Fuiste hecho para Navidad
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Última versión de 16:30 30 ene 2020
Por David Mathis sobre
Traducción por Andrea Ledesma
Pocas cosas son más trágicas que tomarse la Navidad con calma. Su espíritu y su magia, ese sentido atractivo de bondad sobrenatural, no es solo para los niños, sino incluso para los adultos. En especial para estos últimos. Que Dios no permita que nos acostumbremos a la Navidad.
Hay algo tan notable en ella que los astrólogos paganos emprendieron el largo y arduo viaje hacia el oeste. Hay algo tan bueno a la vista que un rey malvado ordena la masacre de inocentes. Algo tan poco común que unos trabajadores comunes, que pensaban que lo habían visto todo, se llenan de temor y luego dejan su rebaño apresuradamente para encontrar a este recién nacido. Y, después, no pueden quedarse callados. «Y todos los que lo oyeron se maravillaron de las cosas que les fueron dichas por los pastores» (Lucas 2:18, LBLA).
Cristo el Señor
Esta gran maravilla del siglo primero, digna de ser anunciada por una multitud de ángeles y contada a todos los que escuchen, tiene su fundamento en el siguiente pasaje: «que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor» (Lucas 2:11).
Esta es no solo la llegada del tan esperado Cristo, el Mesías, el especialmente Ungido, a quien la gente de Dios ha añorado y de quien los profetas han opinado, sino que este es «el Señor». El mismo Dios ha venido. Aquí, finalmente, luego de siglos de espera, se encuentra el verdadero Emmanuel. Aquí está «Dios con nosotros» (Mateo 1:23).
Son noticias demasiado espectaculares para decirlas todas de una vez. Un día tras otro hablarán en la vida de este niño. Acción tras acción revelará, poco a poco, que de alguna manera este ser humano comparte la divina identidad de Yahvé, «el Señor» de Israel y de las naciones. Página tras página en los evangelios, historia tras historia progresivamente nos mostrarán más que, este ser que es tan claramente hombre, también es el verdadero Dios.
Este Verbo que «se hizo carne» (Juan 1:14) es uno y el mismo Verbo que estaba al principio con Dios, y era Dios, y todas las cosas fueron hechas por medio de él (Juan 1:1-3). Es el gran espectáculo para aquellos pastores y los magos. Y es la maravilla a la que nosotros, que hemos vivido nuestras bendecidas vidas conociendo esta verdad, deberíamos aspirar a disfrutar de nuevo en cada Navidad.
Pero no es solo Dios con nosotros, sino que se pone mejor. Él ha venido a rescatarnos.
Cristo el Salvador
Dios está con nosotros en este Cristo, no es solo un circo para el mero entretenimiento. No es una muestra desnuda de que, si quiere, el creador puede ser una criatura. En lugar de eso, este milagro es para nosotros, para rescatarnos del pecado y de todos sus dominantes efectos, enredos y ruina.
«Os ha nacido hoy […] un Salvador» anuncia el ángel (Lucas 2:11). «Le pondrás por nombre Jesús», le comenta el mensajero a José, «porque Él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mateo 1:21). Jesús, en hebreo Yeshúa, significa «Yahvé salva». Este mismo Dios envió a Moisés como su instrumento para salvar a su pueblo desde Egipto. Envió a Josué, a los jueces y a los dioses como instrumentos de rescate en momentos del pasado. Y ahora llega él mismo para salvar.
Pero aún queda mucho por decir. Se pone cada vez mejor.
Cristo el Tesoro
Dios llega no solo para salvarnos del pecado y de la muerte, sino para rescatarnos para él mismo. Cristo llega y pagará el máximo precio en el sufrimiento y la muerte «para llevarnos a Dios» (1 Pedro 3:18); para que, resucitado, él pueda ser nuestro supremo gozo (Salmo 43:4) detrás de estas buenas nuevas de gran gozo (Lucas 2:10).
Según el puritano Thomas Goodwin, existen «fines superiores» al hecho de ser Dios en la carne y que este venga a salvar a su gente. Todos los beneficios alcanzados en su vida y su muerte «son muy inferiores al regalo de su persona a nosotros, y mucho más la gloria de su persona. Su persona es de infinitamente más valor de lo que todo eso pueda ser» (citado en Jesucristo, 3).
Jesús, en sí mismo, es el Gran Gozo que hace que todos los gozos relacionados de nuestra salvación sean inmensos. Cristo resucitado es el tesoro escondido en el campo (Mateo 13:44). Es la perla de gran valor (Mateo 13:45-46). No es solo Dios con nosotros, no está aquí solo para salvarnos, sino que es nuestro mayor gozo, el excelso Tesoro que satisfará por siempre nuestras almas humanas como solo el divino Cristo humano puede hacerlo.
Cristo la Gloria
Pero la Navidad no termina en nuestros gozos. El mensajero se une con el ejército celestial: «Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres en quienes Él se complace» (Lucas 2:14).
Llámalo Hedonismo navideño, si quieres. El gozo que nos trajo en persona como el hombre Dios es el que se ajusta al gran propósito de toda creación y lo completa. La Navidad ofrece la electricidad del gozo que circula por las redes de toda realidad.
Goodwin comenta: «El principal propósito de Dios no era traernos a Cristo al mundo, sino traernos hacia Cristo […] y Dios ideó un plan para todo lo que sucede, incluso para la redención misma, a fin de mostrar la gloria de Cristo». Mark Jones explica detalladamente qué significa que Jesús no sea solo Señor y Salvador, sino también Tesoro:
La gloria de Cristo no es un apéndice […] Ya que es la culminación de todo lo que podemos decir acerca de su persona y de su obra; por ello, la gloria brinda la razón más básica para decirlo, en el sentido de que es su fundamento y la plenitud de nuestro eterno deleite de él […] no decimos toda la verdad si ponemos la gloria personal de Cristo al servicio de nuestra salvación. (Jesucristo, 4).
El niño de la Navidad es más que Señor. Es incluso más que Salvador. Es nuestro gran Tesoro. En «nuestro gozar eterno de él» yace su gloria y el propósito por el cual Dios creó el mundo. Al final, la Navidad no se trata de su nacimiento para nuestra salvación, sino de nuestra existencia para su gloria.
Fuiste hecho para el gran gozo de Navidad.
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