Cuando La Tierra Es Removida
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Revisión de 19:55 24 may 2021
Por Marshall Segal sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Javier Matus
Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar. (Salmo 46:1-2)
La fidelidad de Dios a menudo se siente más dulce cuando Él llena un agujero dejado por alguna pérdida.
Dios siempre está presente, pero Su presencia puede de repente sentirse más real, incluso tangible, cuando vienen las pruebas. ¿Por qué otra razón diría el salmista: “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones”? No solo auxilio, sino pronto auxilio —especialmente pronto, amorosamente pronto, implacablemente pronto. Cuando la tierra debajo de nosotros comienza a ser removida, Él se acerca aún más.
Todo lo que perdemos en esta vida es una práctica para perderlo todo al morir. “Porque para mí el vivir es Cristo”, dice el apóstol sufriente, “y el morir es ganancia” (Filipenses 1:21). Los problemas y las pérdidas son oportunidades para presionar hacia la presencia de Dios, para profundizar nuestra confianza en Su fidelidad, para prepararnos para días interminables sin problemas y sin pérdidas.
Contenido |
Aunque la tierra sea removida
El salmista no es ingenuo acerca de las dificultades de la vida en un mundo caído. Él busca imágenes horribles y aterradoras para describir los problemas que ha visto. Se imagina terremotos y mares embravecidos (Salmo 46:2) —inestables, peligrosos e incluso catastróficos. Las naciones se enfurecieron unas contra otras y contra el pueblo de Dios. Los reinos se levantaron por un tiempo, y luego cayeron y se derrumbaron (Salmo 46:6). Incluso los gobernantes y ejércitos más fuertes parecieron frágiles, indefensos, fugaces —como a menudo se siente todavía la vida en la tierra hoy.
Cualquiera que haya vivido por mucho tiempo en este mundo, que está lleno de y corrompido por el pecado, se ha familiarizado con los problemas y el dolor —algunos menos hasta ahora, otros más y, lamentablemente, algunos aún más. Hemos visto las aguas a nuestro alrededor rugir y espumarse, y hemos sentido los temblores de las dificultades —dificultades financieras, dudas acerca de la salud, estrés en el trabajo, reveses en el ministerio, relaciones rotas, pérdida de seres queridos.
La vida en la tierra, incluso en Cristo, es más turbulenta y fatigosa de lo que a menudo esperábamos, seguramente más de lo que queríamos. Pero la presencia y persistencia del sufrimiento y la tristeza no significa que no estemos seguros. Tampoco significa que no podamos tener gozo.
Más que seguros
Dios es un amparo y fortaleza, pero Él es mucho más que protección y poder para nosotros. “Del río sus corrientes alegran la ciudad de Dios”, dice el salmo, “el santuario de las moradas del Altísimo” (Salmo 46:4). Este Dios no solo te protegerá y te librará, sino que también te satisfará. Aun cuando las naciones se enfurezcan y los reinos se tambaleen, cuando la tierra tiemble y vengan las tormentas, aun así, Él alegra a Sus hijos.
De hecho, cada tipo de dolor que sentimos por la pérdida es su propio recordatorio de que solo Dios puede alegrarnos. Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de Él (Santiago 1:17), y Él los da para que los disfrutemos (1 Timoteo 6:17), pero también para que aprendamos a disfrutarlo a Él. En esta vida recibimos sorbos de gozo y olorcillos de placer. En Su presencia, sin embargo, hay plenitud de gozo y delicias para siempre (Salmo 16:11).
En Cristo, gustamos ese río de alegría hoy —gozo real en un Dios real que realmente nos ama. Pero un día, ese río romperá la presa del pecado y la muerte e inundará nuestro mundo —todo lo que vemos, oímos y tocamos— con una felicidad impecable y creciente en Él. Como escribe el apóstol Juan sobre el tiempo venidero:
Después me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero. En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones. (Apocalipsis 22:1-2)
¿Quieres que tus heridas sanen? ¿Quieres que el amor se trague tus temores? ¿Quieres que el gozo sepulte tus años de tristeza? Entonces siéntate junto al río del agua de vida (Juan 4:14).
Estad quietos
Pero hoy todavía no es ese día. Por hoy, la tierra puede ser removida y los mares pueden embravecerse. Entonces, ¿cómo sobrevivimos a todo lo que aún podríamos sufrir? “Estad quietos, y conoced que Yo Soy Dios” (Salmo 46:10). Hoy en día, muchos leen ese versículo familiar como una palabra de paz y calma —Toma una taza de café, siéntate en tu sillón reclinable favorito y deja que Dios se encargue de tus problemas— pero Dios quiere que esa palabra nos caiga encima con fuerza. Como cuando Jesús, en Marcos 4:39, “reprendió al viento, y dijo al mar: ‘¡Calla! ¡Enmudece!’” (Salmos 1-72, 194).
“Estad quietos” es una reprensión antes que ser un consuelo. “Estad quietos, y conoced que Yo Soy Dios” —ustedes no lo son.
Estad quietos, y conoced que Yo Soy Dios. Seré exaltado entre las naciones, ¡Enaltecido seré en la tierra! (Salmo 46:10)
Dios no nos sanará, consolará o librará, si insistimos en tratar de ser nuestro propio salvador, si seguimos tratando de navegar y resolver nuestros problemas con nuestra propia fuerza y sabiduría. Él debe ser Dios. Él debe ser exaltado. Él debe ser nuestro amparo, nuestra fortaleza, nuestro pronto auxilio. ¿Cuánto de nuestro temor y ansiedad tiene su origen, no en nuestras circunstancias, sino en nuestra autosuficiencia? Deja tus preocupaciones inquietas y estate quieto. Confíate a ti mismo —y esta angustia, crisis o relación— a Dios.
Silencio con Dios
Si bien la palabra “Estad quietos” es más contundente de lo que a menudo imaginamos, la quietud es la quietud. ¿Y alguna vez hemos necesitado la quietud ante Dios más en nuestra turbulenta era de velocidad y distracción? El temor y la ansiedad suelen resistir la quietud y el silencio, especialmente hoy. No queremos que nos dejen solos para pensar en los problemas y las penas de nuestras vidas —por lo que tomamos nuestros teléfonos, miramos más Netflix o ponemos música. El silencio a menudo solo amplifica el temor. A no ser que la quietud esté llena de la confianza de la fe.
Nuestro Dios será exaltado entre las naciones. Esta tierra y todo lo que hay en ella pasará (2 Pedro 3:10), pero no antes de que nuestro Dios sea exaltado aquí. No antes de que se crea, se disfrute y sea exaltado Su nombre en cada nación. Y ese Dios, el Rey de reyes y la Gloria de la historia, está con nosotros en nuestros terremotos y tormentas. “Jehová de los Ejércitos está con nosotros” (Salmo 46:11).
Así que, cuando la tierra comience a temblar o las olas vengan y se estrellen, detente y estate quieto ante Dios. Renuncia a todos tus deseos de salvarte o probarte a ti mismo y, en cambio, escóndete en la fuerza y el amor de Cristo. Y luego reflexiona sobre todos los días que pasarás en Su presencia, después de que Él haya conquistado a todos Sus enemigos y renovado todo lo quebrantado por el pecado, incluyéndote a ti. Deja que tu alma se aquiete, y toma un nuevo amparo, fortaleza y alegría de Sus promesas que te ha hecho.
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