No estaba preparada para el matrimonio
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Revisión de 20:27 22 abr 2019
Por Jasmine Holmes sobre Matrimonio
Traducción por Janet Castillo
Hace poco, mi esposo y yo pasamos por un acontecimiento importante. Ya había pasado un año desde la vez que me envió el mensaje de texto que iniciaría nuestra relación: "Oye. Dime cuándo podemos hablar". Di un grito, tiré mi teléfono y corrí hacia abajo diciendo con voz entrecortada: "¡No estoy preparada!".
Sabía que quería hablar de nosotros y, aun cuando sabía que se daría esta conversación y que la había esperado con bastante impaciencia, me dio pánico cuando sucedió realmente. La realidad de iniciar una relación con alguien a quien respetaba tanto como a él me asustaba a morir.
Tal vez esta sensación de mortificación solo les afecta a personas introspectivas como yo, pero si todos tomáramos un momento para verdaderamente evaluar todo lo que involucra una relación, nos volveríamos un poco menos impacientes por una y estaríamos un poco más asustados.
Desde aquella llamada ese año, entendí la realidad de mi reacción inicial: No estaba preparada. En los 365 días siguientes, comencé a entender que el no estar preparada era solo un retrato de la fidelidad de Cristo.
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No estaba preparada para que me hirieran
Antes de casarme, había experimentado la humillación y el dolor en mi corazón que a menudo acompañan los rompimientos. Cada vez que sentía ese dolor, en el fondo de mi mente anhelaba un matrimonio con alguien que jamás me hiriera tanto de nuevo.
C.S. Lewis escribe:
- En definitiva, amar es sentirse vulnerable. Ama y tu corazón será estrujado y posiblemente roto. Si quieres asegurarte de mantener tu corazón intacto, no se lo debes dar a nadie ni a una mascota. Envuélvelo cuidadosamente con pasatiempos y pequeños lujos; evita involucrarte en cualquier tipo de enredos. Asegúralo en el cofre o cajón de tu egoísmo. (Las cuatro formas de amar) </dd>
La verdad que radica en el punto de vista de Lewis se aclaró en mi mente cuando me casé. Mientras más crecía el amor por mi esposo, más vulnerable me sentía a que me hirieran. Mientras nuestra intimidad superaría a la de cualquier persona que hubiera conocido antes, de la misma manera se daría la posibilidad de experimentar el dolor. El que hieran nuestros sentimientos, nuestro orgullo y nuestros corazones se manifiesta en abundancia en el dolor creciente que produce el ser transformados en uno.
No estaba preparada para ser moldeada
Me había acostumbrado a estar soltera. De hecho, ¡me estaba volviendo una experta en ello! Amaba mi familia, mi trabajo, mis amigos y mi vida normal. Cuando mis amigos me decían que era "un buen partido", les sonreía y colocaba el matrimonio en aquella categoría cómoda de "algún día".
Cuando apareció mi esposo, el "algún día" se convirtió en "hoy". La vida que conocía comenzó a cambiar de mis prioridades de soltera a las nuevas de pareja. Esa vulnerabilidad entraba en escena a medida que comenzábamos a sacrificar nuestras vidas en formas cada vez mayores. La importancia de la comunicación se hacía cada vez más notoria al comenzar nuestro recorrido hacia la santificación. Ya no se trataba más de mí; era parte de un equipo (Efesios 5:31). Y, aunque sonaba tan romántico en mi mente, esto se había convertido prácticamente en una constante batalla.
No estaba preparada para ser amada
Siempre pensé que sería increíblemente liberador ser amada a pesar de mis defectos. En mi mente, aparecía una imagen hermosa del amor inmerecido que Dios derramó generosamente en mí a través de Cristo (Romanos 5:8).
Aun así, mi corazón lo sentía como el ácido. Mi orgullo prefería ganarse el afecto que recibirlo. Eran tan difícil ser amada en medio de mi quebrantamiento porque quería ser amada por mi sentido de compañerismo.
En el matrimonio, este tipo de amor no es una opción. Es verdad que mi esposo aprecia mis dones, pero si solo amara lo mejor de mí, se perdería de lo que falta por descubrir (1 Pedro 4:8). Ve mi pecado con mayor claridad que los demás y aun así me ama. Puedo tratarlo con desprecio por saber esto o enfrentarlo con humildad y gratitud.
No estaba preparada para morir
Si hubiera dejado que la pesada carga por ser la esposa perfecta para mi esposo descansara de lleno sobre mi espalda, mis temores iniciales hubieran estado justificados por completo. Simplemente, no lo puedo hacer. ¡Gracias a Dios que esa carga pesada nunca descansó en mi espalda!
Desde siempre fui la novia de Phillip, fui parte de la iglesia, la novia de Cristo. Antes de la fundación del mundo (Romanos 8:29), mi Novio eterno me escogió aun cuando no lo merecía (Efesios 1:3-4). En medio de esta desdicha, el murió por mí (Romanos 5:8). Me revistió de su justicia. Me adoptó como suya. Me salvó. Escogió a mi esposo para que sea el eco de su amor eterno. Escogió nuestro matrimonio para que sea un eco de su pacto eterno. No nos escogió porque seamos perfectos sino porque El tiene la capacidad de mantenerse perfecto en nuestro lugar. Mi vida le pertenece. Nuestro matrimonio le pertenece.
Y a la luz de estas verdades gloriosas, aun cuando nuestro egoísmo, nuestro egocentrismo y nuestras pretensiones de superioridad moral dan gritos frente a la sentencia de muerte del viejo hombre (Gálatas 2:20), sabemos que la victoria moral le pertenece a nuestro Novio celestial (Filipenses 1:6). Nuestra debilidad apunta a su fortaleza (2 Corintios 12:9).
Mi matrimonio no es lo máximo, pero esboza el retrato de uno que sí lo es (Apocalipsis 19:7-9) y mis temores son absorbidos por el hecho de que esta novia es amada por dos novios que tienen presente este retrato.
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