Mi cuerda fuera del abismo
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Última versión de 13:44 20 feb 2020
Por Vaneetha Rendall Risner sobre Sufrimiento
Traducción por Harrington Lackey
La palabra que necesitaba en mis peores días
Descubrí el poder de la palabra de Dios en el abismo de la desesperación.
Cuando fui abandonado por mi ex cónyuge, caí de cabeza en el abismo. Era como si me hubieran atrapado en un torbellino, uno que me recogió de mi vida feliz y segura y me arrojó a un pozo oscuro. Durante días, me senté allí, solo, preguntándome si tenía la fuerza para seguir adelante, o si incluso quería. No había luz; todo en frente de mí era tan negro que no podía ver. No podía imaginar vivir así para siempre. Renuncié a la idea de volver a ser feliz.
Antes de mi torbellino, había estado leyendo el Salmo 119. Agradecí lo que decía, pero pensé que era largo, aburrido y terriblemente repetitivo. Mi actitud cambió en el abismo. Las palabras ahora se sentían como cartón en los días buenos, promesas huecas en días promedio, y burlas crueles en los malos. Había buscado el testimonio del Señor y había sido fiel a su palabra, y sin embargo me estaban avergonzando (Salmos 119:2, 6). Me preguntaba si las promesas de Dios eran verdaderas, o si me fallarían como todo lo había hecho.
Mi alma está postrada en el polvo
Sin otro lugar a donde acudir, seguí leyendo y releyendo el Salmo 119, buscando esperanza y luz. Recuerdo cuando lo encontré.
Yo estaba llorando, buscando alivio, cuando leí, << Postrada está mi alma en el polvo; vivifícame conforme a tu palabra.>>(Salmos 119:25). Estas palabras de repente tuvieron un nuevo significado. Las oré, pidiéndole a Dios que me diera vida a través de su palabra, porque me sentía arrancado más allá de mi fuerza. Me preguntaba si algo podría aliviarme.
Empecé a enumerar todos los beneficios de la palabra de Dios del Salmo 119, prestando atención a matices que había hojeado antes. Habían promesas a las que podía adherirme, garantías de que Dios hablaría a través de su palabra para enseñarme, consolarme y dirigirme. A partir de entonces, no sólo leía el salmo; Lo estudiaba, lo resaltaba, meditaba en él y memorizaba secciones de él. Le repetía versículos a Dios durante el día y los oraba cuando me despertaba por la noche.
Las Palabras que necesitaba
El Salmo 119 me aseguró que todo lo que necesitaba se podía encontrar en las Escrituras. Cada mañana, antes de haber leído una palabra, oraba: << Abre mis ojos, para que vea las maravillas de tu ley.>>(Salmos 119:18). Necesitaba palabras para expresar mi dolor, y las encontré en las preguntas de David: << Mis ojos desfallecen esperando tu palabra, mientras digo: ¿Cuándo me consolarás? ¿Cuántos son los días de tu siervo? ¿Cuándo harás juicio contra mis perseguidores?>>(Salmos 119:82, 84).
Dios oyó mis gritos y me aseguró que su palabra me daría sabiduría (Salmos 119:66), y luego dirección mientras iluminaba mi camino (Salmos 119:105). Me dio esperanza (Salmos 119:49), y me consoló en mi dolor (Salmos 119:50). Sentí el amor inquebrantable del Señor (Salmos 119:76), al fortalecerme (Salmos 119:28) y llenarme de gozo y paz que podía soportar mi dolor (Salmos 119:111, 165).
Sin la palabra de Dios para recordarme la verdad, me habría sentido desesperada. Pero como sabía que en la fidelidad Dios me había afligido (Salmos 119:75), creí que sacaría el bien de mi dolor.
Mi única constante
Cada día, Dios me llevó a exactamente lo que necesitaba. Siempre había conocido a Jeremías 29:11: << Porque yo sé los planes que tengo para vosotros…planes de bienestar y no de calamidad, para daros un futuro y una esperanza.>>. ero no me había dado cuenta de que esas palabras fueron escritas a un pueblo en el exilio, atrapado en un lugar donde no querían vivir. El desánimo que experimentaron se reflejó en el mío.
Había oído a la gente pedirle a Dios que dijera claramente: <<Este es el camino, camina en él>>, pero no me había dado cuenta de que en Isaías 30, la aflicción y la adversidad precedieron a una dirección clara del Señor. El profeta dice: <<Aunque el Señor os ha dado pan de escasez y agua de opresión, tu Maestro no se esconderá más, sino que tus ojos contemplarán a tu Maestro. Tus oídos oirán detrás de ti una palabra: ‘Este es el camino, andad en él’, ya sea que vayáis a la derecha o a la izquierda.>>( Isaías 30: 20-21).
Me sentí desesperada y me pregunté si el cambio era posible, y luego leí que el Señor <<da vida a los muertos y llama a las cosas que no existen, como si existieran.>>(Romanos 4:17). En mi desesperación, estaba leyendo la Escritura con nuevos ojos. Ahora esperaba encontrar todo lo que realmente necesitaba para el día en la palabra de Dios, y miré hasta que lo encontré. Yo era la viuda persistente, el comerciante en busca de perlas.
A partir de entonces, vine a mi tiempo devocional con anticipación. Dios mismo iba a encontrarme. Dios me iba a enseñar. Dios iba a consolarme. Su palabra se convirtió en mi única constante, una roca inamovible en la que podía soportar cuando la mayor parte de mi vida se sentía como cambiar la arena.
Mi cuerda fuera del abismo
No sólo encontré lo que necesitaba para sobrevivir cada día. También encontré verdades de base que sustentaban lo que estaba aprendiendo. Esas verdades iluminaron el panorama más amplio de quién era Dios y cómo estaba trabajando en mi vida. Poco a poco, gané perspectiva y me di cuenta de que mis necesidades diarias no eran todas para las que Dios estaba proveiendo.
Al recoger los hilos diarios de la Escritura que Dios me dio, entendí como estaban interrelacionados y retorcidos para formar una cuerda robusta. Fue esa cuerda la que me sacó del abismo. Esa cuerda me aseguró que mis pruebas y luchas tenían un propósito glorioso y el fin.
Por fe creía que todas las cosas estaban trabajando juntas por mi bien, y Dios era completamente para mí. El que no perdonó a su propio Hijo me estaba dando lo mejor de todo con gracia (Romanos 8:28–32).
La palabra de Dios se hizo más valiosa para mí en el sufrimiento y me ha dado alegría en mis días más oscuros. Como Jeremías puede atestiguar, incluso mientras lamenta su desgracia, << Cuando se presentaban tus palabras, yo las comía; tus palabras eran para mí el gozo y la alegría de mi corazón, porque se me llamaba por tu nombre>> (Jeremías 15:16). Incluso en nuestra aflicción, o tal vez especialmente en nuestra aflicción, la palabra inmutable de Dios nos mantendrá y nos guiará para que podamos consolarnos de que <<Sécase la hierba, marchítase la flor, mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre>> (Isaías 40:8).
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