Dios Escribió Un Libro
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Última versión de 13:18 25 nov 2019
Por David Mathis sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Javier Matus
Contenido |
LA MARAVILLA DE TENER SUS PALABRAS
En realidad tenemos las palabras de Dios. Esto es casi demasiado bueno para ser verdad. Y, sin embargo, ¿qué tanto estamos acostumbrados a esta realidad —una de las mayores maravillas del universo— que apenas nos mueve a usar la Biblia con cuidado (y asombro) o por lo menos a acceder a Sus palabras con la frecuencia que merecen?
La familiaridad puede generar desprecio, o al menos negligencia. Si bien la escasez impulsa la demanda, la abundancia puede llevar a la apatía. Muchos de nosotros tenemos múltiples Biblias en nuestros estantes, en múltiples traducciones. Tenemos copias en nuestras computadoras y teléfonos. Tenemos acceso a las mismas palabras de Dios como nunca antes —sin embargo, ¿qué tan seguido apreciamos y nos maravillamos de la maravilla que tenemos?
Maravilla de tener
Uno de los hechos más importantes de toda la historia es que Dios nos dio un Libro. ¡Nos dio un Libro! Él ha hablado. Se nos ha revelado a través de profetas y apóstoles, y ha designado que ellos escriban Sus palabras y que sean preservadas. ¡Tenemos Sus palabras! Podemos escuchar en nuestras almas la misma voz de Dios Mismo por Su Espíritu a través de Su Libro.
Piensa en todo lo que Dios hizo, y qué paciencia, para hacer accesible Su autorrevelación para nosotros aquí en el siglo XXI. Hace mucho tiempo, en muchas ocasiones y de muchas maneras, Dios habló a través de los profetas (Hebreos 1:1). Luego, en la plenitud de los tiempos, envió a Su propio Hijo, a Su propio ser, en plena humanidad, como Su Palabra revelada por excelencia, en la persona de Cristo, representada a nosotros por Sus voceros autorizados y apostólicos en el nuevo pacto.
Durante siglos, la Palabra de Dios fue copiada a mano y preservada con la mayor diligencia y cuidado. Luego, durante los últimos 500 años de la imprenta, la Palabra de Dios ha ido muy lejos como nunca antes. Hombres y mujeres dieron sus vidas, desbaratando los planes de la religión hecha por el hombre, para traducir las palabras de Dios al idioma del corazón de sus pueblos. Y ahora, en la revolución digital, el acceso a las propias palabras de Dios ha vuelto a explotar exponencialmente y, sin embargo —y, sin embargo— con tanta abundancia, ¿nos maravillamos de lo que tenemos? ¿Y nosotros, como individuos y como iglesias, sacamos el máximo provecho de las riquezas infinitas que tenemos en ese acceso a las Escrituras?
Sus palabras, nuestro grande galardón
Los salmistas estaban asombrados de lo que tenían. En particular, los Salmos 19 y 119 rinden homenaje a la maravilla de tener las palabras de Dios. Por ejemplo:
La ley de Jehová es perfecta,
Que convierte el alma;
El testimonio de Jehová es fiel,
Que hace sabio al sencillo.
Los mandamientos de Jehová son rectos,
Que alegran el corazón;
El precepto de Jehová es puro,
Que alumbra los ojos.
El temor de Jehová es limpio,
Que permanece para siempre;
Los juicios de Jehová son verdad,
Todos justos.
Deseables son más que el oro,
Y más que mucho oro afinado;
Y dulces más que miel,
Y que la que destila del panal.
Tu siervo es además amonestado con ellos;
En guardarlos hay grande galardón. (Salmo 19:7-11)
Dios se honra cuando nos acercamos a Sus palabras como aquellas que reviven el alma y alegran el corazón, como aquellas que son más deseables que el oro y más dulces que la miel. El resumen y la culminación del homenaje atrevido a las palabras de Dios del Salmo 19 es este: grande galardón. Él quiere que experimentemos Sus palabras como “mi delicia” (Salmo 1:2; 119:16, 24), como “el gozo de mi corazón” (Salmo 119:111), como “la alegría de mi corazón” (Jeremías 15:16), como leña para el fuego de nuestro gozo.
No solo ha hablado Dios en este Libro que llamamos la Biblia, sino que Él está hablando. Al escribir sobre el Salmo 95 en particular (y es aplicable a todas las Escrituras), Hebreos dice que “la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12). Ninguna palabra de Dios es una palabra muerta. Incluso Hebreos —la carta del Nuevo Testamento más clara sobre el antiguo pacto siendo “obsoleto” en sus demandas sobre los cristianos del nuevo pacto (Hebreos 8:13)— profesa que esa revelación del antiguo pacto, aunque ya no es vinculante, ciertamente es “viva y eficaz”. “¿No es Mi palabra como fuego”, declara Dios a través de Jeremías, “y como martillo que quebranta la piedra?” (Jeremías 23:29).
De principio a fin, desde Génesis hasta Apocalipsis, Dios ha capturado para Su iglesia Su “palabra externa” objetiva (como la llamó Lutero) que le habla (tiempo presente) a Su pueblo a través del poder subjetivo e interno de Su Espíritu que mora en nosotros. Escuchamos la voz de Dios en Su Palabra por Su Espíritu. Y así, Hebreos nos exhorta: “Mirad que no desechéis al Que habla” (Hebreos 12:25).
La maravilla de usar
Entonces, ¿cómo es que, los que nos maravillamos de tener las palabras vivas y eficaces de Dios, no caemos al suelo con asombro de que Él nos invita —aún más, Él insiste— a que usemos Su Palabra? No es un mensaje privado para Timoteo, sino para toda la iglesia que lee sobre su hombro, cuando Pablo escribe:
- Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad. (2 Timoteo 2:15)
El cargo recae primero sobre Timoteo, como el delegado de Pablo en Éfeso, y luego sobre los pastores (tanto entonces como hoy) que formalmente y públicamente “usan la Palabra” para la alimentación y la formación de la iglesia. Pero la convocatoria para usar bien la palabra de verdad (tanto en la palabra del evangelio como en las Escrituras) es un manto para que toda la iglesia lo lleve alegremente.
En medio de un mundo de palabras destructivas, Dios llama a su iglesia a primero recibir (tener) y luego responder (usar) Sus palabras. A medida que las palabras humanas de muerte vuelan a nuestro alrededor desde todos los lados —en el aire, en la página, en nuestras pantallas— Él nos da Sus propias palabras que dan vida para estabilizar nuestras almas y las almas de los demás. A medida que el mundo discute sobre las palabras, “lo cual para nada aprovecha, sino que es para perdición de los oyentes” (2 Timoteo 2:14) y escupe “profanas y vanas palabrerías” que llevan a “más y más a la impiedad” y se propaga como gangrena (2 Timoteo 2:16-17), Dios nos da un oasis en el don de Sus palabras (2 Timoteo 2:15). Las recibimos gratis, pero eso no significa que las tomemos a la ligera o gastemos poca energía para usarlas bien.
Haz todo esfuerzo
Dios, a través de Pablo, dice “procura con diligencia” —literalmente, sé celoso, se ávido, haz todo esfuerzo para— “presentarte a Dios aprobado”. Primeramente, ante todo, nos orientamos hacia Dios en nuestro uso de Su palabra, luego solo secundariamente a los demás, lo cual nos hará un “obrero que no tiene de qué avergonzarse”.
Ser obrero requiere trabajar, obrar, ejercer esfuerzo, gastar energía, invertir tiempo y la paciencia del aprendizaje permanente. Requiere hacer eso sin atajos (“sin vergüenza”) o hacer mal la tarea. Y en particular, para edificar a otros, no para derribarlos. Para mostrar a los demás el festín, no para mostrarnos a nosotros mismos como haber estado en lo correcto.
“Usar bien” —guiando por un camino recto— evoca a la visión que Pablo proyecta en 2 Corintios de su propia franqueza con la Palabra de Dios. Pablo no era tímido con las verdades duras. No fue evasivo. No fue un gimnasta verbal, revoloteando alrededor de oráculos divinos ofensivos para los humanos. Más bien, fue franco, honesto, cándido, sincero. “No somos como muchos, que medran falsificando la palabra de Dios”, declara, “sino que con sinceridad, como de parte de Dios, y delante de Dios, hablamos en Cristo” (2 Corintios 2:17). Tiene más que decir sobre tal sinceridad:
- Antes bien renunciamos a lo oculto y vergonzoso, no andando con astucia, ni adulterando la Palabra de Dios, sino por la manifestación de la verdad recomendándonos a toda conciencia humana delante de Dios. (2 Corintios 4:2)
Escuchando como hedonistas
Pero usar bien la Palabra de Dios no solo significa que estamos convencidos de su veracidad y la usamos como tal. Usar bien no solo incluye un análisis riguroso y cuidadoso y una franqueza sincera y atrevida. Usar bien incluye la intensa sensibilidad espiritual de los salmistas para ver en y a través de las palabras de Dios Su “grande galardón”, y conociendo que es Galardonador de quienes Lo buscan (Hebreos 11:6).
En otras palabras, llegamos a Su palabra como hedonistas santos, acechando el gozo. Los hedonistas mundanos persiguen los placeres del pecado; no esperan que lleguen. Y también hacen eso los hedonistas cristianos. No andamos esperando a los placeres sagrados. No nos involucramos pasivamente con Dios mismo a través de Sus propias palabras. Acechamos. Perseguimos. Activamente leemos, estudiamos y meditamos. Cuando estamos persuadidos de que Dios Mismo es ciertamente el mayor Galardón, ¿hay algún mejor camino para seguir que Sus propias palabras?
En Desiring God, no intentamos ni pretendemos ser únicos. Sin importar qué tan desganada o fervorosamente usen otros las palabras de Dios, nosotros queremos recibirlas con la absoluta seriedad y el gozoso asombro que se merecen —qué Él se merece. Dios escribió un Libro. Y nos lo dio. Entreguémonos a esta maravilla y maravillémonos de que nos toca usar Sus palabras.
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