Cuando Queremos Dejar De Esperar
De Libros y Sermones BÃblicos
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Última versión de 19:28 12 ago 2019
Por Vaneetha Rendall Risner sobre Sufrimiento
Traducción por Javier Matus
Soy una persona impaciente. No me gusta esperar. Me molestan los conductores lentos en los carriles exprés. Suspiro audiblemente cuando me meto en una cola larga. Soy rápida en recordarle al personal de los restaurantes que estoy esperando que me sienten o que me sirvan.
Esas son situaciones triviales, pero todavía me cuesta esperar. También hay asuntos más grandes y mucho más importantes en donde he esperado. Con dolor, he esperado mucho tiempo para curarme de mi pospolio. Para mayor claridad sobre qué camino tomar en una decisión importante. Para restaurar una relación difícil. Para que un querido amigo regrese a la fe. Para cada uno, he esperado mucho más del tiempo en que pensé que mis peticiones deberían haber sido contestadas. Para muchas peticiones serias, todavía estoy esperando.
Me consuela ver que las personas en la Biblia, como Abraham, también se impacientaron cuando sus oraciones y promesas no se materializaron como esperaban.
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Lo que solo Dios podía hacer
Dios le prometió a Abraham que sería el padre de muchas naciones. Y luego hubo silencio. No pasó nada durante once largos años (imagina dónde estuviste hace once años). La esposa de Abraham, Sara, era estéril y sus años de maternidad habían acabado hace mucho.
Después de más de una década de espera, ambos asumieron que tal vez debían actuar por su cuenta para cumplir la promesa de Dios. Entonces, Abraham tomó a Agar, la sirvienta de Sara, y tuvo a Ismael. Por un tiempo, pensaron que las promesas se harían realidad a través de Ismael.
Trece años después, Dios les dijo que Sara tendría un hijo, Isaac. Habían esperado tanto tiempo, que ninguno de los dos creía que Dios lo iba a hacer ahora. Abraham estaba decididamente poco entusiasmado con la proclamación. Después de reír audiblemente y dudar internamente, Abraham le dijo a Dios: “¡Ojalá Ismael viva delante de Ti!” (Génesis 17:18).
Abraham había descubierto una manera de tener herederos por su cuenta. La idea de esperar, de ser totalmente dependiente de Dios, no era parte de su plan. Él quería que Dios bendijera lo que él había hecho, en vez de esperar lo que solo Dios podía hacer.
Por qué dejamos de esperar
Eso es lo que hago a menudo. No me gusta esperar. Quiero actuar, quiero resolverlo, quiero saber con certeza lo que va a suceder. Y luego quiero seguir adelante. Abraham quería que Dios bendijera a Ismael para poder tener descendientes a través de él. Dios tenía algo diferente en mente, algo que se le descubrió a Abraham con el tiempo —algo imposible a los ojos del hombre.
Honestamente, a menudo también quiero a Ismael. Quiero lo que puedo averiguar, lo que tengo bajo mi control que no requiere esperar ni confiar.
¿Qué hacemos cuando, como Abraham, nuestra espera de días se convierte en meses, que se convierte en años, que se convierte en décadas? ¿Apartamos nuestro corazón de Dios, que aparentemente nunca entregó lo que estuvimos esperando? Si eso sucede, ¿podría ser que lo que estamos esperando es más importante para nosotros que Dios?
Lo que Dios nos niega
¿Qué está pasando en nuestra espera? ¿Es solo un espacio vacío entre nuestras oraciones y su cumplimiento? No, en nuestra espera, Dios hace Su trabajo más profundo.
Dios está santificándonos y enseñándonos a confiar en Él. A veces obtenemos lo que estamos esperando, y nos regocijamos y estamos agradecidos. Otras veces, nunca vemos ese cumplimiento en la tierra, y nos acercamos más a Dios a medida que seguimos buscándolo.
Dios no nos ha olvidado. No es que nuestras peticiones no sean importantes. Él las responderá a Su debido tiempo (que también es el mejor tiempo para nosotros). Él ve lo que nosotros no podemos ver; Él conoce los posibles peligros y trampas de las que nos protege. Mientras estamos esperando, Dios está con nosotros. Él siente nuestro dolor, llora con nosotros, nos consuela. Nos encuentra en nuestro dolor y usa todas nuestras luchas para nuestro bien. Un día, Le agradeceremos por todo lo que nos dio, y nos negó, en esta tierra.
Dejar a un lado lo humanamente posible
Esperar es bueno para nosotros. Sin embargo, es dolorosamente fácil cansarse y tomar el asunto en nuestras propias manos porque se está tardando demasiado. Es tentador buscar a Ismael, proveernos para nosotros mismos, satisfacer nuestros deseos a nuestra manera. Puede parecer que simplemente estamos encontrando otro medio para un fin, pero Dios está tanto en el medio como en el fin. No tomes un atajo en lo que Dios tiene para ti. No cedas ante la desilusión. No te conformes con Ismael cuando Dios tiene a Isaac para ti. Isaac fue el hijo de la risa y la promesa, el cumplimiento de todo lo que Dios había dicho. Valió la pena esperar a Isaac.
Isaac requiere fe. Da miedo soltar algo seguro y esperar algo que puede no materializarse. Tememos que nos quedaremos sin nada, preguntándonos por qué esperamos en primer lugar. Podemos razonar que algo es mejor que nada, y así estamos satisfechos con Ismael. Cumple con nuestras necesidades. Pero Ismael nunca nos satisfará porque Ismael es lo que hacemos con nuestras propias fuerzas. Y no tenemos la capacidad de satisfacer nuestros deseos más profundos. Necesitamos que Dios haga eso. Puede hacerlo cumpliendo milagrosamente lo que pedimos, o puede hacerlo negando lo que pedimos y dándonos más de Sí Mismo. De cualquier manera, encontraremos el gozo porque Lo tenemos a Él.
¿Cuál es tu Ismael? ¿Qué es lo que estás cansado de esperar y tentado a tomar en tus propias manos? ¿A qué le temes soltar porque parece que algo es mejor que nada? ¿Para qué confías en Dios?
No te conformes con lo que es humanamente posible; espera lo que solo Dios puede hacer.
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