La maternidad presumida

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English: Conceited Motherhood

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Por Kristen Wetherell sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Romina Amisano


Contenido

Las tres tentaciones a las que se enfrentan las madres

Un bombero pirómano. Un bibliotecario con aversión a los libros. Un médico al que le repugnan los gérmenes. Nos parece increíble la existencia de estos oxímoron vivientes, que respiran. Si tales trabajadores existen, y es probable que así sea, nos parecerían cómicos en el mejor de los casos, e hipócritas en el peor.

Las madres presumidas no se diferencian mucho.

Por su propia naturaleza, la maternidad es un trabajo humilde. Desde el momento de la concepción, la mujer abre por propia voluntad su útero, para el ministerio de la hospitalidad. Le da la bienvenida a la nueva vida sacrificando su cuerpo, y depositando su comodidad y su cuerpo pre-bebé en el altar materno del amor.

Luego de que intensos dolores dan a luz al hijo, el trabajo de parto de una madre recién comienza. Momento a momento, día a día, por muchos años, ella asume el rol de líder sirviente, sacrificándose por el bien de sus hijos.

Sí, la maternidad es un trabajo humilde. Y ello hace que la maternidad presumida resulte una triste contradicción.

La guerra contra la presunción

Las madres conocemos esto pero, aún así, luchamos contra el egoísmo. La mayoría de las mañanas, antes de que mis niños bajen la escalera, me recuerdo: “ellos no están aquí para ayudarte. Tú estás aquí para ayudarlos a ellos”. Para los que amamos a Cristo y anhelamos parecernos más a Él, nuestra lucha contra el pecado permanece, ¡pero gracias a Dios hay una lucha! Ello es una buena evidencia de que estamos verdaderamente vivos en Cristo. Él ha cambiado nuestros corazones y nos ha hecho desear ser humildes, tal como lo es Él.

No hagan nada por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de ustedes considere al otro como más importante que a sí mismo. No buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás.

Haya, pues, en ustedes esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló Él mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. (Filipenses 2:3–8)

Jesucristo es el ser humano más humilde que haya existido. Por lo tanto, ser una madre humilde, una madre que lucha contra la “ambición egoísta o la presunción”, y, por eso, una madre en el sentido más verdadero y divino de la palabra, es parecerse cada vez más a Jesús, mientras miramos cada vez más a Jesús. Sólo cuando nos demos cuenta de que Él vive para servir a su pueblo (¡a nosotros!), no nos dejaremos tentar por el egoísmo y anhelaremos un corazón semejante al Suyo.

Porque conocerlo y amarlo es mas satisfactorio que lo que podamos ganar con cualquier pecado.

Las tres tentaciones a las que nos enfrentamos

Identifiquemos, ahora, tres maneras en que la ambición egoísta y la presunción tientan a las madres como tú y yo, siguiendo el flujo del pensamiento de Pablo del pasaje anterior. A continuación, contrarrestaremos cada una de estas tentaciones con una mirada prolongada a Jesús, el santo y humilde hijo de Dios, que es el único que puede liberarnos de nosotros mismos y cubrirnos con su humildad.

Tentación n.° 1: Considerarse más importante que sus hijos

No hagan nada por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de ustedes considere al otro como más importante que a sí mismo. (Filipenses 2:3)

Ustedes conocen el pensamiento: Este trabajo —ya sea cambiar pañales, limpiar, preparar la comida, o repetir lo mismo cien veces — está por debajo de mí capacidad. Soy demasiado buena para estar haciendo esto. Tal vez no lo decimos así, pero muchas de nosotras lo pensamos o lo sentimos así. La maternidad implica un trabajo repetitivo, simple y humilde hacia los mas pequeños, por ello es fácil pensar que somos demasiado importantes para hacerlo.

La tentación original de Eva en el jardín es la nuestra: queremos ser como Dios. Y sin embargo, en nuestro orgulo, no nos damos cuenta de cuánto se ha rebajado nuestro Dios para servir a pecadores como nosotros.

Podríamos pensar que tenemos buenos motivos para luchar por sevir, pero si alguien las tiene realmente, sería el Hijo de Dios. Y aún así, nadie lo detuvo para rebajarse a ayudarnos:

Aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. (Filipenses 2:6–7)

Esto es asombroso. El Hijo de Dios dejó su elevada posición en el cielo y se instaló en el polvo de la Tierra. Dejó su forma invisible como Dios del Universo y se redujo a un cuerpo y alma humanos. Dejó la gloria para toda la eternidad para caminar entre pecadores y asesinos.

En nuestro orgullo maternal, podríamos querer ser como Dios, pero la realidad es que Él se convirtió en alguien como nosotros. Se envolvió en carne humana para librarnos de nuestra carne pecaminosa, del egoísmo y la presunción que nos impediría ser madres confiables que se rebajan en forma voluntaria para servir a sus hijos, considerándolo como una alegría y un privilegio. Sólo cuando contemplemos la humildad encarnada de Jesús se modificará nuestra definición de lo importante, porque su postura encorvada de servicio es la imagen perfecta de la grandeza (Mateo 23:11). De todo corazón, confesamos nuestro orgullo y le pedimos que nos aleje de nuestro antiguo yo, llenándonos en cambio de la alegría que nos da el Espíritu al adoptar la postura de un siervo (Juan 13:14).

Tentación n° 2: Velar solamente por los propios intereses.

No buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás. (Filipenses 2:4)

Una madre sabe cuán a menudo cambian los planes. Y esto es humildad. Mientras nos damos cuenta de que no somos Dios, que nuestro futuro no está bajo nuestro control, y que solo Dios sabe lo que pasará luego, nos enfrentamos a la fuerza con que nos aferramos a nuestros propios intereses. Nos hace darnos cuenta de que estamos atrapados en las circunstancias. Pensamos: “Este no era mi plan”. Tenemos que pasar los preciados minutos de la siesta disciplinando a nuestro hijo, en vez de descansar; debemos cancelar las tan esperadas vacaciones porque todos están engripados; nuestro sueño de la maternidad se ve frustrado por un diagnóstico que altera la vida de uno de nuestros hijos.

La pregunta para nosotros es: ¿Cómo responderemos a Dios cuando cambien los planes? ¿Con orgullo o con humildad?

Durante su ministerio terrenal, la actitud de Jesús fue la de humillarse con alegría a la voluntad de su Padre. Incluso cuando buscaba el descanso, la soledad y la plegaria tras una ajetreada temporada de ministerio, se encontró con multitudes necesitadas (¿suena familiar?). ¿Y cuál fue su reacción? No se molestó ni se enojó, sino que “tuvo compasión por ellos”, pues sabía que esas personas le habían sido enviadas directamente por su Padre (Mateo 14:13—21).

No solo velaba por sus propios intereses, sino por los intereses de los demás y, en última instancia, por los intereses de su Padre.

La última muestra de su obediencia al Padre fue la cruz: “hallándose en forma de hombre, se humilló Él mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:8). El no pecador asumió nuestro pecado, cargando todo el peso de la ira de Dios en lugar nuestro. ¡Qué obediencia sin igual! Y esto, para que también nosotros nos humillemos alegremente ante Dios y obedezcamos su voluntad, velando por sus intereses y los de los demás por encima de los nuestros.

Esto es libertad, mamá. Ser liberados de la tiranía y la languidez del yo dentro de los caminos perfectos y la agenda infinitamente sabia de Dios mientras servimos a nuestros hijos, es la vida más verdadera, la real y humilde maternidad.

Tentación n° 3: Olvidar quien eres en Cristo

Haya, pues, en vosotros esta actitud que hubo también en Cristo Jesús. (Filipenses 2:5)

¿Qué mentalidad nos llama Pablo, a tener? Una mentalidad humilde. Una mentalidad Cristiana. Pero para que no nos desanimemos por el egoísmo que nos queda, por lo lejos que nos sentimos todavía de la humildad de Jesús, Pablo nos recuerda una realidad vital: nuestra unión con Cristo. “Haya, pues, en vosotros esta actitud que hubo también en Cristo Jesús”.

Mamá, tú ya no te perteneces a tí misma. Si has confiado en Jesús para el perdón de tus pecados, entonces te has unido a Él en la fe salvadora. Esto significa que tienes una seguridad inquebrantable en Cristo que ningún mal día de maternidad puede deshacer. Esto significa que no estás sola luchando con tu egoísmo, sino que su Espíritu de humildad mora en tí. Significa que el pecado ya no es tu maestro, Jesús lo es.

De modo que, cuando sientas la tentación de olvidar quién eres en Cristo —cuando la atracción hacia el orgullo arrogante o tus propios intereses sea muy fuerte; cuando prefieras burlarte del desorden de tu hijo antes que limpiarlo (otra vez); cuando “solo quieras terminar”, pero las necesidades de los demás sigan llegando— recuerda que el Salvador viviente está en ti. El exaltado, sentado a la derecha del Padre, se ha instalado en ti por su Espíritu. Tú eres de Cristo, Él es tuyo; y Él se entrega, alegremente y sin restricciones, a tí.

Estás unida al Dios de toda la creación, quien se despojó de sí mismo para servirte hasta la muerte, y a través de ella hasta la resurrección. ¿Y si este Dios perfectamente humilde está de tu lado, mamá, qué presunción o egoísmo puede estar en tu contra?


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