El Precioso Horno De La Aflicción
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Última versión de 12:58 2 mar 2020
Por Vaneetha Rendall Risner sobre Sufrimiento
Traducción por Javier Matus
- He aquí te he purificado, y no como a plata; te he escogido en horno de aflicción. (Isaías 48:10)
Hace diez años, el horno de aflicción ardía más de lo normal. De repente una madre soltera, mi vida se convirtió en una pesadilla despierta. Yo lloraba por mí misma cada noche. Mis hijas vivían con una tristeza que se manifestaba de varias maneras destructivas. Mi cuerpo estaba fallando. Algunos días luchaba incluso para vestirme. No sabía en quién confiar, y dudaba de si de todos modos ayudaría hablar. Nadie podía arreglar esto por mí. Nadie podía arreglar nada de ello.
Y hoy, aunque no estoy en una temporada de esa clase de dolor intenso, las personas que amo están sufriendo. ¿Cómo pueden aguantar? ¿Cómo aguanté yo?
Dios nos refina en el fuego. Las llamas en nuestra vida nos santifican y nos llevan hacia Dios de maneras que nada más puede hacerlo. Salimos con una fe más fuerte y una dependencia inigualable de Él. Pero el proceso no es fácil.
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Luchando para respirar
En el horno de la aflicción, a menudo siento que no puedo continuar. Me pregunto cómo puedo seguir adelante cuando no veo un final. Me pregunto cómo puedo soportar con gracia cuando el calor casi me asfixia. ¿Cómo es la vida cristiana en el horno?
Lucho por respirar. Me pregunto si voy a tomar aire o si el humo me va a sofocar. Es momento a momento. Respiro a respiro. No puedo pensar en el futuro dentro del horno. Todo lo que puedo hacer es orar para sobrevivir.
Sé que Dios es mi única esperanza, así que necesito relacionarme con Él. Mientras miro a mi alrededor, nadie más está inhalando el aire espeso lleno de humo, por lo que no pueden entender lo aterrada que me siento. Me pregunto si alguna vez volveré a respirar libremente. No estoy segura si Dios alguna vez me librará.
Entonces, me levanto por la mañana, saco mi Biblia y empiezo a hablar con Dios, rogándole que limpie el humo. Que baje el calor. Que me deje salir del horno. Le hablo de mis temores. Mi ansiedad. Lo que quiero que Él haga. Entro de lleno en el pasaje de las Escrituras que estoy leyendo, buscando promesas para reclamar. Algo, cualquier cosa, a qué aferrarse.
Nada importa excepto Dios
Cuando hago eso, noto que estoy respirando normalmente. Mi corazón no late con fuerza. Mi mente no está inundada. Es como si hubiera salido del horno por unos minutos. Está claro. No me estoy ahogando. Mis pulmones respiran profundamente de nuevo.
Me puedo reír. Tengo esperanza. Siento que floto. Nada importa excepto Dios. Él me muestra cosas que nunca había visto antes. Comienzo a subrayar mi Biblia en todas partes —Dios me está hablando. Me siento y escucho. A veces estoy quieta, asimilando la santidad del momento. Otras veces escribo furiosamente en mi diario, tratando de capturar todo lo que Dios está diciendo. Toda la Escritura está viva con promesas y esperanza. Los pasajes que he leído antes, que he pasado con prisa para pasar mi “tiempo de silencio”, adquieren un nuevo significado. Ahora me detengo sobre ellos. Los saboreo. Son como miel en mi boca —las cosas más dulces que probaré todo el día. Ellos me sostienen.
Empiezo a entender Jeremías 15:16 como nunca antes lo había hecho: “Fueron halladas Tus palabras, y yo las comí; y Tu Palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón”. Cuando no estaba en el horno de la aflicción, esas palabras tenían poco significado. Pero ahora esas palabras son vida. Respiradas por Dios. Rebosando de gozo. Dios me está dando “los tesoros escondidos” (Isaías 45:3). Mi vida cotidiana se siente casi desprovista de la luz solar, pero ahora la luz está atravesando las nubes.
Más viva en el fuego
No puedo describir adecuadamente esos momentos. El tiempo casi se detiene. Me siento más viva aquí que en cualquier otro lado. Quiero quedarme aquí para siempre, contemplando la belleza del Señor. Pero necesito comenzar mi día, así que eventualmente cierro la Biblia, empujo mi silla hacia atrás y me preparo para lo que me depara el día.
Al vestirme comienzo a preocuparme por las preocupaciones del día. La pesadez de la vida me envuelve y siento que el aire se vuelve denso nuevamente. El futuro parece oscuro y envuelto. Mi mente se acelera con todo lo que tengo qué hacer. El miedo me atrapa. Ni siquiera puedo abotonarme la ropa. ¿Cómo voy a lograrlo?
Abrumada, me detengo y oro. Le pido paz a Dios. Cuando lo hago, es como si estuviera sacando la cabeza del horno donde puedo respirar de nuevo. Esta es la única forma en la que voy a sobrevivir. Susurro: “Abatida hasta el polvo está mi alma; vivifícame según Tu Palabra” (Salmo 119:25). Y la paz me inunda. El Espíritu me consuela, asegurándome que no estoy sola.
Más conectada a Dios
A medida que sigo en mi día, a veces olvido que Dios está conmigo. Cuando lo hago, el horno puede calentarse tanto que temo que perderé el conocimiento. Escucho lo que la gente me dice. Escucho las cosas negativas que me digo a mí misma. Escucho las voces que me dicen que mi situación no tiene esperanza. Pero luego el Espíritu me recuerda suavemente que puedo respirar si saco la cabeza del horno. Entonces llamo a Dios y empiezo a respirar libremente de nuevo.
Finalmente entiendo lo que significa estar conectada a Dios todo el día. Cuando no estaba desesperada, no hablaba con Dios continuamente. Ahora, en el horno, siempre estoy consciente de Su presencia. Clamando a Él es la única forma de respirar profundamente. De lo contrario, el calor del horno se vuelve insoportable.
Recuerdo las promesas de Dios. Cuando pase por el fuego, no me quemaré. Ni la llama arderá en mí. (Isaías 43:2). Antes del horno de la aflicción, no sabía lo que eso significaba. Ahora lo sé. Estoy en el fuego. Las llamas casi me envuelven. Es asfixiante y sofocante.
Pero cuando saco la cabeza del horno, me doy cuenta de que el fuego no tiene poder sobre mí. No me abrumará. Y aunque anhelo estar afuera, como todos los demás, el agua, la comida y el aire que obtengo cuando saco la cabeza del horno es mejor que cualquier agua, comida o aire que haya experimentado. Mi sed se satisface con “ríos de agua viva” (Juan 7:38). Estoy comiendo la miel más dulce que haya probado (Salmo 19:10). Y el aire es fresco y puro, el aliento de vida de Dios mismo (Ezequiel 37:5).
Una porción más profunda de Cristo
El horno contiene tesoros que no puedo encontrar en ningún otro lado. Como dijo Samuel Rutherford: “Si el Señor te llama al sufrimiento, no te desanimes. Porque con ello, Él proveerá una porción más profunda de Cristo”.
Solo aquellos que han sufrido pueden entender esos dones completamente. Una porción más profunda de Cristo. Agua que da vida. La miel de la Palabra. Si bien el horno de la aflicción puede ser indescriptiblemente caliente, lo que ganamos a través de él es indescriptiblemente dulce. En él, Dios nos refina, convirtiendo nuestro dolor en oro que durará toda la eternidad. Incluso en medio de mis luchas, en el calor blanco del horno, estoy agradecida.
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