Los mejores amigos son los peores enemigos
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Última versión de 13:31 11 feb 2020
Por Marshall Segal sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Javier Matus
Nuestros mejores amigos siempre son los peores enemigos. La oposición de cualquier tipo puede hacer la vida miserable, pero la oposición de un tipo en particular multiplica la miseria.
"Con demasiada frecuencia, a quienes en amor permitimos estar cerca, aprovechan la valiosa confianza que les damos para servirse a nuestras expensas —para traicionarnos." Tweet, compartir en Facebook
Pocas veces damos a nuestros enemigos la suficiente libertad como para lastimarnos de verdad. Pueden lanzar insultos, interponerse en nuestro camino e incluso causar dolor, pero siempre tenemos la guardia en alto. Sin embargo, con nuestros amigos y familia, los dejamos pasar por las puertas, dentro de puertas cerradas con llave, a los lugares más vulnerables. Y con demasiada frecuencia, ellos, a quienes en amor permitimos estar cerca, aprovechan la valiosa confianza que les damos para servirse a nuestras expensas —para traicionarnos.
El esposo que se va por otra mujer.
La esposa que chismorrea sobre las debilidades de su esposo.
El hijo que se aleja de la fe.
La hija que sigue tomando decisiones destructivas.
El padre que trabaja demasiado para evitar estar con la familia.
La madre que implacablemente exige y condena.
El amigo que desaparece cuando más los necesitamos.
¿Has sido traicionado por los que más amas? Cuando nos sucede, podemos retirarnos por una temporada —para procesar, para recuperar, para reparar y para prepararnos para perdonar. Dios nos ha dado un lugar seguro para escondernos y encontrar la fuerza y la esperanza que necesitamos para seguir adelante en amor.
Contenido |
Nuestros peores enemigos
El rey David conocía el sabor amargo de la traición.
Porque no es un enemigo el que me reprocha,
si así fuera, podría soportarlo;
ni es uno que me odia el que se ha alzado contra mí,
si así fuera, podría ocultarme de él;
sino tú, que eres mi igual,
mi compañero, mi íntimo amigo;(Salmo 55:12–13, LBLA)
Mi compañero, Mi íntimo amigo. Mi ser querido. Aquel en quien confié. Navegué con ellos hacia mares tormentosos, lleno de esperanza, afecto y confianza, y de repente huyeron a un lugar seguro mientras me veían ahogarme solo.
Podemos escondernos de enemigos lejanos —de forasteros peligrosos o ejércitos extranjeros— pero no podemos escondernos de los seres queridos. Los recuerdos aparecen dondequiera que podríamos escondernos, pero su dulzura ha sido envenenada por la traición.
David tenía sus enemigos —por miles— pero los peores enemigos habían sido sus mejores amigos.
El asesino pródigo
No sabemos quién era el familiar del Salmo 55, pero sí sabemos que David fue traicionado por los más cercanos a él. Quizás la traición más dolorosa de todas fue la de su hijo Absalón.
"Podemos escondernos de enemigos lejanos —de forasteros peligrosos o ejércitos extranjeros— pero no podemos escondernos de los seres queridos" Tweet, compartir en Facebook
El hijo de David asesinó a su otro hijo para vengar la violación de su hermana. Lee esas palabras de nuevo, lentamente, y piensa en el tremendo peso del dolor de corazón de este padre. Si tienes hijos, piensa en cómo sería tratar de cuidar de tu familia en medio de ese tipo de huracán en las relaciones, todo mientras tu propio corazón se está viendo golpeado y ahogado.
A pesar del mal que Absalón había hecho, David trajo al asesino pródigo a casa (2 Samuel 14:21). Él estableció límites (2 Samuel 14:24), pero finalmente dio la bienvenida a su hijo con un beso (2 Samuel 14:33). ¿Cómo respondió Absalón a la bondad, paciencia y perdón de su padre?
Conspiró para derrocar su reino (2 Samuel 15:12). Calumnió la reputación de su padre (2 Samuel 15:3). Le mintió en su cara (2 Samuel 15:7–8). Y le obligó a esconderse temiendo por su vida (2 Samuel 15:14). No solo traicionó su propia carne y sangre, sino que traicionó al padre que lo había perdonado por asesinar a su hermano. Y su traición le costó la vida a veinte mil hombres (2 Samuel 18:7).
Cuando las palabras son espadas
Puede que David no haya escrito el Salmo 55 sobre Absalón, pero ciertamente podría haber dicho esto sobre su hijo: “Juntos teníamos dulce comunión, que con la multitud andábamos en la casa de Dios” (Salmo 55:14). Podría haber estado pensando en las mentiras mortales de su hijo en 2 Samuel 15:7–8:
Aquel ha extendido sus manos contra los que estaban en paz con él,
ha violado su pacto.
Las palabras de su boca eran más blandas que la mantequilla,
pero en su corazón había guerra;
más suaves que el aceite eran sus palabras,
sin embargo, eran espadas desnudas. (Salmo 55:20–21)
Las palabras suaves de un amigo pueden ser espadas desenvainadas disfrazadas —intercambiando la valiosa confianza por ganancia egoísta— prometiendo de manera convincente precisamente el afecto y la lealtad que él o ella entrega tan ansiosamente. David conocía la clase más íntima de dolor y oposición. ¿Y tú?
Busca refugio
Si es así, te sientes mucho más solo de lo que realmente estás. Deja que el “En cuanto” en el versículo 16 te saque otra vez de la soledad y la desesperación a la esperanza:
En cuanto a mí, a Dios invocaré,
y el Señor me salvará.
Tarde, mañana y mediodía me lamentaré y gemiré,
y Él oirá mi voz.
En paz redimirá mi alma de la guerra que hay contra mí,
pues son muchos los que están contra mí.
Dios oirá y les responderá,
El, que reina desde la antigüedad,
porque no hay cambio en ellos
ni temen a Dios. (Salmo 55:16–19)
Refúgiate en la amistad de Dios. Cuando tus amigos o familia te dejen o te fallen, debes saber que Él nunca lo hará. Sigue siendo fiel, fuerte, cariñoso y cercano —tarde, mañana y mediodía. Él es implacable, persistente, infalible en Su amor por ti, y Su amor por ti es lo suficientemente fuerte como para vencer cualquier amor que te haya fallado.
Puedes confiar en Él
Refúgiate en la amistad de Dios y deja que Dios juzgue al traidor. Por más difícil que pueda ser correr hacia los brazos de Dios cuando hemos sido traicionados en el amor, puede ser aún más difícil renunciar a nuestro deseo de venganza —nuestro deseo innato de hacer que el que nos lastimó sienta algo del dolor que nosotros sentimos.
Pero el mismo amor que nos sostiene y nos sana tras la traición, también nos libera de tener que administrar justicia. Dios, en un amor incomparable, no solo promete nunca abandonarnos ni traicionarnos, sino que también promete castigar cada pecado cometido contra nosotros —ya sea en los horrores del infierno o en la muerte de Su Hijo. Mientras esperas que Él actúe, recuerda que tu Juez conoce tu dolor íntimamente. Jesús no solo fue traicionado hasta la muerte por uno de los peores de Sus doce amigos más cercanos, sino que uno de los mejores le negó tres veces —y luego el resto Lo abandonó.
En vez de ir tras su traidor, David buscó a Dios con fuerza. Confió en Él para traer justicia.
Echa sobre el Señor tu carga, y Él te sustentará;
Él nunca permitirá que el justo sea sacudido.
Pero tú, oh Dios, los harás caer al pozo de la destrucción;
los hombres sanguinarios y engañadores no vivirán la mitad de sus días;
mas yo en ti confiaré. (Salmo 55:22–23)
“Mas yo en ti confiaré”. Esas cinco palabras son lo suficientemente fuertes como para llevarte sobre las olas masivas de la traición. Resiste el impulso de tomar las cosas en tus propias manos (o palabras) y descansa tu corazón, la relación y el futuro en Sus capaces manos. Puedes confiar en Él.
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