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Última versión de 19:47 15 sep 2020

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Por Marshall Segal sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Paola Montano


Algunas promesas en la biblia son tan aleccionadoras como los mandamientos y advertencias. Lo que Dios promete para nosotros — protección contra el mal, librarnos de la tentación, refugio en el sufrimiento — expone una sombra amenazante de la realidad, el tipo de sombra que a menudo tratamos de ignorar y evitar, el tipo de sombra que todos enfrentamos inevitablemente.

Cuando Josué estaba en el borde de la Tierra Prometida, tratando de preparar su corazón para la hostilidad y la incertidumbre que enfrentaría, Dios le dijo,

¡Sé fuerte y valiente! No temas ni te acobardes, porque el Señor tu Dios estará contigo dondequiera que vayas. (Josué 1:9, LBLA)

Pero la fuerza y el valor pueden ser obstinadamente difíciles de alcanzar, especialmente cuando los peligros son reales y hay mucho en juego, como sucedió con Josué y todos los que lo siguieron.

Dios dice: "Sé fuerte y valiente", pero dice más que eso. Él lleva a Josué, y a nosotros, a un refugio seguro de nuestros temores, a un arsenal más fuerte que la oposición y la resistencia que enfrentamos, a un pozo lo suficientemente profundo como para satisfacer nuestras almas, incluso en las pruebas. Nos prepara para las batallas de la fe, lo cotidiano y lo extraordinario, entrenándonos para leer bien su palabra. No encontraremos fuerza y valor para el sufrimiento sin antes aprender a leer, leer realmente, la Biblia.

Contenido

Lee con Tu Mente

El valor que necesitamos en nuestro corazón comienza con aprender a enfocar nuestra mente. Si hemos leído la Biblia durante una cantidad tiempo, nos hemos dado cuenta de cuánta “lectura” podemos hacer sin leer realmente nada. Nuestros ojos pueden pasar por alto las palabras, los párrafos e incluso las páginas, mientras que nuestras mentes se enfocan en algo más, en algo difícil que sucedió ayer, en algo urgente para hoy, o en una notificación en nuestros teléfonos. Algunos de nosotros estamos constantemente asustados o estresados porque hemos olvidado cómo fijar nuestra mente en Dios el tiempo suficiente para escucharlo.

El Señor le dijo a Josué: “Solamente sé fuerte y muy valiente; cuídate de cumplir toda la ley que Moisés mi siervo te mandó; no te desvíes de ella ni a la derecha ni a la izquierda, para que tengas éxito dondequiera que vayas” (Josué 1:7). Y luego en el siguiente verso: "Este libro de la ley no se apartará de tu boca. . . para que cuides de hacer todo lo que en él está escrito” (Josué 1:8). No sólo fielmente, sino cuidadosamente, discerniendo trampas y errores a la izquierda ya la derecha. Este tipo de lectura requiere más paciencia, atención y reflexión de lo que muchos de nosotros estamos acostumbrados a dar a la Biblia.

Lee con Tu Corazón

Las palabras de Dios, no obstante, no se su pone que deban permanecer en la mente. La mente puede convertirse en una especie de callejón sin salida para lo que sabemos acerca de Dios, alejando nuestra teología de nuestros pecados y necesidades, nuestras relaciones y miedos. Leemos, leemos y leemos, y nunca sentimos. Algunos de nosotros pensamos que somos fuertes y valientes porque sabemos que la Biblia dice que deberíamos serlo, pero realmente no hemos experimentado lo que Dios ha prometido. Así que fingimos. Luchamos por reprimir nuestros miedos, en lugar de enfrentarlos con Dios.

Pero Dios quiere que las raíces de la verdad se arraiguen en todos nuestros sentimientos: sobre él, sobre el mundo, sobre la santidad y el pecado, sobre nosotros mismos y nuestros problemas. Una vez más, él dice: “Este libro de la ley no se apartará de tu boca, sino que meditarás en él día y noche” (Josué 1:8). Así que no solo leemos con atención, sino que también trabajamos para masajear lo que leemos en nuestro corazón hasta que sintamos su realidad, hasta que comenzamos a sentirnos valientes nuevamente.

Bienaventurado el hombre que en la ley del Señor medita de día y noche porque se deleita en ella (Salmo 1:2), y se deleita en la ley del Señor porque medita en ella de día y de noche. Analizar y comprender no serán suficientes en la vida real, necesitamos leer, esperar, orar y reflexionar hasta que sintamos la Biblia y nos deleitemos con lo que leemos.

Lee con Tus Manos

Pensar sin meditar socavará nuestra lectura de la Biblia, y lo mismo sucederá al pensar, e incluso sentir, sin hacer (Santiago 2:17). Algunos de nosotros nos sentimos amados, inspirados o incluso condenados cuando leemos, pero luego no hacemos nada. Leemos, leemos y leemos, pero nunca cambiamos.

Dos palabras son sumamente importantes y a menudo se pierden en el mandato del Señor a Josué: "Solamente sé fuerte y muy valiente; cuídate de cumplir toda la ley" (Josué 1: 7). Una vez más, en el siguiente versículo, “Meditarás en él día y noche, para que cuides de hacer todo lo que en él está escrito” (Josué 1:8). La obediencia es fundamental para el valor. Encontraremos lo que necesitamos en tiempos venideros exepcionalmente difíciles al comprometernos a hacer lo que Dios diga siempre. Puede que el valor total no llegue en ese momento, o durante algún tiempo, pero no encontraremos verdadero valor en el Señor sin dar pasos concretos hacia él.

Israel no iba a encontrar ninguna resolución real para sus temores al regresar al otro lado del Jordán (Josué 1:2). Si querían ser liberados, sanados y ser hechos completos, tenían que atravesar el fuego, con Dios. No debemos esperar tener valentía o fortaleza de Dios — o paz, alegría, o vida — si no estamos dispuestos a hacer cuidadosamente lo que Él dice.

Lee con Tu Boca

Cuando leas la Biblia, lee con tu boca. Este puede ser el punto más sorprendente, pero solo hasta que masticamos la idea por un momento. El Señor dice: “Este libro de la ley no se apartará de tu boca” (Josué 1:8). Parte de encontrar valor, y perseverar en el valor, es recordarle a otra persona que sea valiente.

Algunos años antes, Moisés le dio a la gente un mandato similar. Nota la conexión entre nuestro corazón y nuestra boca:

Por tanto, cuídate y guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las cosas que tus ojos han visto, y no se aparten de tu corazón todos los días de tu vida; sino que las hagas saber a tus hijos y a tus nietos. (Deuteronomio 4:9)

Enseñar a los niños no se trataba solo de asegurarse de que la próxima generación supiera en qué creer, sino también que la generación actual recuerde qué creer. Jesús entreteje esta misma dinámica en la vida cristiana (Mateo 28:19–20). Si quieres guardar tu alma y tu corazón, ve a contarle a alguien lo que Dios ha hecho por ti en Cristo, y luego sigue contándoles y a cualquier otra persona que escuche.

¿Quién podría necesitar escuchar algo que leíste en la Biblia esta semana que estabilizó tu esperanza, profundizó tu gozo y te fortaleció para perseverar en la obediencia a Cristo?

Lee con Tu Dios

Finalmente, y lo más importante, lee la Biblia con tu Dios. Toda nuestra lectura, nuestros sentimientos, nuestro hablar, e incluso nuestra obediencia será en vano si él no está con nosotros.

El Señor le dijo a Josué: “¿No te lo he ordenado yo? ¡Sé fuerte y valiente! No temas ni te acobardes, porque el Señor tu Dios estará contigo dondequiera que vayas” (Josué 1:9). La fuente última de cualquier fuerza real, el pozo más fuerte y profundo del valor verdadero, no está en las palabras, frases, páginas o disciplinas espirituales, sino en Dios. Cada día que nos sentamos a leer, Él es el objetivo, el barómetro, el premio. ¿Hemos probado y visto su bondad de nuevo?

Cuando los temores se acumulan, y las pruebas surgen repentinamente, y los seres queridos en los que nos habíamos apoyado nos abandonan u ofrecen poca ayuda, nuestro Dios nos dice, a través de cada incendio e inundación,

No temas, porque yo te he redimido,
te he llamado por tu nombre; mío eres tú.
Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo,
y si por los ríos, no te anegarán;
cuando pases por el fuego, no te quemarás,
ni la llama te abrasará. (Isaías 43:1-2)

Mientras lees, vives y sufres, debes saber que este Dios está siempre contigo. Lee para tenerlo y para ser tenido — en mente, corazón, manos, boca y vida — por él.


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