La fidelidad en lugares olvidados
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Última versión de 14:39 3 ago 2020
Por Scott Hubbard sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Harrington Lackey
Por qué la pequeña obediencia es importante para Dios
Cuando el Espíritu Santo cultiva su fruto en nuestra vida, a menudo obra de maneras por las que nunca oraríamos (Gálatas 5:22–23). Para cultivar el fruto del amor en nosotros, puede darnos un enemigo; para cultivar el fruto de la paz, puede permitir que el conflicto se acerque. Y para cultivar el fruto de la fidelidad, puede enviarnos a lugares olvidados.
Los lugares olvidados son aquellos rincones del mundo donde nadie parece estar mirando, donde nuestros esfuerzos pasan desatados, sin ser agradecidos. Tal vez trabajemos entre pañales y platos, cubículos y correos electrónicos. O tal vez, más dolorosamente, entre campos misionales infructuosos, hijos rebeldes o cónyuges cuyo amor se ha enfriado. Todos nosotros vivimos en lugares olvidados a veces; algunos viven allí todo el tiempo.
La monotonía como un discípulo
Debemos tener cuidado de subestimar la tensión espiritual de un trabajo tan monótono y aparentemente no recompensado. Los deberes diarios en lugares olvidados pueden ser pequeños, pero amontonarlos durante meses, años o décadas, y usted puede comenzar a simpatizar con Oswald Chambers cuando escribe,
-No necesitamos la gracia de Dios para soportar las crisis, la naturaleza humana y el orgullo son suficientes, podemos enfrentar la tensión magníficamente; pero requiere la gracia sobrenatural de Dios para vivir veinticuatro horas en cada día como santo, para pasar por el trabajo pesado como discípulo, para vivir una existencia ordinaria, sin ser observada, ignorada como discípulo de Jesús.-
Chambers puede exagerar su caso, pero no por mucho. En verdad, los lugares olvidados pueden sentirse como un desierto, y muchos días llegan cuando nos encontramos buscando algo para mantenernos en marcha, un poco de agua de la roca para sostenernos en este desierto (Salmos 105:41).
Lo encontraremos, no en los lugares olvidados, sino en el Dios que nos envió aquí, que está con nosotros aquí, y que promete recompensarnos aquí.
La providencia de Dios
A veces, podemos mirar las responsabilidades que tenemos delante y preguntarnos cómo aterrizamos aquí. ¿Cómo vagamos por este desierto de días sombríos y obediencia oculta? Nos hemos familiarizado con la mirada hacia atrás, preguntándonos si nos perdimos un giro en algún lugar. Cuán clarificador, entonces, recordar que nuestra situación de vida no es en última instancia una cuestión de azar, ni de ningún error que hayamos cometido, ni siquiera de la serie de acontecimientos que condujeron al presente, sino de la providencia de Dios. Las tareas que nos tienen ante sí son, al menos por hoy, la asignación de Dios a nosotros.
Sin duda, la providencia de Dios no anula las decisiones —y tal vez los errores o pecados— que nos llevaron a esta estación en la vida, ni nos desalienta de esforzarnos en las mejores circunstancias: somos más que ramitas en la corriente de los propósitos de Dios. Pero la providencia de Dios nos enseña a ver, como lo indica el Catecismo de Heidelberg, que -hoja y hoja, lluvia y sequía, años fecundos y estériles, comida y bebida, salud y enfermedad, riquezas y pobreza, de hecho, todas las cosas, no vienen a nosotros por casualidad, sino por su mano paterna.- No importa cómo llegamos aquí, los lugares olvidados son en última instancia de la mano de nuestro Padre.
Una y otra vez, Dios describe nuestros propios planes y esfuerzos como significativos, pero suyos como decisivos, incluso en los asuntos más personales de la vida. Determina cuándo y dónde vivimos (Hechos 17:26). Nos asigna una medida de fe (Romanos 12:3). Prorratea dones espirituales como quiere (1 Corintios 12:11). Nos confía una serie de talentos, ya sean cinco, dos o sólo uno (Mateo 25:15). Nos da un ministerio específico (Colosenses 4:17). Incluso nos llama a una vida particular (1 Corintios 7:17).
Con el tiempo, este lugar olvidado puede dar paso a un lugar diferente, y dependiendo de las circunstancias, podemos ser prudentes al buscar ese cambio. Pero por ahora, podemos mirar las responsabilidades que tenemos delante y decir con alivio: -La mano de mi Padre me ha llevado hasta aquí.-
El placer de Dios
Sin embargo, Dios no sólo nos envía a los lugares olvidados; también nos encuentra allí. Cuando trabajamos en la oscuridad, él está cerca (Salmos 139:5). Cuando nuestra obra escapa a la atención de todo ojo humano, no escapa a la suya (Lucas 12:7). Coge cada oración susurrada, cada gemido divino. Está listo en todo momento para marcar las tareas más pequeñas que realizamos con fe.
Sin embargo, Dios no sólo nos envía a los lugares olvidados; también nos encuentra allí. Cuando trabajamos en la oscuridad, él está cerca (Salmos 139:5). Cuando nuestra obra escapa a la atención de todo ojo humano, no escapa a la suya (Lucas 12:7). Coge cada oración susurrada, cada gemido divino. Está listo en todo momento para marcar las tareas más pequeñas que realizamos con fe.
El sabio nos dice por qué: -Los labios mentirosos son abominación al Señor, pero los que obran fielmente son su deleite. (Proverbios 12:22).- Dios no se deleita principalmente en la grandeza de la obra, sino en la fidelidad del trabajador. ¿Qué más podría explicar la insistencia del Nuevo Testamento en que incluso los miembros más bajos e invisibles de la sociedad están "sirviendo al Señor Cristo" cuando caminan fielmente en sus llamamientos (Colosenses 3:24)? Los deberes más pequeños que se hacen con fe se convierten en deberes hechos por Cristo.
El misionero Hudson Taylor le gustaba decir: -Una pequeña cosa es una cosita, pero la fidelidad en las pequeñas cosas es una gran cosa. - Cocinar una comida, llenar una hoja de cálculo, comprar alimentos, limpiar la nariz de un niño, estas son pequeñas cosas. Pero si se hacen fielmente por el amor de Cristo, se vuelven más grandes que todos los triunfos y trofeos de un mundo incrédulo. Se convierten en el deleite de nuestro Señor que mira.
La promesa de Dios
Una vez que hayamos rastreado la providencia de Dios en el pasado y sentido su placer en el presente, nos haría considerar el futuro, cuando toda nuestra obediencia será recompensada.
Cuando muchos cristianos imaginan el día del juicio, suponemos que el centro de atención recaerá en los grandes actos de pecado y rectitud. Y seguramente lo hará, pero no sólo. Sorprendentemente, cuando Jesús y los apóstoles hablan de ese día, a menudo se centran en los momentos ordinarios de la vida.
-Y yo os digo que de toda palabra vana que hablen los hombres, darán cuenta de ella en el día del juicio. (Mateo 12:36)- Por otra parte, Dios recompensará a su pueblo por las obras buenas más pequeñas que hacen por su gracia: por dar a los necesitados (Mateo 6:4), por orar en el armario (Mateo 6:6), por ayunar en secreto (Mateo 6:18), incluso por dar una taza de agua fría a uno de los discípulos de Cristo (Mateo 10:42).
El apóstol Pablo también escribe que - porque todos nosotros debemos comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno sea recompensado por sus hechos estando en el cuerpo[g], de acuerdo con lo que hizo, sea bueno o sea malo. (2 Corintios 5:10). - Pero entonces en Efesios aclara el tipo de bien que tiene en mente: no sólo el bien extravagante, el bien impresionante o el bien por encima de la media, sino "cualquier bien" (Efesios 6:8). Venga el día del juicio, cada pedazo de obediencia invisible encontrará su recompensa apropiada.
Vivir y morir en lugares olvidados, entonces, no es un índice infalible de nuestra obra a los ojos de Dios. Muchos santos, de hecho, no conocerán el verdadero valor de lo que han hecho por Cristo hasta que Cristo mismo les diga (Mateo 25:37–40).
Excepcional en lo ordinario
Chambers, después de señalar sobre la gracia necesaria para soportar el trabajo como discípulo, continúa escribiendo: -Es endogárica en nosotros que tenemos que hacer cosas excepcionales por Dios; pero no lo hemos hecho. Tenemos que ser excepcionales en las cosas ordinarias, ser santos en las calles malas, entre la gente mala, y esto no se aprende en cinco minutos.-
Una vez más, Chambers puede exagerar ligeramente su caso. A veces Dios nos llama a hacer cosas excepcionales por él: adoptar niños, lanzar ministerios, plantar iglesias, trasladarnos al extranjero. Pero el punto sigue siendo, porque ninguno de nosotros hará nada excepcional a menos que hayamos aprendido primero, a través de diez mil pasos de fidelidad, a ser excepcionales en lo ordinario.
No estamos solos aquí. Recuerden que la fidelidad es un fruto del Espíritu. Y para dar ese fruto en nosotros, nos haría atesorar la providencia, el placer y las promesas de Dios que nos doblan por detrás y antes y nos seguirían a cada lugar olvidado.
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