Nada es por nada
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Última versión de 12:01 20 oct 2020
Por Vaneetha Rendall Risner sobre Sufrimiento
Traducción por Mariana Ramirez
Contenido |
Aceptando la pérdida y encontrando paz
Me preparo mientras camino hacia la casa y me sostengo con el marco de la puerta. Es un pequeño paso, si es que se le puede llamar así, pero no lo puedo seguir haciendo sin ayuda. Casi pierdo el equilibrio. Mi esposo me estabiliza. El mes pasado esto no era un problema, pero ahora lo es.
Cuando entro a la casa, me tiro frustradamente en una silla. Suspiro fuertemente. Las pérdidas son algo constante actualmente, y apenas puedo recordar el hacer cosas sin ningún esfuerzo antes de mi diagnóstico post-polio. Pintar hasta el anochecer. Preparar alguna comida gourmet que le guste a todos. Ir a caminar y disfrutar al aire libre con amigos. Actualmente nada de eso forma parte de mi vida.
Algunos días estas cosas no me molestan, pero otros días, como hoy, es fácil quedarme pensando en eso. Las cosas que ya no puedo hacer se siguen apilando y me pregunto como me acostumbrare a esta vida de pérdida continua. Sé que hay personas que lo hacen, a veces con una gracia increíble. Quiero ser una de esas personas que aceptan todo tan fácilmente, parece que nunca cuestionan lo que se les da o se les quita, agradecidos por todo lo que tienen.
Mientras lamentaba la vida que solía tener, pedí en silencio, “Señor, enséñame qué hacer con esto. No quiero dejar que esta frustración me abrume. Quiero paz”. Inmediatamente, palabras familiares vinieron a mi mente: “En la aceptación yace la paz”.
Formas de perder la paz
Esas cuatro palabras son de un poema por Amy Carmichael llamado “En la aceptación está la paz”, el cual escribió cuando quedó en cama tras haberse roto una pierna, quedó con un gran dolor por el resto de su vida. En el poema, Carmichael detalla las fútiles formas en las que a veces lidiamos con la pérdida.
El primer enfoque es evitar todo recuerdo del pasado, intentando olvidar el dolor y salir adelante. El segundo es mantenerse ocupado para que no haya tiempo de pensar en ninguna otra cosa. El tercero es la negación, poner una fachada y fingir que nunca hubo dolor. El cuarto es sombríamente resignarnos a una vida de miseria incesante. Me pregunto cuál de los cuatro es el más familiar para ti. El quinto y último enfoque es aceptar esta nueva manera de vivir, sabiendo que Dios nos guiará.
Aunque las primeras cuatro opciones suenan deprimentes, confieso que las he intentado todas. Prometen alivio del dolor, pero me dejaron entumecida, asfixiando cualquier esperanza de curación y alegría. La vida se reducía a la simple existencia mientras caminaba pesadamente día a día, esperando que el dolor desapareciera.
Dificultades Indispensables
La aceptación es diferente. Para la confusión y conduce a la paz. Esta paz solo puede ser encontrada en Cristo, entregándonos a su voluntad, confiando que toda experiencia es parte de su plan. Él nos mantiene en perfecta paz cuando confiamos en él y enfocamos nuestras mentes en él (Isaías 26:3 LBLA).
Elisabeth Elliot estaría de acuerdo. En una carta a sus padres poco después de que su esposo fuera asesinado en 1956, escribió:
Se que se están preguntando cómo estoy llevando la situación. Solo puedo decir que la paz que tengo literalmente sobrepasa todo entendimiento posible… “El Señor es mi fortaleza y mi canción”. He aprendido, creo, la lección de la que Amy Carmichael habla en su poema - “En la aceptación está la paz”. Cuanta verdad. Yo acepto, con agradecimiento, de la mano de Dios, esta experiencia.
Aceptando todo con agradecimiento de la mano de Dios, incluyendo perder a tu esposo, no tiene sentido fuera de Cristo. Pero por su fe en un Dios soberano, Elliot fue capaz de experimentar a Dios en la tragedia. Casi cincuenta años después, escribió:
Dios incluyó las dificultades de mi vida en su plan original. Nada le toma por sorpresa. Nada es por nada. Su plan es santificarme, y las dificultades son indispensables para eso mientras vive en este viejo mundo difícil. Todo lo que tengo que hacer es aceptarlo, (Be Still My Soul, 32).
Todo lo que tengo que hacer es aceptarlo. Suena sencillo. De muchas maneras, lo es. Pero esta aceptación no es una entrega fatalista. El tipo de aceptación que lleva a la paz requiere fe y confianza en Dios. Requiere ver la vida con ojos de fe, fe en un Dios todopoderoso, extravagantemente amoroso, e incomprensiblemente sabio que diseña cada detalle de mi vida.
Nuestro poderoso, amoroso y sabio Dios no comete errores. Entonces, sí ha permitido algo en mi vida, eso es lo mejor para mí, considerando todas las cosas. Maximizará mi alegría y profundizará mi fe. Algún día en el cielo podré ver como todo lo que Dios trajo a mi vida era amor.
Lo cotidiano de la pérdida
Si bien estoy convencida del amor y propósito de Dios en mi dolor, debo recordar constantemente estas verdades. La duda y el desánimo se infiltran mientras batallo con lo cotidiano de la pérdida y el dolor, sin indulto aparente.
Al comienzo de cualquier prueba, a menudo me siento animada por el Espíritu de Dios, capaz de enfrentar lo que se avecina con valentía. Pero después de un tiempo me siento cansada e impaciente. Se me olvida que el Señor está en mi sufrimiento y me guiará a través de él. Debo volverme deliberadamente a Dios y pedirle que me ayude - a aceptar la situación, reconozca su presencia en ella y tenga la fuerza para soportar. En esencia, confiar en Él.
Solo entonces podré encontrar la paz verdadera - una paz que sobrepasa todo entendimiento, que guardará mi corazón y mente en Cristo Jesús (Filipenses 4:7), que me aleja del miedo (Juan 14:27), que trasciende los problemas de este mundo (Juan 16:33). Esa es la paz duradera.
En todas mi circunstancias
Como muchos otros, me he sentido cansada durante esta pandemia, preguntándome cuánto durará. Ansiosa por que termine y que la nube que lo abarca se levante, para poder reanudar la vida como era antes. Debo recordar constantemente la belleza y paz en la aceptación gozosa. Estas circunstancias no son aleatorias ni están fuera del control de Dios, sino que son parte del diseño de nuestro Salvador amoroso. Él está en todas mis circunstancias y las usa para cambiarme a la semejanza de Cristo.
Mi esposo y yo salimos al porche a platicar y ver el atardecer. Mientras pasaba por la puerta de nuevo, me sentí agradecida. Viendo a mi alrededor, le pedí a Dios que me diera ojos de fe. Recordé todo lo que Dios ha hecho a través de mi dolor. Aunque siempre extrañe lo que he perdido, no anhelo tener esa vida de nuevo. Dios está en mi vida actual, y es solo aquí, en estas circunstancias, que puedo conocerlo.
Estoy abrazando esta vida que Dios me ha dado, profundamente consciente de que en la aceptación está la paz. En esta aceptación gozosa puedo encontrar al Salvador mismo, quien algún día transformará mi sufrimiento en gozo eterno.
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