La bondad severa de Jesús
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Revisión de 11:31 18 mar 2024
Por Jon Bloom sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Sara Robles
Contenido |
Oír misericordia en Sus palabras duras
Para muchos, Jesús tiene una famosa reputación de ser un maestro gentil y humilde, y un sanador que llama a los enfermos, los avergonzados y los pecadores a que vengan a Él y reciban Su gracia y bondad. Y debido a una buena razón: Jesús es, fundamentalmente, la persona más bondadosa y gentil que jamás encontrarás.
Pero si vienes a Él solo deseando experimentar el lado confortante de Su gracia y bondad, te espera una sorpresa. Ya que Jesús también es la persona más perceptiva y honesta que jamás encontrarás. Y por “honesta” quiero decir que a menudo resulta ser más honesto de lo que quieres que sea. Puede ser despiadadamente honesto; a tal punto de que a veces puede parecer cruel, no bondadoso.
Jesús posee la inquietante habilidad de derrumbar todas tus ideas equivocadas, delusiones y autoengaños con una simple frase que expone tus pensamientos secretos y las intenciones de tu corazón (algunos que tal vez no sabías que tenías). Él hace uso de su discernimiento con la inocencia de una paloma y la sabiduría de una serpiente, lo que puede hacerlo impredecible. A veces puede ser severo cuando esperas que sea amable, y amable cuando esperas que sea severo. A menudo, es imposible anticipar que sacará algo a la luz.
Por lo tanto, cuando vengas a Jesús, ciertamente espera recibir Su gracia y bondad. Pero no esperes que siempre te hagan sentir reconfortado. Porque a veces su bondad es severa y no es reconfortante en absoluto.
¿Venir para descansar o morir?
En los relatos del Evangelio, Jesús invita a la gente a que venga a Él numerosas veces. Pero a veces, estas invitaciones suenan radicalmente distintas. Examinemos dos de ellas.
A todos no suena la primera, ya que es una de las afirmaciones más conocidas, amadas y reconfortantes que Jesús alguna vez pronunció:
Venid a mí, todos los que estáis cansados y cargados, y yo os haré descansar. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallareis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es fácil y mi carga ligera. (Mateo 11:28-30)
Esta invitación revela de forma explícita al Jesús gentil y humilde que nos parece tan fascinante (y con razón). Concuerda con el Jesús presente en la imaginación de muchos, que invita a las almas cansadas a que vengan a Él a recibir gracia que reanima y da descanso.
Pero la segunda invitación revela una dimensión distinta de la gracia de Jesús, y tiene un efecto muy diferente en quienes lo escuchan:
Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre y madre, a su mujer e hijos, a sus hermanos y hermanas, y aun hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo. (Lucas 14:26-27)
Esta invitación no concuerda tan bien con la reputación consoladora de Jesús. De hecho, suena más como una des-invitación. En vez de tranquilizarnos, nos resulta perturbadora.
Si esta invitación es perturbadora para nosotros, quienes la hemos escuchado muchas veces, imagina cuán ofensivo y confuso habría sonado para su audiencia judía original, que la oyeron de Sus mismísimos labios, la mayoría pensando que de verdad querían seguirlo. Se les había enseñado desde la infancia a honrar a su padre y madre si querían que Dios los bendiga con una vida larga (Éxodo 20:12). Ahora Jesús les mandaba a odiar a sus padres (al igual que a sus hermanos e hijos) si deseaban seguirlo. Y lejos de prometerles una vida terrenal larga y bendecida, Jesús les pidió que aceptaran una sentencia de muerte si querían ser sus discípulos; en realidad, la peor sentencia de muerte imaginable: la crucifixión romana.
Esta segunda invitación es tan importante para nosotros, los discípulos de hoy, como lo fue para los primeros. Entonces, ¿dónde está la bondad de Jesús en esta invitación severa?
Lo que Jesús vino a revelar
Podríamos considerar muchas otras palabras desorientadoras de Jesús. Como cuando nos dijo no solo que odiáramos a quienes nos aman (como en Lucas 14:26-27), sino que además amáramos a quienes nos odian (Mateo 5:43-45). O cuando le dijo a un potencial discípulo que sacrificara las necesidades de su padre enfermo (Lucas 9:59-60). O cuando le dijo a otro potencial discípulo que abandonara abruptamente a quienes más amaba, y que soportara el malentendido, el dolor y el desprecio que sentirían hacia él (Lucas 9:61-62).
Para poder percibir la bondad de Jesús en sus invitaciones severas, incómodas y perturbadoras, necesitamos tener en mente lo que está haciendo a través de sus palabas y acciones:
- Primero, Jesús está revelando cómo Dios es en toda su naturaleza trina.
- Segundo, Jesús está revelando cómo somos nosotros en toda nuestra naturaleza como caídos.
Creo que es adecuado decir que Jesús estaba revelando ambas cosas en todo lo que dijo e hizo, aunque algunas de sus palabras y acciones muestren más de una que de otra. Pero ambas revelaciones son amables y gentiles, y ambas son necesarias para que Su evangelio tenga sentido para nosotros.
Cómo es Dios
En las enseñanzas y actos de Jesús que le dieron justa fama de amable, gentil y perdonador (simbolizado en su hermosa y reconfortante invitación a los cansados y cargados en Mateo 11:28-30), está revelando la naturaleza esencial de Dios: “Dios es amor” (1 Juan 4:16). La razón principal por la cual Jesús vino fue para mostrarnos Su amor:
Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en Él, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él. (Juan 3:16-17)
Jesús vino para anunciar la buena noticia de que Dios, debido a su amor misericordioso e insondable derramado desde el centro de su ser trino, les ofrece a cada uno de sus enemigos completo perdón y reconciliación. Y Jesús vino a cumplir todo lo que se necesitaba para que ese perdón y reconciliación fueran posibles al recibir “la paga del pecado” que nosotros acumulamos (Romanos 6:23), cuando murió en nuestro lugar. Así es Dios: dispuesto a amar tanto a sus enemigos que moriría en nuestro lugar para hacernos Sus hijos (1 Juan 3:1).
Esto, por sobre todas las cosas, diferencia a Jesús de líderes narcisistas y abusivos que usan palabras tanto amables como duras para manipular y engañar a las personas para sus propios beneficios. Porque Él no vino “para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20:28). Cuando habló con dureza, en definitiva lo hizo por razones amables, gentiles y con un corazón de siervo; y una de ellas fue ayudarnos a ver más claramente nuestros propios pensamientos e intenciones llenas de pecado y nuestros amores idólatras.
Cómo somos nosotros
Cuando Jesús nos perturba y desorienta, cuando nos ofende y nos hace avergonzarnos, puede ayudarnos leer Sus palabras a través del lente de Juan 3:19:
Y este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, pues sus acciones eran malas.
Jesús no vino solo a revelar el amor de Dios por nosotros; también “ha sido puesto para la caída y el levantamiento de muchos en Israel… a fin de que sean revelados los pensamientos de muchos corazones” (Lucas 2:34-35). Él vino a revelarnos nuestros corazones.
A menudo, esto es lo que sucede cuando Jesús emite sus invitaciones o respuestas ofensivas. Esta es la razón por la cual lo oímos hacer declaraciones desconcertantes e incluso repulsivas, como la que hizo luego de alimentar a los cinco mil, diciendo “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna” (Juan 6:54). Esto provocó que muchos respondieran “Dura es esta declaración; ¿quién puede escucharla?” (Juan 6:60). Jesús usa su discernimiento y sabiduría celestial cuando llama a Sus ovejas (los enemigos que recibirán Su evangelio de perdón y reconciliación) en el medio de los lobos (los enemigos que no lo recibirán). El Señor, “que conoce el corazón de todos” (Hechos 1:24), estaba revelando esos corazones.
Y través de Sus palabras que a veces suenan crueles, Jesús aún sigue revelando nuestros corazones, lo que real y verdaderamente atesoramos. “Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mateo 6:21).
Observa Su bondad severa
En Romanos 11:22, Pablo, hablando de la misericordia de Dios y de su juicio, escribe: “Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios”. Pero al hablar de las palabras duras de Jesús, podemos decir “Observa la bondad severa de Dios”. Porque si Jesús no nos revelara lo engañoso de nuestro pecado, podríamos continuar atrapados en él y nunca seremos “liberad[os] de la esclavitud de la corrupción a la libertad de la gloria de los hijos de Dios” (Romanos 8:21).
Así que, cuando Jesús, por un lado, nos extiende su tranquilizadora invitación de venir a Él y encontrar descanso para nuestras almas (Mateo 11:29), y luego por otro lado, nos da su advertencia incómoda de que a menos que renunciemos a todo lo que tenemos no podemos ser sus discípulos (Lucas 14:33), no está contradiciéndose a sí mismo. Está hablando desde Su corazón, que es gentil y amable, y nos revela dos cosas: el incomparable amor de Dios por nosotros, y si nosotros amamos o no a Dios. La primera nos tranquiliza, la segunda nos pone a prueba.
Pero a todos quienes le reciben (quienes oyen Sus palabras ofensivas y finalmente dicen “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”), Jesús les da “el derecho de llegar a ser hijos de Dios” (Juan 1:12; 6:68). Y estos hijos descubren que la “piedra de tropiezo y roca de escándalo” de Sión (Romanos 9:33) estaba, en cada palabra y acción, siempre persiguiéndolos con bien y misericordia para que así pudieran morar en Su casa para siempre (Salmos 23:6).
Y ellos conocerán el completo significado de las palabras de Jesús cuando proclamó: “Y bienaventurado es el que no se escandaliza de mí” (Mateo 11:6).
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