nuestras preocupaciones no siempre se quitarán suavemente de nuestras espaldas en el momento en que nos levantemos de nuestras rodillas. Algunas preocupaciones tienen un control sobre nosotros que una sola oración no puede soltar. Entonces, nos dice Müller, debemos seguir echando.
Él dice: “Ahora esto es lo que debemos hacer: no simplemente mencionar nuestra petición ante Dios, sino seguir pidiendo una y otra vez con oración y súplica fervientes hasta que recibamos”. Algunas veces, el alivio de nuestras preocupaciones viene solo del otro lado de la oración ferviente y suplicante, como cuando Pablo recibió consuelo por su aguijón solo después de tres peticiones (2 Corintios 12:8).
En una de las muchas historias de Müller sobre la provisión de Dios de último momento, nos da una pista de por qué Dios a veces se demora en traernos alivio. Él escribe: “Estaba en el corazón de Dios ayudarnos desde el principio; pero como Se deleita en las oraciones de Sus hijos, nos ha permitido orar por mucho tiempo” (Answers to Prayer, p. 25).
Dios Se deleita en las oraciones de Sus hijos, y las largas temporadas de rodillas pueden cultivar ese mismo deleite en nosotros. Cuando Dios nos llama a echar nuestras preocupaciones sobre Él no una o dos veces, sino continuamente, nos invita a profundizar en Sus promesas, a permanecer más tiempo en Su presencia y, finalmente, a darnos cuenta, como lo hicieron muchos de los salmistas, que “cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu” (Salmo 34:18).
Pruebas preciosas
Mientras Müller oraba en su camino al orfanato, se encontró con un compañero cristiano que se había levantado temprano para trabajar. Los dos intercambiaron saludos, hablaron brevemente y luego se separaron. Pero un minuto después, Müller escuchó pasos apresurados detrás de él. Su colega corrió de vuelta, metió un poco de dinero en manos de Müller y dijo: “para los huérfanos”. Suficiente para pagar la leche.
Mientras Müller recordaba la historia, escribió: “En verdad, vale la pena ser pobre y muy probado en la fe, por el hecho de tener día a día pruebas tan preciosas del amoroso interés que nuestro Padre benigno tiene en todo lo que nos concierne” (Answers to Prayer, p. 14).
¿Por qué Dios prueba nuestra fe diariamente? Para que Él nos lleve en sus brazos a diario (Salmo 68:19). ¿Por qué Dios llena nuestros corazones con preocupaciones? Para que Él pueda alegrarnos con Sus consuelos (Salmo 94:19). ¿Por qué Dios pone cargas sobre nuestras espaldas? Para que las pueda levantar sobre los Suyos (Salmo 55:22).
Mientras la preocupación nos incita a llevar las cargas de un mundo quebrantado sobre nuestras propias espaldas quebrantadas, escucha la invitación constante de tu Padre de llegar a los hombros más amplios. Acércate a Él a través de Jesús “con acción de gracias” (Filipenses 4:6), y conoce que el Dios que llevó las preocupaciones de ayer también puede llevar las de hoy. Toma tus cargas, una por una, y aprende a echarlas sobre Él.
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