«Niños, ¡ya lo saben!»
De Libros y Sermones BÃblicos
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Última versión de 20:08 18 may 2020
Por Gloria Furman sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Andrea Ledesma
«Ya lo saben».
A veces les digo esto a mis hijos cuando hacen algo completamente extraño. «¿Por qué se están coloreando los lóbulos de la oreja con un marcador? Ya lo saben».
A veces digo esto cuando los regaño. «No le quitamos el juguete al otro. Ya lo saben».
Esta oración es instructiva. Quiero recordarles a mis hijos que muestren la madurez que sé que tienen.
Por desgracia, la mayor parte del tiempo mi tono es condescendiente y mis palabras muestran un poco de exasperación. Si escribiera lo que les digo en esos momentos, entonces habría emoticones enojados para puntuar el texto.
Cuando en esos momentos llenos de frustración digo «Ya lo saben», lo que de verdad quiero decir es que, en ese momento, no hay gracia para ti. En vez de asombrarme con ellos ante la gracia de Dios que todos necesitamos, les imparto un poco de culpa para que sus consciencias la carguen.
Acumulación de culpa y evasión de responsabilidad
La culpa que acumulo a veces se debe al peor de mis pecados: evadir la responsabilidad. No quiero responsabilizarme por, cuidadosamente, negarme a evitar que mis hijos se metan en problemas.
Una de estas situaciones sucedió ayer, cuando le dije a mi hija de tres años que fuera sola al baño en vez de ayudarla. La intensidad de su bailecito inquieto sobre la pelela me mostró que era probable que tuviera un accidente si nadie la acomodaba allí de inmediato. Después de unos segundos, cuando comentó que no pudo orinar a tiempo en la pelela, ¿saben qué dije?
Por la gracia de Dios, no le dije: «Ya lo sabes».
En lugar de reprenderla, me dije a mí misma: «Ya lo sabía».
Y pensé: «Es mejor culparme que culparla. ¿Qué clase de madre soy?»
Sin embargo, en vez de esa vergüenza que me liberaba para ayudar a mi hija por el resto de la tarde, mi mente divagaba hacia ese momento. En vez de que el amor de Dios me obligara a criar a mis pequeños hijos que constantemente necesitan mi confianza y mi guía, me preocupaba hundirme en mi propia pena.
Me desconecté de ellos emocionalmente y la culpa me paralizó. «¿Qué clase de madre es esta persona egoísta? ¡Ya lo sé!»
Pero que «lo sepa» no significa que viva mejor y quiera más a mi prójimo.
Por eso necesito gracia.
Si envolviera mi alma con el falso consuelo de «Ya lo sé» para confirmar que de verdad soy perfecta (solo me olvidé de querer al prójimo), entonces el evangelio de la gracia no me alegra. No necesito gracia. Solo necesito que me recuerden ser la mejor versión de mí que sé que soy.
Pero el evangelio habla de Jesús, el único que de verdad amó al prójimo. No obstante, nosotros estamos completamente corruptos; además de la gracia común de Dios, ni quisiera «lo sabemos».
Por medio de la fe en la gracia de Dios que vi en la cruz, me doy cuenta de que mi pecado está redimido con la preciosa sangre de Cristo.
Como una persona que quiere alegrarse en la sangre de Cristo que cubre todos mis pecados, tengo un par de preguntas para hacerme:
- ¿Por qué intento volver a luchar contra la humillación que Cristo soportó por mi bien?
- ¿Por qué quiero traer de nuevo la carga de culpa que Jesús soportó en la cruz solo para que pudiera perseguir un atisbo de dignidad con aires de superioridad?
- ¿Por qué prefiero enojarme con el mayor de mis pecados de evadir la responsabilidad en lugar de caminar por la vida renovada que tengo en Cristo?
- ¿De verdad quiero decir que mi pecado está más allá del alcance de la gracia transformadora de Dios?
- ¿De verdad me atrevo a sugerir que la obra de Cristo en la cruz no es suficiente para cubrir mis manías, locuras y errores como madre?
- ¿De verdad me atrevo a devolverle a Dios su enunciado «¡Este pecado está JUSTIFICADO!» para que pueda vagar un poco más en el purgatorio de las mamis?
Convencida de mi garantía
Mi convicción no se basa en cómo «ya lo sé» y en cómo pienso que me comportaría mejor si tuviera la oportunidad. No hay suficiente autocrítica ni buenas intenciones que puedan redimir mi pecado ante un Dios sagrado.
No, me representa una garantía, una persona que, por voluntad propia, asumió la completa responsabilidad legal por mi insuperable deuda pecaminosa con Dios. Jesús es «mi garantía» (Hebreos 7:22). Y mi garantía ahora se alza frente al trono de Dios; su sangre rociada por mis pecados ruega por la gracia de Dios (Hebreos 12:24). En él, hoy estoy segura de la totalidad del perdón, y mañana estoy segura de más gracia.
Elévate, mi alma, elévate
El refrán de superioridad de «¡Cómo pude haber sido una persona tan tonta!» es un pobre conducto de gracia en nuestras vidas. Además, para el día de mañana, no nos brinda nada más que una mezcla de culpa.
Pero con la noticia que libera nuestras almas, noticia del evangelio según la cual Jesús nos amó perfectamente en la cruz y nos redime de nuestros errores… Esta noticia es de otro tipo. Esta es la buena noticia.
Ahora, con alegría llena de fe podemos regocijarnos en Dios. «¡Cómo pude haber sido una persona tan tonta! ¡Mira la gracia que me ha mostrado en su hijo!»
La sangre de Jesús perdona nuestra insuperable deuda pecaminosa, y nos libera de las cadenas de nuestros aires de superioridad ilusorios. Somos libres de caminar en el amor de Dios y de amar a nuestro prójimo con la fuerza que él nos ofrece.
Podemos cantar con Charles Wesley: «¡Elévate, mi alma, elévate; sacude tus miedos de culpa y elévate!»
Y cuando nos elevamos, nos elevamos a Dios, mientras nos acercamos a su trono con seguridad para reclamar la gracia que ahora es nuestra garantía en Cristo. Luego, por medio de la gracia de Dios, podemos llevarles gracia a nuestros hijos.
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