"Simplemente no me apetece"
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Última versión de 02:10 10 may 2024
Por Scott Hubbard sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Marcia Barrientos
Contenido |
Cómo la rutina despierta la devoción
"No me apetece". En la búsqueda diaria de Cristo, no hay frase que me haya estorbado más que esta.
Si reflexiono un momento, me doy cuenta de lo absurdo que resulta esa espiritualidad basada en los sentimientos. Un agricultor no encontrará nada en la cosecha si deja a un lado su arado con un "no me apetece". Una pianista terminará sus actuaciones avergonzada si adopta una actitud de "no me apetece" en sus ensayos. Una pareja celebrará su aniversario entre suspiros poco románticos si deja que el "no me apetece" gobierne su matrimonio.
Sin embargo, ¿cuántas veces he evadido los hábitos de la gracia con un sutil y tácito "no me apetece", y he esperado de algún modo seguir madurando en la fe y el amor y sentir la alegría espontánea del Espíritu?
Un sinfín de razones avalan la holgazanería: "No quiero ser un hipócrita". "Tengo tanto que hacer hoy de todos modos". "Aprenderé más de las Escrituras cuando tenga ganas de leerlas". Y quizás la más común: "Lo haré mañana".
En tanto, el potencial espiritual de hoy (el consuelo, la alegría, el poder, la vida de hoy) se desvanece en los vientos del capricho.
Recuperar la rutina
Para algunos, la palabra rutina conlleva la dureza del pan rancio y la descomposición de las plantas muertas, la pesadez de los libros de la biblioteca que nunca se abren y los desvanes polvorientos por el paso del tiempo. La sola idea de una espiritualidad rutinaria (planificada, programada, disciplinada) parece desvirtuar el ministerio del Espíritu dador de vida y de libertad. "Donde está el Espíritu del Señor, hay libertad" (2 Corintios 3:17). Y donde está el espíritu de rutina (podemos pensar), hay esclavitud.
La dicotomía, sin embargo, es autoimpuesta, autoimaginada. Si la rutina nos huele a rancio, el problema reside en nuestro propio olfato. Sin duda, la rutina puede volverse rancia y morir, como cualquier flor puede ser pisoteada o cualquier cielo cubierto de smog. Pero la rutina en sí sigue siendo buena, amiga de la libertad y la alegría.
Podemos llamar a varios testigos para que testifiquen a favor de la rutina: Daniel. que "se arrodillaba" y oraba "tres veces al día" (Daniel 6:10), sin importar si los leones esperaban o no; Pedro y Juan, que iban al templo "a la hora de oración" incluso después de que Pentecostés trajera al Espíritu Hechos 3:1) o el propio Señor Jesús, que venció las mentiras del diablo, después de ayunar durante cuarenta días, porque había memorizado rutinariamente el Deuteronomio (Mateo 4:1-10).
Pero quizá la oda más llamativa a la rutina aparezca en el Salmo 119.
Rutinas como cauces de ríos
Nadie que leyera el Salmo 119 tacharía a su autor de aburrido; nadie que recitara su salmo podría cantarlo en voz baja. El hombre suena tan vivo como un gorrión de primavera, tan exuberante como las exclamaciones de muchas de sus frases. No siempre está alegre, pero sí que siente, con libertad y espontaneidad. Todo el salmo es un pulso vivo.
"Bendito tú, oh, Señor", proclama (versículo 12). Su alma, al igual que su canto, está "quebrantada anhelando tus ordenanzas en todo tiempo" (versículo 20). Tanto la medianoche como el alba pueden encontrarlo despierto (versículos 62, 147), demasiado extasiado para dormir, pues "tus testimonios son mi deleite" (versículo 24). Sus aborrecimientos y sus amores arden son tan fuertes que no pueden ocultarse (versículos 104, 119).
Podríamos imaginar que ese afecto espontáneo vive fuera de nuestro alcance, la posesión de una personalidad superespiritual. Sin embargo, si prestamos atención al salmo, nos daremos cuenta de algo que compite con la intensidad de sus sentimientos: la coherencia de su rutina. Las Escrituras afloraron del corazón del hombre solo porque antes, aun siendo quisquilloso, las había "guardado" allí (versículo 11). "He puesto tus ordenanzas delante de mí" era la consigna de su vida, sin importar el día (versículo 30). Con una devoción que podría incomodarnos, declara: "Siete veces al día te alabo, a causa de tus justas ordenanzas" (versículo 164).
La memorización rigurosa, la meditación diaria, las oraciones y alabanzas planificadas... Ante Dios, esas rutinas abren cauces en el alma por los que corren profundos torrentes de amor espontáneo. Erigen molinos de viento en el corazón para atrapar las brisas del Espíritu. Las rutinas no pueden dar vida por sí mismas, pero invitan a la vida con la misma disposición que un campo surcado, sembrado y a la espera de lluvia.
Encordado y afinación
El Salmo 119 (y el resto de la palabra de Dios) nos ofrece un sólido apartado para la espiritualidad espontánea, para la oración y la alabanza que llenan las redes de los momentos ordinarios y amenazan con hundirnos de alegría. Pero no tenemos muchas esperanzas de experimentar la devoción espontánea al margen de los asuntos poco espectaculares de la rutina. Cada día echamos las redes; cada día las volvemos a recoger; cada día esperamos que Jesús nos traiga la pesca.
Si pensamos en qué rutinas pueden servir mejor a la espontaneidad, podemos pensar en dos grandes modelos: los devocionales matutinos y las meditaciones de mediodía. Si los devocionales matutinos encuerdan nuestras guitarras, las meditaciones de mediodía las vuelven a afinar. Si los devocionales matutinos elevan nuestros corazones hacia el cielo, las meditaciones de mediodía nos empujan hacia el cielo. Si los devocionales matutinos plantan una bandera para Cristo en el monte del alba, las meditaciones de mediodía ahuyentan a los enemigos de la tarde que ascienden por las laderas.
Devocionales matutinos
Seguramente, aprendimos los devocionales matutinos como parte del Discipulado 101. Arrepiéntete, cree y lee tu Biblia cada mañana. Pero, por esa misma razón, podemos olvidar lo poderoso y formativo que puede ser este patrón de búsqueda de Dios.
Hay una razón por la que los salmistas oraban "por la mañana" (Salmo 5:3), y buscaban profunda satisfacción "por la mañana" (Salmo 90:14), y declaraban el amor inquebrantable de Dios "por la mañana" (Salmo 92:2). Por algo también leemos que Jesús "se levantó muy de mañana, cuando todavía estaba oscuro" para estar en comunión con su Padre (Marcos 1:35). Puede que los primeros pensamientos y palabras de la mañana no definan el rumbo del resto del día, pero lo cierto es que definen un rumbo.
Aunque tenemos corazones nuevos en Cristo, no siempre nos despertamos dispuestos a vivir de nuevo. Nuestro viejo hombre despierta con nosotros, aferrándose cerca; el mundo social abre temprano; el diablo espera, guiñando un ojo. Por lo tanto, si no tenemos una rutina matutina que nos guíe hacia Dios, es probable que a lo largo del día no mostremos una alabanza espontánea, sino un orgullo espontáneo; ni una gratitud espontánea, sino una queja espontánea. Por eso, por la mañana, los sabios quieren que la primera voz que oigan sea la de Dios. Quieren que las primeras palabras que pronuncien sean oraciones.
No siempre acabaremos nuestros devocionales matutinos sientiéndonos conmovidos. Pero si se hace con oración y seriedad, con constancia y expectación, entonces nuestros devocionales marcarán el tono de las horas que tenemos por delante. Comenzaremos el día con la guitarra encordada, dispuestos a tocar un cántico de alabanza.
Meditaciones de mediodía
Sin embargo, por muy valiosos que puedan ser los devocionales matutinos, nuestras almas a menudo necesitan algo más para mantener una comunión viva y espontánea con Dios a lo largo del día. A medida que pasan las horas, nuestras cuerdas pierden su afinación; nuestros corazones bajan de altitud; nuestras banderas ondean opuestas. Por eso, Dios nos da otro modelo de vida:
Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y diligentemente las enseñarás a tus hijos, y hablarás de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Y las atarás como una señal a tu mano, y serán por insignias entre tus ojos. Y las escribirás en los postes de tu casa y en tus puertas. (Deuteronomio 6:6-9)
Somos demasiado débiles, demasiado olvidadizos, para vivir únicamente de devocionales matutinos. Cuando caminamos a lo largo del día, necesitamos promesas que nos envuelvan la muñeca como relojes. Necesitamos llevar la verdad como gafas. Necesitamos un mundo adornado con las palabras de Dios.
Letreros, carteles, postes: estas palabras reprimen nuestra creatividad. Nos invitan, por ejemplo, a santificar el espacio, a escribir las palabras de Dios en espejos y paredes, en salpicaderos de coche y escritorios. Algunos ponen una promesa de la lectura de la mañana en el salvapantallas de su teléfono; otros escriben un versículo y se lo guardan en el bolsillo. Un amigo de la universidad, que se tomaba el Deuteronomio 6:8 de forma literal, a veces se dibujaba la armadura de Dios en las manos, un vívido recordatorio de la guerra espiritual del día.
Estas palabras también nos invitan a santificar el tiempo. A muchos les ayudaría hacer una pausa una o dos veces al día, aunque fuera unos minutos, para encontrar un lugar silencioso, escuchar de nuevo las palabras de Dios y echarle encima las cargas acumuladas durante el día. También podríamos beneficiarnos simplemente de hacer una breve pausa antes de las reuniones o de las nuevas tareas para fijar nuestras almas en Cristo.
Al final, estas palabras nos invitan a santificar la conversación. "Hablarás de ellas," dice Dios, y no solo en algunos lugares de forma ocasional, sino en todas partes y con frecuencia. Dios quiere que sus palabras se cuelen en nuestras conversaciones triviales y en nuestros comentarios casuales, en nuestros resúmenes del día y en nuestras reflexiones a la hora de dormir. Estas conversaciones pueden empezar con un simple "¿Qué has leído hoy?" a tu cónyuge, compañero de piso o amigo.
De cualquier forma, las meditaciones de mediodía ofrecen una pausa y un paréntesis en el caos del día, un oasis en el desierto de las tareas y las tentaciones, un pequeño Sabbath en medio de las tardes atestadas, que devuelve a nuestros corazones la canción de la mañana.
Reavivación y regocijo
La próxima vez que un "no me apetece" amenace con desbaratar una buena rutina, podríamos hacer frente a nuestros sentimientos con las palabras de David:
La ley del Señor es perfecta,
que restaura el alma(...)
Los preceptos del Señor son rectos,
que alegran el corazón. (Salmos 19:7-8)
La palabra de Dios reanima el alma y alegra el corazón, lo que sugiere que a veces llegaremos a la palabra de Dios con el alma dormida y el corazón insensible. Nos sentaremos ante una Biblia abierta sin ganas de leer ni de orar, quizás queriendo hacer cualquier otra cosa en su lugar. Y justo ahí, en medio de una rutina difícil, Dios puede reavivar nuestros sentimientos decaídos con una palabra.
Cuando permitimos que el "no me apetece" nos aleje de la rutina, somos como un hombre que evita la medicina porque no se siente sano, o que evita el fuego porque no se siente caliente, o que evita la comida porque no se siente saciado. Pero cuando nos involucramos en la rutina de cualquier forma, en oración y con expectación, podemos salir revividos y regocijados, con nuestras almas llenas de alabanzas espontáneas, sin "ganas" de nada.
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