Narcisismo Teológico
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Revisión de 16:54 12 mar 2012
Por Burk Parsons
sobre Santificación y Crecimiento
Una parte de la serie Tabletalk
Traducción por Cristina Abánades López
Según la mitología griega, Narciso fue un cazador de Thespia conocido por su belleza. Su enemiga, Némesis, atrajo al arrogante Narciso hacia un estanque dónde él miró fijamente su propio reflejo y se encaprichó totalmente de la imagen del estanque, sin darse cuenta de que era su propio reflejo. Extasiado consigo mismo, Narciso no pudo escapar de la belleza de su propio reflejo y finalmente murió. Todos somos como Narciso. Estamos obsesionados con nosotros mismos, con nuestra propia imagen. Sin embargo, no estamos satisfechos simplemente con disfrutar de nuestra propia importancia, queremos que todo el mundo a nuestro alrededor esté tan prendado de nosotros como lo estamos nosotros mismos, y lo que es más, queremos que el mismo Dios esté tan aferrado a nosotros que todos sus pensamientos giren a nuestro alrededor como si fuésemos el centro y el final de todos sus planes.
Nuestro egocentrismo es la base de nuestro orgullo y de nuestra rebelión contra Dios. No solo queremos saber lo que Dios sabe, sino que queremos informarle de lo que Él sabe. Así como nuestros archienemigos engañaron a nuestros primeros padres, también nosotros a menudo caemos presa de sus conspiraciones cuando ignoramos la ley de Dios, tratamos con Dios nuestros deseos egoístas, ponemos en peligro Su verdad, reconvertimos nuestro pecado y entonces tratamos de ocultárselo cerrando los ojos y pretendiendo que Él no nos vea.
En nuestra innata arrogancia, nos dejamos atraer fácilmente por nuestros corazones egoístas para mirar hacia el interior, a nuestra sabiduría, nuestras habilidades, nuestras pertenencias, en vez de fijar nuestros ojos solo en Dios. Nuestra auto-preocupación narcisista saca constantemente nuestros ojos del creador al ser humano, de Dios a uno mismo. Por consiguiente, empezamos a desarrollar nuestra propia teoría personalizada, creando un dios a nuestra imagen, que sea todo lo que siempre habíamos querido en un dios, un dios que ama a quien nosotros amamos y odia a quien nosotros odiamos, un dios que es soberano sobre todas las cosas buenas en nuestras vidas pero incapaz de ayudar e ignorante de todas las cosas malas que nos pasan, un dios que siempre está a nuestra entera disposición como si fuera nuestro mozo cósmico personal en el cielo que viene arrastrándose al menor toque de campanilla. Tal teología individualista es, por naturaleza, no pactada, no familiar, y no eclesiástica. Esta es una teología centrada en lo que tiene sentido para mí, lo que me parece justo, lo que me hace feliz, y lo que me hace sentir bien conmigo mismo. Una teología simplemente ahí puesta y egocéntrica ve al hombre tan grande y a Dios tan pequeño.
Pero Dios, en Su amor soberano por nosotros, fijó Sus ojos en nosotros como si fuese Su pareja , se resignó a nuestras debilidades y la arrogancia egocéntrica que reside entre nosotros, vivió por nosotros, nos sirvió, y Se entregó por nosotros. Él hizo todo esto por nuestro bien eterno y Su gloria eterna.
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