No tiene sentido
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Última versión de 21:38 25 nov 2019
Por Jon Bloom sobre Sufrimiento
Traducción por Andrea Ledesma
Contenido |
Cuando nos ciega el suicidio
«De verdad no tiene sentido ni se siente real». Otro suicidio.
El amigo que me envió un mensaje tenía un buen amigo, un cristiano cuya fe, según las apariencias, era auténtica y viva. Era alguien que cedió ante una incomprensible oscuridad y una angustia inexpresable. No creyó, al menos en el momento de su decisión final, que era un angustia con la que podría vivir. La vida de mi amigo daba vueltas; estaba cegado por una tragedia que desafía la explicación.
Lo llamamos «el problema del mal», mientras tratamos de aceptar la idea de cómo el mal y el sufrimiento existen en un mundo dominado por un Dios todopoderoso, de todo bien y que todo lo sabe. Sin embargo, llamarlo «problema» apenas describe nuestras experiencias con esto en este mundo perdido.
Devolver el fruto
Un amigo optimista acaba con su vida repentinamente. Un niño querido muere a causa de una enfermedad. Presenciamos la tortura. Nuestro cónyuge, a quien todo le confiamos, nos abandona. Las torres en las que impactaron los aviones colapsan sobre tres mil almas. El espantoso abuso que sufrimos nos deja una mancha de vergüenza durante décadas. Casi nunca les encontramos el sentido a tales tragedias y pecados. Y cuanto más cerca estamos de la destrucción y los estragos que el mal causa, más caótico y absurdo parece.
En estas experiencias, entrevemos la verdadera naturaleza del mal, y es peor de lo que imaginábamos. Los eventos del mal, y la buena providencia de Dios al no impedirlos (en especial cuando sabemos que eligió propinar otros) exceden los límites de nuestras capacidades de razonamiento. Nos encontramos solos con preguntas desconcertantes, que nos causan angustia y que solo Dios puede responder. La mayor parte del tiempo no lo hace, al menos no de manera específica. Rara vez da a conocer sus propósitos específicos para permitir determinadas tragedias que nos suceden, como así sus consecuencias.
Nos damos cuenta de que simplemente no estamos aptos para resistir el peso del total conocimiento del bien y el mal. Es un conocimiento demasiado complejo para que lo manejemos. Va más allá de nosotros en ambos lados. Y la verdad misericordiosa es que Dios no nos pide que lo resistamos. Nos pide que confiemos en él para esta situación. Nos pide que le devolvamos el fruto.
Misterio misericordioso
Existen misterios que son grandes misericordias. Grandes, grandes misericordias.
El fruto del árbol del conocimiento del bien y el mal acogía un secreto, que, según Dios, debía mantenerse un misterio. Dios les advirtió al hombre y a la mujer que, por su bien, no comieran el fruto. Si lo hicieran, morirían. En cambio, quería que confiaran en él con el misterio de este conocimiento y en su forma de manejarlo (Génesis 2:17).
Sin embargo, la serpiente les dijo que el fruto no los mataría, sino que les abriría los ojos hacia las alturas y las profundidades, hacia las longitudes y las amplitudes del conocimiento de Dios, lo que los haría sabios como él (Génesis 3:4-5). Le creyeron. Entonces lo comieron. Luego, sus ojos se abrieron al bien y al mal de formas que, hasta ese momento, no conocían, formas con las que de ninguna manera sabían cómo tratar. Desde entonces, nos hemos marchitado bajo este conocimiento.
Más allá de nuestro entendimiento
Como consecuencia de ese primer pecado, la creación fue sometida a vanidad (Romanos 8:20), y al maligno se le concedió una especie de poder gobernante (1 Juan 5:19). El pecado nos contagió hasta lo más profundo. No solo se abrieron nuestros ojos hacia más conocimiento del que tenemos la capacidad de comprender, sino que también nos volvimos susceptibles al engaño del mal.
La naturaleza del pecado que reside en nosotros también afectó nuestra habilidad para comprender y apreciar el bien. Por eso necesitamos «fortaleza para comprender el amor de Cristo que sobrepasa el conocimiento» (Efesios 3:18–19). Por eso, mediante oraciones intencionales, debemos buscar «la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento» cuando estamos preocupados (Filipenses 4:7). Por eso necesitamos «el espíritu de sabiduría y de revelación» para que ilumine «los ojos de vuestros corazones, para que sepáis cuál es la esperanza de su llamamiento» (Efesios 1:17–18). La bondad de Dios se encontraría más allá de nuestra imaginación, aun si estamos libres de pecado, pero está mucho más en nuestra naturaleza caída (1 Corintios 2:9).
Renunciamos a una gran misericordia cuando creímos que podríamos ser sabios como Dios y abrimos la caja de Pandora del conocimiento del bien y el mal.
Misterios en el sufrimiento de Job
El misterio es aquello que existe en las dimensiones de la realidad más allá de los límites de nuestra percepción (lo que no podemos ver) o comprensión (lo que no podemos entender). Algunas cosas permanecen como un misterio porque no sabemos de ellas hasta que Dios elige reverlárnoslas. Existen otros misterios de los que podemos saber, pero simplemente sobrepasan nuestra capacidad para comprenderlos, al menos en esta etapa.
El libro de Job es una importante pieza de la literatura antigua que Dios inspiró para retratar cómo experimentamos estos misterios y cómo comienza la restauración de nuestas almas mientras le devolvemos el fruto a Dios. Los propósitos detrás de las tragedias de Job fueron un misterio para él y para sus amigos, debido a lo que no podían ver ni saber.
Los amigos de Job pensaron que tenían el suficiente entendimiento sobre el conocimiento del bien y el mal como para diagnosticar el sufrimiento de Job. Pero estaban equivocados (Job 42:7). Al final, Dios no le dio explicaciones a Job, sino que desafió la suposición que este tenía sobre poder comprender la sabiduría de Dios. Job puso se puso la mano sobre la boca y le contestó: «He declarado lo que no comprendía, cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no sabía. Por eso me retracto, y me arrepiento en polvo y cenizas» (Job 42:3, 6). Y le devolvió el fruto a Dios.
El mensaje del libro de Job no quiere decir que Dios odia cuando la gente derrama su desconcierto en su dolor y sus tragedias. En efecto, cuando Dios Hijo se convirtió en carne y habitó entre nosotros, lloró y exclamó en la profundidad de su agonía: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mateo 27:46) En cambio, el mensaje de Dios (el mensaje principal de la Biblia) es «confíen en mí». Dios tiene sus razones misericordiosas para los momentos en los que no nos permite ver ni saber.
Cuando piensas en ello, Dios diseñó el evangelio y la vida cristiana para pedirnos que devolviéramos, y que no dejáramos de devolver, el fruto del árbol del conocimiento del bien y el mal; para que le devolviéramos a Dios lo que es suyo, lo que nunca debió haber sido del hombre.
Confiar en él en la oscuridad
Existe una razón para cada vez que las realidades del bien y el mal exceden nuestras percepciones restringidas, abruman nuestra comprensión restringida y amenazan con invalidar nuestros sistemas psicológicos y emocionales. Porque «asombra y maravillosas son tus obras» (Salmo 139:14), pero también son asombrosamente finitas. Existen muchas cosas que son demasiado maravillosas como para que las conozcamos. La paz que sobrepasa todo entendimiento (Filipenses 4:7), el que tanto necesitamos, se encuentra disponible si deseamos confiar en el Señor con todo nuestro corazón y no nos apoyamos en nuestro propio entendimiento (Proverbios 3:5).
Cuando le respondí el mensaje a mi amigo, mientras este lloraba la muerte de su amigo por el trágico suicidio, busqué capturar, en pocas oraciones, la escencia de estas verdades. Me pidió que escribiera más sobre eso, y es lo que intenté hacer aquí. Ante una devastadora tragedia, nos damos cuenta de que simplemente no estamos aptos para resistir el peso del total conocimiento del bien y el mal. Y la verdad misericordiosa es que Dios no nos pide que lo resistamos. Nos pide que confiemos en él para esta situación. Nos pide que le devolvamos el fruto.
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