Cómo Escuchar Bien Un Sermón
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Última versión de 20:14 7 jun 2021
Por Scott Hubbard sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Javier Matus
Ningún predicador, al levantar la vista desde su púlpito, espera ver lo que yo vi a mitad de un sermón un domingo por la mañana: un hombre en la última fila, con la cabeza apoyada contra la pared del fondo, durmiendo como Rip Van Winkle.
Fue sin duda un momento humillante para un joven predicador. Sin embargo, al recordar ese rostro caído varios años después, me viene a la mente una pregunta que trae una humillación de otro tipo: ¿A cuántas reuniones de la iglesia he asistido donde, en lo que respecta a la atención espiritual, bien podría haber estado durmiendo?
Oh, con qué facilidad podemos dejarnos llevar por la adoración corporal semana tras semana, escuchando, pero sin realmente escuchar. Presente en cuerpo, pero ausente en espíritu. Ojos abiertos, pero mentalmente distraídos, corazón dividido, alma adormecida.
El asunto llama nuestra atención. Porque los cristianos son, ante todo, un pueblo que escucha (Deuteronomio 6:4; Romanos 10:17). Y cómo escuchamos determinará, con el tiempo, si la palabra que escuchamos es devorada por el diablo, quemada por las pruebas, ahogada por las preocupaciones o alimentada por Dios para dar fruto abundante (Marcos 4:1-9).
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Distracciones del domingo
No escribo como alguien ajeno a las distracciones que muchos enfrentan los domingos. La mayoría de las veces, últimamente, escucho el sermón desde el vestíbulo de la iglesia, donde mi hijo de un año —un despreciador de guarderías— intenta golpear las manijas de los gabinetes y recoger las migajas del piso.
Y las distracciones no se limitan a los padres jóvenes. Casi cada semana, seamos quienes seamos, algo irrumpe en las puertas de nuestras mentes, exigiendo que nos enfoquemos en cualquier lugar menos en Dios y Su Palabra. Los bebés lloran. Alguien tres filas atrás canta fuerte y desafinando. Viene a la mente una tarea para mañana. Un destello se refleja en la ventana. Tu teléfono vibra. Te preguntas si cerraste la puerta de la cochera. En verdad, la vida rara vez ofrece circunstancias ideales para escuchar la Palabra de Dios. Cada domingo es imperfecto.
Sin embargo, en medio de todas las imperfecciones, el Dios vivo todavía habla. Y salvo circunstancias excepcionales, tenemos la oportunidad de escuchar al menos algunas de Sus palabras. Entonces, con la ayuda de cristianos del pasado, considera cómo podemos aprovechar el antes, durante y después de nuestras reuniones para obedecer el mandato de Jesús: “El que tiene oídos para oír, oiga” (Marcos 4:9).
Antes: arar la tierra
Si la Palabra de Dios es la semilla y nuestros corazones son la tierra, entonces nuestro objetivo antes de congregarnos es arar. Rompe la tierra. Surca el suelo. Abre paso a la Palabra.
¿Por qué muchos de nosotros entramos a nuestras reuniones domingo tras domingo con corazones resecos y llenos de piedras? Quizás algunos solo necesiten una instrucción práctica sobre cómo prepararse. Pero el cómo significará poco a menos que regularmente recordemos el por qué. El arar fiel requiere trabajo del corazón antes que el trabajo manual.
TRABAJO DEL CORAZÓN
Muchos cristianos de la antigüedad consideraban el domingo como el día más importante de la semana —y la adoración colectiva como la parte más grande del domingo. Los puritanos llamaban al domingo el “día del mercado del alma”, el día en que los cristianos recolectan bienes espirituales para una semana. No es que descuidaran sus devociones personales diarias; solo sabían que Dios visita a Su pueblo de una manera especial cada día del Señor.
Con estos antecedentes en mente, John Owen ofrece una advertencia severa pero necesaria:
Fingir venir hacia Dios, y sin la esperanza de recibir de Él cosas buenas y grandes, es despreciar a Dios Mismo… y privar a nuestras propias almas de todo ese beneficio. (Las obras de John Owen, 7:437)
La palabra que escuchamos —no solo en el sermón sino en las canciones, las oraciones y la Cena— está llena de “cosas buenas y grandes”, incluso de “todo lo que nuestras almas necesitan”, continúa escribiendo Owen. Entonces, si deseas honrar a Dios y atender a tu propia alma, ve a la reunión como lo haría una madre a un mercado semanal: ansiosa, preparada y esperando traer algo bueno a casa.
TRABAJO MANUAL
En la práctica, ¿cómo podríamos preparar nuestros corazones para la reunión? Para volver a la imagen del arado, considera quitar piedras y romper la tierra.
Primero, quita las piedras eliminando los obstáculos innecesarios —especialmente el cansancio y la tardanza. ¿A cuántos de nosotros nos cuesta escuchar el domingo por la mañana porque nos quedamos despiertos hasta muy tarde el sábado por la noche? ¿O por qué nos arrastramos a la reunión a mitad de la segunda canción, con nuestras cabezas todavía revueltas con los eventos de la mañana? Por supuesto que no siempre podemos controlar nuestro sueño y nuestro tiempo, pero a menudo sí podemos.
En segundo lugar, rompe la tierra poniendo tu corazón en una postura de escuchar. Por ejemplo, podríamos considerar leer el pasaje del sermón la mañana o la noche anterior, tal vez como parte de las devociones familiares. También podríamos orar específicamente por la reunión —o mejor aún, asistir a cualquier reunión de oración previa al servicio que ofrezca nuestra iglesia.
La forma en que escuchamos da forma a cómo vivimos, pero lo contrario también es cierto: la forma en que vivimos da forma a cómo escuchamos. Así que, antes de la reunión, decide vivir de una manera que dé la bienvenida a la Palabra de Dios.
Durante: entierra la semilla
Sin embargo, un corazón bien arado es solo el primer paso para escuchar fielmente. La tierra más rica no dará fruto a menos que una semilla se introduzca dentro de los surcos. Entonces, durante la reunión, trabajamos por enterrar la semilla de la Palabra en lo profundo de nuestros corazones. Lo que significa, en el fondo, que nos esforzamos para prestar atención (Hebreos 2:1).
TRABAJO DEL CORAZÓN
Al igual que con nuestros preparativos de antemano, la tarea de escuchar durante el sermón comienza en el corazón.
Ya hemos observado que una docena y más de distracciones compiten por nuestra atención durante nuestras reuniones. Como muchos cuervos mentales, los pensamientos intrusivos se posan en nuestras mentes de una manera que puede parecer fuera de nuestro control. Sin embargo, incluso aquí he encontrado ayuda al aplicar un pasaje bien conocido sobre los predicadores hacia los oyentes. El apóstol Pedro escribe: “Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios” (1 Pedro 4:11). Y, por lo tanto, “Si alguno escucha, escuche conforme a las palabras de Dios”.
No nos reunimos como iglesia para escuchar las opiniones de los hombres. Vamos a escuchar las palabras del único Dios viviente. En nuestras reuniones, el Mismo que manda a las huestes del cielo desciende para hablarnos. ¿Y por qué? Para aliviar nuestros dolores, levantar nuestras cargas, echar fuera nuestra tibieza, despertarnos para rechazar la tentación y llevarnos más profundamente a Su gloria.
¿Habrá algo más urgente que escuchar?
TRABAJO MANUAL
Junto con una mente fijada por Dios, varios pasos prácticos pueden ayudarnos a enterrar la Palabra más profundamente. Podríamos apagar nuestros teléfonos por completo, en vez de permitir que vibren. Podríamos seguir el sermón en una Biblia de papel. Algunos pueden tomar notas breves de los puntos más llamativos del sermón.
Sin embargo, el paso más práctico de todos es adoptar el hábito de escuchar activamente. Tal como podemos leer pasivamente (escaneando las líneas sin pensamiento crítico) o activamente (subrayando, respondiendo, preguntando), también podemos escuchar así. El escuchar genuino y sincero exige trabajo duro. Como escribe Richard Baxter:
Tú tienes un trabajo que hacer tanto como el predicador, y debes estar tan ocupado como él todo el tiempo… Debes abrir tu boca y digerirlo, porque no puede digerirlo otro por ti… entonces, estate todo el tiempo trabajando, y aborrece al corazón ocioso para oír tanto como al ministro ocioso. (Una búsqueda de la piedad, 254)
Si nos dejamos llevar por la reunión de adoración como si nos dejamos llevar por una película, no debería sorprendernos si nos vamos con tan poco como trajimos. Pero si entramos listos para, si es necesario, librar una guerra de atención, entonces podemos irnos con los bolsillos llenos de oro espiritual.
Después: riega la tierra
Con el suelo labrado y la semilla enterrada, la tarea restante es regar la tierra. El escuchar fiel no termina cuando lo hace el sermón. De alguna manera, los momentos más decisivos para nuestro escuchar ocurren en las horas posteriores: cuando conducimos a casa con la familia o nos reunimos para almorzar con amigos, cuando caminamos con nuestro cónyuge por la tarde o nos preparamos para la semana que viene.
TRABAJO DEL CORAZÓN
Lo que hacemos con la palabra predicada depende de si nos vemos, no como consumidores de la Palabra, ni siquiera como meros oidores de la Palabra, sino como administradores de la Palabra.
Tendemos a imaginar a los predicadores como administradores de la Palabra —y lo son (1 Pedro 4:10). Pero como escribe Jason Meyer: “Cuando se predica la verdad, la responsabilidad de la administración pasa del predicador al oyente” (Predicando, 27). Si durante el sermón fuimos observadores, después del sermón somos los observados. ¿Qué haremos con el tesoro que Dios nos ha confiado: esconderlo en la tierra o multiplicarlo fielmente (Mateo 25:14-30)?
¿Y qué exige Dios de los administradores? “Que cada uno sea hallado fiel” (1 Corintios 4:2). O, en palabras del apóstol Santiago, que se conviertan en “hacedores de la Palabra, y no tan solamente oidores” (Santiago 1:22).
TRABAJO MANUAL
Los administradores se dan a conocer tan pronto como abren la boca para hablar acerca del sermón. En vez de solo preguntar: “¿Qué pensaste acerca del sermón?” —una pregunta que nos permite hablar desde la distancia segura de un observador— podrían preguntar, “¿Cómo te llegó ese sermón?”, “¿Qué palabra necesitaste escuchar más?”, “¿Cómo crees que deberíamos responder?”. Puede llegar el momento de criticar amablemente algún aspecto del sermón, pero el primer impulso de un administrador es hablar como alguien que dará cuenta de lo que ha escuchado.
Aceptar nuestro papel como administradores aclara de otra manera nuestra respuesta después del sermón, una que podría liberar a aquellos que se sienten agobiados por una pésima memoria: nuestra responsabilidad como administradores de la palabra predicada no es principalmente la memorización, sino la transformación.
El pastor puritano George Swinnock (1627-1673) una vez pidió a los lectores que se imaginaran a dos hombres recogiendo fruta de un árbol. Cuando hubieron comido todo lo que quisieron, un hombre tomó toda la fruta que pudo llevar. El otro hombre, sin embargo, se llevó el árbol. Swinnock escribe:
Aquellos que escuchan la Palabra y tienen una gran memoria y nada más, pueden actualmente llevarse la mayor parte de la Palabra, sin embargo, el que posiblemente pueda recordar poco, pero se lleva el árbol, planta la Palabra en su corazón y la obedece en su vida, tendrá fruto cuando el otro no lo tendrá. (La genialidad del puritanismo, 59)
Por supuesto, recuerda tanto del sermón como puedas. Pero si quieres que el sermón dé fruto duradero, entonces toma todo lo que recuerdes, planta la Palabra en tu corazón y obedécela en tu vida. O, para volver al panorama más amplio, ara la tierra preparando tu corazón para escuchar, entierra la semilla prestando rigurosa atención y riega la tierra reflexionando humildemente y respondiendo obedientemente a la Palabra que, una vez plantada, puede convertirse en un árbol de vida en tu alma.
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